Los reconocidos artistas combinaron su talento en El último trago, disco que contiene canciones interpretadas por la mexicana Chavela Vargas
Ambos han revivido aquella metáfora del cantautor Joaquín Sabina en Por el bulevar de los sueños rotos, cuando recreó el ambiente en el que Chavela Vargas ha interpretado sus canciones.
Han grabado en La Habana el CD El último trago y causarán un «terremoto». Se tejieron ellos mismos el puente para comunicarse, aunque han confesado que todo fluyó rápido.
«Era una utopía grabar con el maestro Chucho Valdés. También hay mucho de glamour en hacerlo en Cuba. Lo soñaba de lejos y por la magia de la vida ha sido posible», revela Buika. La vocalista creció en una barriada gitana de Palma de Mallorca. Conoció el flamenco antes que la música pop y la folclórica de la zona donde residía. Sus padres son originarios de Guinea Ecuatorial y se exiliaron en España, donde nació Concha. Buika (2005), Mi niña Lola (2006) y Niña de fuego (2008) son sus álbumes en solitario hasta la fecha.
La posibilidad de hacer un fonograma con Chucho surgió en una cena entre amigos. Pero Buika no le vio futuro a la idea, «porque soy una niña de barrio y no me parecía real». Ahora, con 11 horas de trabajo en los Estudios Abdala y un producto discográfico en las manos, la incredulidad cede.
Tenemos una compatibilidad grande -se apresura a afirmar Chucho-, la de las raíces africanas y españolas. «Buika las lleva a la forma de cantar el flamenco ligado con la canción», señala el pianista, y comenta que en su caso las influencias vienen de la obra de Manuel de Falla (uno de los músicos españoles más importantes del siglo XX) y de los tambores batá, cuyos toques imita cuando suena su instrumento.
El creador del emblemático grupo de música popular Irakere en El último trago demuestra versatilidad, corrió a cargo de los arreglos musicales y, según sus propias palabra, trató de tocar lo que siente. Lo ha hecho antes con volúmenes junto a Pablo Milanés, Charles Aznavour, Iván Lins, Pello el Afrokán y Diego El Cigala. Igualmente le ha sucedido cuando acompañó al Ballet y a la Orquesta Sinfónica de nuestro país.
«Cuando eres un sastre -dice- debes cortar la ropa a la medida de la persona y lograr que quede a su gusto. El pianista-arreglista-acompañante tiene que adaptarse a ello. Es un trabajo difícil, aunque parece que ha salido bien, porque se van satisfechos».
El nuevo álbum contiene 13 sencillos y en cuatro de los cortes puede disfrutarse del excepcional dúo: la voz flamenca de Buika y el arte de tocar el piano de Chucho. En el resto los sigue el cuarteto que desde hace diez años dirige Valdés: Lázaro Rivero (bajo), Juan Carlos Rojas (batería) y Yaroldy Abreu (congas).
Soledad, Las ciudades, El andariego, Somos, Se me hizo fácil, Luz de luna, Un mundo raro, Cruz de olvido… tienen la facilidad de apuntarnos al corazón, de mostrarnos que la vida gira en torno a los buenos sentimientos. En las interpretaciones no hay tristeza y en la melodía afloran elementos de la música popular, el jazz y matices afro y del país ibérico.
El primer gran desafío lo tuvieron en el concierto que ofrecieron el martes último, en el Teatro Auditórium Amadeo Roldán. Pero el disco -expresa su productor, el español Javier Limón- saldrá en septiembre bajo la firma de la casa discográfica Warner y tendrá una presentación internacional.
¿Qué expectativa tienen con el CD?, les pregunto a ambos. Chucho se siente satisfecho. Concha solo apuesta «por el orden natural de las cosas, principalmente porque la música no me debe nada».
Los dos continúan con sus proyectos habituales. A la espera queda lo que los mantuvo «inquietos» en La Habana el sábado y domingo pasados. Le han hecho una reverencia desde la capital cubana a la nonagenaria Dama de poncho rojo. Han continuado el mito. Han sabido reír y llorar como Chavela Vargas.
Chucho Valdés y Concha Buika navegaron por un bulevar de sueños mutuos el pasado fin de semana. La cantante española y el músico cubano fundieron su talento en una empresa melódica que dará mucho de qué hablar.