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Caso Oaxaca: «Un grito en el desierto»

Fuentes: Proceso.com

A un año de que José Jiménez Colmenares fuera asesinado durante una manifestación de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), no hay un solo detenido ni avance en las investigaciones, mientras su viuda, Florina Jiménez Lucas, continúa en espera de justicia, aunque a veces sienta que su lucha es un «un grito […]



A un año de que José Jiménez Colmenares fuera asesinado durante una manifestación de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), no hay un solo detenido ni avance en las investigaciones, mientras su viuda, Florina Jiménez Lucas, continúa en espera de justicia, aunque a veces sienta que su lucha es un «un grito en el desierto».

«Seguimos aquí aunque no seamos escuchados», advierte la profesora, quien, aun cuando a veces piense que es utilizada políticamente, confía en que Amnistía Internacional (AI) y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), «dos instituciones serias», presionen al gobierno mexicano para que se haga justicia; y los 23 crímenes cometidos durante el movimiento social no queden impunes.

El mecánico José Jiménez Colmenares fue el primer caído –el 10 de agosto de 2006– durante la crisis social que se vivió en la entidad desde mediados del año pasado y de dejó por lo menos 23 asesinatos. El magisterio oaxaqueño ofreció un apoyo para los deudos, por medio de un fideicomiso de cinco millones de pesos. Sin embargo, ha pasado un año y la ayuda prometida tampoco ha llegado.

«No quisiera pensar que nos están cerrado la puerta; espero estar equivocada y sí recibamos la ayuda. Hasta ahorita no hemos recibido nada, hay mucho hermetismo, pero pensamos que es por la misma situación que está muy crítica, y espero que nos den un espacio y nos tramiten los documentos que nos tienen que tramitar respecto al fideicomiso y a las medidas que nos han prometido», afirma un tanto desilusionada.

Aunque admite que hay momentos en que se arrepiente de participar en el movimiento y se pregunta «¿tanto para nada?». Sin embargo, la impotencia que siente al ver que pasa el tiempo sin que los culpables reciban castigo, le impulsa a continuar con su lucha. «Nos da aliento para tener fuerzas y salir adelante, pedir justicia y decir aquí estamos, existimos nosotras, estamos dañadas y no solamente nosotras, sino nuestros hijos», señala.

Afirma que no sólo su vida cambió radicalmente –«dio un giro de 180 grados»–, también la sus hijos de 14, 11 y 5 años de edad, quienes hoy sufren las consecuencias del movimiento: «Aunque suene dramático, mis hijos no solamente perdieron un papá, sino que perdieron parte de su mamá, porque me he dedicado a buscar justicia, a participar con los organismos y, por eso, los abandono mucho.»

En la sala de su vivienda, desde donde se alcanza a ver la zona residencial de San Felipe del Agua, habitada, sobre todo, por la clase política oaxaqueña, la profesora Jiménez Lucas refiere que como consecuencia del asesinato sus hijos han tenido problemas emocionales y psicológicos, cambios de conducta, conflictos en la escuela, bajas calificaciones… «He visto que cuando un helicóptero sobrevuela y bajan a un personaje, mis hijos tiemblan de impotencia o de temor… Para ellos, ver a un policía no significa seguridad. Al contrario, significa inseguridad, temor, coraje…», agrega.

«Siento que les afectó; hay cierto rencor hacia todo lo que vivimos. Los hizo madurar aceleradamente. Jamás los había metido en lo político y ahora hablan de todo y conocen a muchos.

«La verdad, si nos ha dañado mucho, porque dimos mucho… mis hijos dieron a su padre, yo di a mi pareja, él dio su vida y, la verdad, es tan doloroso que todo se muera así nada más. Lo triste es que para muchos nada sucedió cuando nosotros vivimos una situación familiar espantosa», agrega.

A un año del crimen evoca a su marido como el «brazo derecho» en lo moral y en lo económico. «Ahora no hay quien me ayude (…) Él me ayudaba con la educación de mis peques, los llevaba a la escuela y luego pasaba por ellos, nos organizábamos bien (…) No puedo tener alguien que me ayude, por cuestión económica. Todo lo tengo que hacer sola.»

Con el semblante triste y el llanto controlado, Florina echa un vistazo a su vivienda. Después de meditar unos segundos, reconoce: «Me hace sentir muy mal ver la casa tan vacía, que ya no llega mucha gente, que la casa está abandonada y que prácticamente la usamos para dormir.»

La casa poco a poco se ha quedado vacía. Las visitas de antaño hoy no llegan y eso le hace sentir que «a veces» está siendo utilizada políticamente. «Así nos sentimos. No sé si sea nada más nuestra percepción de que políticamente fuimos utilizados. Espero estar errada y que no sea así, que no nada más cuando necesiten de nosotros nos llamen, sino que estamos puestas para todo. En esta ocasión, con la visita de la Comisión Interamericana, no habíamos tenido un especio, lo solicitamos y ya nos lo dieron.»

Señala que si en Oaxaca persiste la impunidad, «los asesinos no escaparán a la justicia divina», aunque confía en que la CIDH y AI presionen al gobierno de Felipe Calderón y a Ulises Ruiz para que se haya justicia.

«No es justo que ellos (los muertos) dieron tanto, nosotros dimos tanto y vemos que los que siempre estamos encabezando las marchas somos los que fuimos dañados, estamos las viudas, los expresos, los familiares de los presos y cuando volteamos a ver nos damos cuenta que prácticamente estamos solos, que gritamos en el desierto», lamenta.

Pide que, por lo menos, que los caídos sean recordados. Por lo pronto, este día la APPO realizó una procesión que salió del monumento a la Madre rumbo a la catedral de Oaxaca donde se ofició una misa. Antes hicieron una parada en la calle Niños Héroes donde cayó abatido por las balas José Jiménez Colmenares.