Aislados, hambrientos y temerosos de ser víctimas de la delincuencia o de ser forzados por la Policía mexicana a regresar a su país, cientos de inmigrantes ilegales centroamericanos esperan aún el paso del tren en Tenosique, al lado de la frontera con Guatemala. La tragedia de los «sin papeles» hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, desatada a […]
Aislados, hambrientos y temerosos de ser víctimas de la delincuencia o de ser forzados por la Policía mexicana a regresar a su país, cientos de inmigrantes ilegales centroamericanos esperan aún el paso del tren en Tenosique, al lado de la frontera con Guatemala. La tragedia de los «sin papeles» hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, desatada a principios de mes a raíz de la suspensión del servicio ferroviario que pasa por el Estado de Tabasco, se prolonga.
«Que alguien les diga a los inmigrantes que el tren ya no pasa, que es inútil venir», ruega el sacerdote católico Juan Pablo Chávez, del municipio mexicano de Tenosique, donde permanecen varados unos 7.000 centroamericanos camino de EEUU.
En Tenosique, la última población de cierta magnitud hasta el límite con Guatemala en el Estado de Tabasco, los inmigrantes -que durante décadas se habían encaramado a los vagones de carga del tren que llegaba a la frontera con EEUU- parecen no cansarse de divisar con ojos soñadores el punto donde se pierden las vías férreas, pese a que a algunos ya no les alcanzan los dedos de la mano para contar los días que llevan allí.
Cada vez son menos los que permanecen acampados en la comunidad aledaña de El Faisán esperando el ansiado arribo del tren con el que iban a iniciar su largo y trabajoso periplo hacia Estados Unidos. Algunos fueron repatriados por el Instituto Nacional de Migración (INM) mexicano y otros han preferido refugiarse en la selva. Los más atrevidos, sin embargo, continúan firmes sobre las vías del tren, aunque lamentan su situación y la de sus compañeros de viaje que dejaron atrás el «sueño americano» en días pasados.
«Ya no pudieron aguantar, ni las mujeres ni los niños», dice a Efe José Martínez, un guatemalteco «sin papeles» para el que regresar a su país no sólo significa un fracaso sino también volver a una realidad no muy diferente de la actual. «No estamos bien, por eso salimos de nuestra casa y dejamos todo, porque no hay ni para comer», agrega apesadumbrado.
Martínez, de unos 40 años, pretende reanudar el camino pronto aunque no pase el tren que le iba a conducir hasta el estado mexicano de Veracruz, también en el Golfo de México pero más al norte, y después del cual sólo le restará cruzar el Estado de Tamaulipas para alcanzar la frontera estadounidense.
La opción que le queda es conseguir alguno de los escasos vehículos que pasan por allí o lanzarse a una caminata de decenas de kilómetros hasta llegar a otro punto de la vía del tren donde el servicio funcione.
En El Faisán, una comunidad rural que vive de la agricultura y del comercio minorista que generan especialmente los aventureros llegados del sur, ya no queda mucho, pues la Policía Federal retiró en días pasados las casas que los improvisados nómadas construyeron con cartón, madera y plásticos, cerca de las vías.
Otro de ellos, el salvadoreño Miguel López, es uno de los más resistentes pues ya hace un mes que salió de su país y no se amedrenta pese a las dificultades. No sólo le duele no poder continuar el viaje en tren, sino también sus pies, llenos de ampollas y llagas, y especialmente las fotografías que guarda de las hijas que dejó con su madre. «Otros lo han logrado», asegura esperanzado al referirse a vecinos que están trabajando en EEUU, mientras permanece escondido de los agentes federales que coordinan el programa de repatriación voluntaria.
A sus 35 años, López confía en que tarde o temprano la Policía se marchará y en que el tren reanudará sus actividades.
Miles de historias
Las de Martínez y López son solamente un botón de muestra de las miles de historias trágicas que se cuentan en el lugar, desde el testimonio del que perdió a su hermano en 2006 al ser arrollado por el tren -también conocido como «el tren de los mutilados»- hasta el que vio cómo violaban a sus hermanas.
«La gente de los pueblos no se mete con nosotros, el peligro está de noche, cuando salen ésos que asaltan», relata Luis Sánchez, otro inmigrante.
Tabasco, con una población que supera los 2 millones de habitantes y con 260 kilómetros de frontera con Guatemala, recibe anualmente a casi 23.000 centroamericanos.
La empresa estadounidense Genesee & Wyoming, que hasta ahora operaba la ruta del tren Chiapas-Mayab, anunció en junio pasado la suspensión de actividades y la expulsión de unos 1.200 trabajadores. La compañía se declaró en bancarrota a raíz de que una de las rutas que operaba, que transcurría por el Estado mexicano de Chiapas, también limítrofe con Guatemala, fue arrasada por el huracán Stan en 2005.
El Gobierno de México anunció que en breve licitarán de nuevo el servicio ferroviario, pero hasta entonces el sueño de los inmigrantes se resquebraja día tras día en el remoto Tenosique.