Cuando hablamos de política estamos mal acostumbrados a pensar que alguien siempre es «el mueves», «el chido», «el picudo», y que eso implica que cualquier problema hay que resolverlo por intermediación de él, con auspicio de él, con permiso de él, manteniendo la unidad en torno a él, siguiendo sus lineamientos y respetando la jerarquía […]
Cuando hablamos de política estamos mal acostumbrados a pensar que alguien siempre es «el mueves», «el chido», «el picudo», y que eso implica que cualquier problema hay que resolverlo por intermediación de él, con auspicio de él, con permiso de él, manteniendo la unidad en torno a él, siguiendo sus lineamientos y respetando la jerarquía de influencias establecida bajo su manto. Las organizaciones sindicales del Partido Revolucionario Institucional (PRI) llevan esta exaltación al poder del dirigente a niveles casi mitológicos. Ahí está la Confederación de los Trabajadores de México (CTM) que continúa, sin escatimar en parafernalia, el feudo de Fidel Velázquez; también está el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE): si bien su máxima dirigente, Elba Esther Gordillo, artífice del asesinato de maestros disidentes y notoria gestora de corrupciones de altos vuelos, por el momento está en la cárcel por querer sobrepasar los límites que le marcaron sus amos, la facción dominante del sindicato sigue desempeñando su papel de controlar a los maestros para que no se «salgan del huacal» y quieran luchar por la derogación de la reforma educativa. Y qué decir del feudo de Romero Deschamps en el Sindicato de Petróleos Mexicanos o, en otra variante, el Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana, que cuando sale a marchar exige ante todo mejores condiciones para los negocios de Carlos Slim, su patrón.
En fin, ejemplos abundan, y van desde lo curioso hasta lo grotesco. Dejando a un lado los matices, todos ellos tienen en común que no luchan por una mejora generalizada en las condiciones del pueblo trabajador, y ni siquiera para todos los trabajadores de su ramo, sino que solamente negocian mejores condiciones para «su gente» – y eso en el mejor de los casos, porque muy a menudo resulta que su propia gente es sacrificable con tal de mantener una posición de poder, sobre todo en tiempos de reformas neoliberales cuando hay menos migajas para repartir.
Todas estas organizaciones colocan al pueblo trabajador bajo la dirección política de la burguesía, a cambio de la sujeción a las políticas lesivas para el pueblo; pactan con los representantes de la burguesía y obtienen a cambio prebendas de distinto tipo: curules en las cámaras de senadores y diputados, puestos administrativos gubernamentales para algunos de sus agremiados mejor posicionados, carta de impunidad para que los dirigentes lleven a cabo corruptelas a costa del erario, licencia para exprimir a los trabajadores de cuotas sindicales con el fin de mantener una burocracia dinástica que no representa sus intereses de clase.
Bien, pues todo esto poca falta hace que se lo platiquemos, pues forma parte de la cultura general de nuestro país. Pero no sólo la derecha practica el corporativismo: también encontramos prácticas similares entre algunas organizaciones de masas que pretenden ser una fuerza de oposición contra el neoliberalismo. También ahí, las formas de trabajo tienen mucho que ver con los objetivos que en el fondo se persiguen.
Así como hay organizaciones francamente creadas por la burguesía para controlar al pueblo, también hay organizaciones oportunistas que no son de la burguesía, pero que sí la fortalecen en su actuar cotidiano. El oportunismo político se caracteriza por no elevar bajo ninguna circunstancia las aspiraciones del pueblo más allá de demandas económicas inmediatas. En pos de ese objetivo los oportunistas buscan mantener al pueblo descontento en una relación clientelar y corporativa con sus organizaciones.
Primero aglutinan una masa de gente descontenta con alguna de las imposiciones del neoliberalismo, y presentan a su organización como el único vehículo para solucionar el problema. A cambio, la gente aglutinada debe aportar su presencia en marchas con pase de lista, cuotas y asistencia a las asambleas. Se pone énfasis en que solamente las personas que llenen los requisitos serán acreedores a la solución, y los demás que se rasquen con sus uñas. No se busca que la gente asuma gradualmente responsabilidades y que puedan ellos mismos organizarse e incluso organizar a otros, extendiendo y profundizando el proceso. Tal evento sería contrario a los intereses del oportunismo, pues entonces no tendrían el monopolio de la «gestión» del problema ante las autoridades, y perderían el privilegio de negociar mejores condiciones para sus agremiados. Por el contrario, todo intento de crear espacios de formación política dentro del grupo que vayan encaminados a superar el inmediatismo y aspiren a generar una conciencia anti-capitalista o incluso anti-neoliberal, son boicoteadas con rumores, chantajes y mentiras.
La demanda económica del momento se vuelve lo único que importa, y cualquier intento por ligarla con objetivos sociales más amplios se señala como inapropiado o provocador. Llegado el momento en que logran que la autoridad ceda en algo, ponen en entredicho las demandas sociales más amplias que formaron parte de su programa original y que en un principio aglutinaron al pueblo trabajador en torno a ellos. Con tal de mantener los logros de su organización, aunque no sean para todos los afiliados, y aunque no estén resueltas las demandas más amplias, piden a la gente que los apoyó que agache la cabeza junto con ellos, se den por bien servidos, y se les felicite por los logros de años de lucha. De un momento a otro los vemos convenciendo a la gente de que, lo que ayer dijeron que no se debía aceptar bajo ninguna circunstancia, de pronto es algo que deben aceptar por el bien de todos.
Como socialistas, no podemos dejar de señalar que tales métodos sólo fortalecen el dominio de la burguesía, pues entregan al pueblo en bandeja de plata para los impulsores del neoliberalismo. No es que esté mal congratularse de los logros obtenidos en el camino, pero bajo ninguna circunstancia se negocian los derechos de unos a cambio del derecho de todos; claudicar ante la burguesía con tal de «asegurar lo que ya conseguimos» es abandonar al pueblo en sus exigencias por una vida digna y una sociedad justa, un mundo sin explotación, sin hambre y sin miseria.
Los oportunistas pretenden que el pueblo venda lo único que tiene de valor, su dignidad. No importa la bandera que carguen hoy, mañana la voltearán y escupirán sobre sus antiguos aliados. Los trabajadores tenemos claro que la lucha no se agota en obtener migajas, y que quienes se conforman con lo que se les cae de la mesa a los burgueses, no son amigos del pueblo.
NOTA:
Este artículo fue publicado como parte de la sección DEBATE del No. 24 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), Marzo-Abril 2017.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.