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Crítica acompasada de El viento de la luna, de Antonio Muñoz Molina

Chaparrones en la luna

Fuentes: Rebelión

  Después de varias páginas liricáceas sobre el vuelo de las naves espaciales, nos encontramos con el auténtico Muñoz, que, en la primera línea de su relato, escribe escuchar por oír. Pág. 17.- Oportuna disertación del académico sobre sus calzoncillos y sus peludas piernas. Pág. 18-19.- Muñoz se autodescribe torpe e ignorante, pero a la […]

 

Después de varias páginas liricáceas sobre el vuelo de las naves espaciales, nos encontramos con el auténtico Muñoz, que, en la primera línea de su relato, escribe escuchar por oír. Pág. 17.- Oportuna disertación del académico sobre sus calzoncillos y sus peludas piernas.

Pág. 18-19.- Muñoz se autodescribe torpe e ignorante, pero a la vez se muestra tan minucioso conocedor de las naves y los vuelos espaciales, que se diría que ha copiado ad pedem litterae un folleto de la NASA.

Pág. 20.- El «novelista» hace publicidad de los relojes Omega.

Id.- Desde el principio, Muñoz ha estado llevando una política de comas más bien arbitraria. Hasta que, como cabía esperar, en un momento dado, uno se queda sin saber si es el papel de gasa el que envuelve el reloj con cuidado y misterio, o si es la tía predilecta de Muñoz la que separa el papel de esa manera. Qué será envolver con misterio, me preguntan los empaquetadores de Ikea, sin que yo pueda satisfacer su curiosidad.

Pág. 21.- Muñoz descubre que, una noche más, no le ha fallado su espermatorrea. Id.- Muñoz acude al confesionario a depositar su pesar por los involuntarios derrames. Id.- De nuevo confunde escuchar con oír.

A todo esto, ya nos hemos enterado de que la acción del rollo transcurre en Mágina, territorio mítico al cual, como bien dijo Rafael Reig, en memorable sentencia condenatoria del pluriderramante (El Cultural, 5-10-06), no tendría que haber recurrido el autor del bodrio (Cfr. Jesús Aller: Teoría del bodrio, Rebelión, 13-10-2006), pues «la doctrina es unánime en que sólo la necesidad de la fábula justifica dichos territorios; recurrir a Mágina para contar algo que hubiese podido pasar en Úbeda, no procede Pág. 22.- El académico califica de fornidos unos pasos en la escalera. Id.- «Repetir otra vez» es, sencillamente, «repetir», dilecto Muñoz. Entusiasta de los tropos, como ya sabemos sus seguidores, Muñoz dedica más de cuatro líneas a decir que se oculta de su abuelo como el animal del cazador, etc.

Durante varias páginas, Muñoz ha ido instruyéndonos acerca de la procedencia de esa pelusa rústica de la que aún no se ha desprendido.

Pág. 23.- Estar tumbado en la cama en calzoncillos es, para el verecundo Muñoz, algo que debe ocultarse. Lo mismo que el desorden de las sábanas tras una noche de sueño y eyaculaciones involuntarias. Id.- Muñoz confiesa al atónito lector que no se lava demasiado. Id.- Cuidadoso, nos informa también de que sus corrimientos son hacia el amarillo. Y de nuevo tropea: siente, al producirlos, «un sueño de turbia y pegajosa dulzura». Demasiado lirismo a mi ver para un tío que no se lava. Como lo que sigue: «una excitación tan intensa como el remordimiento anticipado que no llega a malograr del todo la delicia del primer espasmo». Id.- Afortunadamente, todo queda en familia: «a mi tía Lola le debo la primera emoción precoz de la belleza femenina». Lo que he subrayado no creo que sea coherente, académico. ¿Emoción de?

Si se considera lo hasta aquí comentado, los numerosos tópicos que contiene, se diría que Muñoz está tratando de dibujar el retrato prototípico del cateto español contemporáneo. Pág. 24.- «lluvia puntual». ¡Por tu madre, Muñoz!

Págs. 24 y ss.- Páginas de ese costumbrismo -neocostumbrismo- casposo y estomagante, que hoy prevalece en la novela española y que en algunos casos, como éste, se intenta disimular con alusiones más o menos convencionales a la conquista del espacio. Ya lo dice el refrán: «aunque Muñoz se vista de astronauta, mona se queda». Pág. 24.- Muñoz confiesa que ya en la niñez se quedó en el limbo. Id.- Muñoz describe una casa que no tiene ni un grifo, pero en la que él dispone de su mesa de estudio y de su ordenador avant la lettre.

Pág. 27.- Muñoz, como Marías, como Gala, como absolutamente todos los bestsellerados, tiene necesidad de poner el pronombre «yo» delante de todos los verbos en primera persona. Pág. 28.- «miraban con admiración».

Continúan, soporíferas, las descripciones neocostumbristas. Durante cinco páginas, se nos narra la instalación de una ducha. Es emocionante el momento en que Muñoz le acerca a su tío la escalera de mano. Si a alguien se le ocurre comparar este vertido de huecas palabras con cualquier página de uno de los grandes del siglo XX comprobará cuán bajos hemos caído.

Pág. 28, ant. y post. Los cuatro evangelistas juntos no dedicaron a la descripción de Jesús de Nazaret el número de páginas que Muñoz dedica a la de su tío Pedro en camiseta. En medio de la plasta, cosas como ésta: «sudaba en la ofuscación del sol de julio». Pág. 30.- En un arrebato de lirismo, Muñoz nos informa de que su tío, su padre y sus abuelos utilizan el mismo tipo de calzoncillos que él: unas especies de calzonazos, con perniles tan anchurosos, que por ellos se escapan ovalados y vellocinos. Id.- A Muñoz, dispuesto a poner pingueando las blancas y amplísimas calzas, le informan de que la costumbre es ducharse en porreta, no vestido, como él pretende.

Pág. 31.- Prolongando la descripción de una familia de catetos, Muñoz hace clamar a su abuela su temor de un accidente doméstico.

Id.- Por supuesto, se habla también de los cortes de digestión. No falta ningún tópico. Uno se pregunta si hay derecho a que a la Recherche proustiana y a esto se les llame igualmente novela.

Id.- Al agua de la ducha -¿qué ducha? ¿qué ducha va a ser? La ducha por antonomasia, la que describe el gran Muñoz en su novela Chaparrones en la luna– la califica el gran escritor de lluvia «desconcertante y gozosa» y, dos líneas después, de «benévola». Más adelante, de «suave y fría». Seguro que a Rafael Conte, Pozuelo Yvancos, José Belmonte, Ángel Basanta, Miguel Ángel Juristo, Sanz Villanueva, Darío Villanueva y demás astros del firmamento crítico hispano les ha recordado otras memorables instalaciones de duchas en Las uvas de la ira, El extranjero, La náusea, Contrapunto, Santuario, Manhattan Transfer, Heliópolis, etc. A mí, personalmente, lo que me recuerda es la altura intelectual de esos debates televisivos en que se discute sobre si la Pantoja se la pegó al Paquirri o si Polanco sale con Carmen Posadas. La España más vibrante, grande y libre.

3.-

Por lo que se va viendo, una vez más la propaganda editorial ha mentido al presentar ésta «novela» de costumbrismo ramplón, zaragatero y triste como una obra digna del tiempo en que se ha escrito.

El apartado, capítulo o como se llame tercero comienza suministrándonos Muñoz una información sin la cual difícilmente hubiésemos podido entender su weltanschauung: antes de bajar «hacia el mundo de ellos», según dice solemnemente, quizá para prepararnos para afrontar las mayores aventuras intelectuales, se pone «el pantalón largo, la camisa y las sandalias.» Establezco un premio en este momento, para quien encuentre alguna de estas tres prendas de vestir, mencionada en una novela de Scott Ftizgerald, Joyce, Bernanos, Pavese o cualquier otro de los grandes del siglo XX. Es una infamia lo que están haciendo los editores y los críticos. Los autores hacen lo que pueden, que es poquísimo. Págs. 34 y 35.- El contenido espiritual de ambas (sendas, diría Javier Marías), se podría calificar de costumbrismo charcutero. El Muñoz del tocino y los conejos se da la mano, en este pasaje memorable, con el Muñoz cosmonauta, que ve en los huevos -de las gallinas se entiende- una «forma tan precisa como una elipse planetaria» (supongo que quería decir como la de una elipse planetaria… Y tampoco. Sería «de una órbita elíptica planetaria).

Pág. 35.- Por muy tonta que sea una abuela, jamás supondría, como la de Muñoz, que su peludo nietecito «estaría mirando por el balcón para ver en el cielo a esos extranjeros que dicen que van a subir a la luna», añadiendo, para batir el record: «Ahora que es de día y la luna no se ve, ¿cómo encuentran el camino?» Si Muñoz no conoce la manera de pensar ni de hablar de la gente de su terruño natal, ¿cómo va a saber escribir una novela?

Id.- La explicación de mamá Muñoz es otro claro ejemplo de lo mismo: «Cómo lo van a encontrar, pues con esos aparatos que llevan. Son gente muy lista, que ha hecho muchos estudios». ¿Quién ha hablado o pensado así en este mundo, ni bajo las torturas inquisitoriales? ¿Qué crítico español se ha dado cuentan de la suprema gilipollinariez de estas frases marcianogiennenses?

Págs. 36 y ss.- La «novela que se ocupa de la aventura científica del Apolo XI» vuelve a perderse en las descripciones más bastas de las costumbres de la España de los calzoncillos de manga ancha, el franquismo, los seriales radiofónicos (se demora en dar noticias de Simplemente María), el consultorio de Elena Francis (varios ejemplos con comentarios abuelares que hacen llorar), las cartas de los oyentes, etc, etc., con comentarios de las dos viejas que cosen bajo la parra y del propio Muñoz que a mí, lo juro, me han hecho enrojecer. Se ve que Muñoz se pasaba las horas con la oreja pegada al aparato de radio, para adquirir los vastos conocimientos que su mamita le atribuye.

Afortunado él, Muñoz vive bajo un artesonado de estalactitas de morcillas, chorizos y tiras de tocino. Baroja hubiese dicho: «bajo aquellos signos de la bestialidad nacional, peroraba sobre la luna».

Pag. 38.- Muñoz se sabe de memoria todo cuanto dijo Jesús Hermida por la radio. Id.- Muñoz hace una serie de pronósticos acerca de las hazañas de los robots en el año 2000 y justo es decir que no da una en el clavo.

Pág. 39.- Su tío Carlos se asegura el acierto haciendo esta afirmación digna de Miguel Delibes: «Algún día las máquinas dominarán el mundo».

La forma en que explica que al pueblo van a llegar máquinas expendedoras de tabaco y pipas de girasol quiere ser ingenua, pero es tontorrona. E inútilmente extensa. Id.- Media página hablando de la burra del abuelo no es lo que uno esperaba encontrar en una novela en cuya cubierta aparece un astronauta. Id.- Muñoz se muestra más interesado en la burra de su abuelo que en el Apolo XI. En seis líneas, doce alusiones a la burra, cuyo atuendo describe prolijamente. Pág. 40.- Continúan las andanzas de la burra y el abuelo.

Id.- Comparación muñoztarra: «tan feliz como un monarca benévolo».

Pág. 41.- Siguen los tópicos. Se nos informa de que Muñoz estudia para perito mercantil. No daba para más. Págs. 42-43.- Muñoz no cesa de plantear problemas a sus lectores, para suscitar su interés. Ahora tiene que intervenir en la venta de unos quesos. Pág. 43.- Muñoz describe, con su prolijidad habitual, la llegada al pueblo del primer televisor.

Pág. 44.- Muñoz es invitado a ver la televisión. ¡Cuánto tópico, Dios! ¡Cuántas cosas archisabidas! ¡Qué poco interés tiene todo esto! No es de admirar que, a estas alturas, el editor ofrezca premios para los lectores que lleguen al final del libro. Pág. 45, ant. y ss. Lo que Muñoz cuenta sin gracia en estas páginas lo saben todos los españoles, portugueses y andorranos de más de veinte años. ¿Para quién lo cuenta? ¿A quién le importa? ¿A quién le importa que Baltasar y su mujer, los dueños de la tele, no hubiesen tenido hijos? Esto no es ni una mala novela: es un adoquín. Pág. 45-46.- Enumera sin más todos los programas que ve. Pág. 46.- Enumera también los argumentos de todas las películas que vio. Id.- Habría que tener una gracia de la que carece totalmente Muñoz para sacarle algún partido a este emplasto.

Pág. 47.- Los personajes de Muñoz no saben lo que es un micrófono. Algunos, creen que el busto parlante del televisor oye lo que ellos dicen. (Qué vergüenza señores Basanta, Juristo, Conte, Sanz Villanueva, Darío Villanueva, Goñi, Echevarría, Pozuelo Yvancos, Belmonte, Mainer, etc. -qué vergüenza, que ustedes den el visto bueno a esto y hasta digan que ratifica las dotes del autor, infradotado por definición).

Pág. 48.- Sigue hurgando el gran escritor en la España profunda. «Baltasar bostezaba […] se ponía de costado y se tiraba un pedo brutal». El adjetivo es otro pedo. ¿Brutal una ventosidad, por muy ruidosa que fuese? Aunque el Muñorri es más experto que yo en cuescos y otros suspiros.

Págs. 48-49.- Otra larga media página para decir cómo se apaga un televisor. El lector se frota las manos a la espera de que lo enciendan de nuevo.

4.-

Págs. 51-52.- El Baltasar, el que convertía a Muñoz y familia en televidentes de gorra, está a punto de diñarla. Tal vez sea para alegrarse, si con eso se acaban las sesiones.

Pág. 52.- El antaño pedorro, hogaño escala puestos y huele a heces, aroma que se confunde con «la claridad cegadora de julio».

Id.- Una información de tres cuartos de página sobre las costumbre del vecindario de Muñoz de dejar las puertas abiertas o cerradas, según la hora y la temperatura ambiente. Es de lo que uno esperaba enterarse antes del alunizaje.

Id.- La puerta del moribundo, se nos informa, es más pesada que la de los Muñoces. Bueno es saberlo. Por si uno decide escapar del libro.

Id.- «También los golpes del reloj que hay en la pared [de la casa de Baltasar] suenan más profundos que en nuestra casa.» Querido Muñoz, esto es para acomplejarse. Págs. 53-54.- Más descripciones tópicas sobre pueblerineces que no interesan a nadie. ¡Que los lectores españoles crean, con la ayuda de la crítica comprada y el marketing, que así tiene que ser una novela es un delito.

Pág.- Y más tópicos: la sobrina huérfana acogida «para tener una criada y hasta una esclava sin pagar un salario». ¡Menos mal que los salvan los agudos comentarios de Muñoz! Pág. 55.- Para asombro del mundo, transcribe la lección de su Geografía escolar sobre la luna.

Id.- Descripción magistral del ambiente en una novela de Muñoz, como otrora en las de Cela, Umbral, Maruja Torres y otros mediáticos que no usan Caspolén: «En la sala donde está Baltasar […] hay un olor a retrete y a cuadra, a orines rancios: también a pies, a aceite y a queso». Literariamente, está en los años 40, en la España pobretona de la posguerra.

Id.- Muñoz pretende que creamos que en la cápsula espacial huele igual.

Pág. 56.- Más olores, para adornar la lujosa escena: «me acerco al olor a palominos, la respiración, el sudor viejo, el aliento podrido». ¡Nos vas a echar del libro, Muñoz!. Id.- Para completar el ambiente, allí, en la habitación mortuoria, hay dos fulanos con blusón de quesero pesando chacina.

Págs. 56-57.- ¡Lo que importará en los fúnebres momentos del óbito baltasareño el color del pelo, el atuendo, el pañuelo, el perfume y la resistencia al calor del médico! El médico es un progre, que ya intuía los editoriales de El País. Págs. 57-59.- Las palabras de Baltasar repiten tópicos contenidos en todas las novelas malas del mundo. Eso sí, las corona con un original «el muerto al hoyo y el vivo al bollo.» El morituri sigue expeliendo olores desagradables. Esto se está poniendo imposible, porque, además de oler mal, Baltasar muge y dice tacos. Págs. 59-60. Si un escritor consciente de sus sagrados deberes intenta dibujar, como Muñoz en estas páginas, la figura de un avaro, y se acuerda de Moliére y de Balzac, se autodecapita y, después, se compra una gorra a cuadros.

Muñoz tiene un emocionado recuerdo para los doctores Barnard y Villaverde. Pág. 62.- La sobrina del diñando revela al médico la vocación oculta de Muñoz: «quiere ser astronauta». (Como mínimo, se tendría que afeitar las piernas y aprender a hablar).

Id.- El médico se ve que frecuenta los folletos de la Nasa tanto como Muñoz. Pág. 62-63.- La catetez que se atribuye Muñoz a sí mismo y atribuye a los demás personajes resulta ofensiva para la muy noble e histórica ciudad de Úbeda. Pág. 63.- Sentencia de Muñoz, típica del progre que es: «las sotanas y el conocimiento racional son incompatibles». ¡Díselo a Gracián, gilipollas! ¡O a Vitoria y los fundadores de la Escuela de Derecho Internacional! ¡O a Teilhard de Chardin! ¡O a mí!, que me eduqué en El Palmar de Troya!

Id.- La crítica que hace el médico progre, portavoz de Muñoz, en plan casino de pueblo, hace pensar en Pérez de Ayala, en Blasco Ibáñez, en Mauriac, en Joyce, y entran ganas de pedirle que se calle. Muñoz, para criticar el cristianismo, hay que hacerlo como Deschner, Swinburne o Alan Watts, no digamos, como Nietzsche, o se dedica uno a la filatelia. Pág. 64 Todo esto y lo que antecede y lo que sigue es tosco por previsible, por tópico, manido, vulgar, ridículo… Págs 64-65.- Continua este peludo de piernas y de cerebro abasteciéndose de recortes de prensa, para transcribirlos tal cual, sin hacerlo carne de relato.

5.-

Pág. 66.- Muñoz sigue sin saber por qué se corre ni qué es lo corrido, pero sí sabe que forma parte de «un pecado contra la pureza». Todavía peor, novelísticamente hablando, la descripción de sus vellos rizosos, sus sobacos, sus olores, sus hedores, sus barrillos, su entrecejo peludo, en fin, su vuelta, como él mismo dice, «al estado simiesco». ¡Un horror!

Págs. 66-67.- Dos páginas para describir, de la manera más elemental y pedestre, las transformaciones de la pubertad. Te diré una cosa, Muñoz. Un escritor es un tipo que dice lo que todos piensan, pero de otra manera. Y que lo puede hacer porque ve más, huele más, palpa más, siente más que las demás personas. Decir lo que todo el mundo sabe sobre el acné, el inicio del crecimiento de la barba, el cambio de voz etcétera no merece la pena o es una tontería.

Págs. 67-68.- Ahora lo mismo con una clase de gimnasia.

Págs. 68-69.- Muñoz se ridiculiza a sí mismo para hacer reír al lector. Lo hace gemir y rechinar los dientes..

Me salto varias páginas de descripciones de costumbrismo casposo en un mercado, las tiendas, las callejas del poblachón, etc.

Pág. 71.- ¿Se puede calificar una venganza de suntuosa, académico?

Id.- La defensa del ateísmo por parte de Muñoz es de lo mejor del libro. Lo más profundo y convincente que dice es. «Dios no existe». No olvidemos que Muñoz es un intelectual. Pág. 72.- El Muñoz darwinista, pues también entiende de eso, le dice a su hermana: «los seres humanos descienden de los monos». ¡Lo que se aprende leyendo a Muñoz!».

6.-

Es tal despropósito esta presunta novela, que el narrador lo mismo se pone a sí mismo de patán e ignorante, que empieza a hablar de la Vía Láctea, que él ignora que es el «otro lado» de nuestra galaxia, de Darwin, Lutero, Galileo o Newton. Para decir simplezas de ésas que vienen al dorso de las hojitas de los almanaques de los salesianos.

Pág. 74.- Disparata sobre teología como antes ha disparatado sobre todo lo demás. Págs. 74-75.- Quien escribe es ateo por la gracia de Dios, pero estudió con los salesianos y tiene que decir que no son como, en una supuesta crítica digna de una discusión de rebotica, los caricaturiza Muñoz. En los años de la guerra practicaban ya un método de enseñanza muy avanzado. Ya lo dije: la crítica o es seria o es autodefinitoria de un besugo.

¡Es imperdonable que este desdichado dedique media docena de páginas a transcribir otras tantas de un libro de divulgación!

Una declaración de principios -y se verá que discrepo de los críticos literarios españoles: 1.- toda crítica debe ser crítica comparada. 2.- los valores literarios son absolutos, no hay valores relativos. Dicho esto, suplico: compárense esta patalallanada de un analfabeto, con las digresiones científicas de Thomas Mann, Aldous Huxley, Hermann Hesse, Olaf Stapledon … Esta «novela» refleja -¡otra más- la España del cocido y los calcetines con zancajos, la España del chuzo, el botijo, la pelliza y la boina; la España que no es Europa

¿Hasta cuándo el realismo «tradicional español»? ¿Hasta cuándo el costumbrismo? ¿Cuándo se les va a exigir a los escritores españoles que sean cultos, que sean universales, que se apoyen en una teoría de la novela, una teoría del conocimiento y una concepción del mundo?

Toda la «información» que facilita Muñoz, dicho queda que tomada de folletos de divulgación, es para colmo posterior a la de la época en que alunizó el Apolo XI. Son del año en que él tuvo la mala ocurrencia de escribir este libro.

Pág. 79.- Muñoz ya tiene televisor. Nos congratulamos.

¿No comparan los críticos españoles los intereses filosóficos, sociológicos, antropológicos, etc. de nuestros bestsellerados con los de los europeos? A lo mejor descubrían algo si lo hiciesen.

Pág. 81.- No es de extrañar que los que creen que los presentadores de televisión oyen crean que los pavos hablan. Así es, según Muñoz.

Págs. 82-83.- Más información -sobre Venus, sobre Júpiter, etc.- acerca de lo que cualquier persona medianamente informada sabe.

Pág. 84.- Muñoz hace cábalas sobre los viajes espaciales del futuro, repitiendo, sin citar al autor, el argumento de un conocido relato de Brian W. Adliss, La generación de la gran esperanza. En un relato así deberían descubrir los castizoplastas españoles lo que es la verdadera literatura. Adliss, al tiempo de contar, de manera amena, el viaje de una gran nave en la que se suceden las generaciones y en la que se conserva un inmemorial paisaje al óleo de la Tierra, plantea como si nada una teoría del surgimiento de las religiones. (Si no ha copiado a Adliss, ha podido plagiar a otros. El de las «Naves Generacionales» es un tema recurrente en la ciencia ficción. Véanse, por ejemplo, Universo, de Robert Heinlein; Nave de sombras, de Fritz Leiber; Promised Land, de Brian Stableford; Rogue Ship, de A. E. Van Vogt, etc.)

Pág.85.- ¡Cómo se iba a olvidar Muñoz del ciego vendedor de cupones! Con razón se ha dicho que una de las características de la generación de Muñoz es el cosmopolitismo. Págs. 86 y ss. Más transcripciones de recortes de periódicos. Muñoz no saca ninguna consecuencia, ni filosófica, ni sociológica ni literaria del hecho de que el año que evoca se iniciase la era de los viajes espaciales. Pág. 88.- Como si me hubiese oído, Muñoz describe la sociedad en la que se forjó su welstanchauung: ciegos, cojos, mancos, picados de viruelas, tontos de baba, borrachos, tiñosos, analfabetos… ¡Allons enfants de la patrie! Con Muñoz al frente. (Un día, en el Café Gijón, en presencia de Manuel Díez Crespo, me dijo Ignacio Aldecoa: «A ver cuando el protagonista de una novela española es hijo de un catedrático». En los años sesenta, a los miembros del grupo de la novela metafísica o del realismo total nos consideraron insolidarios, porque no merendábamos, como Cela y Umbral, un chusco con un cacho de tocino y unos tragos de vino, directamente del porrón.

Pág. 89 y ss.- El lector que quiera vibrar con la apasionante descripción de una clase de Muñoz con un profesor cegato, por causa de dos cataratas como dos ensaimadas, busque estas páginas irrepetibles. Pág. 89.- El académico Muñoz escribe estólidamente por estoicamente. Págs. 89-90.- Muñoz se anticipa, ex eventu, a los problemas del acoso escolar. Para iluminarnos, naturalmente. Pág. 90.- Muñoz teme ser acosado y le tiemblan las peludas piernas.

Id.- ¡Sublime! El Réprobo (sic), «ocupa la última banca de la clase, el rincón oscuro del fondo, donde el efecto de la autoridad del profesor es ya muy débil, como la radiación del sol en la órbita de Plutón«. Lo subrayado, que, me consta, creyó Muñoz un hallazgo, constituye, de hecho, una chorrada memorable.

Id.- El Réprobo «tiene perfecta constancia» (no, académico: «es perfectamente consciente») «de que va a condenarse, de que su carne va a arder durante toda la eternidad en las llamas del infierno». Otra chorrada. Esta ¿novela? viejuela, que exhibe en la cubierta un astronauta, en vez de hablar de los cráteres de la luna dedica una página a los granos de la cara del Réprobo.

Pág. 91.- Entre digresiones costumbristas inacabables, Muñoz, que durante varias páginas nos ha dicho que el Réprobo es un auténtico burro, que ocupa la banca de los «casos perdidos», que él mismo tiene «la perfecta constancia» (la convicción, académico) «de que va a suspender todas las asignaturas», en la página siguiente nos informa de que es partidario de «toda forma de depravación moral y de subversión política», recibe y lee Mundo Obrero y Playboy y ha leído el Manifiesto comunista, El libro rojo de Mao, Mein Kampf (en alemán), El origen de las especies y las obras selectas del Marqués de Sade, Oscar Wilde y Juan Luis Cebrián. (Lo que el Muñoz cree que son lecturas revolucionarias, según otro prospecto). Fíjate, lector crecientemente mosca, Muñoz escribe: «y una revista de mujeres desnudas que se llama Playboy». Recurso de mal novelista: con ese «se llama» quiere indicar un distanciamiento, quiere decir que él, el casto Muñoz, no está familiarizado con ella, pero produce el efecto contrario. El lector percibe que Muñoz la utiliza para hacer sus solitarios. También escribe que el Réprobo recibe «con puntualidad» (¿y él que sabe?) «los números más recientes de Mundo Obrero«. Si estaba suscrito, ¿cuáles iba a recibir, Muñoz? ¿Los de la guerra del catorce?

Id.- Para acentuar el color local, como buen costumbrista, lejos de universalismos desaconsejables, Muñoz introduce unos versos de Rilke: «Juan, sígueme, / vámonos de putas, / Juan, sígueme, / vámonos de putas, / Juan, sígueme, vámonos de putas / que hoy pago yo…«

Id.- Para más detalles: el revolucionario se hace una paja mirando la Venus de Milo. Pág. 92.- El zoquete canta canciones de los Rolling Stones, de Blood, Sweat &Tears y Manolo Escobar. Y sueña con que le hagan pajas.

Id.- El profesor, don Basilio, es otro gentleman oriundo de la Españeta: «tiene un pesado aire clerical […] con la corbata torcida, con caspa en los hombros y churretones de huevos fritos o de café con leche en las solapas o en la camisa […] A veces también lleva la bragueta abierta y una mancha de orines a lo largo del pantalón…» Con lo ya dicho y esto, se quitan las ganas de ir al pueblo de Muñoz. Pag. 93.- Es graciosísimo cómo los gamberros de la clase consiguen que el maestro cegato se dé con el pico de un pupitre en el pelotal.

Págs. 93-94.- Muñoz filosofa sobre la realidad con unas consideraciones tan elementales que producen espasmos primaverales al lector. Pág. 94.- Muñoz copia otro opúsculo -página y media- sobre los sentidos de los animales. Pág. 95.- Nos enteramos de cómo duermen los allegados de Muñoz.

7.-

Pág. 97.- ¡En tu pueblo no había ninguna librería, Muñoz! Y menos que vendiera novelas de ciencia ficción en los años 40. Cuando a Muñoz le conviene, en su pueblo no hay de nada. Otras veces, hay de todo.

Pág. 98.- Muñoz se confiesa voyeur y «codicioso clandestino». Y admite ser un onanista diario e independiente de la mañana. Como al principio de la viejela, «me despierto con el frío y la humedad de una eyaculación». ¡Qué horror! ¡Esta novela no es apta para menores!

Pág. 99.- Enumera Muñoz las causas de sus orgasmos nocturnos y más bien parece que estuviese enumerando los misterios del rosario.

Págs. 100 y ss. Salvo algunas alusiones más bien simplonas al viaje del Apolo XI, sin sacar la menor conclusión respecto al mundo ni a la historia en que se produce, el resto del libro es la pobre autobiografía de alguien -el propio Muñoz- que no ha vivido nada interesante. Más aún: que no es interesante en sí mismo, por lo que no lo sería ni habiendo nacido en Atlantic City.

Pág. 101.- En esta página, presenta a sus familiares muy distintos a como los ha presentado hasta ahora.

¡Dios de los cielos y de las nieves perpetuas! Si en este mismo mundo se han escrito Contrapunto, El juego de los abalorios, Doctor Faustus, El revés de la trama, Heliópolis, Ritual en la oscuridad, ¿cómo se puede festejar este bodrio irredento en el que, página tras página, el desdichado autor nos habla de pizarrines, cuadernos con pastas de hule, regalos modestos de los Reyes Magos, derrames nocturnos y otras chorradas que no le interesarán ni a su reverenda madre? ¿De qué escala para medir los valores literarios disponen los señores Jordi Gracia, Pozuelo Yvancos, Rodríguez Rivero y sus epígonos de provincias?

Pág. 103.- Hablando en presente, esto es, refiriéndose al año en que escribe esta viejela, 2006, Muñoz confiesa: «Yo no he visto nunca a una mujer desnuda». ¿Habrá que creer a quienes dicen que doña Elvira duerme vestida de buzo? La «calentura sexual» de Muñoz sigue presente en el relato.

Pág. 104.- Sigue autodefiniéndose como voyeur. Id.- Por lo que cuenta, Muñoz se empalma por nada. Pág. 104-105.- Penosas. Véalas el lector que quiera tener motivos para compadecerse de este pueblerino que está a punto de obtener un título nobiliario -barón de Muñoz- de la monarquía cocotera.

Págs. 105-106.- Apenas llega al corral de su casa, oliendo todavía a chorruno, Muñoz corre hacia «la caseta del retrete». Va a masturbarse, porque le ha visto el pecho a una gitana que amamantaba a su churumbel. Pero antes se siente obligado, como buen costumbrista, a contarnos -más de una página- cómo se construyó la caseta del retrete y qué rústicos elementos la constituyen.

Págs. 106-107.- Si hemos de creer su propio testimonio, Muñoz se corre con cierta facilidad.

Después de demorarse en la narración de una de sus pegajosas masturbaciones, ésta y las siguientes páginas se las pasa Muñoz, para deleite de sus panegiristas, sentado en el retrete, contando de qué trata El mono desnudo, de Desmond Morris, describiendo el olor de su semen, sin olvidar una mención irreverente a la espléndida creación de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del doctor Jeckill y mister Hyde. Si a esta sonrojante viejela la considera muy buena Pozuelo Yvancos y magistral don Jordi Gracia, ¿qué considerarán estas personas que son Santuario, La granja de los animales, La hora veinticinco o Dios ha nacido en el exilio?

Pág. 108.- Toda ella, para decirle al lector -que lo esperaba ansioso- cómo se mallimpia del producto pegajoso de su placer solitario y qué supone que están haciendo en ese momento, uno a uno, todos sus familiares. Pág. 109.- Nueva muestra -costumbrismo en estado de buena esperanza para los críticos- de cantares y decires frutos del ingenio pueblerino. Págs. 109-110.- Un guiño de lo más inoportuno a Stephen Hawking. Enumeración exhaustiva de las faenas agrícolas. Pág. 111.- Muñoz se mea en sus propias manos por consejo paterno. Págs. 112-113.- ¡Dos páginas! describiendo las manos de su progenitor y lo que hacen. Págs. 114-115. Como buen padre, el de de Muñoz no quiere que su hijo prospere ni se eduque, sino que se desengañe de los libros y se convierta en una persona normal.

Lo diré más veces: esto es lo que los críticos quieren que los lectores tomen por una auténtica novela.

8.-

Págs. 116 y ss.- Ahora toca enumerar las faenas de la madre y de la hermana en la cocina. Apasionante y de lo más instructivo.

Págs. 117-118.- Muñoz cuenta al lector todo lo que pasa de higo a breva. Aconseja al leyendo no beber agua con el melón.

Pág. 118.- Severa diatriba de Muñoz contra los hombres del tiempo.

Pág. 119.- Escena familiar, prolijamente narrada, con interesante información incluida: «es la sobrina la que le limpia la mierda». Mierda a la que vienen a sumarse los mocos de la hermana de Muñoz. Pág. 120.- El moribundo, que ya apesta a cadáver, le mete mano a la enfermera cuando se le acerca.

Págs. 120 y ss.- Conversación familiar sobre diversas nadas, en la que se leen alpargatas como aquesta: «muy mal habrá tenido que verse para llamar a un médico que estuvo con los rojos, siendo él tan falangista». Si hubiese una forma más simplona de decir las cosas, seguro que Muñoz la hubiese empleado. Sus ironías sobre el franquismo, penosas. Y es que juzga la guerra civil con su pobre mentalidad de hoy. Aplica a quienes relatan por televisión el alunizaje su ironía de retrasado mental diplomado. ¿Qué interés puede tener Muñoz en mostrarse -por medio de su hermana- peludo en piernas, torso y sobacos? Es la enésima vez que lo menciona. Págs.124-125.- La tan costumbrista como exhaustiva relación de cómo comen los Muñoz levanta el estómago al leyendo delicado. La crítica española en pleno la agradece.

Págs. 126 y ss.- Muñoz se quiere mostrar intelectual entre tanto cateto, con el resultado opuesto. Después del conejo mordido, destripado, chupado y festejado, le toca el turno a la sandía. Despotricar contra los libros es la conclusión conveniente. No falta en ella la exaltación del botijo frente a las dañinas neveras Pág. 129.- La pesca por Muñoz de una sandía que se refresca en el pozo constituye, por contraste, una escena trepidante. Ya que nadie ha podido impedir la publicación de esta sarta de vaciedades, al menos podían habernos ahorrado todas estas páginas. Pág. 131:- Muñoz experimenta la tentación de explicar a su parentela, sandía en mano, la Ley de la gravitación universal. Se la explica al sufrido leyendo, transcribiendo páginas de un manual, adornadas con coplejas del acervo folcklórico popular: «Al sol le llaman Lorenzo y a la luna Catalina…, etc. Una gozada para nuestros críticos. Pág. 133.- El abuelo prefiere comerse la sandía a imaginarla como la tierra en el espacio. Lo mismo que le pasa a la hermana, respecto a la luna, con el melocotón. Págs. 133-134.- Muñoz padre desgrana todos los tópicos que, en años posteriores al de la acción de la «novela», han desgranado los terrícolas ignorantes.

9.-

Pág. 137. – «Como esas criaturas invasoras y blandas de las películas de ciencia ficción…» Muñoz ya ha hecho una comparación semejante – «como en las películas de ciencia ficción»- ene veces. ¡Pero si, en aquella época, la única película de ciencia ficción que se había exhibido era Anacleto se divorcia!

Pág. 138.- Yo, por lo menos, lo estaba echando de menos. Vuelven a primer plano la peludas piernas de Muñoz, sus amplísimos calzoncillos de astronauta, sus erecciones matinales, sus eyaculaciones nocturnas. Id.- Didáctica enumeración de las tareas domésticas de la madre. Id.- Para compensar, relación de las tareas del padre. Discusiones de los padres a silenciazo limpio. Muñoz es un rebelde. Lo que cabía esperar con un padre al que «no le gustan los curas». Ni siquiera el cura progre que da clases de geografía a Muñoz.

Pág. 140.- Se nota que el cura es progre en que va al mercado y en que se interesa por el cultivo de las berenjenas y la jornada de trabajo de los aceituneros.

Pág. 141.- Presunta crítica de la Acción Católica, más de andar por casa que una fregona. Los críticos españoles que han alabado esto ¿han leído a Huxley, a Camus, a Gunter Grass, a Sartre?

Pág. 143.- En medio de unas mostrencas disquisiciones sobre la fe de todos y las masturbaciones suyas, Muñoz introduce de golpe el problema del mal pero no con el talento de Camus, sino a su manera de aceitunero frustrado. Leibnitz se removería en su tumba.

Pág. 144.- Muñoz, que se autodescribe como un patán ignorante que no entiende nada de lo que lee en los libros, desparrama por estas páginas todos los tópicos actualmente en el mercado respecto a la existencia de Dios, el pecado, el Infierno, la interpretación de la Biblia, etc. que ha ido acumulando durante los años que van entre la época en que se desarrolla su superficial relato y aquélla en que lo ha escrito, en conversaciones con sus pares y su santa esposa.

Pág. 145.- Cada vez que lee unas líneas de El mono desnudo, con «sus excitantes descripciones zoológicas de los cuerpos masculino y femenino», Muñoz tiene que ir corriendo al retrete a tocar la zambomba con su perindolo.

Pág.147 y ss.- Menos mal que, a través de varias páginas, nos enteramos de cómo es el itinerario desde la casa de Muñoz hasta el colegio, si no, nos perdemos. He señalado muchas veces que una de las características que hermanan a los bestsellerados del sistema es la de hablar por hablar, para llenar páginas.

En su crítica a este libro, el profesor Ricardo Senabre señalaba que todas las descripciones relativas al colegio son tópicas. Ante ellas, «se tiene la impresión de lo déja vu«, escribía en El Cultural del 14-9-06. La verdad es que no hay pasaje en esta «novela» en que el tópico no tenga su asiento ni la vulgaridad su habitación..

Pág. 150.- Hasta el padre Director supone Muñoz que percibe -cuatro líneas para describir las fosas nasales directoriales- el olor «de las secreciones recientes y mal lavadas». No sólo costumbrismo, costumbrismo casposo y guarrindongo, peor que el de Cela. Pero ¿se conforma Muñoz con esta alusión a la mugre? ¡Nol! Alude también a «el sebo capilar y las ingles y axilas poco ventiladas, los olores agrios de una masculinidad en erupción», etc.

Pág. 152.- Muñoz, menos mal, introduce un detalle poético: «Gregorio, el alumno que se sienta delante de mí, le tiene tanto miedo al director que nada más oírse sus pasos viniendo por el corredor hacia el aula ya se le descompone el cuerpo y empieza a tirarse unos pedos silenciosos y fétidos…». Realismo tradicional español, llaman a esto los críticos. Id.- «Caras con granos» […] «olores de higiene imperfecta»… ¿Otra vez?, ¿No te cansas, Muñoz?

Págs. 152-153.- «los intestinos trastornados del pobre Gregorio, que deja escapar gases tan sin poder contenerse como el día en que se meó en la tarima…» La falta absoluta de sentido del humor en los libros de Muñoz es la propia de los solemnes, los cenizos, los mediocres y los loco-tontos pacíficos.

Muñoz dice pertenecer a la raza mora, vieja amiga del sol, y preferir el turbante al shampoo. Páginas y páginas llenas con la visita, sin ningún interés, del Director a la clase. ¡Y que el marketing de Alfaguara y la sumisión de la crítica sitúen esta mojama de aburrimiento entre los libros más vendidos!

Pág. 156.- ¿Que Muñoz no fantasea? El salesiano, que tiene en su mesa una foto del Che Guevara, le promete prestarle El hombre rebelde, de Camus. ¡Ni que se tratara de don Jesús Aguirre q.e.p.d.!

Pág. 157.- Ante una cita del cura -«muchos son los llamados y poco los elegidos»- Muñoz, brindándosela a Savater, hace una pregunta -¿y por qué unos sí y otros no? ¿Dios tiene preferencias?- que, aparte de ser tópica, no le pega nada al personaje en que se encarna tal y como lo ha descrito hasta ahora. El caso es que, cuando más profundo quiere parecer, más hueco resulta. Lo que sigue a la primera vaciedad teológica produce lástima y sonrojo por delegación. Léase este diálogo muñóznico y compárese con los de La montaña mágica o los de La peste. Id.- «La impaciencia de irme», no, académico. La impaciencia por irme.

Pág. 158.- Quien se acerca a la ventana es el tonsurado, pero es Muñoz, desde la mesa, quien ve lo que pasa fuera. Pág. 159.- Los comentarios del académico sobre Camus y Nietzsche resultan penosos a una persona medianamente culta. Menos mal que, eso sí, sabe introducir un elemento dramático: teme adquirir la sífilis «de hacerme pajas sin descanso». Ahora, dedica media página al evolucionismo. (A Muñoz le pasa con sus pajas, como a Almudena Grandes con sus culos y sus pollas: creen que figuran en la declación de los derechos del hombre. Id.- Lo que hace el cura creyente para contradecir a Muñoz es decir lo contrario a lo que dice Muñoz, quien interpreta el Génesis como no lo interpreta ningún exegeta serio desde Reimarus: piadosamente.

Pág. 160.- No hay derecho, Muñoz, a que nos vengas transcribiendo, de una enciclopedia grado medio, cuatro ideas sobre el darwinismo. Y otras cuatro sobre la interpretación de la Biblia, que causan llanto y crujir de dientes.

Pág. 161.- Ahora es al gran antropólogo Pierre Teillhard de Chardin al que le toca ser demolido. ¡Muñoz! Fiel a tu doctrina de que las novelas no deben decir nada importante, ¿por qué te metes en varas de once camisas que no te cubren el trasero? Id.- Fiel a su sencillez salesiana, Muñoz no dice nada que no sepa ya todo el mundo. ¡Ahora los dinosaurios!

10.-

Pág. 162.- Última del chapitre. Demasiado. Si alguien que haya leído esto, lo compara con Un mundo feliz, El tiempo debe detenerse o Contrapunto y no pide la excedencia, es que es más patriota que el coronel Tejero.

Pág. 163.- Transcripción de otra octavilla, o de un editorial de «Arriba».

Pág.. 164.- Expresamente, Muñoz confiesa -nosotros lo sabíamos- que un artículo de Singladura, el periódico de la Cadena del Movimiento, le interesa más que la literatura. Demuestra desconocer -no vendría en la octavilla- la teoría de los canales de Schiaparelli. Pág. 166.- Resulta delictivo. Muñoz reitera la lista de sus tópicas lecturas y transcribe, de las «páginas de ciencia» de un TBO, algunas vaguedades sobre paleontología. Es contradictorio: si sus lecturas predilectas eran Verne y Wells, ¿cómo ha venido a desembocar en la berza? Llena dos páginas contando un cuento. Pág. 169.- De vez en cuando, Muñoz, a quien no se le ocurre nada que decir ¡sobre el primer viaje a la luna!, echa a correr hacia el retrete, para por enésima vez meneársela.

Pág. 170.- ¡Muñoz! Ni Mónica Vitti ni Julie Christie, y mucho menos Faye Dunaway, son de tus tiempos de pajillero. Siguen páginas de descripción de la vida pueblerina, de la que sólo hubiese sacado partido literario un verdadero escritor, no un cronista de mente aldeana. ¿Sabes, lector, que los García Posada, Sanz Villanueva, Mainer, Basanta, Pozuelo Yvancos, etc. consideran principalísima característica del grupo literario de Muñoz, Grandes, etc. el cosmopolitismo? En estas páginas, lo ejemplifica Muñoz describiendo con soporífero detalle sus no muy concienzudas abluciones y su imperfecto acicalado. En la página 173, crítica, más bien pedestre, de la sociedad, al estilo de los columnistas de El País, que aún no había salido. Muñoz se autorretrata como un progre y se expresa a base de tópicos: pobres aborregados, burgueses egoístas, empresarios avaros, salesianos hipócritas, muñoces de izquierdas de toda la vida… Otro paseo de Muñoz, que nada pinta, como tantas cosas, en la economía del relato, detallado hasta el cansancio… ¿Para qué? Esta gente ¿no lee a los grandes? ¿No se autocritica? Menos mal que nos enteramos de que en la calle Real estaba la barbería de Pepe Morillo, si hemos de creer a Muñoz en extremo tan delicado.

Antes de finalizar el capítulo, nos tenemos que tragar la novela de Verne que nos cuenta Muñoz y la película a cuya proyección asiste. Después, como no podía ser menos, Muñoz echa a correr hacia la caseta del retrete, para masturbarse una vez más.

11.-

Ni hace literatura, ni hace sociología, ni lleva a cabo una crítica de la España del franquismo ni saca ninguna conclusión del hecho de que el hombre ponga por primera vez sus plantas en otro cuerpo celeste. Sólo cuenta tópicas vulgaridades de unos pueblerinos en su pueblo. Pues bien, el día que redacto estos párrafos, ya está la viejela (lo contrario de novela) muñozrrana en la lista de libros más vendidos. Merced al marketing, la publicidad, la desvergüenza de la mayoría de los críticos y de todos los esbirros del grupo Prisa.

Págs. 180-181.- Muñoz evoca al campesino que fue (y nunca debió dejar de ser, señalo) y nos larga una pesada retórica sobre la recogida de diversos frutos. Sigue en la página 182, en la cual, sin decirlo expresamente, Muñoz deja ver que en su adolescencia hizo muchas veces de espantapájaros.

Insisto, porque es importante: Muñoz -como Javier Marías, como Almudena Grandes, Maruja Torres, Rosa Montero, Elvira Lindo y demás integrantes del dream team polancustre- carece de sentido del humor y de imaginación, factores con los cuales se puede salvar cualquier tema, por pedestre y chingado que sea, y éste, en las manos muñozcas, lo es mucho. Ni siquiera al viaje a la luna es capaz de sacarle unas gotas de poesía. Y es que también carece -no tendría que decirlo- de sentido de lo poético. Para él, una bellota es una bellota y unos calzoncillos con mangas son lo que son: una entrañable prenda que a medias sujetó sus efusiones onanistas, que hace bien en comentar dos docenas de veces, ya que el lector fiel está más interesado en su bolo que en el Apolo.

Pág. 183.- Muñoz sobre la burra, peludas piernas al aire, sería un bonito espectáculo. Id.- Muñoz explica a su padre la diferencia entre una estrella y un planeta. El lector que, de rebote, se entera, recuerda aquello del deleitar aprovechando y da las gracias a Muñoz. Id.- Me desdigo: Muñoz sí tiene sentido del humor. «Si vive alguien [en el sol] seguro que quiere venirse aquí, a disfrutar de este fresquito». ¡Ay que gracioooooso! (Si alguien sorprende un detalle de ingenio en una novela de Muñoz o de cualquiera de los otros nombrados hace unas líneas, que me escriba). Id.- ¿No lo decía yo? El padre de Muñoz quiere saber si los venusianos hacen caca?

Págs. 184-185.- Muñoz continúa transcribiendo de su geografía, grado elemental. Y de algunos recortes de periódicos de provincia.

Págs. 186-187.- Mientras desayuna tocino, Muñoz nos informa -por un momento temí que no se decidiera a hacerlo- de que aquella tierra pertenece a los muñoces desde hace varias generaciones. ¡Páginas trepidantes aquestas! ¡Y poéticas! Los adjetivos que aplica Muñoz a cada verdura son para devolvérselos.

Págs. 188-189.- Como todo el libro, costumbrismo atocinado y con olor a pies. Es penoso. Sobre todo si lo escribe un señor académico, muy considerado por la crítica y que vende tan corrompidos productos a cientos de tontos que se creen lectores. Escribir estas cosas, y escribirlas de esta forma, es un pecado de lesa literatura que cometen desde el editor y la ministra de Cultura hasta el último librero. ¿He dicho costumbrismo? Ya quisiera esta patulea de impotentes literarios -al dream team de Polanco me refiero- parecerse a aquellos narradores de finales del XIX y principios del XX, que por lo menos demostraban utilizar la cabeza. Pág. 190.- Penoso el diálogo sobre «El Glorioso Alzamiento». Muñoz carece del sentido de la ironía. Si ustedes recuerdan los comentarios de Aldoux Huxley o Ernest Hemingway a la Gran Guerra -o de Castillo Puche o Luis Romero a nuestra Guerra Civil-, señores críticos, ¿cómo siguen pensando que «esto» es un escritor? Pág. 192.- He señalado muchas veces, como característica de los bestsellerados, su desmedido afán de llenar líneas. Lo mismo que ha contado de su padre y él, lo cuenta ahora de su padre y el abuelo. Si me decidiera a decir hasta dónde estoy de las frutas y del terruño, tal vez me saliera una expresión malsonante. Pág. 194.- ¡Por fin plantea el gran enigma! ¿Por qué fue un día al cine de verano con su padre, cuando siempre iba con su madre? ¿Nos lo desvelará Muñoz? Pág. 195.- Esto ya raya en el chocheo: Muñoz cuenta a sus lectores españoles costumbres y leyendas españolas como si las estuviese inventando. Lo que es no tener nada que decir. Y hasta describe -media página- cómo era el suelo del cine. Sin olvidarse de las gaseosas.

Pág. 196.- Muñoz, tu padre no pudo ver durante la guerra Los hermanos Marx en el Oeste, porque se estrenó bien entrada la década de los cuarenta. Ni, por lo mucho que llevas dicho de él, entender su humor. Pág. 197.- Una página contando la película, que todos nos sabemos de memoria.

12.-

Pág. 199.- La llamada a la puerta de la tía Lola produce llamaradas en la cara oculta de la luna. Por enésima vez confunde escuchar con oír.

Pág. 200.- Sólo dos de los tres astronautas se posaron en la luna, nos informa Muñoz. Todo lo demás (dos páginas) es igualmente megaconocido. Para colmo, el lenguaje que emplea Muñoz para impartirnos la lección es tan didáctico elemental como poco literario.

Pág. 201.- Atribuye al Padre Director el enunciado de las doctrina pitagóricas. Id.- ¿Quieren saber cómo se fabrica la tiza? Lean esta página.

Id.- Ecologista nato, Muñoz se preocupa por la cantidad de espermatozoides que derrocha cada vez «que me hago una paja». A propósito de sus masturbaciones, Muñoz saca a relucir el Génesis.

Pág. 202.- Más lecciones: la estrella más cercana a la Tierra es -¿a que no lo adivinan? Muñoz lo sabe:- Alfa Centauro, que está a una distancia de… ¡Dios de los cielos y los abismos circundantes! Otra página y media de elementalidades astronómicas. ¿Muñoz toma por tontos a sus lectores? Muñoz es completamente, sexualmente, diplomáticamente tonto. Como su editor, como Juan Cruz, como García de la Concha, como Elvira Lindo y tantos más. Y España, como decía Valle Inclán, una deformación grotesca de la cultura europea. Y la novela española actual, la que publican las grandes fábricas de libros, la que orgasma a los críticos y a los académicos, la que favorece el ministerio de Cultura, la que conocen los periodistas, la que se cuela de matute a los lectores manipulados por el marketing y la mimesis bobalicona, una traición a la lengua española, a la gran literatura con ella construida. Lo he dicho ya: se están cargando uno de los dos (el otro es la pintura) grandes patrimonios de este país que no inventa nada, que no ha aportado nada al pensamiento, a la ciencia universal. Pág. 203.- Como otros que ha medio dibujado antes, el personaje de la tía Lola es más tópico que un caramelo de menta.

Pág. 204.- Media página enumerando todos los chismes que hay en el escaparate de la tienda del marido de la tía Lola. Id.- Muñoz se siente tentado, cual rústico San Jerónimo, por las ilustraciones de las revistas que le lleva la mentada tía. A Muñoz se le empingorota con facilidad el -exiguo, según su santa- vellocino. Id.- Otra media página larga enumerando los productos de que hacen publicidad las revistas lolianas.

Pág. 205.- No te pierdas, lector ansioso de saberes, la merienda en el corral. Yo carezco de elementos expresivos para relatarla en todo su esplendor. Durante ella todos lamen, menos Muñoz, que devora. Págs. 206-207.- Muñoz acude poco al diálogo, pero, cuando lo emplea, justo es decir que consigue el más tópico y vulgar posible. Pág. 207.- Casi íntegramente ocupada por la transcripción de otro artículo insustancial sobre la aventura del Apolo XI. Págs. 208-209.- Otro largo diálogo insustancial, cateto, sobre el moribundo Baltasar, con chispas poéticas como culo, limpiar la mierda, calzoncillos, cebolla…

Pág. 208.- Muñoz ignora que, en Andalucía, al andar supersuelto de vientre, se le denomina «irse de varetas». En cualquier caso, Muñoz se va de varetas en esta página. Pág. 209.- Al personaje en que se encarna, lo quiere presentar Muñoz, a ráfagas, como inteligente y leído. En otras ocasiones, como ingenuo y pueblerino. ¿Cuál de las dos cosas es para ti, lector, quien dice esta majadería?: «Que se llame Carlos es un indicio de que mi tío estaba destinado a llegar lejos en la vida». Llegar lejos en la vida, para el cosmopolita Muñoz, es tener una tienda. Pág. 210.- Cuando no se tiene chispa, como es el caso de Muñoz, las digresiones, como ésta sobre los nombres, aburren a un dentista. Pág. 211.- O como ésta sobre el carrerón comercial del tío Carlos. Pág. 212.- O ésta sobre la moto. Pág. 213.- O ésta sobre la tienda del tío.

Id.- Un tipo que se lava y viste decentemente resulta sospechoso a Muñoz y su familia. Págs. 214-215.- Esta página en que narras cómo tus tíos vigilan a tu tía y su novio es ridícula, Muñoz. Y, para colmo, la llenas de frases hechas: «en el límite de la paciencia», «montó en cólera», «le miraba sin pestañear», «la seguía como un perro», «volver loco con la música», etc. Se hace difícil imaginar a Muñoz bailando con gracia. Pág. 216.- Enterita describiendo el atuendo de la tía. Dice Muñoz que él todo lo veía con sus ojos. ¡Hombre! Difícil hubiera sido que lo viese con los ojos de Guzmán el Bueno.

Pág. 217.- Muñoz se evoca con pantalones cortos y tirantes, zapatos de charol y flequillo. Si añadimos nosotros sus peludas piernas, todo un símbolo de la tradición. En ésta y las anteriores, Muñoz se refiere una docena de veces a su «antiguo rencor». La idea que tiene Muñoz de lo mundano es la propia del pueblerino que, afortunadamente para la novela española, no ha dejado de ser.

Págs. 218 y ss. La familia designa a Muñoz carabina de la tía y el novio, para que no hagan guarrinadas. Parece ser que, del cumplimiento de este cometido, le vino a Muñoz su vocación de guardia civil.

Págs. 218-220.- No aptas para cardíacos hay que considerar estas páginas en que Muñoz nos cuenta su paseos y nos relata las actividades que se desarrollan en el tontódromo de su pueblo. Trepidante: cañas de cerveza, helados, globos, pirulíes… Pág. 221.- ¡Qué novelón! Toda la página, sobre la avioneta del Cinzano. Págs. 221-222.- El diálogo sobre los poderes de Franco y el presidente Kennedy sólo lo escribe un retrasado mental para retrasados mentales. Pág. 222.- Habiéndose sumergido en la exquisitez del helado y el pirulí, a Muñoz le dan arcadas los garbanzos, las acelgas, el repollo, el tocino y otros productos emblemáticos de la madre patria.

13.-

Pág. 224.- ¿Se le puede llamar susurro a la respiración, académico?

Id.- Muñoz nos informa de lo que es el sonido, según la enciclopedia, grado elemental, ya mencionada. Se nota que Muñoz tiene una pobre idea de la cultura de sus lectores. Ni así los tendría, de no ser por las dañinas páginas de El País y las arbitrariedades de don García el de la Concha.

Pág. 226.- Explica Muñoz (mal) cómo se detectó la radiación de fondo que constituye el actual latido de la primera explosión que dio origen al universo, y la atribuye a los astrónomos. No, Muñoz, fueron dos ingenieros de una compañía de telefonía americana: Penzias y Wilson. (De nuevo -227- escuchar por oír.) Pág. 228 y ss.- Para que Muñoz pueda llenar unas cuantas páginas, se suicida un ciego del que, hasta ahora, nada supimos. Pág.231.- La sabiduría del abuelo de Muñoz no es la proverbial de la noble senectud. Es, como la de Muñoz, tópica. Pág. 232.- En la mitad inferior, interrogaciones tan mal puestas como las suelen poner todos los bestsellerados y el director de la Academia.

Págs. 232-233.- La importancia del tema lo requiere: dos páginas con que si sonó el teléfono, que si no sonó. Concluye con una información que le agradecemos: «los ahorcados no se mean, los ahorcados se corren y mueren empalmados». Pág. 234.- Muñoz canta desde la escalera «Ay mama mía»: otro atentado contra la salud pública que reprocharle. Dos páginas más de diálogo hueco y costumbrista. Pág. 236.- ¡Los geranios no huelen, Muñoz, que en botánica también la cagas!

Págs. 236-237.- ¡Otra dos páginas! para contarnos cómo baja la escalera y especulando sobre cual de sus parientes despertará primero. Pág. 237.- Observen la estupidez abracadabrante: Muñoz teoriza sobre el corazón de su padre, su madre y su hermana, el de sus abuelos, los corazones de las gallinas, el corazón enorme del mulo, el de la burra, los corazones pequeños que laten en el interior de los huevos, y el suyo, que es «una polifonía de latidos, como golpes cautelosos de tambores en esas selvas que atravesaban los exploradores británicos en busca de las fuentes del Nilo». Por eso, cuentan que el cardiólogo de Muñoz lo primero que hizo, antes de diagnosticar, fue irse al Sudán. Pág. 238.- Muñoz transcribe media columna de ABC sobre el «paseo» de Armstrong.

14.-

Pág. 239.- Infinitamente más de lo mismo: secadal selenita y catetal giennense. Muñoz compara su despertar con el de los astronautas. Así llena página y media. ¡Pobre Colin Wilson! Los críticos españoles deberían leer, para comparar, A la deriva en el Soho y Ritual en la oscuridad, dos novelas de las corrientitas del siglo XX, como La raíces del cielo, de Roman Gary, o El filo de la navaja, de Somerset Maugham.

Pág. 240.- Entre hazañas aeronáuticas y relaciones de hortalizas, Muñoz tiene tiempo de empalmarse pensando en Faye Dunaway.

Págs. 240-241.- Dos páginas y media sobre cuando hace frío.

Pág. 243.- Muñoz tiene un recuerdo para las familias de los astronautas. Muy noble por su parte. Por eso nos alegramos de que en casa de su tía Lola haya calefacción (son cosas que hay que saber) y de que a su padre le hayan vendido una estufa. Pero permíteme, Muñoz: la Tierra no está perdida como una ínfima mota en la espiral de una galaxia, sino en el brazo exterior de una galaxia espiral.

Pág. 244 y ss. ¡Por los cielos! Otras cuantas páginas contando lo que hace cada miembro de la familia muñozna. Págs. 246 y ss. Ora et labora, dice atinadamente Muñoz, para justificar varias páginas sobre el colegio y la recogida de la aceituna. Me imagino a Pozuelo Yvancos pasando páginas ávidamente, a ver si las aceitunas van a caer, o no, en la espuerta. De no caer, ello indicaría a Pozuelo una rebelión contra el padre y un complejo de Edipo. Las coplillas del folklore (no andaluz) que introduce Muñoz en el texto no logran aligerar el neandertal aburrimiento de tanto vareo.

Pág. 250.- Ocupar media página hablando de las manos de Muñoz el editor lo consideró suficiente. Menos mal. Id.- A Muñoz le gustaría volverse invisible. A mí me gustaría que se volviese invisible su libro. Y, sin bromas (251-252), una de las cosas peores de este libro: Muñoz se atribuye una conciencia política y social en la adolescencia, como la ha podido tener sesenta años después, si es que la ha tenido. Pág. 252.- Otra vez el abuelo y la burra. La madre y su mantón. Muñoz y su abrigo viejo… Y más aceitunas. Y más carromatos. Y más mulas y mulos. Y más sabiduría rural… , Para justificar que aparezca un astronauta en la cubierta. Da la impresión de que Muñoz se cree en posesión de una nueva ciencia: la del aburrimiento pueblerino, y nos la quiere dar a conocer a nosotros, los que andábamos desolados por no saber lo que es una buena gaseosa bajo un alcornoque, en forma de aburrimiento novelesco.

Pág. 254.- Más olivos, más varas, más regresos por el camino y más la madre que lo parió… Y, por supuesto, más justas diatribas contra «los herederos inútiles y los terratenientes dominados por la pasión del juego». Y es que Muñoz, monárquico lacayuno en las bodas principescas, es muy de izquierdas, como su mujer, que se pone en las tarjetas de visita, debajo del nombre, COLUMNISTA ANTIGLOBALIZACIÓN.

15.-

Pág. 259.- Muñoz ignora que hay otras cosmogonías, además de la bíblica, que, por ende, es la más joven. Y con esta tara especula, de nuevo, con lo que ven, en ese momento, los astronautas.

Págs. 260-261.- Muñoz se ve a sí mismo como astronauta. Págs. 261-262.- Muñoz nos cuenta que una vez estuvo a punto de ahogarse. Pág. 263.- Muñoz sigue en la luna. Hasta el final del capítulo.

16.-

Págs. 268 y ss.- Si Muñoz, describiendo, es un horror, cuando quiere enterar de algo al lector mediante el diálogo es un esgorcio, algo mucho peor que el horror. Por otro lado, Muñoz sigue hablando de política en los años 40, como hablan los columnistas de El País a principios del siglo XXI. Y no sólo Muñoz, sino toda la familia. Ahora resulta que el clan Muñoz sabe de todo.

Págs, 276 y ss.- Hay familiar de Muñoz que larga parlamentos de hasta seis páginas. Están todos informadísimos… Es maravilloso que la madre, que hasta ahora no sabía hacer otra cosa que pelar papas y quejarse, hable ahora de «actividad económica», «gobierno legítimo de la República», «monedas de curso legal», «dinero rojo», «él tiene sus contactos» (¿quizá Jaen-Coneichen?), «emisión de papel moneda», citando a Samuelson y a Shumpeter.

Pág. 283.- Enterarnos de cómo duermen el padre y la madre de Muñoz nos compensa de muchas tribulaciones anteriores. Pág. 284.- Muñoz and family están en la ruina.

17.-

Pág. 286:- Muñoz, nuestro satélite tiene menos gravedad que nuestro planeta, pero no carece por completo de gravedad, como tú dices. Id.- Continua transmitiendo la información que distribuyó la NASA a las escuelas infantiles.

Págs. 287-288.- ¿Para qué nos cuenta Muñoz una salida nocturna durante la que lo único que hace es oír las ronquidos de la mujer del moribundo?

Págs. 289 y ss. La salida de la nave de los astronautas y sus primeros pasos por la luna. Yo no perdí detalle aquella noche. Creo que Muñoz no vio ninguno. Lo imagina, él, que no tiene imaginación.

Págs. 294-295.- La salida del segundo astronauta, Aldrin, que «flota como un muñeco en el vacío», lleva a Muñoz a esta reflexión: «¿Qué será de mí cuando el verano termine y tenga que volver al colegio, cuando el padre Peter se me acerque y me pregunte si no me apetece confesarme, cuando esté sentado en una banca y el Padre Director golpee la mesa con el resorte del bolígrafo invertido»? Por ende, con un mal uso de las interrogaciones?

18.-

Pág. 298.- ¿Por los callejones por los que has venido de noche o por los que has venido [cuando] la noche perduraba, como lo hubiese indicado una coma que no pones? Pág. 299.- No nos ha acostumbrado todavía Muñoz a revivir la belleza de un amanecer, cuando ya empieza a hablarnos -¡otra vez!- de pantalones de pana, alpargatas, cuadras, mulos, hortalizas, frutos y demás componentes de su mundo. Y más y más descripciones costumbristas.

Pág. 300.- Muñoz llena una página contándonos las novelas de aventuras que todos conocemos y una de las cuales -¡cómo no!- habla de una mujer desnuda imaginando la cuál tiene una de esas erecciones que el lector tan bien conoce y que le hace ver «brotar de golpe un chorro cálido de algo que despedía un olor tan intenso, tan escandaloso, como el relámpago de gusto en el que me pareció que me desvanecía». La misma importancia que en la sublime novelística de Grandes tienen los culos y el follar, la tienen en la de Muñoz las masturbaciones. ¿Cuántas van? Págs. 300-301.- Como español tridentino fetén, mete a Dios en el fregado.

Pág. 301.- El adolescente Muñoz, que tanto impacto favorable ha causado en las sensibilidades de Pozuelo Yvancos, García Posada, Rodríguez Rivero y Jordi Gracia. a partir de la aludida y memorable noche, dice vade retro «a los libros castos de Verne y Wells» y se dedica a ir al cine de verano, para ver «a las esclavas que mostraban los muslos por una hendidura de la túnica» […] «y me excitaba tanto que temía que iba a eyacular y que la gente de los asientos cercanos iba a percibir el olor denso del semen». No oBstante, nuestro héroe podía contenerse y «me corría por la noche en mi cuarto del último piso…» Otros felices días, imaginaba ser Sinuhé el Egipcio y se empalmaba acariciando in vitro «el vientre y los pechos desnudos de una esclava». Total, que «igual que los grillos producen su canto rozándose los élitros, yo aprendí a administrarme un placer siempre renovado y siempre disponible rozando con mi mano la parte de mi cuerpo que desde que era muy niño se había hinchado sin explicación (¿cómo te iba a dar explicaciones la bellotita, Muñoz? ¡Si no habla!) ni consecuencias cada vez que veía de cerca el escote de una mujer, sus piernas desnudas». Y continúa para la posteridad: «Como un grillo inexperto en la jaula de mi cuarto o en la del retrete (¡qué mundo el de estos cosmopolitas!) me consagraba al aprendizaje del roce de mis élitros». Por lo que se aprecia en estas líricas evocaciones, Muñoz, ya adulto, echa de menos el manubrio.

Id.- «En los sueños puntuales de cada noche…» ¡Por favor, Muñoz, deja las cosas puntuales para los editoriales del matutino! Pero ¿qué es una cosa puntual para nuestro grillo? Pues un cuerpo femenino imaginado, «durante unos segundos tan cálido y tangible como el semen que brotaba sin la intervención de mi mano ni de mi voluntad». Que Muñoz sufrió de espermatorrea es, sin duda, una de las cosas que Pozuelo Yvancos apreció en este libro. Pág. 302.- Sigue el inagotable Muñoz: «En el cine, o durante la lectura de un paisaje erótico de un libro…», «Como en esos cuadros de harenes orientales que venían en algunos libros de arte de la biblioteca, mujeres desnudas, carnosas y ofrecidas me rodeaban en el espacio mísero del retrete»… ¡Ah, el papel capital que representa el retrete de tablas -prefiguración del sillón académico- en la evocación muñozrra! Por lo que para mi es evidente que, al trazar ese paralelismo, que «desarrolla, en una secuencia medida con espléndido ritmo», tan bien visto por Pozuelo Yvancos (las entrecomilladas son palabras de su crítica en ABC), entre su vida adolescente y la aventura del Apolo XI; es evidente, digo, que se le olvidó incluir, de manera plutarquiana, el que se da entre su cochambroso retrete y la cabina de la nave espacial.

Págs. 302-303.- Muñoz llena dos medias páginas contando lo que leyó ¡y lo que no leyó! Pág. 304.- Enésimo despertar del padre de Muñoz, que lleva, junto con los otros igual de vulgares, al señor Pozuelo Yvancos a hablar de «volver al padre» ¡Y a comparar a Muñoz con Kafka! ¡Por Dios tonante y sus coros angélicos! Don José María, por favor, que no cobra usted tanto como para eso.

Como lo iniciaron, unas cuantas páginas liricáceas, más fáciles de trazar que las de auténtica prosa novelística, cierran el libro.

M.G.V. [email protected]