A LOS MIEMBROS DEL PARTIDO DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA: El proceso para renovar la dirección nacional, las estatales y otras representaciones en el Partido de la Revolución Democrática ha llegado a grados tales de desaseo y confrontación, que exhiben lo extremo de su degradación y reclaman de sus miembros acciones drásticas y decisivas, si es […]
A LOS MIEMBROS DEL PARTIDO DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA:
El proceso para renovar la dirección nacional, las estatales y otras representaciones en el Partido de la Revolución Democrática ha llegado a grados tales de desaseo y confrontación, que exhiben lo extremo de su degradación y reclaman de sus miembros acciones drásticas y decisivas, si es que realmente quieren contar con un partido político que cuente con autoridad moral y por ello con capacidad de acción para ser efectivo en las luchas reivindicatorias con las que se encuentra comprometido desde su nacimiento.
La realidad que se está viviendo en estos días deja ver que el organismo conductor de ese proceso, junto con la dirección formal del partido, ante el lodazal en que se ha sumido el proceso y la rispidez de la confrontación entre los grupos que se proclaman ganadores, han perdido la capacidad para preservar la legalidad estatutaria y para mantener una relación ética y civilizada en lo que siga del propio proceso, así como en las relaciones entre los grupos enfrentados y entre los miembros del partido en lo general.
Quienes hoy disputan el triunfo en las elecciones del pasado 16 ofrecieron públicamente conducirse en todo el proceso electoral con estricto apego a los principios estatutarios del partido y en condiciones de efectivo compañerismo, pero su conducta contradice su palabra y traiciona a quienes creyeron en ella.
La práctica cotidiana de los grupos e individuos con mayor peso relativo en la vida interna del partido, a lo largo de todo el proceso y, sobre todo, en la jornada electoral y en los días posteriores a ésta, ha sido de quebrantamiento sistemático de las normas estatutarias y de rompimiento absoluto de todo principio ético. Esos comportamientos han provocado un daño irreversible a la organización, y ocasionado un fuerte retraso y un daño, que tendrá un altísimo costo de recuperación, al proyecto de reivindicaciones nacionales y populares en el que hace ya más de dos décadas millones de mexicanos han puesto sus esperanzas y cuya realización han impulsado con tesón, lealtad y valor.
Aceptar que de un proceso en estas condiciones puedan surgir resultados válidos legal y moralmente, cualesquiera que éstos sean, y tomar una actitud complaciente frente a conductas sucias de secta e individuales, sería caer en su misma suciedad y en esas prácticas que sólo favorecen a quienes tenazmente se han opuesto y han buscado la destrucción de ese proyecto reivindicatorio, sería hacerse cómplice de ellas y fallar en el compromiso ante esos millones de mexicanos.
Involucrar en la resolución del conflicto electoral a instancias externas, posibilidad que anuncia ya el Presidente del Comité Técnico Electoral, independientemente de la legalidad y validez del procedimiento, mostraría la incapacidad del propio Comité y de los órganos de gobierno del partido para conducir su vida interna y dejaría decisiones vitales a entidades cuya imparcialidad han venido cuestionando las propias instancias de dirección partidarias, lo que resultaría por lo tanto inadmisible para la necesaria reconstrucción de la organización.
El 21 de octubre de 1988, en el llamamiento para convocar a la formación del PRD se asentó: «Queremos que nuestra organización sea un instrumento de la sociedad, y no tan sólo de sus miembros o dirigentes, y para ello tendrá que dar en sus normas democráticas, en su vida interna, en la transparencia de sus recursos, en la autonomía de sus componentes regionales, en la libertad de tendencias y corrientes en su seno, en la unidad y en el respeto a las decisiones colectivas y, sobre todo, en la conducta personal de cada uno de sus miembros, la imagen tangible de aquello que se propone para el país y para la sociedad».
Y ese, evidentemente, no es el partido actual, no es ese el ejemplo que dan sus liderazgos, a esos principios no responden quienes hoy se muestran complacientes con la conducta corrupta de sus partidarios y acremente se descalifican y disputan por encabezar un partido en cuya destrucción no paran, no es esa, sobre todo, la organización que con autoridad moral pueda convocar a los mexicanos a luchar por el rescate de su soberanía, por la igualdad y por ampliar y profundizar su democracia.
En esas condiciones, el Comité Técnico Electoral y la dirección formal del partido no tienen otro camino que declarar la anulación de las elecciones que se celebraron el pasado domingo 16.
Es momento de asumir responsabilidades y no dudar en tomar decisiones: al Consejo Nacional corresponde designar a un Presidente provisional y darle plenas facultades para el gobierno y la conducción del partido en el período de transición que debe abrirse desde este momento y hasta la elección de una nueva dirección. Este Consejo Nacional en funciones, hecha esa designación, debe disolverse al igual que todos los demás órganos de gobierno del partido. Es momento de comenzar de nuevo, de no temer a la renovación y al renacimiento.
El Presidente que se designe con carácter provisional tendrá, ante la militancia y la nación, la responsabilidad de poner en práctica una política hacia el interior del partido y hacia el exterior que represente una verdadera regeneración, con la que se identifiquen los miembros del partido leales a sus principios fundacionales, que considere la elaboración de un nuevo padrón de militantes que resulte confiable hacia adentro y hacia afuera, que sancione sin contemplaciones toda violación a la legalidad interna, que ponga fin al sistema corporativo y clientelar de cuotas en la integración de los cuerpos de dirección y en la selección de candidatos a cargos de elección popular, que desde dentro y desde afuera se reconozca por la ética en las conductas y por la autoridad moral recuperada.
El partido en sus condiciones actuales está incapacitado para cumplir con el compromiso que tiene con el pueblo y la nación, compromiso que surge del movimiento reivindicador de 1988. El partido en sus condiciones actuales está traicionando a sus muertos. El partido, sucio y lastrado como se encuentra hoy por las violaciones a sus reglas internas y los vicios en las conductas de muchos de sus dirigentes y militantes, pierde su condición de instrumento de lucha por la soberanía de la nación y por la democracia.
Es tiempo de recuperar el camino.
Cuauhtémoc Cárdenas.