Hace apenas un mes se celebró en Caracas un evento de mucho interés, donde se discutió sobre cómo construir consensos e identificar posiciones comunes ante la necesidad de promover el pensamiento antihegemónico en materia de propiedad intelectual. A este tema se le reconoció mucha importancia y se propuso a este fin trabajar coordinadamente en la […]
Hace apenas un mes se celebró en Caracas un evento de mucho interés, donde se discutió sobre cómo construir consensos e identificar posiciones comunes ante la necesidad de promover el pensamiento antihegemónico en materia de propiedad intelectual. A este tema se le reconoció mucha importancia y se propuso a este fin trabajar coordinadamente en la formación de una red En defensa del conocimiento y la cultura para todos: la convocatoria se difundió en Rebelión y otras páginas alternativas y ya se han sumado a la misma muchas personas y organizaciones de diversas partes del mundo.
En los últimos días, a propósito del artículo «Ni copyright ni copyleft, socialismo» de Pascual Serrano, se ha desatado un debate sobre estos temas que en mi opinión ha sido muy útil; porque ha puesto en circulación muchos argumentos, desde visiones antihegemónicas, sobre una problemática que ha estado dominada de manera muy particular por conceptos del pensamiento único.
Aún cuando, por sobre todas las cosas, estoy convencida de que el Socialismo es la única vía posible para la real emancipación humana, a mi modo de ver, no debe ser reducido el planteamiento del problema a la fórmula que adoptó como título el artículo mencionado.
El copyright (en la acepción en que se opone al copyleft) o el copyleft no constituyen opciones de sociedades a construir: son herramientas, fórmulas legales que expresan diferentes modos de ejercer derechos sobre las creaciones intelectuales. El Socialismo es un proyecto mucho más abarcador y trascendente que incluye la problemática de esta apropiación como uno de los tantos aspectos a transformar, para lo cual debe utilizar (y de hecho utiliza, al menos en Cuba) estas y otras herramientas.
El copyleft se opone al copyright pues en lugar de valerse del derecho otorgado para prohibir la posibilidad de la copia, lo utiliza para permitirla; pero, como opción, surge de las entrañas del copyright como sistema. El llamado también izquierdo de copia, o dejar copiar (left es también participio de to leave), necesita, para promover la cesión de los derechos, que los reconozca previamente la legislación, de ahí que la iniciativa Creative Commons haya logrado extenderse en muchas regiones como práctica sin necesidad de cambios legislativos (actualmente alrededor de 70 países han adoptado o trabajan en la adopción de este tipo de fórmula). Se basa en el principio de que si bien puedo reservarme todos los derechos sobre mi obra también puedo cederlos todos, o casi todos, o sólo algunos. A modo de ejemplo: puedo publicar mi obra bajo copyright y luego, después de un período de tiempo, ponerla libre en la red, o publicarla bajo copyleft permitiendo que se reproduzca pero no con ánimo de lucro, etc. Se pone así en manos del propio autor la posibilidad de disponer de sus derechos de forma más flexible, en contraposición a su adquisición en bloque y en exclusiva como es la práctica ejercida por las editoriales o empresas en general (que asisten a las negociaciones desde posiciones siempre ventajosas).
El copyleft se proclama a sí mismo, ante todo, como un principio ético, o sea, como una manera de demostrar que son posibles y necesarias otras formas de intercambio de conocimientos e información: las que se basan en la cooperación y la solidaridad, en «dejar hacer» más que en prohibir, en contraposición al sistema ferozmente restrictivo y metalizado que impone la industria.
La idea fundamental de las licencias Creative Commons -basadas en el principio del copyleft- es poner a disposición de los autores modelos legales viables que faciliten la distribución y el uso de contenidos. Es, a mi juicio, una brecha natural que se ha abierto en un sistema que tiende a ser cada vez más rígido y restringido mientras que las tecnologías permiten más y más posibilidades de difusión e intercambio. El desarrollo de la tecnología ha alcanzado un nivel tal que las relaciones de producción vigentes (las de propiedad incluidas) le han quedado estrechas y hacen evidente la necesidad de un cambio. El capital, para sobrevivir a esta contradicción, presiona a través de los grupos de poder para lograr una legislación cada vez más restrictiva que le garantice la defensa de sus intereses: de ahí la ampliación de los plazos de protección para titulares no originarios, la protección de inversiones a través del sistema de propiedad intelectual, la inclusión de estos temas como parte de los acuerdos de la OMC y de los tratados de libre comercio, la homogeneización internacional de la legislación teniendo como referente la de los países del Primer Mundo, entre otras tendencias.
Puede afirmarse también que el copyleft ha surgido como una necesidad ante la existencia de nuevas formas de crear para las cuales el copyright constituye una traba evidente. Tal es el caso, por ejemplo, del arte digital actual o de otras expresiones de las artes visuales basadas en la apropiación o recontextualizaciòn de contenidos, o en las nuevas experiencias musicales que surgen de la participación de creadores que desde diferentes lugares y estilos modifican y aportan a las obras preexistentes nuevas sonoridades, prácticas inconcebibles bajo los términos del copyright y la amenaza de las consiguientes reclamaciones legales. Una de las licencias cuyo uso promueven estas alternativas se refiere a permitir la creación de obras derivadas.
El objetivo del copyleft no es el de promover entre los autores la renuncia a sus derechos como vía para eliminar a los intermediarios y plusvalías que encarecen los productos. A esto último contribuirá el propio desarrollo tecnológico que, al facilitar cada vez más la reproducción y el intercambio favorecerá una obligada reconsideración de los modelos de difusión utilizados hasta ahora. La piratería (un concepto acuñado por el pensamiento hegemónico que casi ha hecho olvidar los asaltos a naves o aeronaves) también desempeña su papel. Es ésta, a nuestro juicio, no una epidemia, como se le ha querido llamar, sino sólo un síntoma de una enfermedad mucho mayor motivada por el sometimiento de la cultura a las leyes del mercado, una reacción a un sistema de limitaciones y prohibiciones que no tiene fundamento moral ni racional alguno. Es una crisis que ha hecho cada día más visible la urgencia de un reacomodo en las relaciones económicas en torno a la cultura.
De burlar a las transnacionales por la vía de la piratería se encargan, es cierto, el ciudadano común que necesita acceder a la cultura y se aprovecha también el ¨transnacionalista frustrado¨, que hace de ello un negocio que aunque menos lucrativo es semejante en su esencia ética al de la gran industria. Pero en el último eslabón de esta cadena están también los desempleados, los inmigrantes que luchan por la supervivencia, los excluidos contra quienes se ensañan las campañas mediáticas y policiales en contra de la piratería, para aportar un elemento más en la promoción del odio, la discriminación y la xenofobia. En los países del Tercer Mundo, a esta realidad se le agrega el injerencismo más descarado que se desata tras los llamados «mecanismos de observancia» de las normas de propiedad intelectual que han sido impuestos por la OMC.
El Socialismo es, por otra parte, un sistema que se levanta conscientemente y en esa tarea de edificación las herramientas legales tienen una gran importancia como instrumentos de organización social. Para alcanzar sus objetivos emancipatorios, el Socialismo debe promover una nueva ética y relaciones nuevas y más justas entre los seres humanos. Pero hay que tener en cuenta que esa construcción no es un proceso puro y rectilíneo: son muchos y profundos los cambios que son necesarios y se desarrollan de forma simultánea, en todas las esferas de la vida; con los hombres y mujeres del antes y con los del después. La construcción de una sociedad nueva, en el caso de Cuba, ha tenido que producirse enfrentando en medio de un bloqueo cruel, inhumano, por parte de los EEUU, de fuertes presiones económicas y políticas, de campañas difamatorias de dimensiones inusitadas, y en medio de un mundo cada vez más globalizado que intenta ahogar cualquier experiencia social o cultural disidente. Copyright (en su sentido de derecho de copia) y copyleft constituyen herramientas de las que puede valerse y de hecho se ha valido también el Socialismo cubano para construir estos cambios necesarios. Nuestra práctica socialista ha procurado garantizar el equilibrio de los intereses de los autores con los de la sociedad en general por diversas vías (plazos razonables de protección, fuertes excepciones, y el principio establecido en la ley de que el interés particular se subordina al interés social, entre otros) y esto ha estado unido al ejercicio de una política cultural y educacional responsable. Por otra parte, en la vida cultural cubana también influyen de modo inevitable determinados mecanismos del mercado internacional del arte y esto genera contradicciones que no pueden simplificarse.
En una sociedad capitalista, donde el Estado no diseña políticas ni destina recursos para apoyar la creación, el autor no podría sobrevivir asumiendo el copyleft como una opción única. El mayor error al que nos ha llevado el pensamiento hegemónico en esta materia, es el de considerar que la legislación de derechos de autor o copyright, en cualquiera de sus variantes, garantiza realmente, por sí sola, la protección a la creación. El Estado, en el ejercicio de sus políticas culturales, tiene que propiciar el espacio imprescindible para la creación, tenga éxito o no la obra en el mercado. La garantía de este espacio comienza por la alfabetización, la educación general y artística, el derecho de todos a participar en la vida espiritual de la sociedad, a apreciar la cultura propia y la universal. También para ello resulta necesario utilizar todo tipo de herramientas jurídicas y no sólo la remuneración al autor de una obra individual susceptible de ser comercializada. El Estado debe usar otras vías para incentivar la creación; debe preservar el patrimonio material e inmaterial, proteger al artista experimental o de determinados géneros cuyas obras no tienen salida en el mercado, crear, multiplicar y sostener instituciones culturales que nada tienen que ver con el comercio pero imprescindibles como las bibliotecas, museos, casas de cultura, fomentando la cultura comunitaria y tradicional (relegada esta última a la esfera del no-arte por el derecho de autor occidental dominante y que constituye uno de los más fuertes pilares de la identidad de los pueblos hoy ahogada por la globalización neoliberal).
Todo eso es sólo posible en el Socialismo. Pero no por ello debemos negar el valor de experiencias como el copyleft, ni contraponerlas de un modo categórico al Socialismo. El software libre como opción ante el software propietario, es sin duda una opción revolucionaria, que puede aportar a los países del Tercer Mundo una vía para disminuir, como países, la dependencia tecnológica, porque son programas modificables, se pueden adaptar a los idiomas y las necesidades locales y propician el desarrollo de técnicos nacionales. El movimiento de software libre critica el individualismo, el secretismo, se opone a la protección del software mediante las patentes, que es una amenaza que se cierne sobre el mundo y que conduciría al estancamiento tecnológico y a la concentración cada vez mayor de la tecnología en unas pocas manos. El desarrollo de proyectos como Wikipedia, GNUPedia, Libros Abiertos, la Biblioteca Pública de las Ciencias y otras bibliotecas y buscadores de contenidos copyleft brinda a la educación y la investigación oportunidades que no tiene bajo el copyright y que cada vez tendrá menos, y sin que esto constituya una solución a los problemas de la sociedad en general -sólo subsanables mediante una transformación integral de la misma- acerca a los hombres y mujeres a los principios de la solidaridad y la cooperación como alternativas, en contraposición al individualismo y la mercantilización de las ideas; los acerca, con un nombre u otro, a los principios e ideales del Socialismo.
Como en todo, en estos procesos se dan vaivenes. En el seno de la sociedad capitalista surgen también modelos que utilizan fórmulas del copyleft para potenciar las ventas e intentan vaciarles de su contenido ético, como ha pasado con el open source que a diferencia del software libre asume ese mismo modelo basándose en los beneficios prácticos que pueden obtenerse por estas vías, obviando el principio de la necesidad de compartir la creación.
En estos momentos es imprescindible trabajar en la conformación de un pensamiento ético-jurídico que se contraponga, ante todo, a una doctrina muy coherente e hipócrita que nos han impuesto desde los centros de poder como única opción válida y ha sido abrazada y difundida por interés, desconocimiento o ingenuidad por todas las universidades, institutos y academias. Ahí esta la labor de la OMC, avalada por la OMPI -cuya actuación está siendo ya fuertemente cuestionada- que enfatiza en la protección y el reforzamiento de los derechos de propiedad intelectual como única alternativa para promover la creatividad, la innovación y el desarrollo. Es la misma doctrina que acepta hoy que se niegue el acceso a los medicamentos a los países del Tercer Mundo y que se toma más de dos años en determinar que es más importante si el derecho a la salud o el de las transnacionales a recibir sus ganancias, la misma que hoy impulsa la eliminación del préstamo gratuito en bibliotecas, o que valida el reconocimiento de 90 y 100 años de protección para las obras audiovisuales a favor de sus productores o que exige a los países más pobres la movilización de los recursos de los que no dispone para dar alimentación a su población en función de la lucha contra la piratería de software o de la industria del entretenimiento porque se perjudican los intereses inversionistas del Primer Mundo.
Todo debate de este otro lado, es provechoso. Todos los que consideren que el régimen de apropiación de la creación y el conocimiento vigente es injusto, tienen algo que aportar. Puede haber posiciones diferentes, análisis desde una u otra óptica, con mayor o menor información, pero la prioridad debe ser sumarnos, no restarnos. Todos los que en un mundo al borde del colapso ante la disyuntiva entre solidaridad e individualismo, apostamos por la primera, tenemos algo muy importante en común. Y ese principio ético, a nuestro juicio, es el que debe marcar el rumbo.