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Contener y avanzar

Fuentes: Rebelión

Los griegos lo hicieron, como tantas otras cosas. La guerra, una de las formaciones culturales que más nos dice respecto de cómo se organiza una sociedad, era para ellos asunto de organización colectiva. El campesino – ciudadano – soldado, que avanza con su lanza y su escudo, no lo hace solo. Un par, a su […]

Los griegos lo hicieron, como tantas otras cosas. La guerra, una de las formaciones culturales que más nos dice respecto de cómo se organiza una sociedad, era para ellos asunto de organización colectiva. El campesino – ciudadano – soldado, que avanza con su lanza y su escudo, no lo hace solo. Un par, a su lado, protege su flanco izquierdo, a la vez que él protege el de otro compañero con su escudo. Finley dice en alguna parte que esa condición originaria de igualdad es una de las fuentes de la democracia griega: lo cierto es que fue una innovación decisiva en el arte de la guerra. Hoplitas griegos combatieron en las filas de Alejandro, en ese ejército que llegó hasta la India, y muchos ejércitos heredaron el concepto. Las legiones romanas, por ejemplo.

A estas alturas, señalar que la política es una forma de conflicto resulta un tanto remanido. Pero recuperar la noción de que ese conflicto se da entre colectivos organizados, en el presente de la cultura política argentina, no lo es tanto. Martín Rodríguez dice, con razón, que el lugar para discutir esto era el partido. Late además en su mirada cierta desazón por el lugar secundario de las formaciones organizadas en la política argentina de estos días. Pareciera que volvimos a los tiempos homéricos, donde los «héroes» modernos -si así cabe llamarlos- se baten solos, en combates personales espectaculares, que nada dicen, sin embargo, de las fuerzas que representan tales individuos, y que explican poco el por qué de la pelea.

Detrás de las imágenes narradas por los poetas antiguos, sin embargo, hoy sabemos que había ejércitos reales, que peleaban tan a muerte como los gloriosos Aquiles y Héctor. Guerreros sin voz, campesinos sin nombre, que diariamente caían en el campo de batalla. Sus relatos no nos han llegado, y es posible que nunca lleguemos a saber mucho de ellos. Pero sabemos que estaban. Me parece que otro tanto sucede hoy. La diferencia, claro está, estriba en que, en vez de un verso homérico, nos tenemos que comer un verso mediático. Y la diferencia no está sólo en el sabor…

En estos días, el gobierno pasó la primera prueba, la «amenaza fantasma», al lograr una amplia aprobación en Diputados de su proyecto de ley para la nacionalización definitiva de Aerolíneas. Es importante. La ampliación del debate público, en la fase post – 125, tiene por arena privilegiada al Parlamento. No es mala idea: al fin y al cabo, el Parlamento es el lugar de la «política de cámaras», abierta a la opinión, donde todos pueden -y algunos deben- participar, proponer, comunicar. Pero la condición de posibilidad de esta nueva etapa reside en que, de vez en cuando, el proyecto pase. Ningún gobierno puede perdurar sin un mínimo apoyo concreto en el Parlamento.

A sabiendas de ello, el kirchnerismo ha optado por privilegiar los reagrupamientos. Se sabe herido, nos dicen los analistas, y los disidentes huelen sangre. Eso tal vez valga para Duhalde: el resto sabe que, herido y todo, el gobierno es el gobierno. Que tiene la chapa del PJ. Que tiene la Caja. Que tiene aliados nuevos, ayer desconocidos. Y que controla buena parte del aparato partidario. Pero, por sobre todas las cosas, saben que está dispuesto a utilizar todos y cada uno de estos recursos, si es necesario. Entonces, mejor no alejarse demasiado…

En la semana que termina, Kirchner se reunió con Reutemann, Cristina con Binner, Das Neves y Schiaretti, y se ajustan ya las fechas para que se arrimen Solá y Busti. «Pero cómo», se horrorizan los éticos, «entonces es más de lo mismo». «¡Menemismo!», gritaron por ahí, los desaforados. Curiosamente, algunos de los críticos son los mismos que antes pedían responsabilidad y diálogo. Pero cuando se dialoga, esto es sabido, se requiere de otro. Y el Otro, desde luego, piensa distinto, hace otra cosa. Si no, sería monólogo.

En la etapa que viene, el oficialismo sabe bien dos cosas. Primero, que debe actuar con cintura y cautela, dando la batalla sólo cuando tenga una certeza relativa respecto del resultado. Se puede perder, si se gana algo a cambio. Pero, en orden a la consigna de la hora -esto es, seguir politizando la esfera pública- es necesario reorganizar a la tropa. Contener, reagrupar, avanzar.