Para pertenecer a una mercadita no basta con ser una comerciante. Las mujeres que forman parte de este modelo de comercio informal saben que las actividades económicas y el dinero que se obtiene de estas, las somete y condiciona.
Inmersas en un contexto de precariedad laboral, quienes forman parte de una mercadita han decidido tomar las riendas de su actividad comercial y construir una alternativa de subsistencia: ellas organizan espacios de venta (porque el dinero es indispensable para vivir) y de formación y autocuidado (porque la cultura y la educación nos alimentan).
El conversatorio «Mercaditas y bazareñas. Estrategia de mujeres para la reproducción de la vida», fue organizado virtualmente por el Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) y coordinado por la doctora Carla Carpio Pacheco, quien desarrolla una estancia posdoctoral con el trabajo de investigación: «Las calles son nuestras. Repertorios de la protesta y apropiación del espacio público: el caso de las Mercaditas feministas».
En el encuentro participaron la doctora en Ciencias Antropológicas Yutzil Cadena, quien actualmente realiza una estancia posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM y la maestra Tanisha Silva, doctorante en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Iztapalapa.
En este contexto, se presentaron algunos testimonios de las bazareñas del metro Chabacano y Jamaica y se contó con la experiencia de la Mercadita VasSinCelos.
Las voces que dieron sentido a este conversatorio partieron de la investigación y la experiencia para construir una visión que replantea el intercambio económico como un proceso de vinculación y experiencia feminista en el espacio público.
¿Cómo se organizan las mercaditas y bazareñas para apropiarse del espacio?
Las mujeres han buscado un espacio de encuentro para el intercambio, primero, antes de la pandemia, lo encontraron virtualmente en los grupos de Facebook o de WhatsApp, para posteriormente concretarse en espacios físicos como la estación del metro Chabacano.
La raíz de dicha búsqueda es contar con un espacio de intercambio mercantil; sin embargo, el actuar responde a la violencia económica y precaria en la que viven infinidad de mujeres en la Ciudad de México y que en el establecimiento del vínculo se reconoce la reproducción de la vida entre las mujeres.
No somos comerciantes, somos mujeres que ayudan a otras mujeres
Yutzil Cadena expuso en una frase la representación de las bazareñas: «No somos comerciantes, somos mujeres, somos amas de casa, estamos intercambiando para la subsistencia de nuestros hogares o para ayudar a otras mujeres».
En su investigación posdoctoral realizada entre 2016-2018, titulada «Trabajo informal y no remunerado en la producción de la Ciudad de México», la antropóloga social describió que no sólo había una compra venta entre estas mujeres, sino que existían dinámicas también de rifas, subastas e intercambio que florecieron en una organización colectiva.
Si bien las acciones eran de tipo individual, el punto de reunión comenzaba a visibilizar a los grupos. En un inicio, en el metro Chabacano, y después, al ser desalojadas de manera violenta, iniciaron la búsqueda de espacios alternativos, como el parque Pípila o el Deportivo Lázaro Cárdenas a las afueras del metro Jamaica.
Las mujeres que se congregaron para la venta podían o no contar con un trabajo asalariado, pero la convergencia en el punto de encuentro, con un motivo económico, las llevó a tender alternativas de solidaridad con otras.
La construcción de solidaridad entre las mujeres iba desde el abrazo hasta la amistad, sin dejar la contribución de sus intercambios. Tanisha Silva empezó su investigación en el contexto de la pandemia, justo cuando la restricción de los espacios públicos mermó las dinámicas de las bazareñas y después de que fueran retiradas de los espacios al interior de las estaciones del metro, esto no generó desarticulación, por el contrario, fue el punto de partida para su organización.
Algunas formas de organización, fuera y dentro de las estaciones del metro, dieron lugar a espacios autodenominados mercaditas feministas. Esos casos, incentivados en buena medida por las movilizaciones feministas contemporáneas, organizan acciones de venta e intercambio como forma de protesta en conjunto con diversas actividades artístico culturales.
Estrategias para detener la violencia económica contra las mujeres
Carla Carpio analizó algunos de estos casos que se instalaron como protestas contra la violencia económica en diversas plazas públicas de la Zona Centro de la Ciudad de México. Para su estudio, retomó la concepción performativa de la acción: «No somos un tianguis. No somos un bazar. Somos una protesta», y también las formas de ocupación de la calle que se han desarrollado en torno a las mercaditas como políticas de la presencia.
En el conversatorio se contó con ejemplos de mercaditas: Autogestión feminista de la Plaza de Bellas Artes, Marea Morada de la Plaza Río de Janeiro y la mercadita VasSinCelos en Buenavista, en donde las participantes se reconocen como feministas y también llevan a cabo charlas sobre feminismo, autocuidado y temas de historia como la represión en la guerra sucia, por ejemplo.
Fernanda Ruiz, integrante de la mercadita VasSinCelos, tiene en su puesto una pancarta que versa: «Violento es el sueldo mínimo» y relató su experiencia como trabajadora de un call center, donde no obtenía sustento para vivir y ahora se presenta orgullosa por ser autogestiva e integrante de un movimiento.
Las mercaditas feministas pueden ser consideradas sólo como parte del comercio informal, pero lo que se gesta dentro de ellas habla de mujeres organizadas trabajando por una economía solidaria, armando espacios de formación, entablando una lucha contra la violencia de género, sin dejar de protestar por la desigualdad económica de las mujeres.