La caída del gobierno de Evo Morales es un nuevo capítulo de la guerra híbrida. Una combinación de actos de guerra convencional, milicias irregulares y desorden criminal, apoyados en narrativa mediática y accionar diplomático. Cinco cursos de acción que revelan por qué en Bolivia no hubo una rebelión popular sino una agresión bélica altamente planificada. […]
La caída del gobierno de Evo Morales es un nuevo capítulo de la guerra híbrida. Una combinación de actos de guerra convencional, milicias irregulares y desorden criminal, apoyados en narrativa mediática y accionar diplomático. Cinco cursos de acción que revelan por qué en Bolivia no hubo una rebelión popular sino una agresión bélica altamente planificada.
El golpe de estado en Bolivia no puede explicarse apelando solamente a factores de la dinámica interna del país. Más bien, por un conjunto de indicios, encaja perfectamente dentro del continuum de eventos internacionales denominado «guerra híbrida», una disputa que tiene por protagonistas principalmente a EE.UU. y Rusia. Esta se extiende por distintos escenarios del planeta: Ucrania, Siria, Libia, Venezuela, Líbano, Nicaragua.
La guerra híbrida se puede definir como una combinación en un campo de batalla de fuerzas regulares y actores no estatales, ciberataques, tareas de espionaje y propaganda, campañas de desestabilización y otras herramientas para deponer gobiernos.
Estrategias de la guerra híbrida en Bolivia
Los análisis que pretenden limitar el origen de los acontecimientos en Bolivia a particularidades locales, odio racial o decisiones del gobierno depuesto, pasan por alto todas las pistas del planificado diseño que permitió la toma militar del territorio. A medida que pasan las horas, se revelan los perfiles de una operación organizada desde el exterior, cabalgando sobre rivalidades y divisiones internas de la población local.
Con la colaboración del andamiaje mediático y los agentes propios en el terreno, la cadena de eventos en el país andino simuló una «espontaneidad histórica» que desorientó a los habitantes y a las audiencias externas. Pero detrás del fárrago informativo en torno a la caída del gobierno de Evo Morales, es posible ver los trazos gruesos de la guerra híbrida. El país se vio conmocionado por una combinación de milicias irregulares, actos terroristas y desorden criminal, apoyados en una narrativa mediática y un accionar diplomático que legitimaron y potenciaron la velocidad de los acontecimientos. El objetivo principal fue asestar un gran impacto psicológico en la población y en la dirigencia boliviana, que permitió el derrumbe en cascada del gobierno en menos de 48 horas.
Si analizamos los hechos, emergen los patrones de una guerra híbrida en Bolivia. No una «rebelión popular», sino una compleja operación de desestabilización con ingeniería externa dirigida a derribar el gobierno, confundir a la población y enfrentarla en una guerra civil.
A continuación, cinco cursos de acción, cinco estrategias propias de la guerra híbrida que diferencian al golpe en Bolivia de los procesos en curso en Ecuador y Chile, y lo acercan a los sucesos vividos en escenarios como Ucrania, Libia, Siria y Nicaragua.
1. Hordas urbanas y tropas irregulares: ciudadanos en el campo de batalla
Amparados en la narrativa de la «indignación popular» por un supuesto fraude electoral, milicias criminales tomaron el control de las ciudades. En Cochabamba y otras partes del país los «motoqueros» de la denominada «Resistencia Cochala» utilizaron bazucas y agua con químicos para atacar a militantes del MAS que intentaban levantar bloqueos en las vías públicas y restituir la paz. Grupos armados se movieron coordinadamente desde Santa Cruz hacia La Paz y otros puntos estratégicos, según un plan que no pudo ser «espontáneo». Esta forma de «guerrilla urbana» devela un grado de preparación previa, entrenamiento y financiación de los grupos de choque.
Los motoqueros -cuidadosamente ocultados en el relato mediático- sembraron el terror en distintas ciudades, y utilizaron hasta ambulancias para trasladar armamento de guerra. Los grupos de choque tomaron la calle y focalizaron su operación en instituciones del Estado boliviano, persiguieron funcionarios y atemorizaron a la base social de apoyo al gobierno. En todo el país la superioridad de las milicias criminales se impuso a los ciudadanos de a pie -comerciantes y trabajadores- que pretendieron restablecer la normalidad.
Este proceso contó en un momento clave con el acuartelamiento de la policía que dejó una virtual «zona liberada» al accionar de los paramilitares. Los «motines» policiales agregaron sinergia a la sedición para nutrir la logística de los grupos de choque, que estuvieron en condiciones de aprovisionarse de «armamento, vestimenta, chalecos antibalas, radios y otros instrumentos».
La escalada final se produjo con la agresión y extorsión simultánea de ministros, parlamentarios y autoridades comunales, que renunciaron en masa en cuestión de horas. Esto infligió un dramático giro a los acontecimientos. La extensión y coordinación de esta operación demandó necesariamente datos de inteligencia y coordinación militar que no pudo provenir de una revuelta ciudadana común.
2. Red de ONGs y activistas sicarios como fuente de noticias que validan la «revolución ciudadana»
El guerra híbrida se apropia de temáticas, técnicas y consignas tradicionales de la lucha popular, y crea en los «territorios target» una red de organizaciones sicarias que fungen de ONGs, periodistas independientes y activistas ciudadanos. Esta trabajan en forma coordinada con las operaciones militares para alimentar narrativas noticiosas orientadas a la manipulación mental a gran escala.
Plantados en el terreno con años de anticipación, activistas defensores de Derechos Humanos, ambientalistas y ONG producen un relato falsificado de la realidad, un alud de retorcimientos discursivos y fake news que siembran descontento y falsos planteamientos sobre el origen de los problemas del país.
Este proceso contó en un momento clave con el acuartelamiento de la policía que dejó una virtual «zona liberada» al accionar de los paramilitares. Los «motines» policiales agregaron sinergia a la sedición para nutrir la logística de los grupos de choque, que estuvieron en condiciones de aprovisionarse de «armamento, vestimenta, chalecos antibalas, radios y otros instrumentos».
La escalada final se produjo con la agresión y extorsión simultánea de ministros, parlamentarios y autoridades comunales, que renunciaron en masa en cuestión de horas. Esto infligió un dramático giro a los acontecimientos. La extensión y coordinación de esta operación demandó necesariamente datos de inteligencia y coordinación militar que no pudo provenir de una revuelta ciudadana común.
3. Black out informativo, y redes sociales naturalizando la violencia
En un escenario de guerra híbrida, la percepción de la ciudadanía de lo que sucede es vital para ganar la batalla. La toma de Bolivia TV por parte de grupos guerrilleros se evidenció como parte de un plan militar. El black out informativo de la emisora oficial permitió optimizar la tarea de la red de medios adictos, que se dedicaron a sembrar la confusión y la desinformación.
En general, la estrategia de manipulación masiva en la guerra híbrida se centra en la inversión del sentido de los hechos: Los agresores son presentan como agredidos, y viceversa. Los videos de atrocidades de bandas criminales se muestran como acciones violentas de seguidores del gobierno. Se potencian los mensajes del odio y de soluciones extremas, que validan ante los espectadores del mundo cualquier conclusión violenta.
Esta narrativa en los medios tradicionales se articula con el ciberataque en las redes: bots, trolls y activistas se dedican a inundar Twitter y Facebook con mensajes, memes y «testimonios en vivo» que escenifican una mentirosa «unanimidad anti-gobierno» entre la población. Se legitima la barbarie que ocurre en las calles y se invierte la responsabilidad por los hechos, ya que se culpa al gobierno por el clima de violencia.
4. Accionar político y diplomático para potenciar los conflictos y legitimar la sedición
El conflicto en torno a las denuncias de fraude electoral fue artificialmente montado para crear una narrativa que «explique» y «justifique» la «rebelión ciudadana». El curso de los acontecimientos permite deducir que no hubo ningún fraude, porque de otra manera, la «acción política de los ciudadanos» hubiera esperado el veredicto de la comisión de la OEA, que estaba previsto para este martes. La actitud negociadora del gobierno no permitió justificar ningún desborde previo, y menos teniendo en cuenta que los representantes de la OEA se presentaron desde el principio como hostiles al gobierno.
La OEA, a través de Luis Almagro (un peón desembozado de la guerra híbrida contra Venezuela), fue funcional a la estrategia de agitación social. Primero interfirió en el proceso con opiniones institucionalmente fuera de lugar, como «recomendar» una segunda vuelta. Luego arrojó leña al fuego de las noticias tendenciosas al sugerir una imprecisa «manipulación estadística». Finalmente se llamó a un silencio cómplice inadmisible -hecho que fue resaltado públicamente por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador- cuando se produjo la ruptura institucional.
El presidente de EE.UU. Donald Trump coronó el menú de indicios con su aplauso al golpe, y también la negativa de gobiernos alineados con Washington a facilitar el rescate aéreo de Evo Morales por parte de México.
5. Criminalización del gobierno saliente y fomento de las divisiones sociales
La guerra híbrida contra los pueblos del mundo no se plantea el reemplazo de un gobierno indeseable por un gobierno títere, ni tampoco el descabezamiento de un sector de la sociedad para que gobierne otro. Más bien, se trata de que no gobierne nadie, y sentar las bases para un desgobierno de tiempo indefinido. Es el fomento del caos más que la toma del control. Se plantea el diseño de una «guerra de perros»: mediante agresiones y atentados contra ciertos grupos, se plantan las semillas de un odio profundo entre facciones rivales. En los últimos días, este proceso toma cuerpo con el inicio de una limpieza étnica y política contra las capas sociales que respaldan a Evo Morales, y el encarcelamiento de funcionarios del gobierno derrocado bajo acusaciones sin fundamento. La promesa del «cívico» Camacho, líder de la sedición, de salir a la cacería de militantes del MAS es otro ingrediente en esa línea.
Los desacuerdos en el seno de la coalición golpista para formar «gobierno» son parte de un menú que incluye fomentar el caos y la ausencia de institucionalidad.
El diseño de la guerra híbrida se orienta a que el Estado implosione por el desacuerdo general y el odio. Se trata de cultivar la percepción de la comunidad internacional, y entre los propios bolivianos, de que el país fracasa por culpa de su propia población, dividida en tribus irreconciliables.
Conclusión: El peligro de una guerra continental
El accionar destructivo de las bandas criminales que operan en Bolivia -civiles, policías y militares sediciosos-, tiene una inspiración foránea. En el fondo, el principal objetivo es humillar al país, someter a un escarmiento a la población más combativa, y hacer retroceder décadas el desarrollo de la sociedad en su conjunto. El ejército y la policía, que dijeron negarse a reprimir a bolivianos, ya actúa como una fuerza de ocupación extranjera, apaleando a mansalva a los manifestantes que reclaman por el gobierno legítimamente electo.
La guerra híbrida en Bolivia es parte de una geopolítica mundial mucho más amplia, donde toda la estabilidad del continente corre peligro. Urge tomar conciencia, ganar las calles y detener la escalada.
Artículo original: https://diariodevallarta.com/
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