La colonial “Alameda” de inicios del Siglo XIX, pasó a ser “Paseo El Prado” y finalmente sólo avenida 16 de julio del Siglo XXI; de ser un lugar de esparcimiento para las élites paceñas terminó en la vía vehicular y peatonal más importante del centro de la ciudad de La Paz, conservando la herencia de su arquitectura neoclásica de finales del Siglo XIX, hoy amalgamada con la modernidad de las construcciones verticales de la segunda mitad del Siglo XX destinadas al comercio, negocios y ocasionalmente para la vivienda.
El Prado paceño, símbolo e icono de la paceñidad es también el lugar obligado del itinerario político del país y de su constante repertorio de convulsión social desde mítines hasta multitudinarias manifestaciones de protesta que dieron paso a las principales transformaciones políticas del país; el Prado de antaño también fue ruta obligada de importantes manifestaciones culturales y cívicas; El Prado es historia y rebelión, es fiesta y civismo, es comercio ambulante de sobrevivencia y un absurdo para el tráfico vehicular; es también un símbolo que expone aún iconos conservadores de una sociedad que oculta sus raíces en la remembranza de un imaginario criollo-español ya inexistente.
Ese es el caso de una reliquia como es la estatua de “Cristoforo Colombo”, obsequio de los residentes italianos en 1926 en ocasión del centenario de la República, monumento que evoca a una época en que el civismo se fundamentaba en la narrativa de la modernidad civilizatoria con el epíteto de “Descubrimiento de América” igual a conquista y coloniaje europeo; lenguaje obligatorio de una pedagogía que enseñaba historia oficial de una cultura homogenizante, historia que encubrió el genocidio, saqueo y dominación de nuestros pueblos por más de quinientas centurias. La semiótica como narrativa y significado de estos símbolos cambió en los últimos años, toda representación que evoca la invasión y saqueo europeos hoy tiene otra valoración y un lenguaje que se traduce en emancipación constante.
Los intentos de destruir los monumentos a Colón, a Isabel la Católica o a Alonzo de Mendoza en la Capital paceña, es expresión de lo que ya acontece en otros sitios del orbe, máxime en nuestro continente como muestra de repudio y rechazo a una historia de dominación, saqueo y genocidio; de ahí que en 2004 en Caracas Venezuela, Colon fue remplazado por el cacique Guaicaipuro y hasta 2009, la revolución bolivariana de Chávez, retiró todos los monumentos que representaban al colonialismo europeo; en 2013 en Buenos Aires Argentina, la estatua de Colon fue sustituida por la de Juana Azurduy de Padilla como justo homenaje a la heroína de América; en noviembre de 2019 en Arica Chile, manifestantes destruyeron la estatua de Colon y cerca de otras 60 en todo Chile sufrieron daños como repudio al coloniaje europeo; en 2020 en los Estados Unidos durante manifestaciones contra al racismo hacia la comunidad de afrodescendientes y por la muerte de George Floyd, estatuas de Colon o fueron destruidas o fueron removidas antes de que sean derribadas y destruidas por completo.
Por su parte en la ciudad de México en octubre de 2020, el monumento a Colón que databa de 1892 fue retirado del popular Paseo de la Reforma; en junio de 2021, en Barranquilla Colombia, un monumento donado por la comunidad italiana en 1892 fue derribada y destruida después de una protesta popular. Recientemente en Canadá, Reino Unido y Bélgica, esculturas o monumentos a Cristóbal Colón y otras que representaban a colonialistas o esclavistas fueron destruidas y retiradas después de conocer las atrocidades de la iglesia católica en contra de niños de los pueblos originarios. Estos antecedentes evidencian que el almirante genovés otrora héroe europeo, ya no tiene un lugar en la perspectiva histórica de nuestros pueblos.
En el caso de Bolivia desde 2018, la estatua de Colon ubicado en el céntrico Paseo de El Prado fue objeto de manifestaciones primero de denuncia con carteles y grafitis que aludían al inicio del genocidio en nuestras tierras; luego en octubre de 2019, tanto la estatua de Colon como la de Isabel la Católica, fueron redecorados con pintura roja y grafitis que aludían a la sangre derramada por la conquista y el colonialismo europeo; este 2 de agosto de 2021, activistas intentaron derribar el monumento, no sin antes decorar la misma con pintura negra y mutilar parte del rostro del insigne personaje europeo, intensiones frustradas por fuerzas del orden que impidieron que se consume un acto de justa reivindicación.
Como resultado de la fallida acción político-ideológica, los medios de comunicación rápidamente hicieron eco de la indignación de autoridades municipales, culturales y público interesado por atentar contra un bien patrimonial de la ciudad; tildaron de vandálico y criminal lo sucedido, reprochaban a la policía por ser indulgentes y clamaron por justicia ante un acto delincuencial; lo cierto es que sectores conservadores de la sociedad paceña para justificar su molestia e indignación, evocan a un discurso fatuo sustentado en valores y representaciones falsas, pues ven en el monumento a Colón, una “obra de arte” que debe ser conservada, un “regalo extranjero” que es un símbolo histórico, es una obra que hace a la estética y ornamento del lugar; este pensamiento conservador apela solo a lo estético, a lo decorativo como farsa que encubre una sociedad aún colonial racista que niega su identidad rechazando la verdadera interpretación de la historia que destierra los mitos de falsos personajes hechos patrimonio de una historia de saqueo y muerte como epítome.
Lo cierto y verdadero, es que lo banal de la indignación paceña no detendrá que los pueblos indígena originarios consumen, ya sea por consenso o por la fuerza, el destierro de Colon no solo en estatuas o monumentos, sino también como pedagogía de civilización; la destrucción y daños ocasionados a tales “obras de arte” que pueda indignar a algunos, no es comparable a la destrucción de nuestros símbolos, representaciones y expresiones artísticas como cultura extirpadas durante 500 años, despojándonos de nuestra memoria e historia; dicho de otro modo, los días de Colón en el valle de Chuquiago Marka están contados, o es derribado y destruido o simplemente removido, en cualquier caso es muy difícil concebir a la avenida 16 de julio con ese monumento en los próximos meses. La indignación se revertirá en reivindicación.
Agustin Tarifa Camacho. Sociólogo – Universidad Mayor de San Andrés. Ex Director General de Justicia en Niñez, Adolescencia y Adultos Mayores (2012). Responsable de Gestión Institucional en Educación Superior Técnica y Tecnológica (2014-2019). Ex Director General de Educación Superior Técnica y Tecnológica (2020-2021). Investigador en Sociología del Trabajo.