El lugar central del debate político en Bolivia es la «descolonización»… Los Poderes Ejecutivo y Legislativo al entrar en su tratamiento han desarrollado diversas variantes de materialización. El ejecutivo en el Plan Nacional de Desarrollo; el legislativo mediante las leyes de Nacionalización y Descolonización; mientras que el Poder Judicial vive aún, una resaca señorial – […]
El lugar central del debate político en Bolivia es la «descolonización»…
Los Poderes Ejecutivo y Legislativo al entrar en su tratamiento han desarrollado diversas variantes de materialización. El ejecutivo en el Plan Nacional de Desarrollo; el legislativo mediante las leyes de Nacionalización y Descolonización; mientras que el Poder Judicial vive aún, una resaca señorial – colonial, vestido de ropaje demo/liberal.
Por el lado constituyente la descolonización de la constitución es un proceso en marcha, una tarea cuyas urgencias no encuentran eco en los «dueños neoliberales del saber», estos últimos cacarean ideas vencidas por lo hechos políticos, ideas cuyos orígenes son en esencia la reproducción del colonialismo en tiempos de globalización.
La «constitución» ha sido el instrumento por el cual, los hijos de los españoles heredaron el colonialismo de sus padres, los hijos de los españoles se adueñaron del país con la Constitución en sus manos, al hacerlo dejaron de lado a los descendientes de los primeros habitantes de estas tierras, por eso la constitución se hizo sin nosotros contra nosotros. Como en aquel tiempo, el presente tiene a los mismos actores solo que en condiciones diferentes, pero la pregunta vale: ¿repetimos la historia o la construimos a mano y sin permiso?
Poco se ha escrito sobre la relación entre la «continuidad colonial» y la constitución política. Primero por la escasa información que los «constitucionalistas» bolivianos nos brindan sobre los orígenes de la constitución de 1826, y segundo por el largo silencio histórico de los mismos al explicar las reformas constitucionales y sus soportes políticos. La «constitución» y los «constitucionalistas», sus teorías lejanas de la realidad, las glosas de una vieja constitución, han sido cómplices por mentir y por callar, por mentirle a la historia verdadera, por callar lo evidente.
Desde el inicio de la vida republicana, la Constitución, «copiada» por masculinos, blancos, propietarios, letrados, con dinero de por medio o la fuerza de las armas, dispuso la negación de la única mayoría nacional: La mayoría indígena.
Negando nuestras formas gubernativas, la propiedad colectiva como soporte del individual; el manejo de los recursos naturales; la participación en la vida política del país; la distribución de los bienes en tiempos de bonanza y pobreza; la administración territorial del equilibrio.
Negándose el comer juntos, soñar juntos, negando la propia cultura y su transmisión de generación en generación, negando nuestros saberes y sus prácticas sociales colectivas, dejaron de lado un dato político sustancial: LO PLURINACIONAL.
Aquellas declaraciones imaginativas de la igualdad, la legalidad y la fraternidad, son la más grande mentira de la humanidad, la mayor hipocresía de los Estados Nación, y la mayor grosería en contra del pensamiento. Aquellas declaraciones bonitas, junto con la soberanía y sus símbolos patrióticos, unidas a unos «derechos» que nunca se cumplen, fueron -y siguen siéndolo- un chaleco de fuerza que nos impide una ruptura con la colonialidad persistente.
El lenguaje jurídico, particularmente el constitucional, vestido de neutralidad y asepsia política, encubre la realidad con una terrible miseria formalista.
El lenguaje de los juristas -particularmente el de los constitucionalistas-, es la representación más grosera del colonialismo intelectual, negándose a pensar con cabeza propia, los constitucionalistas se han refugiado en la glosa trivial -disfrazada con palabras rimbombantes- o en el «corta y pega» de citas plagiadas de autores extranjeros, con preferencia de habla hispana. Reproduciendo infamias ajenas nuestros constitucionalistas, logran estatus académico «oficial».
La colonialidad del pensamiento constitucional en tierras americanas, es simple de recorrer: la simplicidad estriba en que el constitucionalismo no piensa con cabeza propia, acude a las «vacas sagradas» de las ciencias sociales, en todas sus versiones, neoliberales multiculturalistas, libertarios neoliberales, ejecutivos del pensamiento, etcétera. Por su parte gran parte de los científicos sociales, critican ácidamente a los abogados, pero no cuestionan a la Constitución Política del «Estado», tanto así que la convierten en el escenario preferido de sus batallas académicas
Así pues el constitucionalismo contemporáneo heredero de las malas costumbres coloniales encubre sus verdaderos sentidos de poder en frases bonitas. Para convertir a los indios levantiscos en buenos salvajes en tiempos de globalización.
Negando la realidad, su potencial creativo y transformador, los constitucionalistas de este tiempo y el de otros, niegan la posibilidad de usar la ley como instrumento descolonizador. La ley por si sola no lo hace, pero ayuda a transformar la realidad, la ley es como un cuchillo, depende de quien lo usa y con que filo quiere cortar.
Eso hace que repensemos desde una vertiente crítica la colonialidad y la descolonización.
Lo primero nos lleva a señalar que la colonialidad no solo es del conocimiento, sino de los hábitos institucionales y sus soportes mentales; la cotidianidad y su expresión de racismo; de política y su expresión jurídica; de Estado y su soporte constitucional; de leyes y su verdadera aplicación; de símbolos patrios y su realidad ajena; de formas de comer y de soñar el futuro; de pensar con cabeza propia o hacerlo con cabeza ajena ; de pensar que la negación de uno mismo es la afirmación del desarrollo. La colonialidad es como un asterisco que tiene varias puntas difícilmente apreciables en su integridad, pues la colonialidad se muestra a si misma como «normal», «lógica» y «racional» y con el tiempo «explicable científicamente». La colonialidad es la forma en que unos se miran superiores sobre otros y eso genera múltiples aristas de discriminación racial, y que en Bolivia se muestra como la superioridad de lo blanqueado frente a lo indio, campesino o indígena, unos son llamados a manejar el poder y otros a ser destinatarios de tal manejo, unos destinados a conocer y otros a ser destinatarios de ese conocimiento, unos son la rémora al progreso y los otros el desarrollo.
La descolonización es precisamente la construcción contraria de lo que ocurre en la colonialidad, no derrumbando paredes ni pateando puertas, sino comprendiendo su funcionamiento, aprendiendo de sus soportes y sometiéndolo a una profunda crítica social. La descolonización no es la receta de un intelectual brillante, sino la síntesis de la resistencia política de los pueblos indígenas, convertida en estrategia de movilización, cuestionamiento al conocimiento dominante con sus prácticas sociales y estatales. La descolonización es también, una forma táctica en la producción de conocimiento propio; una forma táctica en la forma de pensar y sentir, de hacer gestión publica en lo estatal desde la experiencia organizativa de nuestras organizaciones sociales y gobiernos indígenas.La descolonización en Bolivia, ya no es solamente un proceso de resistencia, sino un momento donde su despliegue y ejercicio tiene un origen absolutamente concreto: Jiwasa [nosotros].
La descolonización en Bolivia se desarrolla desde lo indígena, desde los que lograron imponer -en situación de guerra- la única forma pacifica de transformación nacional.
Esa transformación vía Asamblea Constituyente, tiene un solo objeto de trabajo cuyos destinatarios son los sujetos que la hicieron posible, y lo hicieron con demasiados muertos por delante, no todos pelearon por la constituyente, ni están en la Asamblea todos los que deberían, sino incluso quienes la negaron.
Se tiene certeza de que el constitucionalismo contemporáneo es una falacia que ha permitido la reproducción ampliada del capital, el colonialismo interno, el régimen patriarcal y la sociedad disciplinaria en escala universal, tomando en cuenta que su despliegue discursivo se muestra como neutral, aséptico, racional, lógico y además «científico».
Se tiene certeza también que el constitucionalismo contemporáneo, esta lleno de políticas indigenistas en desprestigio, tanto por lo que prescriben en todo el continente, como por las inconsecuencias de su desarrollo normativo también en todo el continente, y peor aún por la forma en que los constitucionalistas se han convertido en el núcleo de reproducción ideológica de todo lo descrito arriba: un derecho incipientemente postcolonial.
Como en el principio, el final cuenta con los mismos actores, unos defendiendo lo individual oligárquico, y los otros tratando de salvar al país de la catástrofe social, unos defendiendo la sociedad de privilegios y los otros construyendo a mano una sociedad de iguales, de verdaderamente hermanos.
¿Cómo hacer texto constitucional en todo este escenario?
La única respuesta es la descolonización constitucional, la creación de un nuevo saber jurídico y político que responda a la realidad para su transformación permanente, pero ese saber no puede salir de mentes brillantes sino de la movilización indígena y popular, de la capacidad de construcción política de los constituyentes como mandatarios de los primeros y de la posibilidad de su impregnación en el tejido social mayoritario allá donde se gestan las definiciones políticas.El constitucionalismo, mascara del colonialismo puede subvertirse y es en la constituyencia indígena -como lugar material- donde sucede lo realmente importante, lo realmente verdadero, aquello que no puede ser ignorado, aquello que es la matriz de la descolonización jurídica.
Representación Presidencial para la Asamblea Constituyente