«No le dejo un país cómodo para los dirigentes: dejo un país cómodo para el pueblo» dijo CFK ante la Asamblea Legislativa. Después de 12 años de gobierno kirchnerista, el 90% de los asalariados gana por debajo de la Canasta Familiar, y el 70% de los jubilados, la tercera parte. No parece una realidad muy […]
«No le dejo un país cómodo para los dirigentes: dejo un país cómodo para el pueblo» dijo CFK ante la Asamblea Legislativa. Después de 12 años de gobierno kirchnerista, el 90% de los asalariados gana por debajo de la Canasta Familiar, y el 70% de los jubilados, la tercera parte. No parece una realidad muy cómoda que digamos para ellos
En la infinitud de características que abarca la Humanidad en cada uno de sus componentes, es decir, en cada ser humano, la honestidad ideológica es una de las que más respeto despiertan. Cuando una persona hace lo que dice, les permite a los demás posicionarse ante sus hechos concretos, a favor o en contra. En la arena de la política esa virtud casi brilla por su ausencia, porque es costumbre subjetivar sobre las bondades de las propuestas. Por ejemplo, decirle a los trabajadores que van a vivir cada vez mejor bajo un régimen que enriquece a sus explotadores es una de las grandes mentiras del sistema capitalista. Los funcionarios reciben dádivas de los beneficiarios de sus políticas -los patrones- y mejoran sus niveles de vida en la función pública, mientras las mayorías populares se mantienen siempre en su realidad de necesidades sin satisfacer.
En Argentina se han sucedido gobiernos que han mentido sobre sus objetivos y sus logros, pero ninguno pergeñó una maquinaria tan aceitada para el engaño como el kirchnerismo, desde la Dictadura Genocida a esta parte, y tuvo tanto éxito. Porque si bien todos falsearon la verdad, ninguno se declaró -como lo hizo éste- el «gobierno de los trabajadores, de los DDHH y antiimperialista»… para hacer exactamente lo contrario.
La corriente pejotista que gobierna desde hace 12 años a la Argentina ha sabido elaborar un disfraz que muestra una cara que en la realidad no existe. La retórica se contradice con los hechos. Eso es lo que demostró, una vez más, el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso que CFK desarrolló el pasado 1 de marzo. El último de sus dos periodos.
La presidenta habló 3,30hs para describir el «país de las maravillas» que nos deja, que sólo existe en su mente y en la de sus cómplices y seguidores. Una larga exposición plagada de generalidades, falsedades y verdades a medias que redundan en mentiras completas. Ejemplo de ello es la mención que hizo sobre los salarios y las jubilaciones, «las más altas de Latinoamérica». Más allá de que esto sea cierto o no, sobre lo que realmente importa , que es la relación con la Canasta Familiar, se calló la boca. Será porque según el Indec intervenido desde hace 8 años por el kirchnerismo, el 90% de los asalariados en este país está por debajo de ella, y porque el 70% de los jubilados cobra la indignidad de $3800 ¿Y esta señora nos quiere hacer creer que eso es «justicia»?
Según la primer mandataria, hoy hay más escuelas y se reciben más alumnos, pero olvida decir que los pibes terminan la primaria apenas sabiendo leer y escribir, y sin saber interpretar lo que leen. Las escuelas, además, aún hoy mantienen problemas edilicios y de infraestructura, y para su funcionamiento diario deben ser mantenidas por cooperadoras de padres, porque el Estado brilla por su ausencia… Aunque este año destinen algún fondo urgido por las elecciones, una golondrina no hace verano. Además de todo esto, los salarios de los docentes están entre los más bajos en la clase trabajadora.
Las estadísticas sanitarias que maneja el gobierno son una «belleza», pero las ha elaborado bajo la dirección de Manzur, el mismo que las falseó en Tucumán. ¿Quién puede creerle? No quienes deban atenderse en el ámbito de la salud pública. Los hospitales funcionan gracias a la enorme profesionalidad de los trabajadores de salud, que deben lidiar con bajos salarios y la falta de recursos e insumos.
Esa concepción de falsear las cifras sacándolas de contexto que utiliza la presidenta, es la que utiliza para hablar del tema de la Deuda Pública sin que se la caiga la cara de vergüenza. El famoso «desendeudamiento» le costó al pueblo argentino 200 mil millones de dólares de una deuda que no debía, y cuyo origen, como se ha repetido hasta el hartazgo, fue fraudulento. El gobierno K pagó igual, a costa del sacrificio de las mayorías populares, a pesar de lo cual deja una deuda que supera los u$d200 mil millones más.
Los recursos estratégicos, olvidó decir CFK, los puso o los dejó este gobierno en manos de multinacionales, que son expresión cabal del imperialismo colonizador y saqueador. Es decir que en 12 años, el oficialismo no ha podido desarrollar instrumentos que evitaran la dependencia del país para extraer y elaborar su propia riqueza natural. Incluso la «defensa» de los derechos nacionales frente a aquéllas no le ha salido tan bien, pues por Aerolíneas, por ejemplo, terminó haciéndose cargo de la deuda de Marsans por 900 millones de dólares; y en la operación por la expropiación de YPF a Repsol, terminó comprometiendo un pago por el 51% de la empresa, un precio igual al total de su valor de mercado. Y eso, después del saqueo que llevaron a cabo.
En cuanto a los DDHH, la señora Kirchner nada dijo de la participación de Milani en la Dictadura Genocida, ni del carapintada Berni, ni del espía del Batallón 601 Gerardo Martínez durante el Proceso; todos cortesanos de su troupe, al igual que los asesinos de originarios Insfran, Closs, Fellner, Urtubey o el propio Capitanich. También se calló la boca sobre la criminalización de la protesta, sobre los más de 6000 procesados por luchar contra sus políticas de entrega y saqueo, sobre los injustamente condenados a perpetua, los trabajadores petroleros de Las Heras, sobre los presos políticos en Las Heras y corral de Bustos y sobre el Boli Lescano.
Nada de lo que declama la presidenta, entonces, se verifica en la realidad. El gobierno ya no puede echarle la culpa de sus horrores a los anteriores. El IVA sigue pagándolo, de la misma manera, tanto el humillado habitante de un asentamiento como el más rico de los empresarios. El impuesto al salario es una mancha que dejará marcada para siempre a la administración de los patagónicos. Los trenes «nacionales» se fabrican en China. En el gobierno liderado por una mujer a la que se considera «defensora» de los derechos de género, la discusión sobre el aborto brilla por su ausencia. Si hasta el hecho de tener que subsidiar a la pobreza después de más de una dékada de gobernar es una muestra de la injusticia social que se mantiene.
Sin embargo, millones de personas creen en lo que les dicen desde Balcarce 50. Muchos son los mismos a los que las políticas oficialistas condenan a la pobreza. Otros, militantes que no distinguen los dichos de los hechos, o no lo hacen por conveniencia. Son los que gritan «liberación» mientras aplauden la entrega de Vaca Muerta a Rockefeller, de territorio nacional a los chinos, las patentes de nuestros granos a Monsanto, la producción agropecuaria a Nidera, Cargill o Cofco, o los minerales a Barrik o Canadian. Eso, la tergiversación de los valores liberadores de nuestro pueblo en la consciencia de miles y miles de personas, es peor aún que la entrega misma. Porque ¿qué pueblo podrá liberarse si piensa que para ello debe entregarse a sus saqueadores?
Eso es lo que deja el kirchnerismo.
La señora de Kirchner y su difunto marido no dejan un país «cómodo» para las mayorías populares entonces. Dejan una sociedad cuyos valores se han degradado, casi al punto de la barbarie, donde los pobres pelean contra los pobres, incluso hasta llegar a linchamientos. Una sociedad donde los pobres son arriados como ganado, utilizados por organizaciones políticas que al hacerlo demuestran su calaña. Una sociedad donde las bandas, las patotas y el narcotráfico íntimamente ligados a la institucionalidad del sistema, amenazan a los honestos trabajadores. Una sociedad donde, según el último informe de la Junta Interna de trabajadores del Indec (febrero de 2015), un 25% de la población vive en la pobreza y el 5,5% en la indigencia. Dejan, en realidad, un país cuyo futuro estará jaqueado por el vaciamiento de recursos. Dejan un país dependiente del financiamiento y las inversiones externas, y con un endeudamiento aún mayor que el que ellos encontraron, pero ahora «legalizado» ante las naciones del mundo. Gran favor le ha hecho esta corriente política nefasta al Sistema Financiero del Imperialismo. Tal cual los cipayos.
El kirchnerismo está por terminar su etapa de la manera más indigna que podía esperarse. Se ha hecho cargo del país para recomponer la gobernabilidad del sistema burgués que había sido puesta en cuestión en las jornadas del estallido popular del 2001. La recompuso, haciéndole los deberes a los patrones locales y a los imperialistas. Y haciendo resucitar a la derecha más explícita, que había sido enterrada por el pueblo a principios del milenio. Ahora esa derecha lo sucederá, y accederá al gobierno caminando por la alfombra que la DéKada Arrasada le ha tendido.
La construcción de una verdadera alternativa liberadora para nuestro pueblo, que enfrente y rompa con las cadenas de la dependencia, el saqueo y la explotación, deberá surgir de las antípodas de la concepción kirchnerista. Y de la acción consciente de una nueva dirigencia surgida de la clase trabajadora, sin sectarismos, amplia, verdaderamente antiimperialista y anticapitalista.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.