Este domingo 12 de septiembre tuvieron lugar las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO). Los resultados sorprendieron tanto al oficialismo como a la oposición y a los principales analistas.
Tal como queda representado el escenario político de cara a las elecciones legislativas dentro de dos meses, si se repitiera la votación, la oficialista coalición Frente de Todos (FdT) perdería el quórum propio en Senadores mientras que la derechista Juntos por el Cambio (JxC) pasaría a ser la primera mayoría en Diputados y se consolidaría como alternativa para el 2023. Estas internas dejaron también ver el avance de una derecha ultraliberal y antipolítica (con muchos puntos de contacto con el bolsonarismo de Brasil y Vox de España) y como contrapartida la presencia de una izquierda anticapitalista que logró posicionarse como tercera fuerza a nivel nacional, claro que a mucha distancia de las fuerzas hegemónicas.
Estados de ánimo
El clima preelectoral no fue el mejor. No fue solo por la pandemia, los temores al contagio, incluso el rebrote de la variante Delta. La apatía y el desinterés dominaron el escenario como reflejo de una campaña carente de ideas y de debate político serio, esto se verificó en la abstención del 33%, el peor registro desde la reinstalación del régimen democrático-liberal.
Tal es lo que adelantaran los análisis cuantitativos (encuestas): resistencia a ser entrevistados (pasaron del 10 al 25%) y cualitativos (focus groups): desilusión y enojo por la falta de soluciones a los principales problemas que afectan al pueblo trabajador (pandemia, caída estructural de salarios y jubilaciones, desocupación, inflación altísima e incremento de la pobreza en el marco de un fuerte ajuste del gasto fiscal.
Por último algo más de fondo: una suerte de desconexión de la ciudadanía con la política y los políticos por un lado y por el otro la actitud negativa ante la falta de un debate serio sobre los problemas concretos del país. La falta de involucramiento de la juventud (7 millones de electores tienen entre 16 y 25 años), contrariamente a lo que pasaba hace una década atrás, completa el cuadro.
Todo redundó en una campaña tan anodina como vacía. El pasado (quién endeudó más al país o si fue correcto sostener la extensa cuarentena original) se discutió más que el futuro (propuestas para salir de la crisis o que proyecto de país pospandémico). Para el oficialista FdT, se trataba de ganar 10 nuevas bancas en diputados, para lograr quórum y mayoría propia. Para la derechista coalición opositora, JxC, su meta era simplemente negativa, impedir los objetivos del gobierno con el banal argumento de “Estamos a 7 bancas de ser Venezuela”.
Los resultados
Juntos por el Cambio, que triunfó en 17 de los 24 distritos habilitados, obtuvo el 40% de los sufragios mientras que el Frente de Todos el 30.55% (el más bajo porcentual obtenido por el peronismo desde 1983 a la fecha), una diferencia de poco más de dos millones de votos. El FdT no solo no aumentó sus bancas en diputados, como era su objetivo, sino que perdió 9, mientras que JxC retuvo las que ya tenía pero no agregó ninguna nueva. Es que la abstención y el voto blanco se alimentaron centralmente de los votos que perdió el oficialismo mientras que la oposición derechista sacó los mismos porcentajes, o un poco menores, que en anterior elección. La derecha ultra liberal se presentó en solo dos distritos obteniendo en conjunto el 7.13% por lo que podría llegar a obtener 4 bancas en diputados. Es posible que una parte de esos votos provenga de deserciones de JxC pero también es posible que muchos de esos votos fueran emitidos por jóvenes (incluso que sufragaran por primera vez) descontentos con la situación general y que no ven perspectivas de futuro. (en Argentina se puede votar desde los 16 años aunque su voto no es obligatorio, como si lo es para los mayores de 18)
La izquierda anticapitalista
Con el 7.29% de los votos (1.600.000) realizó una elección que a nivel nacional puede considerarse de histórica, sobre todo en el marco de polarización existente. Del conjunto de partidos que integran este espacio –todos de extracción trotskista, inexplicablemente divididos electoralmente- era el Frente de Izquierda y los Trabajadores-Unidad (FIT-U) -que agrupa al Partido Obrero (PO), Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS), Izquierda Socialista (IS) y Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST)- la única fuerza capaz de tener representación parlamentaria. Cosechó el 6.25% de los votos con lo que retendría los dos escaños actuales y podría ganar dos más. Es de destacar que no solo hizo muy buena elección en dos de los principales distritos del país (la Capital Federal y la estratégica Prov. de Buenos Aires) sino también en otras provincias con porcentuales que van de 7 al 9%, hasta el llamativo 23% en la norteña provincia de Jujuy (el candidato, y posible diputado, es de origen indígena).
Los votos obtenidos por la izquierda provienen de los sectores atravesados por la crisis, tiene un fuerte contenido obrero y popular, recoge adhesiones también en los movimientos feministas, ambientalistas, antiextractivistas…
Un dato adicional es que el MST presentó candidaturas propias en la interna, obteniendo porcentajes más que interesantes en varios distritos, proponiendo la discusión de cómo ampliar el frente integrando a otros agrupamientos más identificados con la llamada izquierda popular y que forman parte de la riqueza y diversidad de la izquierda anticapitalista argentina.
De aquí a noviembre y más allá
A pesar de ser una elección primaria de las futuras legislativas, las presidenciales de 2023 presidieron toda la campaña e incluso el propio acto electoral, Desde esta perspectiva los resultados provisorios pendientes de noviembre, están ya imponiendo la reorganización/reconfiguración interna de las dos grandes coaliciones que hegemonizaron la votación. En la oficialista esta también la posible reestructuración ministerial del gobierno tanto para enfrentar la crisis económica y también su propia crisis política..
En el caso de la oposición derechista, que tuvo internas en numerosos distritos, los resultados afianzaron el ala menos confrontativa o si se quiere más dialoguista en una doble perspectiva: qué políticas de Estado acordar para salir de la crisis y la selección del próximo presidenciable, para lo que ya se postularon varios candidatos. En el oficialismo el fuerte voto castigo abrió una gran debate en dos planos: primero como recuperar votos para las legislativas de noviembre -que como mínimo achiquen el nivel de la derrota- teniendo en cuenta que en las definitivas siempre votan más ciudadanos que en las primarias. Una política más distributiva esta en el horizonte de inmediato pero esto requiere más emisión monetaria y compatibilizar eso con la necesidad de acuerdos con el FMI y el Club de París, y sus condicionantes en cuanto al déficit fiscal, para no entrar nuevamente en default. Luego, como transitar los dos años faltantes de gobierno recuperando posibilidades presidenciables, cuando hoy sus principales figuras han quedado muy devaluadas. Los términos del debate transitan entre la llamada “radicalización”, entiéndase como mayores controles y mayor intervención estatal, y el acuerdo con la oposición y los capitales más concentrados, ofreciendo como contrapartida que el peronismo ha vuelto a demostrar en estos dos años de gobierno su reconocida capacidad para sostener la gobernabilidad evitando el estallido social.
El voto a la izquierda anticapitalista se presenta útil para fortalecer los discursos críticos hacia el sistema, para avanzar en las reivindicaciones, para denunciar el acuerdo con el FMI, para interpelar a los sectores críticos al interior del gobierno pero también para reforzar la presencia en las movilizaciones. Los próximos dos años serán decisivos, o el gobierno cambia el rumbo en un sentido más progresivo y popular o terminará pavimentando el sendero del regreso de la derecha.