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Crisis, dos caminos y una oportunidad

Fuentes: Rebelión

Antecedentes No es nueva la idea de que el rotundo fracaso argentino post 19 y 20 de diciembre surge del hecho de que el brevemente inapelable «que se vayan todos», logró -brevemente- que se fueran «los políticos»; pero al mismo tiempo, quienes postulaban esto, no tenían qué poner en reemplazo de «todos». Si se van […]

Antecedentes

No es nueva la idea de que el rotundo fracaso argentino post 19 y 20 de diciembre surge del hecho de que el brevemente inapelable «que se vayan todos», logró -brevemente- que se fueran «los políticos»; pero al mismo tiempo, quienes postulaban esto, no tenían qué poner en reemplazo de «todos». Si se van «todos», no queda nadie; pero alguien tiene que quedar. Se fueron. Se reacomodaron. Volvieron los peores.

Es para ese momento donde justamente parecía haberse abierto el camino para que los argentinos que no acordábamos con el ya insoportable continuismo de políticas neoliberales «gestionadas» por la seudo progresista Alianza, para que esas millones de voluntades-especialmente las manifestaciones concretas expresadas en organizaciones de todo tipo-, se abrieran paso a torcerle el rumbo a las políticas de destrucción y saqueo del país.

Sin embargo, esto no fue así. Y la idea persiste en la memoria y en nuestra conciencia como una migraña insoportable que nos recuerda nuestra propia incapacidad para terminar con ello cuando existió la oportunidad, y nos queda ese trago amargo circulando por las arterias.

¿Qué pasó en cambio? Sabido es que los sectores de poder recompusieron la gobernabilidad. Así y todo, no salieron indemnes. No fue un proceso fácil. Costó la vida de muchos compatriotas. Costó la comprensión de que es posible la construcción de otra realidad y la oposición de un discurso antagónico al orden imperante. Costó más saber que fue desaprovechado el momento. Los costos fueron para todos.

Dicho de otra forma: podemos entender la crisis de 2001 como un momento de ruptura entre las necesidades de una heterogénea sociedad argentina y las políticas sostenidas por el gobierno del radical Fernando de la Rúa.

En ese choque ciego, todas las fuerzas políticas y sociales actuaron de diferentes formas según la lectura que hicieron de la situación y de sus proyectos políticos. Todos ganaron y perdieron. El país ganó y perdió.

En el centro de la crisis, y actuando sobre ella, las fuerzas políticas fueron transformadas, rearticuladas, repensadas a sí mismas. Esto suele atribuírselo a la «crisis de representatividad». La lectura sería más o menos así: la actividad política fue cada vez más desprestigiada (corrupción, incumplimiento de promesas electorales), y a raíz de ello los partidos mayoritarios ya no representan a sus bases, y tampoco los funcionarios a las aspiraciones depositadas en las urnas.

Esta mirada es válida en tanto se deje de lado el elemento sustancial: el poder. Sería ilusorio y pueril hacer un análisis de la reorganización de las fuerzas políticas, sin tener en cuenta qué sectores del poder económico se apoyan en uno o en otro proyecto.

Existió el momento de continuidad de la crisis. Cinco presidentes en una semana. Aparece el jefe político Duhalde y apoyado por el establishment. Los asesinatos de Kosteki y Santillán fueron la última señal de disciplinamiento al movimiento social, que ya no había podido articular sus demandas en un proyecto político.

El «bombero» (como gusta ser llamado Duhalde) puso el sistema político en orden. Pero su figura no era la de la transición.

El kirchnerismo

Con el kirchnerismo aparecen nuevas lecturas y ciertas esperanzas de los sectores populares. Surge un gobierno que derrota electoralmente el símbolo del neoliberalismo: Carlos Saúl Menem. Construye un discurso con elementos extraídos del seno de los reclamos sociales. Ataca a los jefes militares; baja el cuadro de Videla; hace de la ESMA un museo que denuncia la violencia y el terror, herramientas de la burguesía financiera para imponer su modelo. Permite la participación de espacios del campo popular en lugares de gobierno (fenómeno que decrece con el desarrollo de los acontecimientos). Escucha a las Madres de Plaza de Mayo. Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales hablan en suelo argentino. Confronta con aspectos de la Iglesia. Abre el juego para juicios simbólicos a torturadores. Argentina es el escenario de la Cumbre de los Pueblos y se vence en la Cumbre de las Américas el modelo propuesto por Bush del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas).

Sin embargo, el paso de los años demanda necesidades que no son asumidas por el gobierno nacional. La redistribución de la riqueza no se hace efectiva. No hay reformas tributarias estructurales que permitan un sistema progresivo. Aparecen personajes impopulares y dirigentes mafiosos de la estructura del Partido Justicialista en el encabezado y confección de listas.

Los primeros años fueron posibles gracias a una alianza tácita entre los beneficiarios del modelo agroexportador y el gobierno nacional (léase corporaciones industriales y agroexportadoras). Sumado a la capacidad de paliar dificultades sociales con asistencialismo, y la recuperación de la capacidad industrial ociosa y la creación de empleo mayoritariamente precario. Todo, por supuesto, en un momento de formidables precios internacionales en los productos exportados.

El kirchnerismo habla, en sus comienzos, de reconstruir una burguesía nacional sólida y seria, capaz de aportar a una reorientación positiva de la economía. Su proyecto tiene las limitaciones enormes de un país que padece, más bien, una burguesía parasitaria que busca negocios rápidos sin riesgo y maximizando ganancias.

La balanza de contención de los problemas, a través de planes sociales de distinto tipo (vivienda, trabajo), que podían realizarse debido a los fabulosos ingresos por las retenciones en las exportaciones (commodities) y a la estabilidad económico-política con los sectores de poder, comienza a perder equilibrio cuando el contexto internacional pierde su magnificencia. La crisis capitalista (expresada tiempo más tarde en su manifestación de «crisis financiera») afecta de una u otra forma todas las economías del mundo globalizado.

Al poco tiempo de asumir, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, los antes principales aliados del esquema de retenciones del gobierno, generan un choque político sin retorno. «El campo» se levanta a través de sus organizaciones históricas y plantea una ruptura con ese acuerdo anterior. «El campo» toma partido… político.

Porque «el campo» no es el campo. Es una masa amorfa donde intervienen distintos sectores de productores. Aparecen los grandes productores y su planteo de eliminación de la resolución 125. Un poco más allá, los medianos productores. Por allí, a lo lejos, los pequeños. No están los trabajadores rurales súper explotados que siguen sus jornadas interminables.

Con «el conflicto del campo» no se discuten dos proyectos. No se debate la extranjerización de la tierra, el trabajo semiesclavo de los peones rurales, el perjuicio del sembrado directo y las especies transgénicas; tampoco el latifundio. Si algo de esto hubiera estado en la palestra entre «el campo» y el gobierno, podríamos haber hablado de un gobierno de carácter reformista al que le interesa modificar la concentración de la riqueza. Incluso, desde una mirada política de izquierda, hubiera sido correcto defender esas hipotéticas medidas gubernamentales, ante una oposición de derecha recalcitrante que concentraba desde figuras de la última dictadura cívico militar, hasta sectores de la llamada «nueva derecha», que apuestan a un modelo de concentración y pobreza en torno al «campo».

Lo único que se discutía era si los exportadores ganarían unos millones más o unos menos. No decimos que confrontar a estos sectores, aunque sea en este sentido menor, sea una pelea superficial para la tribuna. En el fondo, la derecha organizada en torno al «campo», intentaba cuestionar también la intervención estatal sobre las decisiones empresariales. Esto es cierto y hay que defender la potestad del Estado. Aún más, profundizarla. Cosa que el gobierno no tiene en vista.

Al calor de los acontecimientos, las corrientes políticas se posicionaron de diferentes formas y como apoyo de uno u otro sector. Poco se puede decir de las fuerzas de izquierda que eligieron marchar de manera oportunista junto a los jefes políticos de este modelo. Miserables ideológicos, huérfanos del marxismo. Ojalá corrijan sus líneas políticas al calor de una sincera autocrítica.

El problema se centra en aquellas fuerzas que decidieron su apoyo y apoyos más o menos «críticos» al gobierno. De estos posicionamientos es preciso hacer una lectura para afrontar los próximos tiempos, ya que de ese conflicto surgió una polarización que se expresa en los entramados políticos electorales y no electorales, y estratégicos para los próximos años. Es posible observar distintos escenarios en la configuración de las fuerzas políticas. Sólo por mencionarlos, hubo un sector que manifestó su apoyo al gobierno y otro que, si bien defendía la idea de las retenciones, advirtió que era falso optar entre «el campo» y el gobierno, y que era preciso construir una alternativa política del campo popular.

La reorganización de la derecha y sus amenazas

Uno de los argumentos que ponían y ponen por delante aquellos que apuestan al gobierno, es que «la derecha se reorganiza y hay que frenarla». Y no se equivocan. La derecha argentina espera construir un entramado electoral atractivo hacia el 2011. Pero, ¿es esto suficiente para marchar tras el gobierno nacional? Por otra parte, ¿qué derecha se reorganiza?

El escenario que se plantea es el del desgaste del kirchnerismo y el agotamiento de sus propias contradicciones. En tanto, los jefes políticos de la derecha observan la oportunidad de armar espacios políticos con perspectivas de reemplazar al oficialismo. La forma de construcción de estos sectores es peligrosa, porque elabora discursos conjuntamente con los mass media para legitimar su programa reaccionario. Así, su agenda se organiza en torno a la instalación de la sensación térmica de la inseguridad, de los reclamos «del campo», y cuestionamientos vestidos de republicanismo en torno a la «institucionalidad».

Francisco de Narváez, empresario menemista vinculado a negocios non sancto, lleva adelante la campaña electoral más cara de la historia. Esto expresa la alta apuesta de los sectores de poder para desplazar al kirchnerismo y la profundidad en las políticas de concentración de la riqueza.

Como a esta altura deberíamos saber, después de la caída del Muro se complejizó la tarea de caracterizar bloques homogéneos antagónicos: sectores de izquierda y derecha conviven a menudo en espacios de gobierno y en armados políticos. Hace falta mayor honestidad intelectual y reconocer que el kirchnerismo fue cediendo en la idea de transversalidad y los espacios de poder fueron ocupados por los sectores reaccionarios del peronismo y del radicalismo. Hace falta mayor compromiso político para señalar que también hay derecha en el gobierno nacional y en el kirchnerismo. Hace falta ceguera analítica para no observar que los sectores populares y los políticos progresistas se van desgajando del kirchnerismo y poco le va quedando de composición popular real. La alianza de Kirchner con el pejota termina de alejar a quienes sostuvieron la idea del gobierno en disputa.

La aparición de la «nueva derecha», resulta comprensible si se tienen en cuenta la magnitud de los debates que la actual crisis del capitalismo generó en los últimos años: el surgimiento de gobiernos más o menos populares que vuelven a plantear la idea del socialismo como salida a la crisis global. Entonces se hace preciso, para la derecha internacional, actuar con celeridad y astucia para de recuperar los espacios perdidos en nuestro continente. En este sentido, cabe preguntarse si cuando el flamante presidente de los Estados Unidos dice que América vuelve a mirar hacia América, más que mantener una mirada expectante frente a los cambios mágicos que algunos esperan del Imperio, no sería más oportuno adoptar una posición por una mayor profundización de la soberanía de nuestros pueblos.

Esta «nueva derecha» surge como una necesidad histórica, principalmente de la burguesía financiera internacional, de relegitimar políticas represivas y de ajuste, y para generar mayores transferencias de recursos económicos hacia el poder financiero, en detrimento de los pueblos y sus necesidades.

¿Espectadores o protagonistas?

Ante semejantes actores, hay quienes plantean que el campo popular quedaría en el brete de consolidar el kirchnerismo, aún aceptando la progresiva hegemonía de la derecha que convive en él y la bancarrota de la transversalidad, para hacerle frente al fantasma de la «nueva derecha». Todo contra eso.

El apoyo ciego al gobierno es la mirada del espectador: aquella que cree correcto elegir entre los otros que hacen, y de entre esos otros, los menos malos.

Esta mirada no es nueva en la política argentina, y mucho menos en la izquierda y el progresismo. Lo nuevo es el escenario y la oportunidad que presenta la crisis del capitalismo a las fuerzas políticas que aspiran a una salida postcapitalista.

Una nueva oportunidad

La gran angustia argentina radica en su imposibilidad de ser. Cada proyecto de liberación nacional fue sofocado -terror de por medio- y extinto. Cada movimiento histórico dejó su esqueleto. Y, como los esqueletos de cotillón, fue manipulado por titiriteros distintos. Tan distintos como antagónicos.

El problema con los esqueletos de cotillón es justamente su maleabilidad, la sensación de movimiento que da y la convicción del titiritero de que ese esqueleto está vivo. Incluso puede el titiritero -de ahí su oficio- ilusionar por un tiempo a sus espectadores de que el esqueleto tiene vida.

Así están nuestros movimientos muertos: muertos. Sus esquelos: la UCR y el PJ.

La mayor dificultad (para el titiritero) es saber cuánto tarda en descomponerse el esqueleto, y por lo tanto, el engaño.

De los dos grandes movimientos políticos argentinos del siglo XX que contenían sectores progresistas y por la liberación del pueblo argentino, sólo quedan sus estructuras vaciadas y corruptas, inconducentes para pensar los caminos que hoy podemos darnos para la sustitución de estos por un gobierno con un programa y una composición populares. La nueva oportunidad que presenta la Argentina, requiere del ejercicio de la madurez política adquirida del campo popular, de sus partidos, de sus movimientos sociales, de lo mejor de sus iglesias, de sus mejores organizaciones sindicales, de los independientes más comprometidos en la constitución de una alternativa política autónoma de los residuos partidarios (UCR, PJ), para animarse a ser protagonistas políticos de su propia historia. Toda discusión que eluda este problema, retrasa la posibilidad de una salida a los problemas argentinos más urgentes y termina por ser funcional a la estrategia de la «nueva derecha».

A modo de síntesis

La crisis del capitalismo plantea a los pueblos la posibilidad de revitalizar sus planteos de dar una salida socialista (desde el siglo XXI) a este momento de guerras y saqueos, hambre por concentración de la riqueza, y destrucción del planeta y sus recursos generados por el desarrollo del sistema.

En nuestro país, el gobierno nacional desplaza progresivamente los elementos populares, sepulta la idea de la transversalidad y otorga mayor poder dentro de sus filas a los actores económicos y políticos reaccionarios. A su vez, otro sector de la derecha se prepara para generar una oferta atractiva hacia 2011, para avanzar hacia una profundización de sometimiento.

Frente a esta crisis, el campo popular tiene dos caminos y una oportunidad. El primer camino es el de construir espacios de apoyo al kirchnerismo, con el argumento (sincero o no, no importa) de que la «nueva derecha» no sea viable en las próximas elecciones (28 de junio) y en las próximas presidenciales (2011). De tener éxito esta táctica, su único mérito sería aportar, sin participar del poder del gobierno, a que no asuma directamente la derecha más recalcitrante. Sin embargo, no pondría en juicio cuáles son las medidas necesarias para salir de la crisis en la que estamos inmersos y continuaría intacta la distribución de la riqueza en nuestro país.

El segundo camino es lanzarse decididamente a la construcción de una fuerza política alternativa (al respecto existen antecedentes como el Frente Nacional contra la Pobreza, el Encuentro Nacional por la Soberanía Popular y la Constituyente Social), con un programa que plantee la superación de la crisis en un sentido anticapitalista y antiimperialista.

Entendámonos: no hay recetas ni seguridades; sólo desafíos y posibilidades.

Para aquellos que piensen que el subscripto ha perdido la cabeza, vale señalar que hay que dejar de lado posiciones excluyentes. Si el 2011 nos encuentra ante una polarización entre el kirchnerismo y el candidato de la «nueva derecha», no cabe duda qué hacer. Se vota el mal menor. Esto es absolutamente real.

Pero el problema no es ése. Eso es un argumento del espectador, que piensa llegar al 2011 sin mover un pelo. Una cosa es que el campo popular se vea forzado a elegir entre el no tan peor, y otra cosa es trabajar para que eso suceda.

Nuestros votos van para superar la postura del espectador y construir una fuerza política alternativa con un programa del campo popular que es, hoy por hoy, absolutamente necesario y posible en la Argentina.