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Cuando decir derecha no basta…

¿Cómo caracterizar al presente gobierno de México?

Fuentes: Rebelión

El presente gobierno mexicano encabezado por Felipe Calderón lleva cerca de año y medio. Desde su inicio se han abierto muchas incógnitas y se han confirmado algunas certezas. Tomando en cuenta el tiempo transcurrido y lo que le falta, resulta imprescindible caracterizarlo con la finalidad de identificar algunas tendencias que nos permitan conocerlo y con […]

El presente gobierno mexicano encabezado por Felipe Calderón lleva cerca de año y medio. Desde su inicio se han abierto muchas incógnitas y se han confirmado algunas certezas. Tomando en cuenta el tiempo transcurrido y lo que le falta, resulta imprescindible caracterizarlo con la finalidad de identificar algunas tendencias que nos permitan conocerlo y con ello trazar algunas líneas tácticas de cómo hacerle frente.

Para ello es importante respondernos preguntas tales como ¿Quién gobierna con él? ¿Para quiénes gobiernan? ¿Quiénes son identificados como enemigos por el presente gobierno? ¿Qué lo diferencia de sus antecesores priistas y de Vicente Fox? ¿Qué de diferente tiene a sus opositores electorales? ¿Cuáles son sus objetivos para este sexenio y cuáles para sus sucesores? A continuación trataré de hacer una contribución para responder a dichas preguntas.

 

El pozo electoral y el arribo de Calderón

México es un excelente ejemplo de cómo un sistema político que celebra elecciones de manera regular (cada seis años para elegir al presidente de la república, así como diputados y senadores cada tres años, además de incontables elecciones estatales y municipales), se sirve de ellas para socavar cualquier posibilidad de un verdadero ejercicio democrático. Desde finales de la Revolución Mexicana han habido elecciones para todos estos puestos, como todos sabemos, durante prácticamente setenta años éstas servían principalmente para legitimar en el poder a un partido profundamente corrupto que, usurpando y falseando el ideario de la Revolución, se dedicó a reestablecer y fortalecer el capitalismo mexicano, haciendo burla de nuestros héroes que murieron en la justa heroica de principios del siglo XX. Son de todos conocidos los incontables hechos de corrupción y represión que practicó el Partido Revolucionario Institucional para mantenerse como el único administrador burocrático del Estado mexicano. Sin embargo el circo electoral nunca se detuvo: no fue necesario posponer, suspender, aplazar o interrumpir las elecciones; por el contrario, éstas siempre se celebraron con relativa normalidad.

La crítica burguesa de dicho sistema político centró su debate con el régimen en el hecho de denunciar al «partido de estado» como culpable de la falta de democracia. La solución, según ellos, consistía en generar condiciones para que hubiera elecciones con mejores condiciones de competencia que pudieran permitir un sistema multipartidista. Esta crítica burguesa provenía tanto de la derecha como de la izquierda moderada, achacando al autoritarismo priísta la única responsabilidad de las expresiones más radicales de la inconformidad social, tales como el movimiento estudiantil del 68 o el movimiento armado de los años sesenta y setenta.

Estos signos de caducidad del régimen priísta llevaron al presidente Luis Echeverría a impulsar una serie de reformas que supuestamente habrían de permitir una mayor participación democrática. Las reformas sirvieron de poco y sin embargo las elecciones se siguieron celebrando. Esto alcanza un punto importante en 1988 cuando la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas lanzada por el Frente Democrático Nacional logra un apoyo mayor que la del candidato priísta. Sin embargo el PRI se mantuvo firme, impuso como presidente a Carlos Salinas de Gortari, mientras que el movimiento agrupado en torno al FDN fue llamado a la desmovilización por sus propios dirigentes para formar un partido político, el PRD, el cual sufrió en los primeros años de su existencia una feroz represión por parte del gobierno priísta.

A partir de ese año se da un crecimiento simultáneo del PAN y del PRD. Cada vez más, los puestos gubernamentales se encontraban divididos entre estos tres partidos. El día de hoy, en el papel, la situación es muy diferente a los años del priísmo. El PAN ha obtenido ya dos presidentes, gubernaturas y distintos puestos de elección, mientras que el PRD, aunque no ha tenido ningún presidente, ha ganado varias gubernaturas diputaciones, senadurías, municipios, etc. ¡A esto se le llama cambio democrático! [2]

Pero ¿Qué tanto ha cambiado? El pueblo sigue tan marginado como siempre del proceso de toma de decisiones, la movilización social independiente no cesa y las elecciones siguen siendo fraudulentas. Existen muchos decepcionados del mentado cambio democrático que alguna vez llegaron a pensar que PRI y sistema político eran sinónimos. Lo más triste es que gran parte de la izquierda que se reivindicaba como comunista en este país, como el desaparecido Partido Comunista Mexicano, se apresuraron a apuntarse en nuevas estructuras de la recién creada democracia a través de la formación del PRD. Incluso antes de la desaparición de la Unión Soviética, la mayoría de los intelectuales orgánicos del PCM saltaron del barco de la lucha por el socialismo intercambiándola por la lucha democrática. Ahora algunos de ellos son diputados, gobernadores e incluso han estado profundamente involucrados en hechos escandalosos de corrupción. [3]

El fraude electoral que llevó a Calderón a la presidencia ha provocado decepción y una buena cantidad de preguntas. Si ya hay un sistema multipartidista ¿Por qué subsiste la imposición violenta de algunos candidatos? ¿Por qué unas elecciones arrojan resultados favorables al PRD y otros partidos sin que pase nada? ¿Por qué hacer fraude en la elección presidencial?

Si pensamos que el problema del poder se entiende a partir del escenario electoral y que las únicas fuerzas que juegan son los partidos políticos, inevitablemente nos quedaremos con la boca abierta y mirando hacia el cielo esperando una respuesta que, por cierto, no llegará.

El PRI gobernó esté país durante tantos años aún con su discurso supuestamente revolucionario principalmente por una razón. Resultó ser una institución que se adaptó excelentemente a las necesidades, aspiraciones y expectativas del capitalismo en México. Sin duda no fue uno de esos partidos diseñados desde Washington que sin medir las formas obedecía ciegamente los designios norteamericanos, tampoco fue uno de esos partidos formados y dirigidos por las familias oligarcas que exprimen al país desde tiempos coloniales ¿Por qué? México venía de una insurrección armada que duró más de diez años, en ese transcurso se profundizó y arraigó el patriotismo de nuestro pueblo quien durante años mantuvo cierto grado de conciencia al respecto de lo que significó aquella lucha. No cualquier fuerza política iba a tener la capacidad de pacificar el país al tiempo que reestablecía las bases materiales de la acumulación capitalista, no cualquier fuerza política podía cumplir con muchas de las exigencias de Washington al tiempo que controlaba al pueblo cumpliéndole una serie de demandas y cobijaba el crecimiento de un mercado interno.

El PRI supo cómo y dónde moverse a la derecha o a la izquierda según le convenía, supo dónde exaltar el discurso revolucionario y donde oprimir a los campesinos y obreros. Dentro del PRI había transición, unos grupos desplazaban a otros con relativo orden, la cohesión interna les permitía lavar la ropa sucia en casa y que sus fracturas políticas no derivaran en fracturas sociales. En resumen, no era el típico partido pro imperialista u oligarca pero sí el único capaz de recrear y fortalecer un Estado mexicano al servicio del capitalismo.

Para los años ochenta habían pasado ya muchos años desde la Revolución iniciada en 1910, el régimen de partido único había mostrado ya muchas fallas y los cambios del patrón de acumulación capitalista en el mundo con la expansión del neoliberalismo alcanzaron también a nuestro país. No tuvo que cambiar el partido en el poder para que fuera implantado el neoliberalismo en México. Para 1982, año en que fue electo presidente Miguel de la Madrid, el PRI seguía siendo el único partido capaz de gobernar y de implantar el neoliberalismo. Demostrando que aquel partido nunca estuvo al servicio del pueblo ni de la Revolución sino del capitalismo; que si se había dado el lujo de conceder demandas populares fue principalmente por dos factores: Era indispensable para mantener la relativa paz social, y cuadró con los modelos de desarrollo promovidos en los países del tercer mundo y en particular de América Latina [4] .

¿Qué nos enseña esta experiencia? Que el partido en el poder no es tal por su popularidad, ni por las elecciones, ni mucho menos por sus principios políticos, lo es porque demuestra tener mayor capacidad que otros para regentear el estado, el cual a su vez es protector y parte de una clase social. Si el PRI hubiera defendido sus principios antes que permitir la aplicación de las reformas neoliberales se hubiese convertido en enemigo de Washington, de las empresas transnacionales y del capital financiero, en ese caso tal vez Washington le habría metido dinero y promoción al PAN u otro partido para desplazar al PRI por los medios que fueran necesarios, tal vez un golpe de Estado, tal vez una incursión militar, para Washington nada está descartado.

Durante los años noventa, el PAN disputó con el PRI la preferencia de los grupos empresariales y del imperialismo, ambos se presentaban como los campeones del orden en tiempos de imposición de las reformas neoliberales, por su parte el PRD logró canalizar gran parte de la inconformidad social para incorporarla en sus bases y su plataforma electoral; la respuesta que recibió éste último fue, en la primera parte de esa década, el hostigamiento y la contención desde las mismas esferas del poder estatal.

El PRD nunca ha ofrecido una plataforma económica ni política radical, en todo caso ha llegado a proponer algunos matices democráticos y medidas de contención del impacto social negativo producido por el neoliberalismo, pero de ninguna manera ha sido un partido que ha luchado por una transformación estructural del orden económico ni político vigente. Aún así, no ha logrado ser favorecido por los principales representantes de la clase dominante.

El asunto da un giro en 1997 cuando Cuauhtémoc Cárdenas es elegido Jefe de Gobierno del Distrito Federal, ésta vez se respetó el resultado de la elección y se permitió que gobernaran la capital del país, en ese momento el PRD opta por disputar con el PRI y el PAN la preferencia de grupos de empresarios y del mismo imperialismo, demostrando que éstos no tenían a que temer, ofreció al igual que sus rivales, imponer el orden en tiempos del neoliberalismo. Al igual que el PRI corporativizó e incorporó en sus filas a grupos políticos y organizaciones sociales otrora independientes o incluso afiliados al PRI, mientras que reprimió sin muchas consideraciones a la disidencia de izquierda que se negaba a incorporarse en su lógica, teniendo su momento más visible en las golpizas que granaderos propinaron en repetidas ocasiones a los estudiantes de la UNAM en huelga durante 1999. Las puertas del Estado comenzaron a abrirse también para el PRD. En los años sucesivos, éste logró apaciguar la desconfianza de la clase dominante y obtuvo además otras gubernaturas como Michoacán, Guerrero, Zacatecas y Chiapas entre otros. Su cobertura y espacio en medios de comunicación se ampliaba en la medida en que su compromiso social se reducía. Otro hecho significativo fue cuando en el 2001 cerró filas con el PRI y el PAN para impedir el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés Larráinzar.

La campaña electoral de 2006 tuvo como principales protagonistas a Calderón y López Obrador; durante ella ambos hablaron principalmente para la clase dominante ofreciendo dos fórmulas ligeramente distintas para la satisfacción de sus intereses. Calderón ofreció continuar con las reformas neoliberales agilizándolas y López Obrador ofrecía detener el descontento generado por las ya aplicadas a la vez que se avanzaba más lentamente en la implementación de nuevas medidas de esa misma índole [5] .

López Obrador convenció de su propuesta a una buena cantidad de empresarios, burócratas e intelectuales, así como a la mayoría de quienes pensaban acudir a votar, Calderón sin embargo convenció más a los dueños del capital y del poder. El cálculo de los representantes del capitalismo arrojó que, independientemente de lo que ocurriera en la jornada electoral, Calderón sería el presidente de México, que habría inconformidad, movilización y protestas, que el Estado mexicano perdería legitimidad y que probablemente se acrecentaría el descontento social, no sólo por el resultado electoral sino por lo que habría de implicar en las condiciones de vida de la mayoría de los mexicanos pobres y trabajadores. Evidentemente el cálculo fue que aún habiendo protestas éstas no se saldrían de control y Calderón podría erigirse como presidente de México.

Así ocurrió. Después del fraude, el PRD tuvo que decidir entre dos opciones: convertirse en un partido que liderara y acompañara a las masas de inconformes que anhelaban un cambio en sus condiciones de vida, jugársela a encabezar una rebelión popular no necesariamente armada pero sí un movimiento que no reconociera las leyes actuales y violentara el orden establecido desafiando a burócratas, empresarios, policías y militares; o bien, hacer un esfuerzo más para convencer al capital de que no hay por que temerles, que de cualquier manera ratificarían su fidelidad al Estado y al orden burgués existente deteniendo al mismo tiempo el impulso de rebelión por el que clamaban las masas. Decidieron la segunda opción.

Así pues, podemos ver que Calderón fue electo por el capital por considerarlo a él, y las fuerzas políticas que lo acompañan, como los idóneos para dirigir desde el Estado el avance del capitalismo neoliberal. Las elecciones no tuvieron en realidad nada de extraordinarias, la opinión del pueblo fue una vez más marginada para dejar la decisión en manos de los dueños de este país, los capitalistas norteamericanos y la burguesía y burocracia mexicana que atendió a su tradición entreguista. Más que un fraude en las urnas, lo claro aquí es que el sistema electoral es en sí mismo un fraude; está diseñado de tal manera que sólo puede darse como ganador a una fuerza política que garantice al capital el cumplimiento de sus expectativas.

El caso es que Felipe Calderón logró tomar posesión como presidente el primero de diciembre de 2006 en el Palacio Legislativo, mientras López Obrador desde el Zócalo suplicaba a sus seguidores el no tratar de impedirlo.

 

El gobierno calderonista

Hasta aquí lo principal que podemos destacar es que el sistema político está inherentemente ligado al modo de producción imperante y a su lógica vigente de acumulación. Identificar a un presidente o aun gobierno sólo por su ideología, partido o discurso es un error que ningún marxista se puede permitir. Es cierto que Calderón viene acompañado de grupos de ultraderecha, fanáticos religiosos, que él y su partido enarbolan una ideología conservadora, pero no por ello hemos de perder de vista que lo que lo tiene en donde está no es principalmente la voluntad de un puñado de fanáticos sino de los capitalistas con mayor poder económico en nuestros país. Dicho sea de paso, algunos de ellos son indiferentes ante las preocupaciones ultraconservadoras de muchos panistas, o incluso son ajenos a las mismas. La mayoría de los capitalistas norteamericanos ni siquiera son católicos.

Dada la forma tan impopular y cuestionable en que Calderón llegó a la presidencia, al capital le preocupa principalmente que pueda seguir avanzando en su proceso de acumulación neoliberal, y que la inconformidad social no rebase la capacidad del Estado para controlarla. Nada del otro mundo. El Estado capitalista tiene como principal función el mantener y proteger los intereses de la clase capitalista, por lo tanto el jefe de Estado debe encabezar dicho aparato para hacerlo más eficiente en esos términos.

La responsabilidad que le toca al gobierno calderonista no es nada sencilla, después de haber arribado con tantos cuestionamientos, debe avanzar en la imposición de las reformas neoliberales que son tan impopulares como él mismo, evitar que el descontento que seguramente generará su política se desborde y, por si fuera poco, complacer a sus partidarios fanáticos que sin medir las consecuencias presionan por aplicar medidas aún más impopulares que ni siquiera son estratégicas para el capitalismo. [6]

Lo que hizo Calderón dentro de su primer año de gobierno fue tratar de demostrar que en efecto sólo hay un gobierno de México, sea legítimo o no, y que él lo encabeza. Esto lo ha hecho recurriendo ni más ni menos que a una de las instituciones fundamentales del Estado, una sin la cual prácticamente éste no es tal: el ejército. Para asegurar su lealtad ha exaltado su figura, subido su presupuesto y sus sueldos, le ha premiado permitiéndole mayor incursión en el asunto del narcotráfico, de lo cual muy probablemente se beneficien económicamente algunos mandos, y principalmente permitiendo que ejército y población civil se encaren cotidianamente en los incontables retenes militares instalados por toda la república; ha llevado a los militares a conocer y tratar con lo que es y probablemente será en mayor medida su principal enemigo: el pueblo.

Sin embargo es necesario reconocer que durante ese primer año -y de manera muy distinta a su antecesor, Vicente Fox, quien no cuidaba ni su forma de hablar- Calderón se ha cuidado de no cometer errores absurdos, de no provocar inútilmente al pueblo, de alguna manera muchas de las fuerzas de la reacción se han mantenido replegadas, organizándose internamente a la vez que ciertamente Calderón lejos de aferrarse a un discurso típicamente panista, se ha limitado principalmente a hablar, parecer y actuar como un jefe de Estado con todo lo que esto implica. Si tomamos en cuenta lo expuesto en la primera parte del presente artículo, esto es apenas normal. Para quienes esperan expresiones burdas del régimen para caracterizarlo como reaccionario y criticarlo, les han puesto una situación más difícil que en el pasado gobierno foxista quien se lucía a sí mismo como una burda caricatura.

 

Como ya se ha mencionado, si el capital escogió a Calderón es porque considera apremiantes ciertos tiempos. El imperialismo está cansado de esperar y seguir aplazando la aplicación de las reformas neoliberales que les permitirán avanzar sustancialmente en el ordenamiento de su patrón de acumulación. No quiere esperar más por las reformas en materia energética, laboral, educativa, salud, apropiación de territorios y recursos naturales que les permitan el desarrollo de una infraestructura productiva acorde a sus planes.

El año 2007 era poco propicio, el gobierno entró débil en su legitimidad y los conflictos que habían estallado en el 2006 pintaban un panorama particularmente difícil. Era preciso frenar el momento álgido en la lucha de masas, porque en ese año varios conflictos escalaron a niveles muy llamativos, primero con La Otra Campaña que logró en su momento aglutinar a una buena parte de la izquierda independiente y radicalizada del país, lo cual ameritó para el régimen una serie de golpes represivos que tuvieron su expresión más significativa el 3 y 4 de Mayo en San Salvador Atenco cuando fuerzas federales, estatales y municipales haciendo gala de una barbarie atroz encarcelaron a decenas de personas, golpeando brutalmente, violando mujeres y torturando física y psicológicamente a los detenidos, dejando una buena cantidad de heridos y dos jóvenes muertos. Posteriormente la inconformidad por los resultados oficiales de la elección que daban por vencedor a Felipe Calderón y que aglutinaron a millones de personas que tendían a la radicalización solamente frenada por la propia dirigencia del movimiento representada principalmente por el PRD. Sin duda la expresión más importante ese año fue la de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca que aglutinando a las principales fuerzas de izquierda del estado logró dirigir a un movimiento de masas impresionante que prácticamente hizo correr al gobierno estatal y se apoderó de aquella entidad a través de la resistencia masiva y organizada. Si no fuera por las fuerzas federales, la batalla en Oaxaca estaba perdida para el gobierno local; al igual que lo habían hecho en San Salvador Atenco, se obligó al repliegue del movimiento a través del uso excesivo de la fuerza que no escatimó en asesinar, disparar, encarcelar, torturar y golpear. Una rebelión como la que ocurrió en Oaxaca es sin duda un hecho trascendental que no puede ser menospreciada por ninguna de las fuerzas involucradas. Demostró que una buena parte del pueblo mexicano se halla lista para insurreccionarse; desde la «pacificación post revolucionaria» no ocurría algo de esta magnitud.

En el 2006 se desataron fuerzas que habían permanecido relativamente subterráneas, tanto de la izquierda revolucionaria como de algunos sectores de la derecha y del Estado. A pesar de que fue un año electoral, la movilización social no tuvo como principal eje el plano electoral; por ejemplo las fuerzas agrupadas en La otra Campaña se manifestaron abiertamente opuestas a cualquier partido político que contendía en las elecciones mientras que la APPO trazó su propio calendario, plataforma organizativa y de lucha más allá del proceso electoral, esto a pesar de que algunos grupos más o menos ligados al PRD participaron dentro de ella. El conflicto post electoral, si bien ligado profundamente a dicho proceso, despertó en buena parte de sus protagonistas del pueblo algo más que el anhelo de llevar a un personaje a la presidencia. Por su parte, cámaras empresariales, grupos de ultraderecha y militares entraron directamente a opinar y dirigir desde sus propias trincheras el enfrentamiento contra el movimiento de izquierda.

El 2007 fue principalmente de reagrupación y organización de las fuerzas que habían participado en los grandes movimientos del 2006. Tanto la izquierda como la derecha comprobaron que su enemigo es digno de considerarse y que un próximo enfrentamiento puede desencadenar fuerzas que no se quieren. El escenario se ha trasladado al choque de baja intensidad que no tiene otro propósito que planificar grandes ofensivas. El Estado ha retomado viejas prácticas represivas que pueden desgastar violentamente a las organizaciones revolucionarias. En este sentido el Estado escogió dos blancos durante el 2007, al Ejército Popular Revolucionario y al Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Al primero se le intentó asentar un golpe preventivo con la desaparición de dos de sus militantes, Edmundo Reyes Amaya y Alberto Cruz Sánchez, y al EZLN con la reactivación de los grupos paramilitares de Chiapas que desgastan continuamente a las bases zapatistas; ambas acciones implican movimientos de guerra por parte del estado mexicano. [7]

La respuesta que surgió de parte del EPR sin embargo rebasó la capacidad del Estado, ésta organización logró realizar importantes acciones de sabotaje que ni el ejército ni la policía supo prevenir, detener ni contrarrestar. El repliegue del EPR después de estas acciones fue exitoso, no les costó bajas, presos ni alguna persecución que diera con alguno de sus campamentos o casas de seguridad; por el contrario, logró evidenciar que existen serias fallas en los organismos de inteligencia del Estado; no sólo eso, también logró captar la atención y darse a conocer de manera más clara y todo esto sin generar una reacción social adversa a sus acciones de sabotaje. Los voceros del Estado ésta vez hicieron el ridículo tratando de negar la desaparición de los dos militantes del EPR y teniendo que aceptarlo finalmente, de lo cual sólo atinaron en tratar de culpar al gobierno de Oaxaca o algunas fuerzas que según ellos no están bajo su control directo.

Este tipo de situaciones dejan claro que tanto las fuerzas del Estado como las organizaciones revolucionarias tienen con qué hacer daño a sus oponentes, aunque seguramente ambas partes dudan de su capacidad de obtener la victoria en un enfrentamiento que resultara decisivo. Esto ha llevado a una tensión singular, las fuerzas se preparan para resistir pero no deciden atacar. Tal vez por esto, y por primera vez desde su aparición, el gobierno ha contemplado la posibilidad de dialogar con el EPR.

 

La primera ofensiva

El tiempo le llegó a Calderón, no sería exitoso en su propuesta si permaneciera seis años replegado y sin poder avanzar en su misión de avanzar con las medidas neoliberales restantes, para ese caso hubiera resultado mejor permitirle a López Obrador gobernar, el resultado sería el mismo en materia económica y políticamente hubiesen reabastecido al Estado de un poco de legitimidad.

La ofensiva calderonista abre fuego con una reforma importante, la referente al manejo de los hidrocarburos. Resulta una apuesta muy significativa: los recursos energéticos son estratégicos para la conducción de la economía en cualquier parte del mundo, de su control se deriva una potenciación en el dominio económico y por tanto político. Si bien el petróleo mexicano ha servido desde siempre al enriquecimiento del capital privado y al propio imperialismo, es importante señalar que no lo ha sido en la medida deseada para estos intereses. El control estatal de la renta petrolera y de algunas fases de su transformación y comercialización representan para los números de los imperialistas pérdidas millonarias, pues parte de las ganancias obtenidas son destinadas al gasto social y hace que una buena parte de la riqueza se mantenga en el país. Pero políticamente también representa un reto avanzar en esta materia pues la posesión nacional de Petróleos Mexicanos ha representado para nuestro pueblo una bandera que simboliza nuestra soberanía. En resumen, es una reforma muy útil para el gran capital imperialista, pero ofrece un costo político muy alto.

De cualquier forma, la reforma que se presenta no significa todavía la conclusión del proceso de privatización el cual por las condiciones políticas tendrá que esperar un poco más, pero sí representa un avance importante y decisivo para su posterior conclusión.

La promoción de la reforma ha sido acompañada por numerosos spots en radio y televisión, desplegados en los periódicos y declaraciones de un sinnúmero de funcionarios y personajes del Partido Acción Nacional, pero también han venido acompañadas de declaraciones de funcionarios de Estado norteamericano y voceros de cámaras empresariales y comerciales quienes llevaban años ambicionando ésta reforma. El referente más visible de la resistencia a la aprobación de la misma ha sido encabezada una vez más por López Obrador y algunos personajes del Frente Amplio Progresista quienes de nuevo se han enfrentado ante la gran disyuntiva de hacer el llamado a la movilización popular intentado siempre que ésta no los rebase y se salga de control. En éste contexto el FAP se enreda en su discurso que varía por una parte en su aparente posicionamiento de izquierda y por otra parte institucional, por tanto conservador. [8]

De por medio no sólo ha estado el posicionamiento del FAP. Otras organizaciones sindicales, políticas, sociales y armadas lo hicieron también, algunas de ellas se sumaron a las movilizaciones convocadas por el FAP y otras tantas simplemente se declararon en preparativos para llevar a cabo la resistencia. [9]

La resistencia independiente y revolucionaria constituyen a mi parecer la principal preocupación tanto del gobierno panista como del propio FAP. PAN, PRI y FAP se conocen relativamente bien, ya saben cuál es su potencial y cuáles sus limitaciones. Los panistas saben de la capacidad para convocar a las masas de los lopezobradoristas, a la vez que saben también que éstos no están dispuestos a sobrepasar ciertos límites, pues también aspiran a llegar a la presidencia a través de un proceso electoral y para esto no pueden permitirse generar mayor desconfianza al imperialismo y a la ultraderecha. El FAP por su parte sabe que el PAN controla importantes aspectos del Estado (no todos, recordemos que el PRI sigue siendo una fuerza política que controla numerosas esferas estatales), que cuenta con el favor de los principales medios de comunicación y en algún momento con la lealtad de las fuerzas armadas; pero también sabe que sus medidas y su discurso son profundamente impopulares y que no podría generar un movimiento social que les resulte favorable en este tipo de situaciones, saben que al gobierno le preocupa que se generalice la movilización social y que esta pueda salirse de control, por lo tanto los lopezobradoristas juegan con esta posibilidad aún sabiendo los riesgos que para ellos implica. Para el FAP resulta complicado desmarcarse de las expresiones de resistencia independientes, no puede por ahora ni reivindicarlas ni condenarlas. Pero éstas le imprimen cierto margen al proceso, pues si el FAP diera la espalda al pueblo en su deseo de luchar por sus reivindicaciones surgirán con mayor fuerza otros referentes más decididos que estén dispuestos a librar esa lucha sin limitarse por la antipatía que les generen a los grupos empresariales y de ultraderecha.

Por ahora el gobierno aceptó posponer temporalmente la aprobación de la reforma energética. Más que el diálogo en el congreso se encuentra negociando con los sectores realmente poderosos. Me refiero precisamente a quienes han presionado por la aprobación de la reforma, a las fuerzas políticas como el PRI que no han dado una resolución clara al respecto, y seguramente hace el recuento de las fuerzas represivas con las que cuenta para acallar un probable estallido social. El FAP por su parte, una vez más ha desmovilizado a sus bases sociales y ha trasladado el terreno de la disputa al plano institucional, particularmente a través de su participación en los foros promovidos por el Congreso de la Unión, y otros espacios en los medios de comunicación. Seguramente también estarán valorando su fuerza para una eventual aprobación de la misma. De cualquier manera no hemos de perder de vista que el objetivo del FAP no es en sí mismo el impedir la aprobación de la reforma energética sino llegar a convertirse en los principales administradores del Estado Mexicano; en esa medida, sus acciones e iniciativas no dependen principalmente de ésta ni de otra reforma, sino en la medida en que puedan canalizar el descontento generado por estas medidas para ampliar su base electoral, sin por otra parte asustar a la clase dominante haciéndole pensar que de verdad está de parte del pueblo. Es decir, en esta como en otras circunstancias más claramente electorales, PRI, PAN y PRD (o FAP) están disputando ante los ojos de los capitalistas la preferencia hacia ellos dejándolos ver que son los más adecuados para gestionar el Estado y por tanto proteger sus intereses. Para el FAP contar con una amplia base social y electoral puede ser un elemento a su favor precisamente por presentarse como los únicos capaces de contener el descontento popular. Ni los lineamientos de su partido, ni su historia ni las características personales de López Obrador nos pueden asegurar que de ser ellos gobierno no intentarán pasar esa reforma o otra parecida; no sería la primera vez que desde la oposición se manifiestan en contra de algo y una vez llegados al gobierno la impulsen. [10]

En estos momentos el gobierno calderonista se encuentra ante la dificultad de cumplir con su compromiso de pasar la reforma, pero arriesgarse a generar un descontento social que le resulte imposible controlar sin desenmascarar su verdadera cara y mostrarse tal cual como protectores de la dictadura capitalista.

 

Las vías de solución de tal dificultad.

Cuando se toma la decisión de imponer a Calderón se evidenció que la forma en que se piensa gobernar no cuenta prácticamente con ningún rasgo de autonomía con respecto del imperialismo. Es éste quién está detrás del gobierno y quien marca las principales pautas a seguir. Para entender esto es necesario abrir nuestra mirada hacia América Latina.

Nuestra América siempre ha sido considerada por los imperialistas norteamericanos como su propiedad por destino manifiesto. A lo largo del siglo XX y lo que va del XXI el imperialismo norteamericano es quien más ha logrado acaparar las riquezas producidas en nuestras tierras, pero México ha jugado un papel significativo en las décadas recientes al entrar al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, cerca del 90% de nuestras exportaciones e importaciones van dirigidas al mercado norteamericano. Éste dominio económico no puede más que hacerse patente también en la esfera de la política.

Una serie de países de América Latina han pasado recientemente por procesos socio políticos que han llevado a muchas fuerzas de centro izquierda al gobierno; es el caso de Chile, Uruguay, Argentina y Brasil. Dichos gobiernos cuentan parcialmente con el beneplácito del capital y del imperialismo, pero hasta cierto punto son relativamente incómodos, han tenido que ser aceptados pues han garantizado cierto orden social que permite recomponer algunos procesos de acumulación capitalista, pero ofrecen algunas incomodidades para el imperialismo norteamericano como la ampliación de sus relaciones comerciales con la Unión Europea e incluso con China. En éstos países no se ha detenido el avance del neoliberalismo pero sí se le ha dado un ritmo más pausado y de comercio internacional más diversificado.

Por otra parte tenemos a Venezuela, Bolivia y Ecuador con gobiernos que, sin romper con el orden capitalista ni imperialista, han venido desafiando al imperialismo con la aplicación de una serie de medidas que sí tienden a revertir el neoliberalismo y por tanto se oponen al orden capitalista vigente. Aún sin derrocar el orden capitalista representan un serio problema para éste y son considerados más abiertamente como enemigos por Washington.

Destaco además que Cuba se mantiene como el único referente socialista en el continente, éste país representa para el imperialismo una amenaza por el ejemplo de resistencia que irradia a numerosos movimientos y organizaciones de izquierda en América Latina.

La inconformidad social generada desde la década de los ochenta y noventa por el avance del neoliberalismo dio origen al resurgimiento de una serie de movimientos y organizaciones de izquierda en la región que han tenido en muchos casos una tendencia a la radicalización. Los gobiernos de centro izquierda han logrado que la movilización no se desborde y se han presentado como los únicos capaces de gobernar en estos tiempos. Pero insisto, no es la opción idónea del imperialismo.

Existe otro país que sí representa fielmente la política imperialista, Colombia. En aquel país también se ha incrementado la inconformidad social, las expresiones de rebeldía se han extendido por numerosas partes del territorio colombiano y sin embargo las fuerzas políticas que hoy gobiernan encabezadas por Álvaro Uribe Vélez, son abiertamente pro imperialistas, conservadoras y además han acelerado el proceso neoliberal. Su apuesta es la represión.

Colombia es presentado como el ejemplo de que sí se puede avanzar en la imposición de las reformas neoliberales si se reprime eficientemente a los sectores inconformes, y que además todo esto se puede hacer sin suspender el ejercicio electoral. El estado colombiano es una dictadura atroz disfrazada de democracia: se registran cotidianamente los mismos crímenes de lesa humanidad que hicieron tristemente célebres a las dictaduras militares: asesinatos, desapariciones forzadas, encarcelamientos masivos, desaparición de comunidades rurales enteras, etc. La diferencia es que un civil que sigue convocando a elecciones lo hace en lugar de un militar.

Por supuesto que ésta forma de ejercer el poder genera como respuesta expresiones más radicalizadas de la lucha social, por lo que principalmente desde los años noventa y después del genocidio que el estado colombiano perpetró contra la Unión Patriótica, se ha dado un crecimiento de la insurgencia, principalmente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, pero también de otras organizaciones insurgentes como el Ejército de Liberación Nacional. Las FARC-EP son la organización insurgente más numerosa y con mayor poder militar en toda América, tiene presencia en todo el territorio colombiano y representa una constante amenaza para el Estado colombiano en su conjunto, sin embargo este último, encabezado por Uribe Vélez, ha hecho replicar estrepitosamente las campanas de la guerra diciendo que no es necesario otorgar concesiones a la izquierda y mucho menos a las FARC, que es posible vencerlos militarmente y que a eso hay que apostarle: basta con señalarlos como narco-terroristas para justificar una política guerrerista.

La represión contra los movimientos populares no cesa, pues aunque no estén armados el gobierno colombiano siempre que le conviene señalar que detrás de cada expresión de inconformidad social están las FARC y que por lo tanto hay que tratar a los manifestantes como enemigos de guerra. Claro, cuando les conviene dicen que las FARC no tienen influencia alguna sobre la sociedad.

El gobierno de Uribe no ha hecho más que expandir y glorificar la guerra a la vez que no se detiene en complacer al imperialismo norteamericano en todo aquello que demanda. Esto es lo que se llama desde Washington gobierno democrático y comprometido con la libertad y la lucha contra el narcotráfico, a pesar de que no tenga nada de democrático un gobierno genocida que reprime todas las libertades aliado con los principales capos del narcotráfico colombiano que son las principales cabezas de los grupos paramilitares.

Pareciera una coincidencia que el gobierno de Washington se refiera prácticamente con las mismas palabras al gobierno calderonista, pero claro, quien apueste a que es una coincidencia seguramente no se habrá de preocupar. Por mi parte descarto totalmente la hipótesis de la coincidencia y por el contrario señalo que en estos momentos el gobierno de Uribe y Calderón son lo que el imperialismo norteamericano ve como un modelo idóneo de gobierno para América Latina. Por lo tanto considero que si queremos tener elementos para suponer hacia dónde va Calderón, cuando apenas lleva un año y medio en el gobierno, podemos voltear a ver a Uribe y seguramente nos daremos una idea. Por cierto que en ese contexto tampoco puede considerar seriamente como una coincidencia la insistencia de aprobar la Iniciativa Mérida y su símil con el Plan Colombia, ni tampoco el hecho de que el embajador de Colombia en México sea un experimentado paramilitar. [11]

En resumen, en América Latina el neoliberalismo sólo ha podido aplicarse sostenidamente y al ritmo deseado por el imperialismo norteamericano acompañado de las formas más crudas y violentas de represión política y del ejercicio de la dictadura capitalista, el Chile de Pinochet y la Colombia de Álvaro Uribe son los ejemplos más claros de ello. Calderón por su parte, con su estilo y las particularidades de México tiene encomendada la misma tarea.

 

Retos y características del momento actual

 

En primer lugar es importante que dejemos de prestar tanta atención al escenario electoral. Debemos evitar confundirnos pensando que la política se subordina a las elecciones. Nuestra historia es muy clara al respecto. El imperialismo, que es realmente quien gobierna a nuestro México y ha fijado ya su política, no está dispuesto a otorgar mayores concesiones ni a otorgar más prórrogas al Estado mexicano para satisfacer su apetito de acumulación. El único escenario previsto para atender a un cambio de partido en el gobierno es si éste le garantiza sus exigencias o las torna más viables. Para la próxima elección presidencial sólo tendrán oportunidad de victoria quienes así lo demuestren, por lo tanto resulta menos relevante el nombre del candidato ganador o del partido que lo acompañe. Pensar que de eso depende que el neoliberalismo avance o retroceda es apostar a un juego que de entrada está perdido para nuestro pueblo trabajador.

Las fuerzas políticas actualmente se están organizando y se mantienen en tensión, sin embargo parece clara la intención del gobierno calderonista de avanzar aún en medio de ésta, la cual puede romperse para pasar al terreno del enfrentamiento abierto. El Estado Mexicano se prepara para satisfacer ejemplarmente al imperialismo contando con el principal respaldo de sus fuerzas armadas y represivas, parecen estar dispuestos a que se desate la inconformidad social y confían en su fuerza para reprimirla con toda dureza.

A este respecto me parece que lo mejor que pueden hacer las fuerzas políticas de izquierda verdaderamente independientes y revolucionarias es afrontar el momento con una perspectiva estratégica, evitar caer en la lógica de la política burguesa de confianza en las llamadas instituciones democráticas que no son tales, y organizarse pensando en que lo que se viene será duro, pero que si permanecemos a la expectativa únicamente respondiendo de manera obvia a los avances del régimen, simplemente terminaremos por no tener otra opción que conformarnos con lo que se da en llamar lo menos peor.

No podemos confundir con victorias los repliegues momentáneos de las fuerzas de la reacción, es importante tener claro que tal vez con el honesto deseo de luchar por impedir el avance de la derecha podemos simplemente otorgar elementos al capitalismo y al propio imperialismo para su perfeccionamiento y posterior avance.

Si los revolucionarios renuncian a su tarea histórica de organizarse con independencia de clase, no tendrán más opción que ser espectadores de conflictos inter burgueses que nunca conducirán al cumplimiento de nuestro objetivo estratégico de crear una sociedad gobernada por y para los trabajadores. Es ridículo exigirle a López Obrador o al PRD que cumplan con esa tarea o esperar que lo hagan, eso no les corresponde a ellos y no lo van a hacer. No podemos pedirles a quienes no son revolucionarios ni socialistas, ni comunistas, ni nada parecido, que actúen y se comporten como si lo fueran. El movimiento lopezobradorista avanzará, retrocederá, tomara iniciativas o renunciará a ellas de acuerdo a sus intereses y expectativas pero nosotros no estamos llamados a jugar ningún papel en ello.

Por supuesto nuestro papel tampoco debe ser únicamente criticar y señalar a los reformistas ni a la reacción. Es necesario que las fuerzas revolucionarias trabajemos en convertirnos en referentes concretos y propositivos de las expectativas y necesidades de nuestro pueblo, pero siempre teniendo claro que sólo con el socialismo es posible revertir efectivamente los efectos que durante siglos ha generado el capitalismo.

Trabajar en la organización, la coordinación de nuestras fuerzas y la elaboración de un Programa Revolucionario con perspectiva e identidad de clase y con alcance histórico es una tarea urgente que amerita nuestra mayor atención. Mientras mejor coordinados y unificados estemos tendremos mejores posibilidades de vencer. Nuestras fuerzas y nuestra conciencia han de convertirse en un referente para el pueblo hambriento de justicia y harto de las decepciones que a diario provocan los profesionales de la política burguesa.

Perder la independencia de clase es perderlo todo. Construir la organización y la fuerza revolucionaria capaz de representar a nuestra clase trabajadora es urgente y necesario. De cualquier manera, estemos listos o no, la historia se sigue moviendo, si el imperialismo sigue avanzando y nos repliega de manera contundente tendremos mucho que reprocharnos. Si aún no estamos listos tendremos que trabajar en estarlo, si lo estamos habremos de avanzar con decisión.

 



[1] Maestro en Estudios Latinoamericanos y Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Militante del Comité de Lucha por el Movimiento de Emancipación Nacional (COLMENA). [email protected]

 

[2] En numerosas editoriales, columnas periodísticas e incluso literatura, se habla de un cambio democrático en México por el hecho de que el PRI no tiene ya el control de todos los puestos de elección popular.

[3] Entre los perredistas que provienen de organizaciones comunistas se encuentran Pablo Gómez, Amalia García, Dolores Padierna y Rosario Robles. Esta última es uno de los casos más ilustrativos de cómo pueden intercambiarse los principios por la ambición que no escatima en corromperse.

[4] Particularmente después de la Segunda Guerra Mundial y con la presión de la expansión del Bloque Socialista, se promovieron par América Latina supuestos modelos de desarrollo cobijados por el imperialismo pero que contenían algunos mecanismos de generación de mercado interno. La propuesta desarrollista de la Comisión Económica para América Latina de la ONU y la Alianza para el Progreso impulsada por el propio gobierno norteamericano son muestras de ello.

[5] No olvidemos que en su programa se contempla la inversión privada en la industria petrolera por ejemplo.

[6] Me refiero a la vehemencia con que algunos panistas se enredan en polémicas relacionadas con el aborto, las sociedades de convivencia o al consentimiento de la intromisión imprudente del clero en los asuntos públicos.

[7] Aunque me refiero por su notoriedad e importancia a estos dos casos, esto no excluye el hecho de que numerosas organizaciones y luchadores sociales han sufrido actos de represión recientemente, incluso se han denunciado otras desapariciones forzadas, asesinatos e intimidaciones.

[8] No abundaré en este aspecto puesto que ya he escrito al respecto en el artículo titulado Perspectivas y contradicciones en la defensa de nuestro petróleo.

[9] Al respecto se posicionó el Sindicato Mexicano de Electricistas, el EPR, el ERPI, la TDR-EP ente otros.

[10] Ejemplos hay muchos, pero podemos destacar por ejemplo la construcción de la presa «La Parota» en Guerrero. Zeferino Torre Blanca y el PRD de Guerrero se habían manifestado solidarios con los campesinos opositores a la presa y declararon que ellos también lo eran, y una vez llegados al gobierno de ese estado han sido ellos mismos sus impulsores. Lejos de desmovilizarse el Consejo de Ejidatarios y Comuneros Opositores a la construcción de La Parota (CECOP), han encontrado simpatía y solidaridad de las organizaciones de izquierda independientes y revolucionarias.

[11] Si bien todavía no se concreta la Iniciativa Mérida, tiene el propósito de a través del dinero norteamericano incrementar el gasto militar y policíaco del estado mexicano, fundamentalmente, al igual que sucedió con el Plan Colombia, se hace referencia a que dicho gasto está relacionado a la lucha contra el narcotráfico. Independientemente de lo que pase con esa iniciativa en particular, ha quedado patente la intención de Washington de financiar a las fuerzas represivas del Estado Mexicano. Naturalmente lo hace porque las considera aliadas seguras en la consecución de sus intereses; así mismo, el gobierno mexicano ha recibido en lo general con beneplácito la iniciativa.