¿Qué no describió ya el viejo Marx lo que hoy está ocurriendo, y todo lo que ha ocurrido desde su entonces? (Bueno, se le escapó prever el desarrollo del «socialismo real», que a lo largo del siglo XX lo reivindicaría como su ideólogo y guía). «El delito, con los nuevos recursos que cada día se […]
¿Qué no describió ya el viejo Marx lo que hoy está ocurriendo, y todo lo que ha ocurrido desde su entonces? (Bueno, se le escapó prever el desarrollo del «socialismo real», que a lo largo del siglo XX lo reivindicaría como su ideólogo y guía).
«El delito, con los nuevos recursos que cada día se descubren para atentar contra la propiedad, obliga a descubrir a cada paso medios de defensa y se revela, así, tan productivo como las huelgas en lo tocante a máquinas. ¿Acaso sin los delitos nacionales habría llegado a crearse nunca el mercado mundial? Más aún, ¿existirían siquiera naciones?» (El pasaje proviene de unos apuntes para su Teoría de las plusvalías redactados hacia 1860, en la estupenda edición Elogio del crimen de Karl Marx, Sequitur, Madrid, 2008).
Como pocas edades del capitalismo burgués, nuestro presente es merecedor de la ironía marxiana. A fin de cuentas la primera conclusión firme sobre la globalización neoliberal es que favoreció, si algo, al crimen organizado, que estaba más preparado que nadie para los nuevos códigos y recursos del libérrimo mercado. Un ejemplo es Rusia. Y lo podemos ver en México. El llamado narco ha sobrepasado en eficacia al Estado, las empresas y los bancos legales (sin ignorar que éstos son pródigos en delitos «de cuello blanco»).
Paradójicamente, nos dicen que ahora tenemos «más democracia» que nunca. Hace poco, en Tuxtla Gutiérrez, ante los empresarios nacionales, Enrique Krauze hasta le puso fecha a la «consolidación de la democracia»: 2012. Al menos coincide su cronología con las «profecías mayas» antiguas, que para el mismo año fecharon el fin del mundo. Sería el clímax de la «transición» que se supone atravesamos, casualmente, desde que se desencadenó el ciclo neoliberal.
Con un gobierno federal «espurio» y un Estado además de inepto empequeñecido por partida doble (la propia decisión de «achicarse» y la avalancha criminal y económica que lo desafía), la democracia mexicana se presenta en extremo endeble y su tránsito podría ser a un nuevo autoritarismo represivo.
Los priístas lo han entendido mejor que nadie. No sólo son veteranos como políticos de Estado, también como delincuentes. Su futuro político en la democracia televisiva (incluyendo las telenovelas y los gossip shows) es prometedor. Los gobernadores tricolores, imper-meables al escándalo y las responsabilidades penales, han demostrado eficiencia en sus actuales señoríos: Oaxaca, Sonora, Coahuila, Puebla, Veracruz y sobre todo el estado de México. En Tamaulipas y Chihuahua, muy pragmáticamente, abdican o «cogobiernan» con la delincuencia organizada.
Nuestra democracia electoral es tan importante como negocio que la primera institución en alarmarse ante los inminentes recortes presupuestales que promete la crisis no fue una secretaría de salud, educación o desarrollo social, sino el Instituto Federal Electoral. Suyo, y de los partidos políticos, es el pródigo negocio de los comicios (y desde el Congreso, la aprobación de leyes privatizadoras y la distribución del gasto nacional). La gente, consumidora de esa democracia, no cuenta, aunque es la única base sólida en la pirámide virtual del poder político.
El crimen organizado (hasta las noticias lo llegan a reconocer) se entrelaza íntimamente con el poder que se supone lo persigue y «combate». Hasta una «guerra» le tiene declarada, para desasosiego del Ejército federal que la pelea. Como bien documentó Karl Marx, el crimen «impulsa las fuerzas productivas, descarga al mercado de trabajo de una parte de la sobrepoblación sobrante, reduciendo así la competencia y poniendo coto, hasta cierto punto, a la baja del salario, y al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra parte de la misma población».
En suma, el delincuente produce «toda la policía y la administración de justicia penal, y a su vez, las diferentes ramas de la industria que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo». Setenta años antes del fascismo, Marx ofrecía un ejemplo vigente: «Solamente la tortura ha dado pie a los más ingeniosos inventos mecánicos, y ocupa en la producción de sus instrumentos a gran número de honrados artesanos».
Dentro del capitalismo democrático de libre mercado a nadie le va mejor que a mafias, familias, hermandades, cárteles, partidos políticos, cúpulas y uno que otro sindicato. Se entregan a la «competividad». Por eso se pelean tan feo. Hacen la economía burguesa, y ésta los hace a ellos. Endogamia pura.