Carta Abierta dio a conocer, tras un mes de crisis y discusiones acerca de si debían pronunciarse o no explícitamente por una reforma constitucional que permita la re-reelección de Cristina (como ellos mismos comentan en su asamblea), la primera «Carta Abierta» del año, titulada «La diferencia». Allí -se supone- intentan dar cuenta de la realidad […]
Carta Abierta dio a conocer, tras un mes de crisis y discusiones acerca de si debían pronunciarse o no explícitamente por una reforma constitucional que permita la re-reelección de Cristina (como ellos mismos comentan en su asamblea), la primera «Carta Abierta» del año, titulada «La diferencia».
Allí -se supone- intentan dar cuenta de la realidad nacional, regional e internacional, e insisten en defender al kirchnerismo como «un implícito y explícito sentido de la historia» igualitario cuyas características darían cuenta de una «peculiaridad irreductible» que subsiste «a pesar de que se lo quiere ver inmerso en el manejo de arbitrariedades, como disuelto en retrocesos y pequeñas maniobras de subsistencia». Para ello, una vez más, el recurso es polarizar a nivel nacional e internacional con un «conservadurismo persistente» y con lo que llaman un «bonapartismo mediático» que con un bombardeo de imágenes y discursos busca derechizar el panorama político. Sin embargo, tanto en partes de la carta como en los discursos de sus organizadores, lo que aparece con más nitidez es una persistente referencia y ataque a la izquierda que, junto con la crisis internacional, parece no estar ya detrás de una pared o desacoplada.
Una realidad paralela
Los cartaabiertistas insisten en que su práctica crítica no sólo daría cuenta de la realidad sino que apunta aquellas contradicciones y problemas que en ella se plantean, sin concesiones políticas. Pero el «mundo feliz» que describen es tan feliz como el del relato ficcional de Huxley, sólo que la carta/12, además de escrita con menos talento, se pretende como una caracterización y crítica de la realidad cotidiana. La verosimilitud en todo caso no es una de sus virtudes.
¿Se puede aceptar como verosímil que, como dice la Carta/12 (la coincidencia de cifras y tipografía con el pasquín oficialista es quizás una de esas constelaciones iluminadoras que gustarían a Benjamin, aunque bastante obvia), el kirchnerismo «desde el 2003 instituyó a la autonomía financiera como raíz de la política económica» o que seríamos «libres para formular nuestros planes, establecer nuestra fiscalidad, direccionar nuestro crédito, manejar nuestra moneda, disponer de nuestras reservas, controlar los movimientos del capital especulativo, evitar la fuga de divisas»? Este gobierno pagó a comienzos de agosto nada menos que 2.300 millones de dólares a especuladores y «fondos buitres»; los mismos que están imponiendo duros planes de ajuste en Europa. Aunque se hable de «desendeudamiento», lo cierto es que la economía nacional mantiene una deuda equivalente, para finales de 2011, a un 42% de su PBI. ¡Un porcentaje incluso mayor al 39% que hubo entre los años neoliberales 1994 y 2000! El hecho de que el 53% de la actual deuda sea intra sector público con el Banco Nación, ANSES y el Banco central no impide que los intereses y capital de la deuda se lleven, anualmente, un promedio del 10% del PBI. Sólo los intereses de la deuda significan alrededor del 10% del presupuesto público. En cuanto a la composición estructural de nuestra «burguesía nacional», la «nacionalización» de YPF tan elogiada olvida decir que apenas fue una «recompra», que la mitad de los títulos de la empresa siguen en manos de la multinacional Respol, de fondos buitre norteamericanos y del magnate Carlos Slim, y además están buscando asociarla con otras empresas igual de extranjeras, prometiendo a estas que podrán lleverse nada menos que la mitad de la producción de los proyectos en los que participen. La propuesta de que la presidenta, en palabras de Horacio González, lea y atienda a propuestas como el «fomento del despliegue de un empresariado mediano ligado al empuje de mejoras en la productividad, a la redistribución de ingresos y a un destino propio comprometido con la suerte del proyecto» vira el texto a lo autoparódico: basta ver el ranking de las principales empresas del país para darse cuenta de que la extranjerización de la economía, en casi una década de kirchnerismo, se mantiene incólume. En los pagos del joven gobernador K Urtubey, el Ingenio El Tabacal, regenteado por la norteamericana Seabord Co., que factura 2 mil millones de dólares anuales, no paga impuestos y recibe jugosos subsidios estatales. La semana pasada, sin cerrar las paritarias, levantó causas judiciales contra los dirigentes sindicales y trabajadores, y despidió a 57. Urtubey, los jueces, la policía y gendarmería acudieron… a rescatar a la empresa del corte que hacían los trabajadores de la ruta 50, reprimiendo ferozmente. Para muestra de la burguesía nacional que supimos conseguir, vimos su proceder recientemente en el crimen social de Once -en la Carta/12 disfrazado como «accidentes varios»-, donde se mantuvo, sin la menor diferencia con lo hecho en la década neoliberal, el estado calamitoso del sistema de transporte ferroviario que dejó 50 muertos y 700 heridos, todos trabajadores y de sectores populares humildes. Será por eso que hasta el mismo Jozami, en su intervención en la asamblea de CA, se ríe de los que siguen buscando «una burguesía nacional» capaz. Dicho sea de paso, el «empresariado pequeño y mediano» es el campeón nacional de trabajo en negro y la precarización laboral. Como Cristina no hace diferencias entre extranjeros y nacionales, o medianos o grandes, cuando se trata de defender al empresariado contra los reclamos de los trabajadores, cada vez que puede en sus apariciones públicas ataca a los trabajadores que salen a luchar y desmerece sus demandas (recordar, por ejemplo, su público desprecio ante los reclamos por tendinitis de los/as boleteros/as del Subte).
Párrafo aparte merece la referencia a los sindicatos que hace la carta en un marco de crisis del gobierno en sus relaciones con la CGT, en un momento en que la inflación y los efectos de la crisis provocan más fricciones en la puja por la distribución del ingreso, y luego de haber roto definitivamente sus lazos políticos con el moyanismo sin figura de recambio en el horizonte una vez que las acciones para líder de la CGT de Gerardo Martínez cayeron al publicarse que fue informante del batallón 601 durante la dictadura. La carta se pronuncia por «la posibilidad de modificar las antiguas organizaciones sindicales», promoviendo leyes que permitan superar el hecho de que «las viejas conducciones no pueden admitir que la incorporación de más de cuatro millones de jóvenes trabajadores al circuito productivo acentúe la urgencia de un modelo sindical distinto, con democracia interna y mayores libertades de actuación y representación». Pero este gobierno no sólo colaboró en lo más mínimo para «democratizar» las organizaciones de los trabajadores sino al contrario, actuó en pos de su división, como ocurrió en la CTA que la carta ofrece de modelo (en su ala oficialista, desde luego, aquella que miserablemente aceptó en el Consejo del salario un mínimo de 2.670 pesos) y como finalmente ocurre ahora con la CGT.
Pero aún más, la política de este gobierno hacia el movimiento obrero y sus organizaciones se ve reflejada en un hecho que la carta menciona como un «inédito hecho contemporáneo que, paradójicamente, surge de un reclamo social, de las actuaciones estatales y de los giros político-culturales profundos de la etapa política»: el juicio por el asesinato Mariano Ferreyra. Según la carta, «un antes y un después quedará sellado por le resultado de este juicio en el que no pueden quedar habilitada ningún tipo de impunidad». Sin embargo, en el banquillo de los acusados faltan los empresarios… y el mismo Estado que intervino en el hecho a través de al menos tres ministerios: el del Interior, que dio orden a la Policía de dejar liberada la zona, el de Transporte, que es patronal y parte, al igual que Pedraza, de los negocios ferroviarios, y el de Trabajo, quien fue grabado charlando amigablemente con Pedraza sobre cómo controlar a la izquierda tras el artero ataque de la patota de la burocracia sindical. El hecho no es tan inédito si a los actores que menciona la carta los ubicamos en su lugar: son los reclamos sociales de los trabajadores y el pueblo pobre los que chocan con las burocracias sindicales (financiadas y encubiertas por las «acciones estatales»), que ni siquiera cosméticamente, como otras instituciones estatales, dieron cuenta del giro «político-cultural» que significó el 2001 (que nosotros preferimos llamar relación de fuerzas entre las clases frente a una crisis del régimen de dominación burgués que el kirchnerismo vino a intentar recomponer). Es que el crimen de Mariano mostró tanto las condiciones de precarización laboral reinantes como el poderoso entramado de intereses entre los gobiernos, la burocracia sindical y los grupos empresarios, que utilizan grupos de choque uniformados y no uniformados contra los trabajadores que luchan por sus demandas. Es un importante logro de la movilización popular haber puesto en el juicio a Pedraza, pero es una importante preocupación del gobierno mantener su impunidad. Más estructuralmente, es una necesidad del régimen burgués de conjunto el control del movimiento obrero por parte de una burocracia sindical adicta, para contener la reacción frente al «revanchismo contra el trabajo» de los empresarios, y no como plantea la carta, meros «obstáculos que surgen transversalmente de las afueras y del propio interior de ese movimiento político». No son meros «tropiezos» las alianzas que el gobierno necesita con gobernadores como Insfrán, manifiesto involucrado en los crímenes contra la comunidad Qom, así como tampoco son «cabos sueltos» las policías bravas que la carta menciona. Son necesidades de la burguesía para mantener sus ganancias, que encuentran en el Estado garantías y herramientas, necesidades que se hacen cada vez más evidentes en tanto las posibilidades del «bonapartismo fiscal» se acortan. Pero de tales mecanismos y alianzas, la carta sólo tiene para decir que «crece la espesura de hechos que son portadores de cierta turbación y ambigüedad».
Si la CA/12 es una carta de crisis, no lo es porque los hechos perturbadores que no dejan de acumularse los haya llevado a cuestionar la política que los produce, sino porque ahora, además de meter debajo de la alfombra estos hechos bajo el rótulo de «lo que falta», tienen que sudar la gota gorda para colaborar con el gobierno en la solución de su «crisis de sucesión» y su intento de mantener disciplinado al PJ hasta el 2015. Aunque hayan decidido no terminar su carta con un llamado a la re-reelección explícitamente, es la capacidad de negación de la realidad de la intelectualidad K lo que parece haber pasado el punto crítico, y el cinismo lo que se ha puesto espeso.
Un Sarmiento al revés
En el terreno internacional, los cartaabiertistas reconocen (tardíamente) que hay una tragedia… «externa»: la crisis económica internacional. Así, viendo la debacle política y económica en el «viejo mundo», fustigan la barbarie de los «gobiernos tecnócratas», sus planes de ajuste y la subordinación a los grandes organismos económicos imperialistas. Horacio González llega a decir en la asamblea, incluso, que la CA/12 sería «anticapitalista», y en el texto mismo se cita a Marx para el cual el mundo capitalista «surge y crece con sangre entre sus poros». Así, se critican las «formas de vigilancia mundial, operaciones clandestinas e intervenciones militares»… (aunque apenas se aplaude una declaración diplomática de condena al golpe en Paraguay… de Honduras ya todos se olvidaron en las oficinas del Mercosur, «quinta potencia» económica mundial); se denosta el surgimiento de «un nuevo código penal sigiloso que internacionaliza puniciones, [que] regula su misma ilegalidad e introduce en el propio campo civilizatorio nuevas formas de violencia disciplinadora»… (¿será la infame «Ley antiterrorista» que votó el kirchnerismo en el parlamento nacional, a pedido de la Embajada yanqui?); o se destaca la «nueva hegemonía del capital y su despliegue revanchista contra el trabajo, manifestada en la redistribución regresiva del ingreso» y el «pacto con el diablo» que conformaría la «nueva alianza entre ejércitos tecnológicos y tecnologías financieras, la que usurpando la libre decisión de los pueblos, da curso a una nueva camada de administradores de emergencia que suponen que las poblaciones agredidas canjearán su futuro entrando en las nuevas burbujas del ilusionismo en el nombre de lo que ya no puede pensarse a sí mismo: el capitalismo mundial, en todos sus aspectos». No se asuste el peronista ortodoxo. No es un súbito ataque de internacionalismo ni de radicalidad política de los intelectuales K: sencillamente es el viejo truco de usar palabras rimbombantes por izquierda para abonar lo contrario. Las referencias a la barbarie capitalista sirven para suscribir otra forma de «realismo» en el plano de la civilizatoria y progresiva política nacional: la real politik que crece proporcionalmente a la cercanía con los gobiernos y políticas que defienden. Por eso si se puede glosar a Marx cuando se habla de los países centrales, se pasa a un vago populismo que ha vuelto «sus miradas a procederes más ajustados a los deseos y necesidades de los pueblos» cuando se habla de Latinoamérica, y si se trata del país… se critica a la izquierda que no sería «lúcida frente a la paradoja». Ya se sabe: el lugar ganado por la izquierda en el sindicalismo de base que efectivamente enfrenta a la burocracia, a la patronal y al propio Estado contestando al revanchismo patronal, su lugar destacado entre los organismos de DDHH no cooptados que han no sólo llevado a cabo sino abierto la misma posibilidad de los juicios a los genocidas, o su participación en las múltiples luchas por las demandas de los sectores más oprimidos y explotados… no hacen más que hacerle el juego a la derecha o, como gusta decir Horacio González en la asamblea, son meras consignas lanzadas sobre lo que a uno le gustaría que fuera y no lo que puede ser.
En suma, a causa de la catástrofe capitalista internacional, lo que se necesita en la arena nacional es: moderación de expectativas y… una reforma constitucional para habilitar a que CFK pueda presentarse para un tercer mandato, sin la cual no podrá seguir encarnando el «sentido progresista de la historia», como señala Forster «para el que quiera leer», resentido por no poder pronunciarse explícitamente en ese sentido, en la misma asamblea. No debería amargarse el filósofo especialista en Benjamin que parece haberse salteado las críticas del pensador alemán al «sentido de la historia» y al «progreso» como algunas de las ideas más nocivas que buscan evitar que los trabajadores tomen su destino en sus propias manos. Queda claro que la decena de páginas de la carta, las disquisiciones sobre la historia de las constituciones nacionales, e incluso las demandas justas que se mencionan aquí y allá en la carta (y que curiosamente encuentran un férreo oponente en la presidenta, como el aborto y las medidas medioambientales contra la minería), podían resumirse en la frase que decidieron finalmente no poner.
Bonapartismos
Así lo han entendido también algunos intelectuales liberales o social-liberales que han destacado el creciente «bonapartismo» kirchnerista que no respetaría la «institucionalidad», y que en estos días han respondido a la carta y debatido con algunos de los cartaabiertistas esbozando un «clásico» de las tradiciones político-intelectuales locales: republicanismo vs. populismo.
Dejando de lado las alarmas desbocadas de un Aguinis, a propósito del debate sobre la reforma constitucional, Sarlo por ejemplo ha ironizado sobre la suma del poder político que Cristina ostentaría manejando el Legislativo y buscando eternizarse en el Ejecutivo, para finalmente pronunciarse a favor de «abrir el debate sobre nuevos derechos y perfeccionar las formas de representación. Sostener lo contrario implica una perspectiva estática y conservadora», pero cuestionando si puede considerarse progresista la reelección ilimitada y proponiendo dicha reforma para adelante, cuando se haga insospechable que con ella se buscan fines espurios. Marcos Novaro por su parte le ha manifestado a González estar preocupado porque Carta Abierta no parece dispuesta a respetar las «reglas consensuadas» como la reforma política y la constitución, cuando sus resultados no favorecen la continuidad «del proyecto», destacando que esta lógica de acumulación de poder en la Casa Rosada llevará en definitiva a un «desborde» que no pueda ser manejado y por lo tanto, a un «fracaso de la democracia».
Carta Abierta por su parte ha contestado en su misiva número 12 fustigando al «bonapartismo mediático» de la corpo que nos impide ver el mundo feliz en que vivimos inmersos, recuperado la historicidad y relación de fuerzas que forjan normas institucionales como la constitución y que hoy, entre otros derechos que debe actualizar, necesita sobre todo permitir la continuidad de este proyecto. Laclau ha sumado su voz desde el «populismo democrático» apoyando la reforma para una «construcción de un Estado integral» (que atribuye a Gramsci en contra de la «extinción del Estado» de Marx) y también, atacando a la izquierda por ¿liberal?
Lo reiterado es que en este típico entuerto de la progresía intelectual nacional, como es habitual, en el fondo los oponentes tienen acuerdo aunque partan de tradiciones diversas. Los distintos acentos de unos y otros no cuestionan el régimen burgués que dirige el país: ambos bandos consideran que la sociedad debe organizarse «desde arriba» y no desde abajo y defienden la «democracia» entendida en un sentido formal, sin discutir cuáles son sus contenidos sociales reales. En definitiva, no proponen ninguna política alternativa para que no sean los trabajadores los que paguen la crisis capitalista que se desarrolla ante sus ojos.
La renguera de los cartaabiertistas en esta lid es que pretenden desprenderse de la acusación de bonapartismo y destacar el «sujeto constituyente popular» -lo que sea que esto signifique- cuando la crisis capitalista, que acaban de descubrir, impone al kirchnerismo progresar por el camino… del ajuste. Y si el kirchnerismo, surgido para dar una salida a la crisis del dominio burgués y al cambio de relación de fuerzas con las masas, siempre ha transitado el camino de los mecanismos bonapartistas para reconstituir el régimen, no necesita menos sino más de estos mecanismos arbitrales cuando la recomposición económica que le permitió navegar este período parece estar llegando a su fin y el modelo muestra su progresivo agotamiento que reflejan los ajustes provinciales, la crisis de la infraestructura como en los transportes, las medidas de control cambiario y la propia inflación. A esto también responde la política de dividir las organizaciones sindicales y de otros sectores sociales de modo de no encontrar una resistencia unificada cuando la manta se acorte a pañuelo.
No haber dejado aquella frase final no hace más independiente a CA, sino en todo caso, menos audaz en su participación en el «operativo clamor» lanzado por el kirchnerismo. El tufillo menemista que le reprocha la oposición liberal a los K no es menos oloroso que el delarruísmo culposo con el que cargan los ex frepasistas o radicales (recordemos que con los mismos argumentos de «atentado a la de institucionalidad» cuestionaron en su momento las jornadas revolucionarias del 2001).
Por su parte, los ataques a la izquierda de los intelectuales K no logran ocultar su relativo fortalecimiento en el último período en el terreno de la lucha de clases y en la escena política nacional; incluso en sectores de la intelectualidad y de la cultura, como mostró la conformación de la Asamblea de intelectuales, docentes y artistas en apoyo al FIT.
En todo caso, las diatribas de los cartaabiertistas contra la izquierda no hacen más que dejar en evidencia que sostener la ficción del progresismo K es, como diría un reconocido mafioso K, «de cumplimiento imposible» y que nosotros, la izquierda, tenemos más que nunca planteada la lucha por la independencia política de la clase obrera para que la crisis la paguen los capitalistas.
Ariane Díaz y Demian Paredes. Instituto del Pensamiento Socialista «Karl Marx»
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