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Con tener razón no alcanza

Fuentes: Argenpress

Años de sistemática opresión, de culto al individualismo, de cercenamiento de la convicción y desprecio a la solidaridad han derivado en el estado de fragmentación y déficit del sentido unitario que hoy caracteriza a las organizaciones sociales, al movimiento obrero, partidos políticos, etc., a lo largo y a lo ancho de la República Argentina.Es increíble […]

Años de sistemática opresión, de culto al individualismo, de cercenamiento de la convicción y desprecio a la solidaridad han derivado en el estado de fragmentación y déficit del sentido unitario que hoy caracteriza a las organizaciones sociales, al movimiento obrero, partidos políticos, etc., a lo largo y a lo ancho de la República Argentina.

Es increíble que, aún teniendo propuestas coincidentes, los actores sociales no seamos capaces de unirnos por la concreción de objetivos comunes y, en este sentido, es necesario que reconozcamos la necesidad de ‘transformarnos para transformar’, como afirma la Dra. en Filosofía Isabel Rauber.

Nos debemos una reflexión imprescindible. De treinta años a esta parte, como producto del ataque sistemático de las políticas liberales y neoliberales, impuestas en más de un caso a sangre y fuego, se ha instalado la cultura de la resistencia. Ante la penetración foránea con fines hegemónicos, nuestra sociedad ha desarrollado la inteligencia de la resistencia, que nos permitió sobrevivir y llegar hasta acá. Así respondemos.

Hoy, cuando está latente la posibilidad de que el compañero Julio López, de La Plata , haya sido secuestrado y/o desaparecido por motivos políticos, rápidamente las organizaciones sociales, políticas, de derechos humanos y otras, fuimos capaces, sin dudar y casi al unísono, de encontrarnos y movilizarnos, codo a codo, sin distingos ideológicos, para vencer al miedo y exigir respuestas a las distintas instancias del gobierno.

Porque hemos aprendido que ante el ataque a cada uno de nosotros, todos tenemos que asistir en defensa mutua, que es imprescindible juntarse, sin miradas de reojo ni preeminencia de las necesidades particulares. Hay un interés común, la vida.

Se habla de los nuevos tiempos de América Latina y se eleva la mirada hacia Venezuela, Bolivia, México, Brasil, Uruguay, Chile y también Argentina, pero eso, que en términos genéricos puede ser entendido como ‘nuevos vientos’, no tiene la misma intensidad en cada país. Hay que decir que en los últimos ocho años en Latinoamérica cayeron diez presidentes, como consecuencia de las movilizaciones de los distintos sectores sociales y políticos que, junto al movimiento obrero, hemos ganado la calle para decir todos juntos qué es lo que no queremos más.

En más de un caso el cambio se prolongó y los nuevos tiempos se instauraron. En la Argentina también hubo crisis, movilizaciones, luchas y se ganó la calle, para demostrar lo que no queríamos. Así, quedó claro que las políticas del enemigo no tienen más consenso. Sin embargo, aunque existió la capacidad de decir ‘no’, de decir ‘basta’, no pudimos, no fuimos capaces de establecer, con la misma unión, qué es lo que queremos.

Sobrevivimos, resistimos, fuimos capaces de superar la visión y la acción sectorizada, para alcanzar una perspectiva general de las cosas. Pudimos demostrar que las políticas liberales y neoliberales son las culpables, entre otras cosas, de la desocupación, la indigencia y la entrega del patrimonio nacional, que hoy pagamos con millones de argentinos en la pobreza, con hambre y miseria.

Todo fue posible a pesar de las razones que esgrimimos en su momento, que fundamentamos, que fueron bandera de nuestra resistencia y nuestra militancia:

Desde 1984 en adelante comenzamos a denunciar el proceso de privatización de las empresas públicas con advertencias y razones que hoy nadie dudaría en considerar ciertas. Sin embargo, la privatización nos pasó por encima. Denunciamos ese instrumento con que se disfrazó el despido, el ‘retiro voluntario’. Advertimos, que la salida no era individual: que el taxi, el mercadito, el kiosco, el ‘micro-emprendimiento’, el convertirse en ‘empresario’ de la noche a la mañana, no era el camino. No se nos creyó. No fuimos convincentes.

En 1987 nos expresamos en contra de la flexibilización laboral. Tomando a España como ejemplo, dimos las razones de nuestra oposición. Sin embargo, la flexibilización llegó para quedarse.

Entre 1995 y 1996 dijimos que ‘la única jubilación segura es la jubilación del Estado’, ante la amenaza de desregularizarla y establecer un sistema privado. Sin embargo, consiguieron la privatización del sistema previsional. Nadie puede decir hoy que las razones que teníamos eran infundadas.

Con razones advertimos sobre la degradación de las vidas, el desguace de la educación y la salud pública, la pobreza generalizada y todos los perjuicios que obrarían sobre la dignidad de los individuos, como producto de políticas que se instalaban con el cuento de que aceptarlas sería despegar hacia el primer mundo.

Y la lista siguió (y sigue aún hoy), sólo para demostrarnos que, aún teniendo razón, con nuestra denuncia y advertencia no alcanzó. La experiencia de los últimos treinta años nos dice que no alcanzó.

Que el contexto sociopolítico cambie no será producto de la magia y el devenir espontáneo. Impera la necesidad de una transformación profunda, de un trastrocamiento cultural. Necesitamos saber que hay que cambiar la cultura, es decir, vencer la cultura del enemigo, el pensamiento basado en paradigmas del enemigo, que se instaló en nosotros. Hay que animarse, hay que dar el paso hacia delante, hay que vencer el miedo de no poder y dejar de pensar en resistir, porque algo está claro: el sistema capitalista, mediante la expansión criminal de procesos de globalización, no puede ni tiene por propósito garantizar el bienestar social, económico, sanitario y ecológico. Su apuesta no es por la defensa de la vida. Ese sistema sólo nos conduce a la muerte.

Nosotros, los sectores populares, movimientos territoriales, ONGs, partidos políticos, sindicatos, organizaciones culturales, de derechos humanos, etc, debemos ser capaces de tener la sabiduría y la virtud de elevar la convivencia política y la unión en busca de lo que queremos: un país y un mundo mejor, defender la vida.

Por eso ¡basta de resistir! ¡hay que animarse y pasar al frente! Claro que existen diferencias, que tenemos distintos puntos de vista. Habrá que poner una idea al lado de la otra, sin dudas ni desconfianzas, sin miradas de reojo ni mezquindades. Debemos entender que nos necesitamos todos y que no alcanza con tener razón, que un sector solo, por más razones que tenga, tampoco alcanza.

Se trata de crear y desarrollar poder del lado del pueblo. En frente hay un sistema económico y social que representa la muerte. Nos va la vida en vencerlo.

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José Rigane es Secretario de Interior de Central de los Trabajadores Argentinos (CTA).