Son más de 300 mil menores de 7 a 14 años. Muchos cumplen la doble jornada, ayudando en casa y ganando unos pesos en la calle o en precarios empleos, sin seguridad industrial ni social. Otros, además estudian y se dan modos para encontrar un resquicio para los juegos y la alegría.Más de 300 mil […]
Son más de 300 mil menores de 7 a 14 años. Muchos cumplen la doble jornada, ayudando en casa y ganando unos pesos en la calle o en precarios empleos, sin seguridad industrial ni social. Otros, además estudian y se dan modos para encontrar un resquicio para los juegos y la alegría.
Más de 300 mil niños entre 7 y 14 años forman parte del ejército infantil de trabajo de Bolivia y están sometidos a diversos grados de explotación laboral, sin derechos sociales y vulnerables a todos los peligros de trabajar en calle, en condiciones muy precarias y sin derecho a gozar de su infancia.
Muchos trabajan sin recibir un centavo, otros mantienen el hogar y los más contribuyen en gran medida a la subsistencia de la familia, a pesar de las normas y leyes que protegen los derechos de la niñez, que muy pocos cumplen y casi todos ignoran.
El Código del Niño, Niña y Adolescente de 1999 establece los 14 años como edad mínima para el trabajo legal, y la Ley General del Trabajo prohíbe la contratación de menores de esa edad, pero la cruda realidad es que más de 300 mil menores de 14 años trabajan en negro, en condiciones muy precarias: bajos ingresos, largas jornadas, sin protección legal ni industrial, ausencia de contratos laborales y en muchos casos violencia física y sexual en el lugar de trabajo, según los informes de las organizaciones de Naciones Unidas como la Unicef y el PNUD.
Junto a ellos, otros 400 mil adolescentes, de 14 a 17 años, trabajan en cientos de oficios y actividades, muchos de ellos por encima de las 48 horas laborales, con salarios muy bajos y en condiciones de sobreexplotación. Son mano de obra barata, fácil de domesticar y dispuesta a todo a cambio de muy poco.
Indices alarmantes
Los índices ocupacionales de los menores bolivianos son alarmantes y están muy por encima de lo que ocurre en Sudamérica. Según los datos del Instituto Nacional de estadísticas (INE), la quinta parte de los niños (uno de cada cinco) de 7 a 9 años ya es soldado raso del ejército infantil de trabajo, al igual que la tercera parte de los niños (uno de cada tres) de 10 a 13 años y la mitad (uno de cada dos) de 14 a 17 años.
Este masivo ingreso de la población infantil al mercado de trabajo se dio con mayor intensidad desde las últimas dos décadas, al influjo del modelo económico neoliberal que amplificó la pobreza, degradó el trabajo de los adultos y obligó a las familias a enviar a los miembros más jóvenes del hogar a ganar unos pesos para lograr la sobrevivencia familiar.
Explotación familiar Los datos oficiales revelan que ocho de cada 10 niños se desempeñan como mano de obra gratuita, como trabajadores familiares informales sin remuneración o aprendices, con ocupaciones que varían de acuerdo a su sexo, edad y lugar de residencia.
En las áreas rurales, donde se concentran dos tercios del ejército laboral infantil, casi el 90 por ciento de los infantes trabajadores son parte de la mano obra familiar, mientras que en las principales ciudades hay una mayor participación de los niños como ‘obreros’ y ‘empleados’.
La edad también influye en el tipo de inserción: los más pequeños sólo se dedican al trabajo familiar sin remuneración, pero a medida que crecen van participando como fuerza laboral asalariada.
Discriminación desde la cuna
Marginadas del desarrollo integral y de una infancia protegida por el cuidado y cariño de los padres, las niñas empiezan a trabajar antes que los varones, aunque ganan menos que ellos.
En su generalidad, las niñas se desempeñan principalmente como ‘empleadas domésticas’ en el área urbana y los niños como ‘obreros’.
Respecto a la jornada laboral, la Unicef indica que los menores que trabajan en la zona urbana lo hacen por más de 48 horas a la semana y por salarios por debajo del mínimo nacional de 500 bolivianos (62 dólares).
Areas de trabajo y actividades En las zonas urbanas del país, más del 70 por ciento de los niños, niñas y adolescentes trabajadores realizan actividades en el comercio y los servicios, la mayor parte de ellos en condiciones difíciles para su salud y desarrollo posterior.
A diferencia de las zonas urbanas, en las rurales los menores trabajadores se dedican sobre todo a actividades vinculadas a la agricultura y la ganadería. Allí están en el pastoreo, en la cría y cuidado del ganado. Otros, los más desfavorecidos, están en la cosecha y trabajan como jornaleros en la zafra.
Según la información detectada en el último Censo de Población y Vivienda, más de dos mil niños de corta edad participan en la zafra azucarera, donde es común el uso de plaguicidas y funguicidas que ponen en grave riesgo su salud y desarrollo.
En el área urbana, la cuarta parte de los niños varoncitos se dedican a la construcción y la industria, son ayudantes, albañiles y hacen de todo. Otro grueso ayuda en la reparación y venta de automóviles, aunque la mayoría está en los servicios, en el comercio y la venta callejera, en la atención en los restaurantes y en el transporte (como voceadores).
Los más vulnerables Entre los grupos más vulnerables están cerca de 10 mil niños, niñas y adolescentes que son la mano de obra barata que trabaja en condiciones de sobreexplotación en los municipios de Santa Cruz y Tarija en la zafra azucarera. Allí, muchos conviven con los mosquitos y las enfermedades, en campamentos rudimentarios, sin atención médica, salubridad y abandonados por la ley y la justicia divina.
En los centros mineros, otros cuatro mil niños, niñas y adolescentes trabajan en la explotación del estaño, zinc y oro, ofrendando su infancia a la silicosis y al tío de la mina.
En las ciudades de La Paz, El Alto y Santa Cruz, según la Unicef, cerca de 1.500 niños, niñas y adolescentes entre 11 y 17 años son víctimas de la explotación sexual comercial, considerada como una de las peores formas de trabajo infantil.
En estos tres grupos, en extremo vulnerables, hay muchos rasgos de sobreexplotación, de semiesclavitud y trabajos forzados, según la valoración de las organizaciones internacionales que lamentan esta situación, que sin embargo es tolerada por una sociedad y una economía que linda en la barbarie al negar trabajo a los adultos y sobreexplotar a los menores.
Condiciones de trabajo Los informes de la Unicef y del Pnud coinciden en que la precariedad es el rasgo común en el trabajo infantil, junto a las transgresiones a la ley.
Este es el caso, por ejemplo, de los niños dedicados al trabajo en las panaderías. Ellos se levantan a las dos de la madrugada y a las tres comienzan a amasar el pan nuestro de cada día que está listo a las cinco, hora en que comienzan a distribuir hasta las ocho de la mañana.
La suerte de muchas niñas que trabajan como empleadas domésticas no es mejor. Se levantan a las seis de la mañana y trabajan de corrido hasta las siete u ocho de la noche. Son 12 a 14 horas diarias de trabajo, de lunes a sábado. A muchas las abusan y ultrajan de palabra y hecho.
Un futuro negro En la percepción de la Unicef, ‘el trabajo infantil en Bolivia tiene implicaciones tremendas sobre la vida de estas personas, sobre todo en la violación de los derechos humanos, como son la educación y la salud, que llegan incluso a la explotación, la esclavitud y los trabajos forzados’.
Según esta dependencia de la Naciones Unidas, urge que en el país haya un compromiso multinstitucional más sólido y sostenido para erradicar las peores formas del trabajo infantil, para detener los abusos que sufren los niños y jóvenes trabajadores, para hacer respetar sus derechos y preservar sus perspectivas de desarrollo. ‘Los menores bolivianos que trabajan no tienen oportunidad de calificarse o de grandes esperanzas en su vida’.
Las estadísticas oficiales muestran que sólo cuatro de cada 10 menores trabajadores asisten a la escuela, por lo que los otros seis están condenados a reproducir el círculo de la pobreza y de los bajos ingresos. En el futuro, cuando sean adultos, muchos de estos niños construirán hogares precarios y con grandes necesidades insatisfechas, y obligarán a sus hijos a buscar el necesario sustento diario.