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Crónica de una estancia en Buenos Aires

Clarín, Cristina, Teresa y Julia

Fuentes: Rebelión

Los días 9 y 10 octubre acudí de nuevo a Buenos Aires, esta vez invitado por la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), dependiente de la presidencia de la nación. En esos días se desarrolló un Encuentro Internacional sobre Medios y Democracia para conmemorar el quinto aniversario de la aprobación de la Ley […]

Los días 9 y 10 octubre acudí de nuevo a Buenos Aires, esta vez invitado por la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), dependiente de la presidencia de la nación. En esos días se desarrolló un Encuentro Internacional sobre Medios y Democracia para conmemorar el quinto aniversario de la aprobación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Me ilusiona lo que el gobierno argentino ha estado intentando e intenta consumar desde hace cinco años, persiguiendo limitar el poder de los monopolios mediáticos, sobre todo, en su caso, del cuasi monopolio del Grupo Clarín. Pero igual o más me ha ilusionado comprobar de nuevo el valor que encierran las mujeres brillantes, esta vez de nacionalidad argentina.

Clarín, el diablo

No me gusta Clarín, es el diablo, con perdón para el diablo que al menos fue alguien que se rebeló contra el Todopoderoso mientras que Clarín le besa el trasero al poder mundial mercantil y político incluso traicionando a su patria. Apoyó a las dictaduras militares sangrientas y pro-gringas, monopoliza el papel aunque eso a estas alturas no tenga ya casi importancia o cada vez tenga menos; posee negocios fuera de la comunicación y relaciones no confesables o poco confesables, quitaba y ponía presidentes, se aprovechaba de algunos para que legislaran a su favor… Pero, con el gobierno de la herética Cristina Fernández de Kirchner a Clarín le han limitado -que no coartado- el poder que se ha otorgado a sí mismo con el argumento puramente mercantil de que son sus receptores quienes le dan los votos a diario.

Como se sabe, en 2009 ese gobierno elaboró una ley, aprobada después por el Parlamento argentino, que terminaba con el monopolio Clarín. Pero, claro, como Clarín es mucho más que una simple empresa de comunicación, fue a los tribunales y paralizó la ley acusándola de anticonstitucional. Cuatro años después el Tribunal de la Corte Suprema dio la razón al gobierno, la ley no era contraria a la constitución y al año siguiente -en este 2014- el ejecutivo celebra una victoria con un significado hondo porque había derrotado en los tribunales a quienes se sienten con potestad para defender sus intereses privados por encima de lo que estima un gobierno elegido por la ciudadanía.

Es evidente que quienes fabrican estos procesos leguleyos son los que más tienen que perder. Aquí y allá, en el planeta, se van de rositas con frecuencia ciudadanos adinerados con capacidad para pagar una legión de abogados que se saben de memoria los vericuetos -legales pero para privilegiados- que las leyes elaboradas por el Poder encierran. Quienes poco o nada tienen no elaboran las leyes sino que suelen ser sus víctimas.

Gente ilusionada

En mi visita viví momentos creo que históricos y me alegré al ver a gente ilusionada aunque se tratara sobre todo de ciudadanos comprometidos y conscientes de lo que hacían. Es el derecho que tiene América Latina a acertar o equivocarse, por sí misma, sin la tutela de nadie, para que los demás aprendamos de sus aciertos y errores, algo apasionante desde el punto de vista científico y periodístico.

El uruguayo Gustavo Gómez, director general del Observatorio Latinoamericano de Regulación, Medios y Convergencia (OBSERVACOM), me hablaba con entusiasmo de Mújica, el singular y personalísimo presidente de su nación, y de los carnavales de aquel país como demostración de crítica abierta y libre contra el propio presidente y su gobierno. Javiera Olivares, presidenta nacional del Colegio de Periodistas de Chile, se quejaba sin embargo de la poca profundidad de las medidas tomadas por el gobierno de Mújica mientras que el periodista brasileño Marcos Dantas analizaba la política de su país sobre la base de la procedencia social de sus líderes más representativos. Mi admirada, valiente e inquieta Mariana Moyano, profesora universitaria y periodista en la radio y la televisión públicas de Argentina, me demostró otra vez que es un rayo que no cesa en su frenética actividad de riguroso compromiso social y profesional.

Fue una corta estancia en la que disfruté de cerca con el valor enorme que encierran las mujeres brillantes. Me resulta negativo el hembrismo pero el feminismo bien entendido, culto, que no dice gilipolleces, me entusiasma y me imprime energía. Voy a servirme para lo que digo de tres nombres: Cristina Fernández de Kirchner, la presidenta, Teresa Parodi, ministra de cultura, y Julia Rosa Palavecino, una india poeta, humilde y autodidacta.

De la tortura a la cultura

El encuentro internacional sobre comunicación con motivo de los cinco años de la promulgación de la ley mediática antimonopolio se desarrolló en un lugar que, cuando te cuentan para lo que sirvió en el pasado dictatorial, te entra una sensación sobrecogedora de tristeza, de luto y de lamento por la crueldad que encierra esta especie a la que pertenezco. En la actualidad lo conocemos por Espacio de la Memoria y los Derechos Humanos pero, para entendernos, aquello fue un recinto militar con varios edificios donde se llevaba a los detenidos durante las dictaduras militares, se les interrogaba y se les torturaba hasta la muerte en muchos casos.

Los cristales de algunas de sus estancias están ocupados por fotografías de los aproximadamente treinta mil desaparecidos. En otros lugares, se recuerda al visitante que allí llegaron -detenidas- numerosas madres jóvenes con sus hijos y que cuando las madres morían víctimas del «terrorismo de Estado» -como definen muchos a aquella barbarie- los hijos también desaparecían porque eran entregados en adopción. Todavía ahora, cuando visité aquello, en las paredes estaba colgada una información que mostraba un cálculo numérico de los niños que sus familias habían logrado recuperar, organizadas en torno a asociaciones respaldadas oficialmente.

Los argentinos ni desean olvidar ni perdonar. En España sí estamos obligados a olvidar los efectos de la guerra civil que estalló entre 1936 y 1939 y terminó con la victoria fascista y cuarenta años de gobierno del general Franco que se levantó contra la Segunda República sin que las democráticas potencias europeas quisieran ayudarla por miedo al comunismo. Los españoles sabemos -al menos yo- que cuando un grupo de esos sujetos que se llaman a sí mismos liberales o demócratas van en una barca por el mar bravío y sólo queda una plaza en la barca y el grupo se topa con dos náufragos, uno fascista/nazi y otro comunista, salva al nazi y deja que se ahogue el comunista y eso es bueno saberlo para, llegado el caso, no tener escrúpulos ni prejuicios propios de la debilidad de la izquierda.

Una juez argentina, María Servini, lleva varios años intentando hacer justicia con aquel conflicto pero se tropezaba siempre con los impedimentos que le colocaban las autoridades españolas. Las maniobras lampedusianas son habituales y poderosas, en España, tras la muerte del general Francisco Franco en 1975, se procedió a cambiarlo todo para que todo siguiera igual y a eso se le llamó democracia. Sí, desde luego, se hablaba mucho de la memoria histórica, el PSOE impulsa que se remuevan los terrenos para recuperar restos mortales de los fusilados, empezando por García Lorca, pero todo es una especie de pantomima, no va en serio porque quien tuvo que acometer ese papel en serio fue Felipe González cuando en 1982 los españoles le concedieron mayoría absoluta para gobernar. Pero el señor González miró para otra parte, tenía cosas más importantes que hacer como subirnos al carro de la modernidad que se llamaba OTAN y Unión Europea. Para eso sí que removió cielo y tierra, lo otro, a tenor de los hechos, le pareció improcedente. Lo cierto es que siempre perdemos los mismos y en Argentina habían decidido que no fuera así del todo porque, de hecho, perdimos cuando no pudimos impedir todas esas dictaduras. Ya sé que todos los españoles fuimos víctimas de aquella guerra civil pero como es de suponer unos más que otros.

Cristina, firmeza y lágrimas

Cristina, Teresa, Julia. Vamos con Cristina. En la llamada Sala de las Columnas de aquel en otro tiempo (de silencio) recinto militar, nos reunieron a los invitados internacionales para presenciar una teleconferencia protagonizada por la presidenta. La sala se llenó de seguidores de Cristina, con banderas, camisetas distintivas y el típico entusiasmo de lo que se convirtió en un acto político más que académico.

La presidenta estaba en la provincia de Santa Cruz en sus asuntos, inaugurando un sistema medidor de audiencias audiovisuales, alternativo a los sistemas privados, una nueva ambulancia…, en fin, en sus cosas. Pero no me arrepentí de asistir a esa videoconferencia porque creo que estuve ante un momento histórico no sólo para Argentina sino para el mundo y yo me hallaba presenciándolo, allí, accediendo a lo que en comunicación llamamos la base primaria de referencia o acontecimiento en bruto que luego los periodistas debemos sacar a la calle en neto, es decir, debemos informar que significa dar forma a algo y cuando llega el momento de dar forma es cuando suelen producirse las tergiversaciones, las desinformaciones y las manipulaciones. De hecho, las hubo, al día siguiente la presidenta se llevó su dosis de rechazo y desprecio por parte de los medios de aquí y de allá contrarios a su línea pero a mí no me la dieron porque me tragué una hora y media aproximadamente de un acontecimiento cuya primera parte fue histórica, como dije.

Esa primera parte consistió en una teleconferencia simultánea entre Santa Cruz y Moscú. Cristina en Santa Cruz, Vladimir Putin, presidente de Rusia, en Moscú. Putin había visitado Argentina no hacía mucho. ¿Qué pasaba ahora? Que Cristina y su gobierno habían decidido incluir la señal de la televisión pública rusa en el canal público de la televisión argentina. La RT o televisión pública rusa es una buena televisión y la intención de Cristina era interesante: que no nos modelen la mente, dijo la presidenta, ya tienen ustedes a su disposición otra forma de ver las cosas que pasan en el mundo.

En efecto, para el discurso hegemónico gringo ya está Clarín, para el discurso nacionalista de la nueva izquierda latinoamericana (que se pasa de nacionalista con relativa frecuencia) ya está Telesur, la televisión que inventaron los rojos de Venezuela. Ahora, pasen y vean lo que dicen los rusos malos, esos a los que los gringos les están tocando las pelotas desde hace años con escudos espaciales antimisiles y animando a los países limítrofes a entrar a fondo y como buenos conversos en el gran mercado del mundo como es lógico para mayor gloria gringa pero, oficialmente, como prueba de que aceptan la verdadera democracia que es la de los USA.

Los USA siguen una y otra vez tocando panales de abejas con un palito o con unos palotes. Defienden sus intereses pero es peligroso jugar con fuego aunque estén acostumbrados a quemar y a quemarse. Lo hacen con el mundo árabe y sube el fundamentalismo. Y lo hacen con Rusia -una potencia cargada de las bombas nucleares que existen gracias a que Stalin compró el secreto a los propios científicos estadounidenses- y logran que a Rusia le entren ganas de refundar la URSS.

Y si a Cristina también le estaban inflando las narices desde Wall Street esos yanquis avaros que compran por cien y venden por cien mil y la mujer lleva buena parte de su vida peleando con el FMI, no le hizo ascos aliarse con Putin de forma similar a lo que sucedió entre la Venezuela de Hugo Chávez y el Irán de Mahmud Ahmadineyad.

Yo todo esto lo he mirado y lo miraba de nuevo con asombro. ¿Qué está pasando en el mundo? ¿Será esto uno de los inicios de la era post-gringa o se trata sólo de un espejismo? De modo que los países latinoamericanos, tradicionalmente súbditos de Europa y de Estados Unidos, ahora aliados con la Rusia del implacable excomunista Putin, con la comunista China, o eso dice ella que es, con el fundamentalista Irán, la patria chiita…

Estaba en aquella sala viendo a Cristina charlar con Putin de paz, del derecho a la información veraz. Putin deseándole suerte en su cometido, Cristina abordando la necesidad del respeto al pluralismo y la identidad de los pueblos…

Los comentarios mediáticos opositores del día siguiente eran de esperar: qué hace Cristina metiendo la televisión de Putin y a Putin en Argentina. ¿No es acaso Putin un político autoritario que ha reprimido a periodistas en su país, que los ha perseguido hasta extremos intolerables? Pues sí, no les faltaba razón. Putin hizo que Gazprom, la empresa pública del gas, se hiciera con NTV, una cadena fundada por el magnate ruso-judío Vladimir Gusinski. Occidente admiraba bastante a esta cadena, muy crítica con Putin quien metió en la cárcel a Gusinski acusándolo de estafa al Estado. Cuando lo dejó libre, se fue a España y se refugió en el sur, en la costa de Cádiz. Putin exigió su repatriación pero el juez Garzón se negó o hizo la vista gorda. Gazprom es algo más que una empresa de gas, tiene influencia sobre buena parte del mundo mediático ruso, patrocina la Champions League en Europa…

Pero hay causas por encima de todo eso que provocan que quienes tienen un enemigo común se tornen en amigos. Algunos medios argentinos aseguraban que Gazprom ha invertido más de mil millones de dólares en la empresa argentina YPF que Cristina expropió y luego compró a Repsol y por eso la prensa europea y yanqui la llamó de todo menos bonita. YPF era ya argentina pero la compró Repsol y luego volvió -en su mayoría de acciones- a manos públicas argentinas y a socios privados también. YPF se convirtió en la gran esperanza argentina para depender menos del petróleo, algo básico para aminorar la asfixiante deuda pública contraída con los usureros de turno porque prestar dinero al que lo necesita puede que sea justo y necesario pero no cobrarle unos intereses monstruosos y contar con la complicidad de la ley, en este caso de la justicia estadounidense.

Cuando Cristina terminó de hablar con Putin y se cerró la conexión con Moscú su siguiente tarea fue inaugurar un satélite militar de defensa que cubría un área de más de cuatrocientos kilómetros de control. A pie de satélite, en otra parte del país, los ingenieros dialogaban online con la presidenta quien les preguntaba por las características del satélite. En un momento dado, les solicitó información sobre si instalando más satélites de ese tipo se llegaría a vigilar bien toda una gran zona del territorio argentino. Le dijeron que sí, claro, y yo creía que iba a anunciar la fabricación e instalación de nuevos artefactos de ese tipo, todos con tecnología argentina, según nos decían los protagonistas que poseía el que se estaba inaugurando. Pero no fue así, tal vez lo quisiera dar a entender.

Había altos militares sentados en unos y otros lugares de la transmisión, algunos con caras serias. Entonces me pregunté qué estarían pensando sobre esa alianza con Rusia después de tantos años agringados y qué estaría pensando la tradicional iglesia argentina sobre lo mismo, ahora, a lo peor, tener que relacionarse con los ortodoxos rusos que por mucho que sean hermanos no dejan de ser también dueños de otro negocio religioso porque así es como veo yo esto de la religión o de las grandes religiones, siempre salvando a las muchas personas sinceras y de buena voluntad que son creyentes practicantes.

A la vista de todo aquello, especulaba para mis adentros. ¿Habría querido Cristina contrarrestar el posible malestar de algunos militares por lo de Rusia iniciando un plan de instalación de satélites de vigilancia dotados de alta tecnología y además argentina? ¿Las decenas de emisoras de radio que la nueva ley del audiovisual, cuyos cinco años de aprobación estábamos conmemorando, había concedido a la iglesia argentina -según se nos indicaba desde fuentes oficiales- servirían también para calmar posibles malos humores derivados de la osadía de la presidenta?

Eran sólo conjeturas, la presidenta terminó su tarea en Santa Cruz con un mitin donde demostró que no se le escapaba nada de lo que tenía que decir para que todos los que la estábamos viendo a través de las pantallas o in situ quedáramos contentos por aquello de que la mandataria nos había citado y se había interesado por nuestros asuntos. Comprendo que tenga enemigos, es una gran mujer, una líder que ha demostrado que se puede ser de izquierdas y ganar elecciones con un aspecto elegante, sin necesidad de acudir a supuestos distintivos simbólicos «de izquierdas». Eso me gusta: las ideas y los principios se llevan en la mente y en el corazón, el hábito no hace al monje. Se puede llorar recordando al hombre que se amó -como le ocurrió a Cristina cuando en su mitin se refirió a su esposo, sin citarlo- y al mismo tiempo tener carisma y levantar pasiones a favor y en contra.

La pasión que Cristina le pone a sus mítines me recordó a otra apasionada de la política, Dolores Ibárruri, «Pasionaria», la gran líder del comunismo español en la Segunda República y en la guerra civil (para otros, criminal de guerra). Mis padres me habían hablado de su fuerza, de su valentía y mis padres no eran comunistas, eran obreros, gente sencilla del mundo rural emigrados a la ciudad (para esos otros, acaso personas ingenuas a las que, cuando eran pequeños, les lavaron el coco los comunistas).

«Pasionaria» regresó a España desde el exilio tras la muerte de Franco. A finales de los años setenta del pasado siglo acudí en Madrid a la fiesta anual que celebra el Partido Comunista de España (PCE) cuando era un gran partido y no el alma en pena que es ahora, sin rumbo, sin identidad, recogiendo migajas del sistema al que dice combatir.

Dolores intervino en aquella fiesta, fue en el cierre de la misma. Ya era mayor, una anciana muy joven. Me sorprendió su voz portentosa, su timbre intenso, su modulación. Y me acordé de mis padres que de pequeños la habían oído cuando la República. ¡Qué fuerza habría tenido en aquellos tiempos esta mujer pertinaz y rotunda! Escuchando a Cristina me acordé de Dolores, no sé si le gustará la comparación a la presidenta pero así fue.

Teresa, lo entrañable y la emoción

La ministra de cultura de Argentina, Teresa Parodi, una mujer culta y a la vez entrañable, también se conmovió cuando pronunció una charla con la que se clausuraba el encuentro internacional que me había llevado a Buenos Aires. Había sido precedida en el uso de la palabra por el profesor Ticio Escobar, secretario de cultura de Paraguay durante el mandato del presidente Fernando Lugo. Entre ambos, nos ofrecieron unas intervenciones bien fundamentadas, utilizando términos lingüísticos de diversos idiomas indígenas, citando a Aristóteles y a algunos seguidores de las concepciones aristotélicas de la buena vida tomada en el sentido de una existencia coherente, basada en la ética que permite a los seres humanos sentirse reconfortados y autorrealizados.

Pero la ministra aportó el toque lírico y emocional. Recitó magistralmente un poema sobre la necesidad de la resistencia ante la adversidad y lo relacionó con el lugar en el que estábamos, ayer un lugar de tortura y muerte, hoy un ámbito para el recuerdo. Teresa se emocionó rememorando a los desaparecidos, víctimas del terrorismo de Estado. No era para menos, ella vivió aquello en primera línea de fuego. El público empezó a aplaudir, una mujer se levantó y gritó: «¡Treinta mil compañeros y compañeras desaparecidos!». Y el público le respondió: «¡Presentes, ahora y siempre!», mostrando con los dedos el signo de la victoria. Varias veces se repitió este grito mezclado de dolor, rabia y esperanza.

Julia, la india poeta

Cristina y Teresa me ayudaron a seguir adelante y me conmovieron. Pero Julia me enterneció y me condujo a mis tiempos de poeta silvestre, cuando estaba convencido de que unos versos podían cambiar a las gentes para que éstas, a su vez, cambiaran el mundo según mis deseos y mis necesidades ideológicas y psicológicas.

Julia Rosa Palavecino, una mujer de raza india, o eso me pareció, se acercó a la mesa en la que yo acababa de pronunciar mi ponencia. No iba a hablar de comunicación ni de periodismo sino a regalarme sus poemas. Me obsequió con una obra colectiva, en la que figuraba ella, que llevaba por título Estelas de Paz, y con otros de sus poemas escritos a mano en folios fotocopiados. Le di las gracias, los guardé y ahora los leo.

En el libro colectivo, los versos de Julia me proyectan una sumisión a Dios, al Señor, que todo lo guía, que todo lo enseña y, claro, sólo enseña cosas buenas, la paz en primer lugar, mientras son los hombres los malos del guión porque se han vuelto malvados por voluntad propia. Sin Dios el humano no es nada. Hasta «en las pequeñas cosas está la grandeza de Dios», sentencia Julia, o sea, que no somos nada sin Dios, deduzco.

En sus poemas manuscritos aparece otra Julia, ya está más cara a cara con ella misma y con el ser humano que es, ya aparecen como causantes inmediatos de las cosas unos humanos que hostigan y maltratan a otros, ya emerge una Julia indignada y hasta deslenguada. Esa es mi Julia y ésa supongo que será su Julia. Porque, ¿qué pintará Dios en todo esto?, qué manía hay en Latinoamérica de tener a Dios en la boca todo el santo día y en todo momento. Oigan, ¿es que ustedes no son capaces de hacer nada por ustedes mismos? ¿No son capaces de respetar al prójimo simplemente porque es el prójimo? ¿Tan niños son que necesitan el látigo divino para hacerlo?

Escribe Julia en sus folios: «desde el fondo del silencio/brotan los ideales/en los pasos de las madres/en las huellas de los hijos/en las lágrimas de abuelos/y en los ojos de los nietos». Parecen estos versos un recuerdo a los treinta mil desaparecidos durante las dictaduras militares en lugares como el que ocupábamos, ahora dedicados al conocimiento y a no olvidar ni perdonar. Son versos mejor construidos, no los alabo sólo porque tengan detrás un contenido político, los firma la misma Julia que, en el libro, había escrito un poema llamado «Gracias Señor» en el que se expresaba con frases tan elementales como «Tú me abriste/ la puerta a la verdad/y me mostraste/ el amor a los demás».

Esa Julia de los versos al Señor y a Dios y de los otros versos -mejor construidos- tal vez dedicados a las víctimas del terrorismo de Estado, de pronto se transforma y estalla. Si en el libro nos había entregado obviedades oníricas como un poema llamado «Las siete maravillas del mundo» que afirmaba, simplemente: «El amor/ La humildad/La justicia/La libertad/La paz/El respeto/La solidaridad», ahora parece como si existiera otra Julia que se expresa desde lo real, «a pie de tajo» y se deja de celestialidades. Y habla con absoluta franqueza, con las tripas y con el corazón: «Los días pasan jodidos/en este mundo de mierda/donde te cagan la vida/los odios y la violencia/donde hay una virulencia/que no te deja vivir». Y más adelante, añade: «donde el poder económico/terribles hijos de puta/te hacen comer viruta/no les importa un carajo/te hacen caer bien abajo/mientras ellos/ más se enriquecen/no les importa un huevo/quiénes son los que perecen».

La verdad es que mi estancia en Buenos Aires del mes de octubre de 2014 ha estado marcada por las mujeres brillantes y sensibles. Porque aún mantengo la ilusión de que alguien empiece a cambiar esto. Mi colega de la Universidad de Sevilla, el doctor Manuel Ángel Vázquez Medel, confía en que la mujer desempeñe un papel decisivo en esta nueva fase de la Historia. Me gustaría creerle. Cuando en Buenos Aires he observado a éstas y a otras mujeres me he vuelto a convencer de que no todas van a ser la señora Lagarde o la señora Merkel y que las mujeres tendrán que hacer lo mismo que los hombres: luchar entre ellas. Y los varones tendremos que decidir de qué lado estamos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.