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Cocineras: la primera línea contra el hambre

Fuentes: Rebelión

En los últimos meses se agudizó el problema del hambre. La pobreza, que superaba el 40%, con las medidas de Milei y Caputo, ya golpea a la mitad de la población. La infancia, la más golpeada. Los comedores populares venían enfrentando el ajuste, pero la ministra Sandra Pettovello dejó de enviarles alimentos.

Comer dos veces al día es un privilegio”. “La gente se pregunta: ¿compro comida o el remedio a mi pibe?”. “Si la línea de indigencia está en 439.240 pesos, ¿qué somos nosotras? ¿Qué hay más debajo de la indigencia?”. Julieta, Tamara, Ariel, Johana y Gloria trabajan en comedores del Gran Buenos Aires. Ellas ven, día a día, el deterioro de la alimentación y la vida de las familias trabajadoras. Cada vez más platos que llenar, ollas cada día más vacías.

Hace años están la primera línea contra el hambre. Son parte de los movimientos sociales donde se organizan los sectores más precarios de la clase trabajadora. 

El reciente informe del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) pinta de cuerpo entero la situación del país: el 49,9% de la población es pobre. Casi la mitad del país se encuentra bajo la línea de pobreza: 23 millones de personas. Esto implica un crecimiento de 8 puntos porcentuales y de 4 millones de pobres con respecto a fines de 2023. La indigencia muestra un escenario igual o más dramático: según un informe de noviembre de 2024 del Centro para la Recuperación Argentina de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, la indigencia alcanza a 6 millones de personas y creció un 76% este año (pasó de 3.410.300 personas a 6.012.772).

Una de las problemáticas más importantes son los indicadores de pobreza infantil. Según la UCA, la indigencia en este segmento etario llega hoy casi al 20% y subió casi 3 puntos porcentuales. La pobreza en los menores de 18 años llega al 65,5%, mientras que en 2023 era de 62,9%.

De miedo no comemos, no vivimos” dice Tamara. “El miedo que arda”, agrega Gloria. “No nos vamos a quedar en nuestras casas”, dicen.

Las voces van desde los comedores a las movilizaciones. Desde allí también llegan las voces de la primera línea.

Revolver y repartir: en las ollas se cocina el amparo

Por Soledad Quiroga

La autora de esta producción recorrió comedores de la UTEP para reflejar el acto de dar sustento que se repite cotidianamente en los espacios donde servir un plato de comida es hacer patria.
Comencé este proyecto visual y documental en marzo de 2024 con la intención de construir un recetario con los platos que hoy se preparan en algunos comedores populares y comunitarios de distintas zonas de la ciudad y del conurbano de Buenos Aires. Mi intención era mostrar la adaptación de las recetas o menús originales ante los cambios económicos y sociales que estamos atravesando.

Cuando empecé a recorrer los espacios me di cuenta de que las cocinas están en constante movimiento y transformación. La necesidad de contar con ese plato de comida alcanza a personas y familias que antes no lo requerían. Como otras veces, las ideas se modifican en el hacer y fui comprendiendo que lo importante no era qué se cocinaba, sino el acto mismo dar sustento.
Ganarse el pan de cada día no es, hace tiempo, un sinónimo de la palabra trabajo. Cada vez más trabajadores diariamente asisten a comedores en busca de alimentos que llevar a sus familias. La mayor parte de las personas que sostienen los comedores sólo obtiene a cambio la vianda que traen a casa. No se vive sólo del pan que se gana. El trabajo dignifica si no hay que elegir entre comer y pagar un servicio esencial, si se planifican políticas públicas que garanticen el acceso al trabajo, la salud y la educación como parte de un modelo cultural que nos saque de la urgencia constante por la supervivencia. 
¿Con qué se cocina? ¿Qué se cocina en los comedores? ¿Quiénes cocinan y por qué?
En los comedores se cocina con lo que hay, y lo que hay siempre varía y muta, depende de muchas voluntades. Se puede ver toda una cadena de trabajo que da como resultado una vianda para cada persona que se acerca, un trabajo arduo ( que requiere el uso de guantes de obra) retribuido apenas por el pan de cada día.

En las cocinas se produce la magia. A las ocho de la mañana llueve, truene o salga el sol las ollas comienzan a llenarse con lo que las cocineras puedan reunir. Dos acciones, entre tantas, son la que más fotografiamos los reporteros gráficos: el acto de revolver y el de repartir, reunir lo posible y conjurar para que alcance. Los brazos que revuelven y reparten son casi siempre femeninos o feminizados.
Las personas que cocinan y trabajan en los comedores populares y comunitarios no pueden llevarse un bocado a la boca sin haber llenado antes la olla de otros. El pueblo aymara en su cosmovisión utiliza un término que describe lo que sucede en estos espacios asistenciales que se multiplican. «Ayllu» podría traducirse como economía del amparo.  «

FUENTE: Tiempo Argentino

Cocineras comunitarias, un trabajo fuera de la ley

Por Pablo García Grande y Héctor Serres

Ser cocinera en un comedor comunitario es ver y hacer algo. Es escuchar y activar lo que puedas para que esa piba o pibe no tenga hambre. Muchas mujeres son cocineras en su cuadra como respuesta a una pregunta que a veces suena así: “Al mediodía comemos en la escuela, pero a la tarde tenemos hambre. ¿No nos hacés la leche?”. En junio de 2023 La Garganta Poderosa consiguió que se presente el Proyecto de Ley para el Reconocimiento Salarial de las Cocineras Comunitarias. Para que ser cocinera en un comedor comunitario deje de ser un trabajo no pago. El proyecto propone reconocerle derechos mínimos a las trabajadoras y trabajadores de los comedores y merenderos comunitarios. “El trabajo comunitario salva vidas, construye redes, sostiene las barriadas populares, eso ¡también es trabajo!”, grita la petición de la Asociación Civil La Poderosa, que ya tiene más de 20.000 firmas. Zorzal Diario y la Revista Timbó nos acercamos a algunas mujeres que le ponen horas, organización, corazón y levadura o lo que tengan en la heladera para levantar y darle sabor a la comida que comparten en sus barrios en Cárcova, Curita, Villa Martelli y Garrote, todos del Conurbano norte.

Sabemos que existen comedores en las villas y barrios populares desde hace muchísimos años, pero todo ese tiempo dedicado a otras personas, a darles de comer y mucho más, no es visto como un trabajo. ¿Por qué? ¿Lo que empieza como una ayuda a veces no termina siendo trabajo?

En los comedores y merenderos en general hay mujeres. Cada experiencia es distinta. No hay un comedor igual a otro. Algunos dan almuerzo, otros merienda; unos están un solo día de la semana, otros en días y horarios rotativos. Más de uno empezó como un complemento de fútbol, apoyo escolar o alguna otra actividad, pero es corta: sin comer no se puede.

Los comedores son redes de convivencia y contención esenciales para que vivan muchas personas. ¿Ser cocinera en un comedor comunitario no es trabajar?

CELIA DELGADO, COCINERA DEL MERENDERO Y RECREACIÓN DEPORTIVA «LOS ALEGRES PICHONCITOS» DE CARCOVA

“Susy”, como todos la llaman a Celia Delgado, llegó en 1989 de Barranquera, Chaco, y se instaló en Cárcova, en la última casita. “No había nada. Allá al fondo había un chanchero, no había nada de aquel lado. Yo veía toda la autopista (el camino del Buen Ayre), veía el tren pasando, era la última casita. Vi crecer todo esto. Hace 35 años estoy en la Cárcova y 20 años con la cancha y el merendero».

“En el 2003 empecé porque tenía la cancha», se acuerda Susy. «El papá de mi segunda hija la hizo para que ella juegue ahí adentro y no salga para la calle. Como estaba la canchita, venían todos los días los pibes a jugar. Estaban todo el santo día. Yo me sentaba y los miraba jugar y a mí me gustaba ver a tantos chicos. En el 2003 viene una señora de acá cerca, era mi amiga y me dice: «¿Qué te parece si Ivoskus te ayuda y ponés un merendero? Vos que tenés todos los pibes para que no estén en la calle». Y ahí agarre viaje. Mi mamá me ayudó. Ella me decía: «Dios te manda para que saqués a los pibes de la calle y te vas a sentir orgullosa». Cuando empezamos, no teníamos nada. Hacíamos todo en el fuego, en el piso: les dábamos la leche y tortas fritas. Teníamos un horno de barro. Mi mamá sabía hacer de todo. Ella tenía un puestito en Chaco que mi papá le puso para que dé comer a los camioneros”.

“Con los pibes del merendero empecé a jugar en la liga de San Martín a la pelota. Los entrenaba y los llevaba a jugar. Nunca ganamos, íbamos a divertirnos. Llevaba a todos los chiquitos conmigo, tenía todas las categorías”.

Después vino la pandemia y empezó el tema de la comida con los tapers. Ahora están en las dos cosas, dan la merienda y también la cena. “Cuando vienen los chicos a buscar su mate cocido, traen su taper y a las seis y media vienen a retirarlo con la comida. Llegan a llenar 32 tapers cada día: “Si vos tenés a tu mamá, a tu papá, se cuenta cuántos son en la familia y si son cinco, se llena el taper con cinco porciones». Los platos que preparan son: guiso, polenta, lentejas, porotos, milanesa, patinesa, albóndigas, empanadas, pizza.

En Los Alegres Pichoncitos comen más de cien personas, pero a Susy le dan para cincuenta. “Yo las estiro porque mi vieja me enseñó a reciclar el arroz, los fideos, el puré de tomate», asegura Susy. «Por ejemplo, me mandan 20 kilos de carne picada para todo el mes y una caja de pollo. Me mandan una bolsa de papa, una de batata, una de zapallo Anco, una de cebolla y nada más. La Provincia nos dio a cada merendero una tarjeta y nos bajan $60.000 y yo compro lo que necesito o la garrafa, porque no nos traen la garrafa”.

El comedor funciona los lunes, miércoles y viernes y de lunes a viernes funciona el merendero, tres días comida y cinco días merienda.

Susy coordina todo con las chicas, con los pibes, con la gente. Ve que la comida esté bien: “Si alguien viene a quejarse, yo sé lo que le voy a decir”. Trabajan dos cocineras y se suman otras tres chicas que sirven la merienda. En total hay más de 20 cocineras que se rotan los turnos en la semana y cobran el Potenciar Trabajo. Susy cobra un sueldo de municipal de la secretaria de desarrollo social del municipio por la tarea que realiza.

¿Qué importancia tiene el comedor para el barrio para vos, Susy? 

Lo importante es que de acá salieron muchos chicos que no se metieron en la droga y no se metieron en el robo. Tenían un lugar donde venir a jugar. Pasaban todo el día acá. Yo tengo la cancha. Tienen un lugar, no tienen que ir allá a jugar a la pelota, porque se tirotean allá, se tirotean allá, se tirotean allá (señala hacia distintas zonas del barrio) y siempre ligan los más buenos.

Acá yo tuve pibes que murieron por la droga, por ir a robar. El Pela, el del tren viste, él jugaba acá (se refiere a una de las víctimas de la masacre de Cárcova de 2010, donde la policía mató a dos pibes e hirió a un tercero, disparando a quemarropa luego de que un tren descarrilara en las vías del fondo del barrio). Iba conmigo para Zagala, para todos lados y se la ligó, sin tener hecho y culpa, porque estaban agarrándose con los tranzas y vos sabés que, en toda villa, siempre va a existir eso.

¿En qué ayuda la existencia del comedor? ¿Cómo sería si no estuviera este comedor acá?

Acá es un refugio donde van a venir a jugar y te enterás de lo que les pasa. Viene uno y te dice: “sabés que yo tuve problemas con mi papá, nos pegó”. Muchos chicos que fueron abusados también, muchos chicos que tuvieron HIV. Me cuentan porque yo me meto y me siento con ellos. A veces que no tienen nada para comer y vienen los fines de semana también o a cualquier hora y me dicen: “necesito pan”. Si yo tengo, les doy cualquier día. Ellos cuentan conmigo. Algunos que venían antes al merendero ya son papás, se criaron comiendo acá y ya trabajan algunos.

Yo sé lo que les pasa a algunos pibes y los entiendo, que se enojan y se meten en la droga, porque a mí me pasó también, con la separación de mis viejos, pero yo ya tenía 18. Acá algunos tienen 12. No sabés lo que son, chiquitos. Pero vos no sabés lo que sienten por dentro porque ellos están ahí. Y algunos están por los padres, ellos tienen la culpa, no los chicos, como siempre les digo. Esto pasa en la villa y nadie puede decir que no, porque es así, te digo yo por experiencia. Yo pude dejar la droga.

¿Es reconocida la tarea que realizan?

Esto que hago es reconocido por el barrio, pero no por las autoridades. Cuando tengo un problema, sé muy bien que los chicos y la gente del barrio van a estar. Hay un reconocimiento. Cuando me iba a trabajar a las cuatro de la mañana, que me iba al geriátrico, nadie me hizo nada, jamás. Me conozco a todos acá. Desde el primer momento yo fui la primera en vivir acá. Todos confían en mí, eso también es un reconocimiento.

ROXANA RODRÍGUEZ, COCINERA EN EL «CENTRO COMUNITARIO RENUEVO» DE VILLA MARTELLI

Estoy en la cocina desde el 2018, pero desde que estoy acá hace 9 años en la iglesia. Mi mamá tiene una casa de cocina y trabajé en restoranes, parrillas.

Acá trabajás cómodo. Acá se la da comida, la cantidad que se tiene que dar. Por ejemplo, en un restaurán, de lo que yo te puedo llegar a decir, se corta la milanesa: se le saca todo lo que es la grasita, se le saca un pedacito y la milanesa se hace gigante y con eso se hacen las empanadas, las tartas. Y si sobra, se congela, se vuelve a sacar y si no se comió, se vuelve… y dura una semana. Acá es todo en el momento, no se guarda nada, no sobra nada. Y si llegara a sobrar, siempre hay un chico, una maestra que se lo lleva, que lo necesita, ¿no? Porque no es que se lleva por llevar.

Roxana es cocinera en el Renuevo, un centro comunitario que da apoyo escolar y es parte del Centro Cristiano “Jesús es Vida”, una iglesia evangélica en Villa Martelli, cerca de Tecnópolis y a metros de la calle Constituyentes, en el límite entre Vicente López y San Martín. Al frente de El Renuevo está el pastor Juan Carlos Forte, quien nos recibió junto con Roxana y Sergio Aquino, ayudante de cocina.

Veintisiete años tiene El Renuevo, empezaron en 1996. Durante la pandemia le dieron de comer a casi 10.000 personas. Ahora, los sábados reciben entre 500 y 600 personas. Con el apoyo escolar primario y secundario, dan desayuno, almuerzo y merienda.

¿Qué importancia te parece que tiene cocinar, Roxana?

Yo siempre pienso en los chicos y en la necesidad de ellos. No sé si me gusta tanto cocinar, pero cocino rico. Pero siempre llego, por ejemplo, “Ay tengo que poner rápido”, porque tengo el mate cocido y hay muchos chicos que llegan sin desayunar, porque no lo tienen en la casa. Ponele que hay dos o tres que desayunaron en su casa y te dicen que desayunaron factura o una galletita. Y acá no es que se le da cosas feas. Se le da bizcochuelo. Está Antonia que haces tapita de alfajores. Hay galletitas que se donan, muy ricas, como Oreo, alfajores, facturas. Tapas de pascualinas. Y acá se trabaja con el horario. Y para mí re sirve. Se ve la necesidad y la ayuda acá está.

¿Te parece que está bien que se saque una ley que contemple que se le pague a las cocineras de comedores comunitarios que tal vez no está en el caso tuyo pero intentar que sea un trabajo?

Sí, si se puede, sí. Yo ayudé en el comedor mucho tiempo. Fui la encargada del comedor, venía mucha gente también. Estuve tres años ayudando. Tenía mi trabajo -yo vendía en la calle, tenía productos de limpieza y todo eso-, pero yo venía acá y me dedicaba sirviendo a la gente. Y lo hacía de corazón. Todo a cambio de nada, porque el pastor me preguntaba si necesitaba algo. Y si lo necesitaba decía que sí, si no lo necesitaba, decía que no.

¿Qué tan reconocida te parece que está la tarea que hacés? ¿Es reconocida o no?

Yo creo que sí.

¿De qué forma?

Porque lo ven. Vienen algunos al comedor. Hay chicos que vienen acá, que viven cerca de mi barrio, y me dicen: “Ella es la seño, la cocinera”, porque no me dicen la que cocina, me dicen: La seño la cocinera”. Pero sí, no yo sino el Apoyo está reconocido, ¿entendés? Yo soy la cocinera nomás, pero ellos: “Ahí está la seño, la cocinera”, pero creo que es más el Apoyo, el lugar este es más reconocido.

¿Te parece que está bien que se saque una ley que contemple que se le pague a las cocineras de comedores comunitarios?

Sí, si se puede, sí. Yo ayudé en el comedor mucho tiempo. Fui la encargada del comedor, venía mucha gente también. Estuve tres años ayudando. Tenía mi trabajo ―yo vendía en la calle, tenía productos de limpieza y todo eso―, pero yo venía acá y me dedicaba sirviendo a la gente. Y lo hacía de corazón. Todo a cambio de nada, porque el pastor me preguntaba si necesitaba algo. Y si lo necesitaba decía que sí, si no lo necesitaba, decía que no.

¿Qué tan reconocida te parece que está la tarea que hacés? ¿Es reconocida o no?

Yo creo que sí.

¿De qué forma?

Porque lo ven. Vienen algunos al comedor. Hay chicos que vienen acá, que viven cerca de mi barrio, y me dicen: “Ella es la seño, la cocinera”, porque no me dicen la que cocina, me dicen: La seño la cocinera”. Pero sí, no yo sino el Apoyo está reconocido, ¿entendés? Yo soy la cocinera nomás, pero ellos: “Ahí está la seño, la cocinera”, pero creo que es más el Apoyo, el lugar este es más reconocido.

«Para mí el tema de la cocina es fundamental», acota el pastor Juan Carlos Forte. «A veces no se valora eso, las personas mismas que trabajan en cocina. Antiguamente pasaba eso. Porque es el eje, esto es un engranaje. Falla el engranaje del desayuno, ya todo para atrás de desmorona. A veces pasaba que hacían empanadas que no se calentaban, entonces se iban los chicos más tarde».

Vos me decís, Roxana, que ustedes empezaron como apoyo escolar, pero después la comida aparece como algo que si no está no podés con lo otro.

Lo fundamental es, sí. Hay algo que dice la señora que ahora no está (Olga). Hay una nena que no quiere desayunar a la mañana y no desayuna tampoco en la casa. Entonces, ella le dice que acá por lo menos el momento de desayunar lo tiene y le explicó que el desayunar a la mañana es la que te da las energías para poder vos trabajar tranquilo y hacer las cosas, ¿no? Nosotros acá podemos entrar 15 minutos antes para poder desayunar. Yo a lo primero no lo hacía. Después que la escuché a Olga de lo que decía lo empecé a hacer. Y está bueno, porque aparte de eso, te enseñan de lo que es el alimento acá. Todo el tiempo. Porque el chico que viene con el estómago vacío no va a hacer nada, ¿entendés? Va a estar apagado o se va a portar mal, porque se siente algo en el cuerpo que no lo tiene.

¿Algo más que quieras agregar relacionado con ser cocinera acá?

Que dije que no me gustaba mucho la cocina, pero sí, lo hago con mucho amor.

Sí, es muy rica la comida”, agrega el pastor.

Es verdad, reafirma Roxana. Y lo más bueno es que hay un nene que se llama Nikeas y todos los días me viene a preguntarme el menú. «¿Y qué comemos hoy?». Y a él lo que le gusta es lo que estamos haciendo hoy: lentejas con arroz, el guiso de lentejas.

HERMELINDA ROMANO, COCINERA DEL MERENDERO «TIEMPO LIBRE» DE CURITA

Hermelinda Romano es la cocinera y cofundadora del merendero «Tiempo Libre» del barrio Curita de José León Suarez, San Martín.

Hace 19 años que el merendero está abierto. Hermelinda es del campo, de Chaco, y sufrió mucha hambre. Cuenta que siempre le decía a su hija Paola cuando era chiquita: “Estudia así me pones un comedor en mi casa”. Ahí la conocían todos los chicos porque trabajó mucho en la salita de primeros auxilios. “Hace cuarenta años que vivo acá en Curita. A veces venían los chicos y me decían: «Al mediodía comemos en la escuela, pero a la tarde tenemos hambre. ¿No nos hace la leche?»”.

Paola Insaurralde, hija de Hermelinda, es la otra cofundadora de Tiempo Libre. El comedor empezó en un pequeño espacio de dos por tres dentro de la casa de la familia, delante de todo, y de a poco el padre fue cediendo espacio de su taller y del lugar donde guardaba las herramientas, ya que siempre trabajó de albañil. Ahora cuenta con un espacio más grande que con el tiempo y el esfuerzo fueron construyendo. Tuvieron que luchar mucho para que no les entrara agua; con rifas y loterías pudieron ir comprando los materiales para hacer la losa y terminar la construcción, cuenta Paola.

Reciben un poco de pan de una panadería cercana del barrio y grasa. Las mismas mujeres que cocinan por turnos cada día y se sostienen con un Potenciar Trabajo, ponen parte de ese ingreso para armar un fondo para comparar la garrafa de gas que les dura todo el mes.

Hermelinda les fue enseñando a las cocineras a hacer pan casero, torta frita, arroz con leche, polenta con leche, zapallo con leche, se inventaba las comidas con lo que tenía. Eso cuando era solo merendero. Desde hace diez años es también comedor, cocinan para la cena.

Los mismos chicos le empezaron a pedir a la abuela, como todos la llaman, “¿Porque no haces comida que nosotros a la noche no comemos, no tenemos escuela? Así venimos tomamos la leche y después venimos a la noche y comemos. Empezaron haciendo tres veces a la semana la leche y dos veces la cena.

“Al principio fue complicado porque conseguía mercadería para merienda nada más», explica Paola. Los primeros cinco años nos ayudaba Barrios de Pie, después estuve sola y cuando abrimos el comedor ya nos ayudaba el Evita, por el 2011. Recibimos algunas cosas de algunos supermercados, de diferentes lugares, vamos consiguiendo lo que podemos. Recién en la pandemia logramos que la Municipalidad de San Martín nos abastezca con algo de mercadería como arroz, fideos, salsa de tomate, harina, polenta, arveja, lenteja y garbanzo, 25 kilos de carne picada, dos cajones de pollo, una bolsa de papa, una de cebolla, de zanahoria y zapallo, eso es todo lo que me da para un mes”.

Ahora es comedor todos los días y apoyo escolar dos veces por semana, donde sirven la merienda para los chicos. A las cuatro de la tarde arrancan a preparar el menú con el que llenarán los tapers, de gran tamaño, donde llegan a servir hasta siete o nueve raciones para las familias que los llevan hasta las 18:30 que son recibidos, así pueden calcular cuánto tendrán que cocinar.

El comedor brinda alrededor de 230 raciones por día. Los tapers llegan con el nombre de las familias y la cantidad de integrantes para que las cocineras sepan cuantas raciones servir. Hay tapers para siete, para dos y para diez.

Se comía en el comedor hasta que llegó la pandemia y obligó a organizarse con los tapers. Siempre dieron de comer a niños hasta que a partir de ahí tuvieron que brindar alimento también a los adultos. Para saber de quién es cada taper le ponen el nombre y la cantidad en una cinta. Llegan a tener casi cincuenta tapers.

Hermelinda esta de lunes a lunes y cada día vienen cuatro cocineras diferentes, que cubren dos semanas de trabajo y vuelve a empezar la rueda. Aunque aclara Paola que siempre faltan algunas y generalmente son dos con la supervisión de Hermelinda y ella también muchas veces se suma a las tareas.

Ley Cocineras

Hermelinda es jubilada y por eso no cobra nada, algunas de las chicas que cocinan se sostienen con el Potenciar Trabajo: “Algunas logré que cobren la Ley de Ramona que es muy poco, sigo peleando para meter a un grupo más”, aclara Paola, “La ley Ramona, cuando salió, nos dieron 5.000 pesos por mes, por ahora es eso. La ley ayudaría a que puedan cobrar el resto de las compañeras”.

¿Qué importancia tiene el comedor para el barrio? 

Me siento bien porque yo sufrí mucha hambre cuando fui chica mis padres no teníamos nada. Éramos pobres, pobres. Dormíamos en el piso, no sabía lo que era un colchón y no sabía lo que es comer una fruta y tener ganas de comer, entonces nosotros cuando los camiones pasaban, nos quedábamos a la orilla de la ruta porque los camioneros tiraban la cáscara de la fruta y la comíamos. Me siento bien porque puedo darles a los chicos para que coman. Sé que hay muchos papás que yo lo sé, los veo, que cobran su salario, pero todo va en vicio de los padres y los chicos tienen hambre, yo lo sé, pero yo sé que algún día Dios me va a pagar bien.

Paola agrega que a veces, los sábados y los domingos “termina dándole lo que cocina para nosotros a ellos, tiene un grupo como de cinco, seis pibes que vienen sábado, domingo, lunes, martes, feriados, llueva, no llueva, vienen igual”.

Hermelinda, ¿es reconocida la tarea que realizan?

Me agradecen, sí. Yo traje médicos para los chicos. Los atendían a todos los pibes. Venían las madres y los revisaban, le ponían vacunas. Se usaba el comedor, se usó mucho tiempo porque la gente no quería ir a salita porque por más que los médicos eran buenos la salita era chica y la gente que te anotaba te trataba mal. Entonces una vez cada 15 días venían acá y acá bien, hacíamos los operativos del hospital.

El reconocimiento te llega de las mismas personas que venían acá, pero del municipio nadie te reconoce. A fin de año te invitan de la Municipalidad porque hacen una reunión con personas de todos los comedores del municipio, porque necesitan para sacarle la foto al intendente, yo no participo.

¿En qué ayuda la existencia del comedor? ¿Cómo sería si no estuviera este comedor acá?

Hay muchas chicas que se criaron acá en el comedor mío y ya tienen su pancita, pero yo salve un montón, le agradezco a Dios que me hizo estar acá en este comedor. Las salvé porque tenían catorce años y querían tener su novio y no querían que la mamá se entere, pero querían aprender que podían hacer. Siempre me sentaba con ellas ahí en la mesa esperando la comida, yo sacaba la mesa afuera y les hablaba a las chiquitas más grandes: «Cuando ustedes quieran tener noviecito y no se animan a hablar con su mamá, acá está la abuela, vengan. Traigan el número de documento de la mamá y yo les saco turno, les hago poner el diú». Sabés todas las que salvé de que queden embarazadas.

ROMINA FARÍAS, COCINERA DE «TRATANDO DE SER» DE GARROTE

Romina Farías cocina en Tratando de ser, un espacio en su casa en el barrio Garrote (Tigre) que sostienen junto con Francisco, su compañero de vida, y con la ayuda de algunas chicas.

Desde hace 5 años juegan al fútbol, hacen algunas actividades con pibas y pibes de entre 5 y 18 años y le suman una comida o merienda.

Romina creció en Gaviota, un centro cultural del barrio, al que también iba Francisco. “Nos conocimos ahí y crecimos así. O sea, con eso de la juntada, la guitarreada, la comida a cocinar entre todos, a comer ahí todos juntos, charlar, que es lo que hacemos hoy con los pibes. Nos juntamos, charlamos, tenemos un grupo, los llevamos a recitales, conseguimos cosas para que los pibes puedan acceder a las cosas que les corresponden. Por ejemplo, hoy se fueron al Parque gracias también a estas cosas que uno les va consiguiendo y hay pibes que están acá, ¿cuánto estamos del Parque de la Costa? Y no lo conocían, ¿entendés?”. A 26 cuadras queda el Parque de la Costa de la Costa del barrio Almirante Brown (Garrote).

Cocinar, comer, jugar, compartir

“En realidad nosotros no le ponemos ni comedor ni merendero por un tema de que estamos mucho con adolescentes y la verdad que a veces ellos se sienten inhibidos cuando dicen: «Voy a un comedor», «Voy a un merendero», ¿viste?”, cuenta Romina. “Es esa edad de crecimiento en que todo les da vergüenza. Entonces, es nuestro espacio. Tenemos distintas actividades, también salimos, hacemos tardes de pelis. Hacemos muchas cosas en las cuales hacemos pizzas, panchos o para compartir entre todos. Vamos viendo, rotando. A veces hacemos fideos con tuco, pero queremos cosas que los chicos no coman todos los días, algo que digan «Que bueno voy a comer…». A veces es lo que hay y nos sale hacer un guiso, lo que sea. En lo posible algo que sea distinto a lo que comen todos los días”.

¿Qué te parecería una ley que intente darle derechos a las personas que están cocinando en un comedor comunitario?

Yo lo hago porque lo hago de corazón. Yo tengo mi trabajo, mi marido trabaja, pero hay personas que capaz que sí lo necesitan y está bueno que se reconozca. Es como el trabajo de la ama de casa que decían, ¿viste? El trabajo no pago. Y hay personas que sí, que toman su tiempo. Y a veces uno saca de su bolsillo para poder. Estaría bueno también… que capaz que también ayuda. O sea, a mí me pagan un sueldo y capaz que me falta para el morrón y saco de ahí y ya sabés que es plata para eso.

Me pareció buenísimo el tema de que los chicos de 16 a 18 también puedan cobrar un sueldo, porque trabajo con adolescentes y muchos de ellos me ayudan en las actividades con los más chicos. Está buenísimo que ellos puedan cobrar algo por el trabajo que hacen. Por más que, como siempre digo y lo remarco, lo hacen de corazón, al igual que yo o al igual que todas las personas que lo hacen. Está buenísimo que se contemple esa edad, porque, además, cada vez más chicos son los que se están involucrando en esto de los comedores comunitarios.

¿Consiguen donaciones?

Sí, estamos con una orga, que es Kolina Tigre, que ellos nos dan mercadería por mes. O a veces yo les digo a los papás… Tenemos un grupo con los adolescentes y un grupo con los papás de los más chicos. Entonces, les digo: “Bueno, vamos a hacer pizza”, les cuento. “Bueno, ¿necesitás algo?”, “Te doy una levadura” o “te doy una harina”, “te doy para el queso”, “te llevo 100 gramos de queso”, “yo pongo la gaseosa”. Creo que eso está bueno, porque capaz que no tenés para hacer una pizza, pero tenés una levadura y ya suma. Es eso de construir, de que todos hacemos, ¿cómo es que dice? La unión hace la fuerza. Es algo así.

¿Cuál es la importancia de lo que hacen?

Hacíamos fútbol con los chicos y ahí empezamos a ver que algunos estaban jugando a la pelota capaz hasta las 9 de la noche y no habían ni siquiera tomado una merienda ni almorzado capaz al mediodía. Entonces, de ahí empezamos. Y la verdad que tenemos un lindo grupo con los chicos. Te puede decir cualquier padre. Tenemos un lazo. Como te digo, no es el “Tomá, andá, come a tu casa”.

¿Qué tan reconocida es esta tarea que están haciendo ustedes?

La verdad que tenemos mucho apoyo de los padres. Cuando hacemos por ahí nos dan una levadura o una cebolla o siempre nos mandan algo. Y la verdad está muy reconocida. Nos dieron las camisetas para el fútbol. Nos pagaron el estampado para ponerle a Messi. O sea, nos dan para ir al Parque de la costa, porque saben que está el espacio. Incluso, ahora el martes tenemos un taller sobre prevención de suicidio adolescente. Como te decía, también sumarle cosas a la comida.

¿En qué ayuda la existencia del comedor?

Tenemos el escudito en el Instagram: “Una hora más en el club, una hora menos en la calle”. Creo que eso es. Que ellos tengan un espacio de contención. Que sepan que estamos porque también tenemos un hijo adolescente y ellos dependen mucho de nosotros. Más los adolescentes. Se armó un grupo muy consolidado. Somos familia.

UNA LEY CAMINITO A LA ESPERA DE SER TRABAJO

El Proyecto de Ley para el Reconocimiento Salarial de las Cocineras Comunitarias espera desde el 5 de junio de 2023 en el Congreso.

“Nosotrxs como organización La Poderosa junto a (la diputada) Natalia Zaracho presentamos el proyecto en el Congreso de la Nación el 5 de junio de este año. En estos momentos el proyecto, junto a otros de cuidado, está a la espera que se trate en las comisiones de Mujeres y Trabajo”, asegura Susana Zaccaro de La Garganta Poderosa. “El proyecto ya está enviado, está caminito a la espera de que se trate en esas comisiones para avanzar a la Comisión de presupuesto y después de ahí pasaría a Diputados, pero los tiempos hoy, en este año electoral, vienen siendo complicados, así que estamos esperando de poder llegar a tiempo. Lo muy importante es esto: la visibilidad al proyecto con quienes quieran seguir visibilizando esta lucha, este proyecto de ley, con la necesidad que implica para las miles de cocineras que hay en todo el país que viven trabajando. Ese trabajo no es reconocido y esta ausencia o la no responsabilidad del Estado cuando tiene trabajando y con una vulneración de derechos tremenda desde hace treinta, cuarenta años”.

Podés sumar tu firma para darle fuerza al Proyecto de ley de Salario para cocineras de comedores comunitarios acá: yo firmo.

Fuente: https://revistatimbo.com.ar/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.