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Palabras con motivo del 25º aniversario del diario La Jornada

«Con los pobres de la tierra»

Fuentes: Rebelión

Dedico estas palabras a los jornaleros y a los periodistas, que con su entereza y a veces con su vida, han defendido y defienden a la Patria y a la Humanidad. Las dedico también al fundador de La Jornada, Carlos Payán Velver y a la directora Carmen Lira. Anda la «izquierda» preguntándose dónde se encuentra. […]

Dedico estas palabras a los jornaleros y a los periodistas, que con su entereza y a veces con su vida, han defendido y defienden a la Patria y a la Humanidad. Las dedico también al fundador de La Jornada, Carlos Payán Velver y a la directora Carmen Lira.

Anda la «izquierda» preguntándose dónde se encuentra. Dice que está buscándose porque así como va, está perdida. Su inquietud parece razonable. Tal vez debiera preguntarse qué entiende por izquierda si quiere precisar lo que está buscando. No necesita ir muy lejos: Marcuse y otros han definido la izquierda tradicional como integrada por aquéllos que toman partido, en la lucha de clases, por los trabajadores, y en la lucha contra el imperialismo, con los pobres de la tierra. En cuanto a la izquierda más reciente, también hace suya, en un primer plano, la lucha por la libertad de expresión, incluidas las radios comunitarias; hace suya la lucha por la democracia, incluida aquélla en que gobierna el pueblo y no una oligarquía plutocrática. Asume la lucha por la mujer con todos sus derechos personales y públicos; por las juventudes y su futuro con universidades gratuitas, creadoras y abiertas; por la paz que no sea de sepultureros, por los pueblos oprimidos o discriminados, como los indios de México, para que no sean «excluidos» ni como pueblos ni como ciudadanos o comunidades, o dirigentes; por los derechos de los homosexuales, por los derechos de los niños y los ancianos.

Las luchas de la izquierda varían según situaciones concretas de dominación y de represión, de acumulación y explotación, de mediación e inmediación violenta. Algunas se dan en el mundo entero. Corresponden, en general, a proyectos por la emancipación humana en que participan los insumisos y rebeldes. Tenerlas presentes ayuda a saber dónde se halla la izquierda en los distintos países, incluido el nuestro.

Aquí sólo quiero apuntar cuatro problemas que en México se plantean a la izquierda: 1 ¿Cuál es la principal atadura o enajenación del país? 2 ¿Qué hechos o actos configuraron a la izquierda? , 3 ¿Qué hacer desde nuestra izquierda formal e informal?, y 4 ¿cómo organizarnos y articulamos desde nuestras distintas posiciones de lucha? Me referiré a la historia reciente como la mejor forma de conocer la historia emergente.

Ni la comprobación de las tesis que sostengo, ni la determinación precisa de los hechos que registro, ni las indicaciones puntuales sobre qué hacer y cómo hacerlo están a mi alcance y menos en el breve tiempo de que dispongo. Los hechos hablan, y nuestras experiencias futuras confirmarán o echarán abajo (y a la izquierda) este planteamiento. Aquí sólo pretendo desbrozar un cierto camino para encontrarnos y en el que la información e interpretación de los jornaleros será particularmente valiosa.

La principal atadura o enajenación del país es algo que apenas alcanzamos a ver en forma disgregada…La principal atadura del país es la ocupación de México. No me refiero a la ocupación como un hecho consumado, sino como un proceso actual y que el pueblo de México, como otros pueblos -incluido el de Estados Unidos–se encargarán de echar abajo. Se trata de una ocupación «integral» que los estrategas del Pentágono llaman también «dominación de espectro completo». Abarca la ocupación de lo social, de lo político o gubernamental, de lo económico y administrativo, de lo cultural y mediático, de lo territorial y lo ecológico.

No se trata de una ocupación de México como la de l847, que Gilberto López y Rivas ha documentado cuidadosamente. Es la ocupación como privatización de todos los cimientos de la soberanía nacional. Combina la intervención «abierta» y «encubierta», la «convencional» y «no convencional», las de «efectos directos» y «efectos laterales», «buscados» y «no buscados»; o supuestamente «no buscados». Corresponde a un colonialismo o imperialismo postmoderno y financiero. Lo llaman globalización, y tiene redes de dominio en el interior y no sólo en el exterior de los países dominados.

La ocupación integral no se da de golpe. Se da lo largo de un imperceptible proceso en que el país va perdiendo más y más su capacidad soberana. Enuncio algunos hechos conforme me vienen a la memoria, o como aparecen en análisis anteriores. Ni siempre guardo un orden cronológico ni menos incluyo todos los datos significativos. Otros lo harán, o lo han hecho.

En las últimas décadas México asistió a un proceso cuyos enlaces sirven para atar cabitos. Privatizaciones y desnacionalizaciones de los bienes de la República (Re-pública)) y de la Nación, dieron lugar a una ocupación compartida por compañías extranjeras y mexicanas, y no sólo por empresarios, sino por funcionarios y líderes de la CTM y otros sindicatos oficiales, que forjaron desde entonces un estrecho lazo de poder, intereses y complicidades. Todos ellos vendieron, malbarataron y, también adquirieron, inmensas fortunas mal habidas con las que sellaron el pacto del complejo de poder hoy dominante en México, y que es parte de una red de dominación mundial, en esta región encabezada por Estados Unidos. La ocupación fue bautizada con uno de esos eufemismos en boga: Se le llamó»desincorporación del sector paraestatal»: Como se advierte, la expresión no dice lo que sus beneficiarios no quieren que se diga, y que tampoco les importa si se dice en una especie de cinismo institucional hoy reinante.

Desde los años ochenta del siglo pasado fueron privatizados y desnacionalizados la industria siderúrgica y los bancos, la industria azucarera y sus ingenios, las 12 unidades de que disponíamos para la producción de fertilizantes, los teléfonos de México, los ferrocarriles, los aeropuertos y líneas aéreas, las supercarreteras, las aduanas y más tarde, con los mismos y otros amaños la televisión y el control de los «medios»…y el petróleo, que dejó de ser «nuestro» precisamente en el momento en que representa un valioso «bien no renovable».

Toda esta etapa tuvo antecedentes. Al adelgazamiento del Estado y la engorda de los señores del mercado contribuyeron muchas represiones y alianzas que se habían tomado desde los tiempos de los mineros de «Cloete» y «Nueva Rosita», y de las luchas también indomables de los ferrocarrileros. Desde entonces México fue cambiando y adquirió un nuevo sentido que entre tropiezos se consolidó hasta ahora.

Los ferrocarriles nacionales y sus servicios de pasajeros fueron desmantelados. Eran como el símbolo del México anterior. Dejó de oírse cada vez más el silbido de los trenes y el barullo de las estaciones. Los militares empezaron a ser entrenados para la llamada «guerra de contrainsurgencia», otro eufemismo de lo que antes llamaban «guerra interna». En nuestras repúblicas la «guerra interna» es, por cierto, la guerra del ejército nacional contra su propio pueblo. La Secretaría de Hacienda preparó y operó el detonador social con el «equilibrio presupuestal» que entonces, como ahora, tomaba como una «constante» el escaso o nulo ingreso fiscal con que contribuía la codiciosa, «evasora» y «subsidiada»clase patronal, y que no podía ser castigado. Por supuesto, eso ocurría cuando aún no retomaba la ofensiva en que exigiría mucho más y sería ampliamente satisfecha en sus deseos. En los años sesenta la Secretaría de Hacienda hizo… admirables recortes a los servicios médicos y a las universidades. Hoy los repite. Hacienda le echó leña al fuego y provocó la llamarada del movimiento médico y del estudiantil-popular. Éstos empezaron a expresar un inhabitual descontento de las clases medias y los marginados urbanos, hoy nuevamente anunciado.

Cuando en 1968 estalló el Movimiento estudiantil–popular, gobierno y ejército ya estaban preparados. Combinaron la represión y la cooptación, con la confusión y la falsa radicalización que legitimaran la violencia gubernamental. Esto último no lo lograron. Tlatelolco produjo un rencor inolvidable, aunque de él muchos jóvenes de entonces ya se hayan olvidado. En la sierra y los llanos proliferaron movimientos guerrilleros de campesinos y juventudes rebeldes que no veían otra salida para hacerse presentes. El gobierno estaba preparado. Aplicó las técnicas de la «guerra sucia»… A la confusión de la izquierda mundial añadió «juegos de revoluciones confusas y violentas» en los que «quien manda» es el jugador que mueve, tanto a los «para-militares» como a los «para-revolucionarios», y con quienes arma un galimatías en que cualquier protesta o rebeldía parece como de locos.

Con simulaciones virtuales y reales, el poder dominante envolvió a la juventud en crueles y desorientadoras batallas. Con sus técnicas de «escenarios en vivo» quitó al movimiento estudiantil-popular el apoyo de buena parte de la población, intimidada y escéptica. Por su lado, a la izquierda, ayuna de ortodoxias y en plena confusión ideológica postmoderna, el Estado le dio la bienvenida. La legalizó con la esperanza de cooptarla y con la seguridad de enredarla más de lo que ya estaba. La mayoría de los sindicatos eran oficiales y los obreros de las grandes empresas en que operaban estaban controlados por los líderes y grupos de choque que se apoyaban en la fuerza pública. Las clases medias y los marginados urbanos parecían los únicos capaces de escapar a todo control o a buena parte del control. Al no contenerlos, el gobierno intentó replantear la política social y nacional. Dio un fuerte apoyo a Universidades y servicios de salud, y aplicó medidas calificadas de «populistas» por izquierdas y derechas. Para cubrir los gastos, juzgó «imprudente», o»impolítico», realizar una reforma fiscal que afectara a los «sectores de altos ingresos». Decidió aceptar ofertas –en boga mundial– de préstamos con bajísimos intereses, -variables a discreción del acreedor– quien por el momento le tendía su «tabla de salvación». Así, empezó a subir la pendiente del endeudamiento externo más grande en la historia del país. Tras la sucesión presidencial el nuevo presidente continuó encontrando la oposición de tirios y troyanos. Su enfrentamiento con los empresarios ensoberbecidos lo condujo a nacionalizar la banca para escarmentarlos. El contragolpe de las finanzas y el capital fue brutal.

Todo mostró que el PRI ya no podía gobernar. Tenía que hacer concesiones. Tenía que «ser flexible» en una elección presidencial que abriera las puertas al neoliberalismo. A poco de haber ocupado el Mandato, el presidente Miguel de La Madrid desnacionalizó la banca recientemente nacionalizada y también la que de tiempo atrás pertenecía a la República. El neoliberalismo oficial, todavía encubierto, empezó la liberalización total del crédito y de las finanzas, cerco y espada de las trasnacionales y el imperio. El estado mexicano, cada vez más empresarial y avasallado, disminuyó hasta punto cero la posibilidad de orientar la política nacional y social de créditos e inversiones. Fue el principio de una «política del mal menor» «de lo posible», de «lo menos malo» que lleva a «lo más peor». En el sexenio siguiente se dio un «golpe de Estado electoral». Como metáfora y como realidad, «se cayó el sistema». Carlos Salinas de Gortari – inició «en grande» la política neoliberal. La «ocupación compartida» por oligarquías de yanquis y nativos se concertaría en los pasos a dar. La «iniciativa privada-unida», la nacional-y-la extranjera «enlazadas», se regodearon de su inmenso triunfo. Pronto darían nuevos pasos cerrando filas. Así surgiría la primera reforma del Estado oligárquico-tecnocrático–avasallado que haría suyas todas las instituciones y costumbres autoritarias del Estado anterior y crearía otras, más funcionales a sus propósitos. En vez del partido del Estado forjaría los «partidos de Estado», funcionales al Estado neoliberal de los países dependientes, e iría asociando, sometiendo, eliminando cualquier brote de izquierda capaz de alcanzar algún objetivo de corto o largo plazo por la vía pacífica… y también por la violenta. Los partidos de izquierda no sólo dejaron de hablar en concreto de las medidas a tomar para la defensa nacional, sino para mantener los derechos de los trabajadores y de los campesinos. No todos sus miembros se habían «doblado o vendido» pero todos percibían su escasa o nula fuerza, y en buena proporción se daban a luchar entre sí para ocupar puestos de «representación popular» que significaban jugosas regalías o satisfacían vanas esperanzas.

Así se construyó la fuerza que permitiría a las megaempresas ocupar todo, o casi todo, en México. La izquierda electoral, que venía del PRI y del antiguo Partido Comunista, encabezada durante dos sexenios por el hijo del General Cárdenas, no sólo sufrió la bien subvencionada y organizada «derrota» electoral de 1988 en que los expertos del PRI contaron con los apoyos empresariales del PAN y con todos los «medios» de enajenación, conculcación y cooptación. Como todos los partidos de izquierda del mundo, la izquierda de México vivió y colaboró -con respetables excepciones– por su autodestrucción ideológica, política, social y moral. Buena parte de ella perdió hasta la dignidad, esa arma de valor excepcional contra la corrupción. Quienes se salvaron de la debacle fueron y son muchos y se encuentran abajo, en medio y arriba de la pirámide social. No sólo son respetables. Son potencialmente más fuertes hoy por su moral de acero y sus nervios de hierro. Pero no logran dominar en los partidos ni cumplir en los gobiernos; ni hacer que sus partidos obedezcan las decisiones mayoritarias de quienes los eligieron, ni impedir que el grueso de sus representantes vote con la derecha leyes y medidas contrarias a los intereses de la nación, contrarias a los trabajadores, a los campesinos, y en general a los marginados, discriminados y super-explotados.

La descomposición de la política en México resulta cada vez más visible desde la elección electrónica de Salinas. Desde entonces apareció una nueva categoría: «la clase política», que apoyó -hasta por unanimidad- las grandes medidas neoliberales. Tal es la gloriosa victoria de la democracia de pocos para pocos y con pocos, y no de los mejores… Tal es nuestra derrota.

Muchas otras se han dado en estos años. Todas desangraron la Independencia de México. Se perdió la Autonomía del Banco de México y de la política monetaria. Ambas pasaron a depender -discretamente– del Banco Mundial, controlado por Estados Unidos y por las grandes potencias financieras. El Estado Mexicano perdió la posibilidad de controlar la política de divisas para defender su capacidad de pago de la deuda externa en formas menos inequitativas, o para controlar las inflaciones de los insumos necesarios a la pequeña y mediana empresa, o para controlar las «crisis de casino» que a tantos países han arruinado. México perdió la posibilidad de definir las políticas de Ingresos, y también las de Egresos. Éstas fueron diseñadas, cada vez más, –sin que hasta hoy nos demos del todo cuenta–, por los expertos de Hacienda y del Fondo Monetario Internacional auxiliados por funcionarios locales… El país perdió toda posibilidad de contener el creciente pago del «tributo colonial» que representa la deuda externa en dólares, varias veces pagada e impagable. Perdió la posibilidad de impedir el deterioro de la planta industrial salvo en aquellos casos en que estaba integrada, asociada o sub-contratada por las empresas transnacionales. Perdió hasta la posibilidad de conservar la planta industrial de unidades bien conservadas, pues fue obligado a abandonarlas o a dejar que se destruyeran para que las megaempresas trasnacionales vendieran plantas nuevas que no hallaban mercado. El gobierno se vio obligado, o inclinado, a acordar «difericiones» y reducciones de pago de sus ingresos por impuestos, así como a acordar crecientes inversiones en infraestructura que, con cargo al erario público, aumentarían la eficiencia (es decir las ganancias) y disminuirían los costos de las megaempresas. El país entero perdió la capacidad de convertirse en uno de los principales productores de petróleo y derivados del mundo. El gobierno des-estructuró sus institutos de alta tecnología – como el Instituto Nacional del Petróleo que contaba con numerosos ingenieros de nivel mundial a los que privó de recursos y expulsó velada o abiertamente, mientras contrataba expertos y servicios de los monopolios petroleros. Con esas medidas, deliberadamente, asfixió a PEMEX. No conforme con eso, le hizo pagar tasas de impuestos ¡superiores al 50%.de sus ingresos! Desnacionalizó a PEMEX, y lo sigue denacionalizando, entre privatizaciones disfrazadas de contratos de servicios con los grandes monopolios petroleros, y entre cuantiosas y rentables corrupciones de los líderes obreros con sus grupos de choque. A las pérdidas anteriores añadió la pérdida de la autonomía alimentaria. Permitió, e incluso alentó, la importación de semillas transgénicas mientras echaba abajo los derechos agrarios que la Constitución había reconocido a los campesinos en los años que siguieron a la Revolución Mexicana y, sobre todo, durante el período del general Lázaro Cárdenas. La regulación de la emigración de los mejores jóvenes, útiles a los empresarios y sectores medios de Estados Unidos, fue fomentada y controlada por Estados Unidos. La negativa de visas sirvió dos propósitos: dejar en la ilegalidad a trabajadores que entraban sin visa y que estaban inhabilitados para reclamar derechos iguales por trabajos iguales-, y no dejar que pasaran la frontera más «ilegales» de los que su industria y servicios necesitaban. Así, el imperio construyó ese otro piso del infierno transnacional, donde el necesario sufrimiento, les sigue pareciendo a los «ilegales» menos malo que el padecido en los pueblos abandoa, donde desempleo, hambre, enfermedades amenazan aún más su vida y la de su familia si no los abandonan sucesiva o definitivamente para irse a ganar algo en el «Norte».

La pérdida de la autonomía financiera, acompañada del cogobierno que en los hechos impuso el PRIAN –o unión del PRI y del PAN, resulta poco cuando se piensa que algunas de las medidas fundamentales de la privatización, la desnacionalización y la ocupación de la República Mexicana fueron también votadas por la inmensa mayoría de los diputados y senadores del PRD y de la izquierda institucional, hechos que no cabe recordar sólo por explicable resentimiento sino para pensar bien y actuar mejor. En el terreno político, la debacle de la supuesta «transición democrática» empezó cuando el legislativo votó contra los derechos de los pueblos indios, es decir contra el único camino para alcanzar una democracia en un país donde todavía existen y se renuevan las luchas del colonizador y el colonizado.

La alianza de todos los partidos del México Criollo y Mestizo, incluso el que se dice de izquierda, privatizó además la televisión y los «medios», armas poderosas de persuasión y educación por las imágenes, los sonidos, las palabras y las sinrazones. A poco los «medios» privatizados se voltearon contra sus generosos adversarios a los que hoy atacan con sonriente furor.

La pérdida del poder financiero y la sujeción implícita o explícita de todos los partidos políticos significó la muerte por asfixia de la educación en todos sus niveles. El «Poli», «Chapingo», la Normal, las normales rurales, la «UNAM» y más de treinta universidades públicas sufrieron -y están amenazadas de sufrir aún más– recortes de presupuesto, mutilaciones de planes de estudio, acosos de grupos de choque, cercos de narco-menudeo, sindicalismo gansteril, en muchos casos, encargado de enseñar con el ejemplo, que la corrupción y «la transa» son el mejor camino del éxito. Con tan nobles principios, se dieron los elementos para formar nuevas generaciones de mexicanos funcionalmente analfabetos, moral e intelectualmente débiles, muchos de ellos drogados, o autodestruidos en su ética y en su capacidad de comprender y de amar, víctimas de una nueva personalidad festejada por la Televisión en la que destacan los «consumidores babosos», que se azoran de los bajos precios y la alta calidad de las mercancías mientras dan saltos de felicidad por las bondades del Mercado. El sistema escolar se diseñó como fábrica de ciudadanos que ignoren la historia universal y nacional y con maestros a quienes se prohíbe enseñar filosofía, término que etimológicamente significa amor a la verdad. Prohibido amar la verdad y la vida. Prohibido también conocer la verdadera historia del pueblo mexicano y de la Humanidad.

El neoliberalismo significó también el abandono de la política social y del desarrollo nacional. Generó una cultura del cinismo frente a las acusaciones de robos y peculados gigantescos; un «a mí me vale» frente a las críticas y las protestas fundadas, razonadas, incluso de altos funcionarios oficiales. Practicó la violencia en el uso de la razón, la violencia en la interpretación y aplicación del derecho; la violencia en la falta de respeto a las garantías individuales, en la fingida guerra contra la corrupción y en una supuesta guerra contra el narcotráfico que hizo sus principales víctimas entre civiles, niños, mujeres, jóvenes y viejos, sobre todo cuando eran pobres o medio pobres. Al mismo tiempo que la escenificación de la guerra sembró el «espanto» dejó fuera de foco a los verdaderos beneficiarios encargados del «lavado de dinero billonario» del narcotráfico. Estos siguieron cómodamente instalados en los «segundos pisos» de los grandes bancos y en sus sucursales en Islas Caimán, Luxemburgo, Suiza, hechos todos que no sólo han denunciado las fuerzas de oposición o las organizaciones de la sociedad civil, sino los propios servicios de información del gobierno de Estados Unidos, del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional.

Al usar semejantes políticas, alentadas por las fuerzas de un imperialismo que se reserva el derecho de criticar y enjuiciar a sus aliados y subordinados, los gobernantes neoliberales de México, sentaron las bases de un «Estado Fallido» y también las de un «Estado Canalla». La violación permanente del derecho por el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, la violación del derecho positivo, del derecho natural, de los derechos humanos y las libertades democráticas, no se diga ya de los derechos sociales; la aplicación del derecho para legitimar las acciones delictuosas de los amigos y validos y para criminalizar la información y la crítica a través de los «medios», se convierte en el estilo neoliberal de gobernar de una llamada «Democracia consociativa», cuyos soberanos del Imperio mañana aplicarán «el garrote» a quienes hoy corrompen con «la zanahoria», medida que tomarán en México como las han tomado en Irak, en Afganistán, y en muchos otros países, cuando sus socios avasallados y entrenados ya no le sirven para continuar la expansión de su poder y de sus mercados. Por lo pronto, el Imperio los prepara con base en los manuales de la política y la «guerra de baja intensidad», que ahora se libra contra «el terrorismo», «el narcotráfico», o «el fundamentalismo». Alienta a expertos en terrorismo (que a veces lo traicionan), deja hacer y deja pasar al narcotráfico (fuente de otros negocios), subsidia los cultos del cristianismo del miedo – de muertes y de fuego–, todo -entre otros fines–para aterrorizar a los pueblos y privarlos de valor cívico, de voluntad de lucha; de comunicaciones, de informaciones, de organizaciones. Incluso arma teatros de revolución limitada para que los gobiernos alebrestados «entren en razón».

Un peligro manifiesto amenaza a México: la inmensa «muralla de la ignominia», construida a altos costos a lo largo de más de cuatro mil kilómetros de Frontera política entre México y Estados Unidos. La «muralla de la ignominia» es el más claro signo de los malos augurios que «del otro lado» se hacen sobre el futuro de México. La «frontera amurallada significa, hasta dónde quieren llevar al país -y con él y Colombia- a América Latina, y cómo esperan reacciones sociales de gran violencia, y éxodos de inmensas multitudes de miserables que la Frontera ayudaría a detener, como en Palestina. Quienes la levantaron bien saben que todas las políticas que con sus asociados y subordinados están aplicando en América Latina, «van a verse obligados» -sigue «la carga del hombre blanco»–, tarde o temprano, a asumir el mando militar de la inmensa región tantas veces subyugada y depredada, en la que sustituirán a presidentes más y más desprestigiados por otros que representen una «verdadera transición a la democracia», por supuesto al estilo de Irak o de Afganistán. Si aquí y allá están totalmente equivocados en su cruel y necio triunfo no por eso dejan de ser temibles en sus empresas intervensionistas. Si varios países de América del Sur han pasado a la ofensiva, no por eso van ellos a limitarse a la defensiva, y menos cuando cuentan con fuertes aliados y subordinados como México y Colombia, en los que pueden intervenir cada vez más y con más fuerza.

Para el Imperio, México da visos crecientes de ser un «Estado Fallido», y todo indica que en la solución de sus problemas, el gobierno de México opta cada vez más por el uso de la violencia y la violación de los derechos humanos, lo que quiere decir que para pronto también caerá en la categoría que sus padrinos y jueces aplican: la de «Estados Canallas». Semejantes «conclusiones» de «políticas» supuestamente «no buscadas», confirman que el Imperio busca hacer de nosotros y de Nuestra América, su «Patio Trasero» y un puente más de la conquista del continente, y de la reconquista de Brasil, Venezuela, Bolivia, Cuba.

Por todas esas y otras razones el problema prioritario a vencer es el imperialismo compartido por las oligarquías criollas avasalladas, que ¡no conocen al pueblo mexicano! En las condiciones actuales, para los insumisos y la izquierda el recurso ineludible a forjar, desde las movilizaciones sociales o desde las luchas electorales, es la organización y articulación de pueblos y trabajadores, para una lucha pacífica, como el pueblo mexicano quiere, pero en la que su capacidad de defenderse aumente hasta triunfar. El triunfo se logrará si desde los colectivos hasta las vanguardias se impone una moral de lucha que fortalezca la dignidad y el coraje de los pueblos. Moral social y nacional frente a la corrupción del capital, moral de lucha frente a la intimidación del imperio. Sólo el fortalecimiento de la dignidad, de la voluntad y la lucidez en colectivos que no pretendan instrumentar a los demás permitirá defender los intereses de la nación y de los trabajadores. Respetuosos de las políticas en que los colectivos difieran, y a partir de sus distintas posiciones de lucha lograrán la unidad y la fuerza. Pero ésta sólo se preservará para consolidar el triunfo si los pobres de la tierra y quienes están con ellos se organizan en formas autónomas, como hermanos y compañeros a los que se respeta en su dignidad y en sus decisiones emancipadoras.

Si la izquierda quiere encontrar su camino tiene que respetar a los pobres de la tierra. Está obligada a adquirir un compromiso a la vez moral y político y comprobar que cumple en cada uno de sus pasos. No esa hora de recriminaciones, sino de convocatoria a una nación como la mexicana donde la inmensa mayoría de la población es de ciudadanos pobres. Es un llamado a respetar y apoyar otros movimientos emancipadores como el de Cuba, Venezuela, Ecuador, Brasil, Paraguay que tienen el camino abierto para profundizar y extender el poder de sus pueblos cada vez más organizados, educados, informados y creadores. Que el camino no esté asegurado nos induce a fortalecernos con los caminantes organizados en múltiples redes y crecientes vanguardias.

La lucha emancipadora entrañará una fuerza capaz de re-nacionalizar, capaz de des-privatizar a una nación y a una sociedad saqueadas y oprimidas por el más despiadado proceso de acumulación primitiva, de macro-robos legalizados e ilegítimos.

En la nueva historia participarán pueblos y trabajadores experimentados y entrenados en luchas anteriores por la Patria, la Paz y la Humanidad, por «El socialismo» que será el del siglo XXI e irá más allá del socialismo parlamentario y del socialismo burocrático.

En la nueva historia participarán los militares patriotas y democráticos que tantos precursores tienen en México desde Allende y Aldama, desde Juan de la Barrera y los jóvenes héroes de Chapultepec, desde el General Zaragoza, desde el general Ángeles, desde el general Lázaro Cárdenas: todos irán más allá del nacionalismo revolucionario que se aburguesó y liquidó.

En la nueva historia participarán los cristianos que han vivido la «reconversión» y que irán más allá del paternalismo y de la caridad que no resuelven los problemas de los pobres, que antes humillan su dignidad y hasta los llevan a practicar una humildad enajenada.

En la nueva historia participarán los herederos de Hidalgo y de Bolívar, de Juárez y de Martí, de Flores Magón y de Zapata.

La lucha emancipadora entrañará un nuevo pacto social que vaya más allá del estado benefactor, populista, o burocrático-socialista, hacia una democracia en que las avanzadas recuperen, con el país, el proyecto de la emancipación humana.

En la creación histórica necesaria y posible será válido para todos, y no sólo para los nuevos zapatistas, el grito de «Libertad, Justicia, Democracia.»

Tejer en formas concretas la unidad de los pobres de la tierra y de quienes estén con ellos, y organizar redes de colectivos que incluyan a los excluidos y explotados, definirá nuestra posición en la creación de un mundo capaz de sobrevivir y de dar un paso inmenso en la lucha por la emancipación humana.

Es necesario comprender que pronto va a sonar el otro grito de la Independencia. Los pueblos y los trabajadores organizados, informados y conscientes, abrirán el camino de la victoria. ¡Viva México! ¡Viva la vida! ¡Viva la jornada que nos espera!

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