Las orientaciones y alcances de la democracia en América Latina, en los últimos cuarenta años, han estado en disputa entre las estrategias conservadoras vinculadas a la dominación externa y las populares que buscan la emancipación y la liberación de los pueblos y, en el caso boliviano, se advierte además la influencia de los países mas fuertes económica y políticamente de la región que establecen tendencias generales e influyen en los ciclos históricos.
Es así que la situación de Bolivia dentro de este contexto de la región latinoamericana y sudamericana de los últimos cuarenta años se puede dividir en tres etapas:
Las décadas del ochenta y noventa con la consolidación del neoliberalismo como única opción de sociedad posible, respaldada por «El Fin de la Historia» (Fukuyama) que planteó que el grado de desarrollo económico y político al que había llegado la humanidad ya no permitía acción política alguna. Se pregonaba, desde el poder, que se había llegado al «mejor modo de organización social posible». En esos años la ferocidad del neoliberalismo de los países hegemónicos se mostró en su máxima expansión y crueldad al lograr acceder fácilmente a los recursos naturales del planeta entero. Los grandes exponentes del entreguismo y servilismo para la implementación del saqueo despiadado en Latinoamérica fueron: Menem, Sánchez de Lozada, Cardozo, Gaviria, Alwin, Pinochet, Salinas de Gortari, Fujimori, entre otros.
La segunda etapa comienza en la región y en Bolivia en particular con la Guerra del Agua en los albores del siglo XXI, y continúa con la Guerra del Gas ya en pleno 2003. Se caracterizó por el cuestionamiento a las políticas neoliberales que habían dejado en ruinas la economía de los países latinoamericanos y una deuda externa voraz adquirida en el festín del libre mercado. Las movilizaciones fueron un cuestionamiento a la política mundial del saqueo.
En estos años, se implementó con fuerza la defensa de la soberanía, de los recursos naturales, los derechos de los pueblos originarios, el surgimiento de los Movimientos Sociales y como dato muy relevante y determinante de la política y las democracias del continente, el fuerte impulso a la integración latinoamericana y sobre todo sudamericana con la creación de ALBA, CELAC y UNASUR impulsada, sobre todo, por Hugo Chávez, Fidel Castro y otros presidentes como Evo Morales, los esposos Kirchner, Lula Da Silva, Rafael Correa, Fernando Lugo, Daniel Ortega, Pepe Mujica, entre los más importantes. Mientras Colombia, la maltrecha Colombia, continuaba en su papel de enclave del imperialismo de EEUU, tuvo en estos años presidentes tan abyectos y antipatria como Uribe, por ejemplo.
En este contexto los logros de Bolivia fueron enormes en bienestar económico, conquistas sociales, reivindicaciones de los pueblos originarios, lucha contra el racismo, impulso a la formación de la conciencia nacional y regional de sectores populares e indígenas convertidos en los protagonistas centrales de este proceso histórico anticolonial y antiimperialista.
La tercera etapa es la actual, en la que ambas opciones descritas líneas atrás se encuentran en un choque feroz por imponerse como política oficial de los países del área, en un contexto internacional en el que EEUU dejó de tener hegemonía planetaria frente al surgimiento de los gigantes China y Rusia. Con todo, el panorama es complicado y diverso:
Brasil realizó recién elecciones regionales, la gente votó a opciones de centro y en menor medida a candidatos del PSL de Bolsonaro, pero tampoco votó a candidatos del PT. Argentina, por su parte, con Alberto Fernandez intenta implementar medidas populares y recuperar la economía nacional en un contexto económico muy adverso y con una impresionante deuda externa en un país que había sido puesto en subasta pública durante el gobierno de Macri.
México con López Obrador intenta transformar una complicada situación en la que una poderosa oligarquía tiene raíces tan profundas y extendidas que la colocan en una situación de privilegios casi inamovibles. Perú vive fuertes revueltas ciudadanas ante la tremenda corrupción de sus gobernantes. Uruguay dio un lamentable vuelco a la derecha en la última elección nacional.
Chile en intensas y masivas movilizaciones populares y anticapitalistas, en los dos últimos años, consiguió la realización de un referéndum en el que se aprobó la redacción de una nueva constitución para deshacerse del legado de Pinochet. Mientras tanto, Venezuela, bloqueada por el imperialismo norteamericano y con una economía desgarrada, defiende con determinación su soberanía y hace frente con energía al sabotaje y la agresión internacional. En las elecciones en Venezuela el partido de Maduro, el GPP, ganó con el 72% de los votos.
Colombia, en su consolidado rol de país base militar norteamericana, con Iván Duque como presidente, títere de Uribe y siervo del imperialismo, mantiene al pueblo colombiano en una situación de desastre social y económico. Ecuador, con Lenin Moreno, se empeña en entregar el cuerpo, el alma y los recursos naturales a los requerimientos del neoliberalismo internacional.
Cómo contraparte, Cuba, enviando ejércitos de médicos, a donde se requiera, para aliviar los efectos de la pandemia que azota a la humanidad y que en América Latina y el Caribe afecta con mayor dureza a los sectores más empobrecidos.
Tal es el panorama político regional en disputa y enfrentamiento, en el cual Bolivia tendrá que defender y fortalecer su democracia popular recuperada en este 2020 con la lucha tenaz y comprometida del pueblo encabezado por la Central Obrera Boliviana (COB), el Pacto de Unidad (PU) y el Movimiento Al Socialismo (MAS). Es una situación ambigua, incierta y difícil, en la que, por un lado, su proceso de emancipación y de conquistas sociales es respaldado por los gobiernos progresistas de la región y, por otro lado, este proceso puede ser erosionado y socavado por EEUU y a través de los países afines al “coloso del norte”.