Se esperaba; lo esperaba. Ríos humanos desbordaron cauces citadinos a lo largo del país. La conquista de las calles sigue un proceso acumulativo, particularmente en la capital argentina.
Lo fue el 24E con la convocatoria de la CGT que reforzó la concurrencia y participación en las embrionarias asambleas populares y grupos autoconvocados que aun menguadamente perviven. Luego el 8M por la igualdad de género y posteriormente el contundente 24M por la memoria, que llegó a superar en varias cuadras los confines de la histórica Plaza de Mayo. En el caso que analizaré, el 23A, no recuerdo haber tenido tanta dificultad para llegar hasta el punto de concentración de mi facultad, ni tal nivel de densidad de gente por superficie, al límite de la asfixia. Superó todo lo que había experimentado en 40 años de vigencia constitucional, profusos en protestas callejeras. El cierre de esta publicación sobre la vuelta de la marcha me imprime prisa en la redacción tanto como impide analizar las repercusiones que inevitablemente tendrá. No solo por la magnitud en la ciudad de Buenos Aires, sino en todo el país. La policía, siempre devaluadora, calculó la asistencia en más de 150.000 personas. Para los organizadores fue de 800.000. El diario patricio “La Nación”, que suele acompañar el ninguneo policial, desarrolló una infografía con su estimación aproximada de 430.000 basado en tres categorías de densidad por metro cuadrado: 4 en la zona más comprimida, 2 en la media y 1 en la dispersa, aplicándolo a toda la superficie de calles y avenidas relevadas por drones. Posiblemente la realidad se aproxime más a una intersección entre la estimación más optimista y la del diario. La totalidad de la prensa, sin embargo, parece aceptar sin mayores detalles ni cálculos que hubo más de 1.000.000 por todo el territorio nacional. Verdaderamente histórica.
La semana anterior el gobierno comenzó el despliegue de maniobras con la intención de quebrar o eventualmente debilitar la convocatoria. Comenzó afirmando que había llegado a un acuerdo con las universidades para garantizar el funcionamiento, ya que otorgaría un incremento ceñido a tales gastos. Fue simplemente un anuncio informal y unilateral que, en el mejor de los casos, cubriría apenas un 10% de las necesidades elementales. El Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) rechazó la jugada, insistiendo en la invitación a la marcha. El oficialismo continuó con presiones individuales hacia los rectores del CIN y los gobernadores de las provincias, necesariamente cercanos e interesados en la oferta universitaria en su territorio, con la misma metodología que el ministro del interior utiliza para con ellos a fin de que convenzan a los parlamentarios de sus distritos a votar el nuevo proyecto de ley ómnibus reducido (llamado ley combi): el chantaje. A pesar del discurso de renovación de la política viene apelando a lo peor de ella, la corrupción y el intercambio de favores y recursos entre representantes a puertas cerradas y a espaldas de sus representados. Culminó la ofensiva con la amenaza de ratificación del temible protocolo de seguridad de la ministra Bullrich, violatorio del derecho constitucional a la protesta y la libertad de asociación y reunión, ya utilizado en manifestaciones menores con el saldo de centeneres de participantes apaleados, heridos, gaseados y detenidos, además de periodistas lesionados.
Ya en la desconcentración, las dos máximas autoridades exhibieron por X (ex twiter) en un caso e Instagram en el otro, el odio repugnante que los vertebra y el clima de violencia y crueldad que proyectan hacia la sociedad. La vicepresidenta Villarruel, acompañó una foto de Taty Almeida, madre de plaza de mayo hablando en el palco con la siguiente oración: “Hebe lo que te perdiste” (la omisión de la coma pertenece a la autora). Alude a una de las fundadoras y dirigente de las Madres, Hebe de Bonafini, que “se lo perdió” por haber fallecido hace poco más de un año. Revelador de la calaña de esta funcionaria. Por su parte, el presidente Milei, posteó el dibujo de un león (suele presentarse a sí, diciendo en tono rugiente, “hola, soy el león”) quién bebe de una taza con la inscripción “lágrimas de zurdos”. No deja de ser alentador que la tirria de Milei lo lleve a detonar las alianzas que se le ofrecen sin mayores condiciones, ampliando el sujeto de su metralla comunicacional. En el discurso en Davos, al que aludí en un artículo previo, ubicó a los magnates y jerarcas asistentes en una misma bolsa “colectivista” que integran desde nazis, keynesianos, hasta neoclásicos, incluyéndolos. Al parlamento argentino lo consideró un “nido de ratas”, al que a la vez le exige aprobación de sus proyectos de ley. El caso del ex ministro de economía ultraliberal López Murphy, eyectado por el gobierno de la Alianza, merece una mención edípica porque lo consideraba su “segundo padre”, al celebrar su postulación como diputado. Ya asumido Milei, lo mencionó al advertirle a su audiencia, que “es bueno que sepan quiénes son los que se disfrazan de liberales y son verdaderas basuras que van en contra de las ideas”. Suerte similar corrió más de una decena de periodistas, la mayor parte de los cuales han mostrado una gran indulgencia, espíritu colaboracionista y sumisión ante su investidura. No solo aborrece izquierdistas. Se presenta de este modo con ínfulas de cruzado heroico y solitario frente a un ejército de mercenarios del “socialismo estatizante”, aunque no lo sepan. Un Rambo en guerra de realitys y twits.
Así como para McLuhan el mensaje era el medio, para Milei el odio es la política. La vinculación de dogma y violencia, nos retrotrae al oscurantismo del siglo XVIII, conservador y religioso, contra el que se erigieron los filósofos de la Ilustración, entre los que prefiero incluir a Immanuel Kant, a diferencia del juicio de Frederich Nietzsche que le atribuía oscuridad por su estilo literario complejo y la ausencia de mediaciones explicativas. Kant respondería que la inteligencia es mensurable por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar. Independientemente de esta distinción detallista, no deja de ser útil a la discusión sobre la marcha universitaria, cuando en su breve libro sobre la disputa de las facultades, defiende la potestad crítica de la facultad filosófica, contra las tres restantes de saberes prácticos de entonces (derecho, medicina y teología) por tener la posibilidad de investigar las doctrinas específicas que ellas deben transmitir de manera dogmática (Der Streit Der Facultaten). Milei no soporta ni una sola incertidumbre, su concepción es que las facultades adoctrinan, razón por la cual imagina que se conforma todo el arco ideológico que valerosamente combate. Lo que Milei considera adoctrinamiento es lo que dos siglos y medio atrás ya Kant le atribuía a la facultad filosófica y la ilustración como avance y difusión del conocimiento. Algo más de un siglo atrás, los protagonistas de la reforma universitaria del ´18 en Córdoba, sostuvieron que si “en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho a la insurrección”.
También en Córdoba, ahora casi medio siglo atrás, los protagonistas del “Cordobazo”, los gremios más combativos de entonces, sostuvieron una alianza obreros con estudiantes para enfrentar la represión de la dictadura. La misma que tres años antes había desalojado a la ocupación de 5 facultades de la Universidad de Buenos Aires cuando esa dictadura la intervino, eliminando de este modo el cogobierno. Obligó al éxodo de sus mejores exponentes en la conocida “noche de los bastones largos” del ´66.
No sostengo que exista una correspondencia mecánica entre aquellos acontecimientos y los que permitieron la marcha de esta semana. Sin embargo hay tres aproximaciones. Por un lado, el gobierno de Milei, si bien no es una dictadura tiene tales rasgos de autoritarismo y violencia represiva que pone en tensión la vigencia de las garantías constitucionales. No obstante, además, las universidades no están intervenidas, ni tampoco la prensa. Por otro, las representaciones gremiales actuales no tienen el perfil combativo ni la incidencia en el mundo laboral cada vez más precarizado e informal de las de buena parte de la década del ´60. Por último, el movimiento estudiantil actual es mucho más heterogéneo por el incremento exponencial de las universidades, de sus estudiantes y su penetración en la totalidad del territorio nacional. También difiere el CIN más amplio y diversificado ahora respecto al de medio siglo atrás.
Sin embargo, la naturaleza de la amenaza, la intervención de las instituciones universitarias y gremiales interpeló a una magnitud inédita de la población que acudió a un llamado que percibió unitario y aglutinante. La diversidad ideológico-partidaria del CIN y el pluralismo de las principales universidades, la estructuración de un frente intergremial universitario, el acompañamiento de las 3 centrales obreras, algunas organizaciones piqueteras y algo más potente aún: el imaginario de movilidad social ascendente que la universidad pública tiene en la sociedad que lleva a que según el último registro (2022) 2.162.497 adultos estudiaban en las 73 universidades públicas contra 551.330 en las privadas (de excelencia, investigación y extensión, salvo alguna excepción puntual). De las privadas surgieron 4 de los 5 políticos, no casualmente conservadores para usar una expresión liviana, que disputaron la presidencia de la última década: Macri, Scioli, Massa y Milei.
Aunque resulte trillado, algunas mínimas conclusiones provisionales indicarían que sobre esta alianza larval podría profundizarse la resistencia. Sobre todo buscando formas de institucionalización de las coordinaciones arribadas fácticamente. El detalle deberá quedar para una próxima contribución.
A mí me quedará el recuerdo de haber participado de una fiesta colosal, heterogénea, bullanguera y transversal. Festival de abrazos, sorpresas y reencuentros. Oxigenante en la padadójica compresión pulmonar del bienvenido apretujamiento.
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires).
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