En las elecciones primarias de agosto y generales de octubre, no estará en juego sólo la renovación legislativa de medio término. Los votantes expresarán también su balance de la década kirchnerista y cierta inclinación hacia el proyecto que debería sucederlo. El gobierno y sus potenciales herederos derechistas han conformado coaliciones de peso que intentarán polarizar […]
En las elecciones primarias de agosto y generales de octubre, no estará en juego sólo la renovación legislativa de medio término. Los votantes expresarán también su balance de la década kirchnerista y cierta inclinación hacia el proyecto que debería sucederlo.
El gobierno y sus potenciales herederos derechistas han conformado coaliciones de peso que intentarán polarizar los comicios. Las organizaciones de izquierda y del genuino progresismo no alcanzaron acuerdos equivalentes y concurrirán dispersas sin poder generar un voto del mismo alcance. Pero varias expresiones de ese espectro han dado pasos para crear en el futuro esa opción vacante.
En nuestro país no se ha logrado construir hasta ahora una coalición semejante al bolivarianismo de Venezuela, al Syriza de Grecia, o lo que fue el MAS en Bolivia, que luchando por la democratización social y la independencia del país han reunido militancia dispuesta a confrontar con los poderosos, a construir proyectos reales de transformación social con objetivos efectivamente igualitaristas. No existe un frente de esas características capaz de llegar al gobierno a través del voto popular. Una confluencia de ese tipo sería el punto de partida para batallas posteriores frente al poder y las clases dominantes.
Para la izquierda y el genuino progresismo la participación en cada elección cobraría otro sentido si se inscribiera en una estrategia de esa naturaleza. Dejaría de ser una rutina de minorías, marginalidad, testimonio, vedetismo o reyertas internas, para transformarse en un proyecto dirigido a lograr el acompañamiento masivo de los votantes.
Como ocurrió en otros países y en otras épocas de nuestra historia, una construcción así emergería de rupturas en las fuerzas actualmente mayoritarias. Sería el resultado de grandes frustraciones y grandes mutaciones. Este tipo de fracturas y virajes son posibles en los próximos años en torno a procesos combinados y confluentes: el distanciamiento del llamado progresismo K de la conducción presidencial, la separación total del progresismo anti-K de sus aliados derechistas, la superación político-cultural del sectarismo en la izquierda junto con la politización de los movimientos socio-político-culturales.
La paulatina maduración de estos procesos permitiría zanjar el bache político legado por el 2001, cuando una gigantesca rebelión popular trastocó al país sin transformar sus tradiciones políticas. ¿Cuáles son las candidaturas del 2013 que favorecen este proyecto? ¿Qué obstáculos y avances se observan en los campos que deberían nutrir la nueva construcción?
Contradicciones del «progresismo» K.
Las enormes tensiones que esta incubando en su interior han quedado pospuestas por la significativa participación de este sector en las listas oficialistas y por el previsible protagonismo de CFK en la campaña. Por el momento todos se alinean con el gobierno en la fuerte disputa que se avecina con Massa por el control del peronismo bonaerense. Se trata de un adversario de peso, proviene de las entrañas del PJ, recurre a la ambigüedad discursiva, a la captación multifacética y al armado territorial que forjaron Menem, Duhalde y Kirchner para conducir el justicialismo. Acompañan con fervor la crítica presidencial al derechismo encubierto de este personaje fogoneado por el establishment y la embajada. Es que EEUU juega también sus fichas frente a un gobierno que no es antiimperialista pero que tiene roces crecientes con el imperialismo.
Cualquiera sea el resultado de esa disputa es improbable que CFK logre habilitar su reelección. Este impedimento seguramente reforzará la negociación de la sucesión con los candidatos de los grupos concentrados, como Scioli o Massa. Estos personajes seguirán navegando en la indefinición, con perfiles de tibieza mediática diferenciados de la furia opositora. Afinarán la agenda conservadora que promueve la clase dominante, apostando a implementar esa política desde el interior o los bordes del oficialismo.
El oficialismo avizora esta involución y supone que un buen resultado del Frente para la Victoria obstruirá esa regresión. Pero ese éxito puede desembocar en un efecto opuesto. Como sus listas aglutinan una ensalada de candidatos dispuestos a sumarse al mejor postor, la mayoría se ubicará en donde sople el viento. Por esta razón el voto K otorga mandato para una imprevisible variedad de posibilidades.
Algunos progresistas integrados al oficialismo suponen que el caudal de movilización popular acumulado por el gobierno permitirá conservar la mayoría parlamentaria y ganarle la pulseada de la sucesión al sciolismo o al massismo. Sin embargo la gran espuma que genera este conflicto oculta el acomodamiento conservador del propio cristinismo.
El redescubrimiento de Bergoglio como un «Papa progresista» es un ejemplo de esta adaptación. Las complicidades de Francisco I con la dictadura y su defensa de causas reaccionarias (como la negación del matrimonio igualitario) fueron abruptamente retiradas del discurso oficial. Mucho más preocupante es el contraste maccartista que hizo CFK entre las banderas rojas y las celestes y blancas, como si fueran símbolos contrapuestos o la represión a la comunidad Qom.
Al aceptar sin cuestionamientos todas las directivas presidenciales bajan la cabeza en los terrenos problemáticos. Así fue con la Ley de ART diseñada por la UIA; con la reapertura del canje para negociar con los fondos buitres, con la ralentización de los juicios por las deudas con los jubilados y la devastación del subsuelo que realizan las compañías mineras.
Han aprobado también los impuestos a los salarios y el espantoso negocio de los concesionarios ferroviarios. Ni siquiera acompañaron a los familiares de la tragedia de Once, que denuncian la continuidad de un sistema perpetuado para maltratar a los usuarios y enriquecer a los funcionarios, las empresas y los burócratas sindicales. Tampoco han alzado la voz contra la protección judicial de los amigos del gobierno, que incrementaron en forma escandalosa su patrimonio personal.
Resaltan los importantes avances democráticos logrados bajo la gestión actual, pero ocultan las manifestaciones opuestas de regimentación política. Elogian la reapertura de los juicios a los genocidas, la anulación de los indultos y el encarcelamiento de los principales criminales de la dictadura. Pero olvidan que estas conquistas no se extienden a ningún terreno que afecte la marcha de los negocios. Por eso se introdujo la Ley anti-terrorista exigida por el GAFI y el Proyecto X de espionaje de la militancia.
También reivindican la Ley de Medios, considerada por los especialistas un modelo a nivel mundial, que comenzó introduciendo principios de desmonopolización en el manejo de la información. Pero silencian la instrumentación actual de esa norma, para forjar un pool de grupos privados (Vila-Manzano) tan nefastos como la red tradicional (Clarín, La Nación). Mientras tanto se congela el otorgamiento de licencias a los medios comunitarios.
Están entrampados en estas contradicciones porque comparten la búsqueda de una mítica burguesía nacional, que protagonice un proceso de crecimiento con empleo e inversión. Están desconcertados porque esos grupos despilfarran las subvenciones estatales, multiplican la fuga de capitales y remarcan precios. Es evidente que ese timón burgués no conduce a la «profundización del modelo», sino al ahogo de la agenda progresista. Para desarrollar otra perspectiva tendrían que abandonar las alianzas con el PJ, los barones del conurbano y los burócratas sindicales.
Rupturas positivas
Ese estancamiento contrasta con la importante ruptura que concretaron los sectores de centroizquierda del FAP, al rechazar el engendro conservador forjado por ese espacio con el radicalismo. De algún modo esta decisión oxigena el escenario político y en la coyuntura actual permite pensar positivamente sobre la futura construcción de un frente transformador.
En la Ciudad de Buenos Aires el reagrupamiento en torno a Camino Popular expresa una reacción positiva al liberalismo reaccionario de la nueva coalición pan-radical, UNEN, que recrea la Alianza de los ’90. Este contubernio rivaliza con los conservadores en la búsqueda de bendiciones del establishment y los organismos internacionales. La presencia de Terragno, Prat Gay y Lousteau despeja cualquier duda sobre el perfil regresivo de una alianza, que busca contener el desbarranque de la UCR y pretende recrear el péndulo bipartidista.
Carrió es la atracción mediática de esta alianza. Mantiene aceitadas relaciones con la embajada estadounidense, que gustosamente recibe su invención cotidiana de disparatadas acusaciones. No es casual que sus delirios conspirativos nunca incluyan a hombres de la CIA, el FBI o el Departamento de Estado. Mediante una furiosa campaña contra el gobierno disimula su hostilidad elitista a cualquier expresión popular. Considera que el asistencialismo oficial esclaviza a las masas, impidiéndoles acceder al pensamiento gorila que enaltecen sus seguidores del diario La Nación.
Complementa a Lanata en la entretenida presentación del perimido guión reaccionario del liberalismo. Encubre con ocurrencias la campaña sucia que promueve el multimedio, para obstruir la desinversión que hace cuatro años aprobó el Parlamento.
No pueden exhibir ningún atropello significativo a la libertad de prensa y ocultan todas las evidencias de manipulación empresaria de la información. Aprobaron incluso la gestación del fuero de protección extraterritorial que lanzó Macri para brindar protección a Clarín en la nueva república de la Capital Federal.
La alianza pan-radical se construye atendiendo las demandas formuladas por los caceroleros. Recepta todas las peticiones conservadoras contra el control de cambios, la restricción de las importaciones, el recorte del gasto social y el distanciamiento de Cuba o Venezuela. Lejos de expresar un genérico «malhumor social», esas marchas representan la continuidad de las movilizaciones de Blumberg y los agro-sojeros, en una tradición heredada de la Libertadora.
Todos los liberales anti-K se han calzado el traje republicano. Defienden la división de poderes y la independencia de la justicia, ocultando la vieja subordinación de la UCR al poder militar, empresario o mediático de turno. Son abanderados de un sistema judicial independiente de los desamparados y sometido a los grupos económicos. La corporación judicial encarcela con rapidez a los ladrones de gallinas y tarda años en emitir alguna sentencia lavada contra los grandes estafadores del Estado.
Capitulaciones y evoluciones
Como la nueva Alianza se apresta a disputar el electorado de Macri, afina un discurso atractivo para la opinión pública conservadora. La corrupción es su gran bandera, puesto que permite hacer mucho barullo sin irritar a los poderosos. Repiten el libreto que desplegaban De la Rúa, Meijide y Chacho Álvarez, cuando prometían erradicar el legado de Menem mediante una simple operación de limpieza moral. Anunciaban la milagrosa resurrección de Argentina a través de un sencillo ordenamiento del dinero malgastado en negocios turbios. Esta fantasía naufragó en el 2001, pero vuelve a emerger con los mismos espejismos.
Los aliancistas suponen que el país puede resolver sus problemas sin luchas populares, transformaciones sociales y confrontaciones con los poderosos. Es el típico mensaje del moralismo superficial. Pero la corrupción que objetan no obedece a la perversión de ciertos individuos o gobiernos, sino a la codicia que alienta el propio capitalismo para enriquecer a las clases dominantes.
Los aliancistas sólo levantan el dedo contra los sospechosos que ampara el kirchnerismo. Silencian la explosiva denuncia de Arbizu-Banca Morgan -que cajonea la justicia- con la lista de 500 empresarios que fugaron 400 millones de dólares, entre el 2006 y 2008. Sobre este tema mantienen un perfil bajo. Los abanderados de la ética pública, tampoco hablan mucho del tráfico de votos que practicaban con la BANELCO durante el gobierno de De la Rúa.
La participación de Libres del Sur en este contubernio no es sorpresiva. Este sector sufrió una dramática transformación. Primero fue el idilio con el financista Prat Gay y luego la convergencia con la partidocracia de la UCR. Han vivido en forma anticipada el baño de conformismo que suelen tomar los conversos para adaptarse al status quo.
La vergonzosa participación de Solanas en la misma coalición ha sido un golpe más inesperado. Con esta decisión contradice su nacionalismo popular tan pregonado en los últimos años. ¿O acaso implementará la investigación de la deuda externa con Prat Gay? ¿Recompondrá el sistema ferroviario con el ex ministro Lousteau? ¿Erradicará la corrupción con los caciques de la UCR? ¿Avanzará en la nacionalización del petróleo con Terragno? ¿Profundizará una política exterior latinoamericanista con Carrió, que además prefiere los monopolios privadas a los estatales?
Solanas ha resignado su prédica contra el bipartidismo, optando por la típica actitud del pragmático que olvida su trayectoria en función de un cálculo electoral. Por una eventual banca en el Senado archiva un proyecto de muchos años. No es creíble que ha suscripto un acuerdo acotado hasta octubre. Su adaptación a la derecha fue anticipada por conductas parlamentarias junto al Grupo A y ha sido ratificada en la propuesta de confluencia en listas conjuntas para la elección de consejeros a la magistratura. Esta capitulación no quedará enmendada si en el futuro Solanas es marginado de la coalición derechista. Ese previsible desplazamiento no corregirá el daño causado a su declamado proyecto nacional.
Un curso opuesto han comenzado a transitar las corrientes encabezadas por Lozano y De Gennaro que se alejaron del FAP. Esta decisión fructificará si, y solo si, se consolida la ruptura con la estrategia que todavía apuesta a un voto por Binner en el 2015. Este personaje ha sido el principal impulsor del acuerdo con la UCR, siguiendo el modelo de convenios que práctica en Santa Fe. Binner ha ratificado su apoyó al golpista venezolano Capriles y no recuerda a De la Rúa sólo por el tono aburrido y conservador de sus discursos. Su gran preocupación es brindar «confianza» a los capitalistas extranjeros, acordar con los Fondos Buitres y acompañar las peticiones de reconciliación de la Iglesia.
Su figura simboliza alineamientos con la derecha, que comenzaron en el 2008 con la fantasiosa reivindicación de los «pequeños productores», en las marchas agro-sojeras que auspició la Sociedad Rural. Un líder de esas movilizaciones ha devenido en candidato del PRO (De Angelis) y el otro en vocero del justicialismo derechista (Buzzi).
Cortar definitivamente con estos personajes es la condición para construir una opción creíble del progresismo. Hay que dejar también atrás la inconsistente idealización de Dilma y Mujica como los modelos a seguir en contraposición al kirchnerismo. En Brasil o Uruguay ni siquiera comenzó la implementación de las medidas reformistas que se introdujeron en estos diez años en Argentina.
La izquierda partidaria sin estrategia
En la izquierda partidaria tradicional se registraron pocos cambios para salir del encierro y comenzar a participar en la construcción de un proyecto electoral masivo. Su alianza más destacada, el FIT, nunca propuso un frente más allá de las organizaciones trotskistas. Desarrolla una política excluyente y explícitamente opuesta a cualquier confluencia que incorpore otras tradiciones de izquierda en un armado electoral común.
Este desinterés ilustra como conciben la disputa con todo el espectro restante. Colocan en una misma bolsa a las corrientes más genuinamente progresistas que convergen y se distancian del liberalismo, recurriendo a la misma clasificación simplista que utilizan para asemejar al gobierno con la derecha. Con excepción de ellos mismos, observan a todos los demás como agentes variados de la misma opresión capitalista. Esta miopía condena a su valiosa militancia a dar vueltas una y otra vez sobre el mismo círculo de inoperancia.
Consideran que están muy cerca de colocar un diputado o legislador si repiten el «milagro» de los últimos comicios. Pero si logran ese éxito, no descartable, no será la primera vez que el trotskismo vernáculo obtiene una banca, careciendo de estrategia ulterior. Como se oponen explícitamente a convergencias semejantes al bolivarianismo o a Syriza, sólo imaginan en el 2015 alguna repetición de su presentación actual.
Esa estrechez quedó signada por el rápido naufragio de la Asamblea de Intelectuales que podría haber oxigenado el debate en el FIT y logrado la incorporación de grupos e intelectuales de izquierda no encuadrados partidariamente.
Al cabo de 30 años de experiencia electoral debería resultar evidente que los comicios deben ser encarados como un campo de disputa política masiva y no como un área de reforzamiento ideológico, destinado a militantes y simpatizantes. Al igual que en los sindicatos, los centros de estudiantes o las organizaciones vecinales, las elecciones no son un ámbito para zanjar divergencias teóricas. Observar como un mérito la persistencia en la marginalidad es un síntoma de elitismo y no de fidelidad a los principios.
En lugar de trabajar unitariamente por la construcción de la izquierda que necesitamos, fantasean con un súbito reconocimiento de su liderazgo, en algún momento de la situación terminal que vislumbran para el kirchnerismo. El realismo que se requiere para gestar un proyecto popular, no es compatible con su predilección por presagios apocalípticos, demasiado afines a Carrió.
El sectarismo de estas corrientes se verifica en su balance de la década. Presentan al kirchnerismo como una continuidad del menemismo, sin registrar la limitada recuperación de conquistas perdidas que percibe el grueso de la población. Como todo da igual, les parece insignificante el apresamiento de los genocidas presos o la estatización parcial de YPF.
Tampoco le atribuyen importancia a los conflictos que enfrentaron al gobierno con la derecha. Interpretan los choques por la 125 o la Ley de Medios como pugnas inter-burguesas, como si el aumento de las retenciones o la desinversión de Clarín fueran acontecimientos ajenos al interés popular.
De estas equiparaciones surge la actitud de neutralidad que invariablemente adoptan frente a esas confrontaciones. Sin un cambio radical en este abordaje de la política nacional, la izquierda partidaria seguirá girando en torno a sí misma, sin ningún futuro.
Aprovechar las internas
Las candidaturas que presenta Camino Popular en Capital Federal, como otras semejantes, aún con diferencias en la constitución de las alianzas, también en Capital, en Provincia de Buenos Aires y en las ciudades de La Plata, Rosario y Luján constituyen, en este particular momento político, opciones electorales positivas que permitirían dar los primeros pasos para la conformación futura del frente político social que se necesita para la transformación de nuestra sociedad.
Su presencia permite promover una crítica progresista al gobierno, contrapuesta al mensaje que emite la derecha. Debieran facilitar la construcción de una línea de intervención política que no cuestione el intervencionismo estatal, aunque sí su tardanza, sus insuficiencias, su improvisada implementación y la asociación con grupos capitalistas afines.
Las campañas electorales deben contribuir a explicar que la nacionalización de YPF, el control cambiario pleno y la pesificación integral van en la dirección correcta pero debieron comenzar hace tiempo, como parte de un programa transformador, basado en la reforma impositiva progresiva, el establecimiento del monopolio estatal de comercio exterior, la estatización con control social de los sistemas ferroviario y energético y el control estatal de la banca. Estos son los pilares para desenvolver un modelo productivo de mejoras sociales y reducción de la desigualdad.
Es esencial subrayar que el capitalismo constituye el impedimento estructural para forjar los pilares de ese esquema y de una sociedad de igualdad y justicia. Un régimen asentado en la competencia por beneficios surgidos de la explotación obstruye el logro de aquellos objetivos. Los pueblos indignados que se sublevan en tantos rincones del planeta comienzan a comprender que la causa de sus padecimientos no radica solo en el neoliberalismo, sino en un sistema social al servicio de minorías opresoras. Estas nociones generales debieran ser incorporadas a las intervenciones de campaña para no quedar prisioneros de las viejas formulaciones ambiguas que eluden la batalla frontal contra la explotación capitalista.
Nos resulta particularmente promisoria la participación de una fuerza política de jóvenes, Marea Popular, que decidió pegar el salto a la intervención electoral luego de varios años de una productiva militancia universitaria y barrial. Han demostrado capacidad de construcción y de manejo de alianzas con los partidos de izquierda, para mantener una dirección colegiada y unitaria del estudiantado.
Este sector se forjó librando una batalla política contra el anti-kirchnerismo ciego, que empujó a muchos sectores de izquierda y progresistas al coqueteo con espacios, discursos y actitudes derechistas. Otra contribución más que interesante aportan las vertientes de la autodenominada Izquierda Independiente que con variantes han comenzado a comprender que no se debe abandonar el terreno donde dominan los dominadores y que es necesario jugar también en el terreno institucional.
Fallidas negociaciones por el orden de las candidaturas impidieron en la Capital Federal sumar al MST al acuerdo que se alcanzó en la Ciudad. Como tampoco avanzaron las conversaciones con otras formaciones como AyL, así quedó nuevamente afectada la necesidad de superar la vieja imagen de atomización que acompaña a la izquierda. Sería importante aprovechar la posibilidad que ofrece el régimen de internas abiertas para zanjar en el futuro estas diferencias. Existe un problema mayor, que será necesario dilucidar, si lo que impidió forjar un frente más nutrido fue la subsistencia de prejuicios anti-izquierdistas.
En esta ocasión las PASO anticiparán los resultados de octubre y darán lugar a una movilización de gran alcance. Las internas brindarán visibilidad y espíritu triunfalista a los que emerjan como ganadores de esta primera ronda.
Para nosotros resulta entonces imprescindible fortalecer los espacios del progresismo genuino que den cabida a expresiones de izquierda y anticapitalistas. Un fuerte incentivo a este compromiso puede surgir de los pronunciamientos públicos que iniciamos con este documento así como de la multiplicación de instancias de intervención.
Una nueva generación de jóvenes está irrumpiendo en el escenario argentino con fuertes deseos de transformar el país, en la tradición legada por los militantes de los ’70. Esa convicción emerge en todos los aniversarios multitudinarios del 24 de marzo. Allí se expresan los anhelos de forjar un proyecto popular, que empalme con los vientos de emancipación que sobrevuelan por Nuestra América. Es el tiempo de comenzar a gestar por otro camino esa alternativa en nuestro país.
Primeras firmas:
Claudio Katz / Eduardo Lucita /Jorge Marchini / Guillermo Gigliani / Guillermo Almeyra /Julio Gambina / Beatriz Rajland / Daniel Campione
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