La primavera es el aliento del renacer. Un presagio que indica que ha llegado el final del recorrido de la muerte a lo largo de la noche oscura del invierno. La primavera se anuncia en el florecer del monte nativo que nos convoca como refugio a una modernidad que busca resistir entre cemento y redes de poder.
Una modernidad que ha avanzado fuertemente en una matriz materialista, que ha hecho del extractivismo la forma, el método. El extractivismo se juega en distintas canchas. La megaminería es una de las formas del extractivismo, pero se multiplica y se impone en cada territorio de distinta manera.
Las formas extractivas tienen su correlato en los sentires y en los pensares. Hoy se juegan ciertas formas de extractividad de las experiencias y de los sentires más radicales en nuestro sur global. Hablar de sur global tiene un sentido profundo de nuestros pueblos del sur, donde la condición que los engloba, como hace siglos, desde la colonización a nuestros días, es la opresión y la vulneración de sus derechos por parte de los centros de poder. Han pasado los siglos pero las condiciones de la vida cotidiana han empeorado. Las desigualdades son cada día más obscenas y violentas.
El extractivismo se juega en el campo de las conciencias también. Formas más sofisticadas de alienación y esclavitud, que nos ponen al borde de la inacción. Ahí es donde el sistema dominante puso el ojo hace ya cuatro décadas. En ese momento, se daba en el seno de la Unesco uno de los debates más relevantes en el campo de la política internacional: el Nuevo Orden para la Información y la Comunicación (MOMIC). Un momento histórico donde el Tercer Mundo, recordemos que ese bloque se constituyó como una alternativa a la puja entre EEUU y la URSS, pudo poner en la agenda del mundo global la información y la comunicación como derechos humanos y derechos sociales, donde los países tenían que avanzar en políticas de comunicación que democratizaran los procesos de comunicación y, con ello, la accesibilidad a los medios de comunicación y a un paradigma central para comprender los procesos sociales en Nuestra América: el diálogo como eje vertebral de una cultura para la paz.
La base del debate del NOMIC fue el Informe McBride. Dicho informe fue el resultado de la convocatoria por parte de la Unesco a una comisión de especialistas que representaran a distintas regiones del mundo y que pudieran presentar un estado de situación y alternativas que permitieran avanzar en un fortalecimiento de las políticas de comunicación de los países, en un contexto de avance de la transnacionalización de las comunicaciones. El resultado al ser aprobado el NOMIC en la Unesco: el paladín de la democracia, EEUU, junto a su hermano mentor, el Reino Unido, se retiraron de dicho organismo multilateral y vaciaron financieramente a un organismo de la ONU central en el debate sobre el espectro radioeléctrico, la información y la comunicaciones. Ese es el comportamiento de un modelo de democracia que tenía desde décadas planificado su camino de hegemonía.
La dualidad siempre se manifiesta y siempre hay posibilidades de integrarlas y trascenderlas. En esos años, década del 70 del siglo pasado, la Guerra Fría era la forma de expresión de esta ley universal. Sin embargo, el Tercer Mundo se erigió como una fuerza multilateral y que se conoció como el Movimiento de Países No Alineados, que buscó construir alternativas propias ante las pujas de poder entre los dos bloques de poder en ese momento. Héctor Schmucler, dice que “Algunos quisieron ver en el Informe McBride la culminación de una pugna en el que, por fin, los sojuzgados lograban imponer su voz frente a los poderosos”. Esto lejos estuvo de ser así. Las campañas contra el NOMIC y el Informe McBride se multiplicaron y el Washington Post y el New York Times se erigían como las grandes tribunas de la libertad de prensa, que encubrían la urgencia de mantener la libertad de empresa que significó el avance de la transnacionalización de las comunicaciones y la información. Como parte de los resultados de la derrota del Tercer Mundo en este debate, el propio Schmucler, advierte que estamos ante “un mundo cada vez más injusto y más violento”, que lleva a una plena vigencia de muchos de los postulados del Informe presidido por el Premio Nobel de la Paz y Premio Lenin de la Paz, Sean MacBride.
Sin dudas, el avance de expresiones fascistas, que rozan posicionamientos nazis, como es el caso de Milei en Argentina y que suena en sintonía a lo que vive el pueblo brasileño con Bolsonaro o los años de Donald Trump en EEUU, son resultados de operaciones mediática y control de medios de comunicación y periodistas. Hay quienes expresan que los medios de comunicación no tienen tanto poder y que se subestima la consciencia del pueblo; sin embargo, cada día es más claro que generaciones tras generaciones encuentran en los medios de difusión masiva del mundo analógico o virtual los lugares para cubrir los procesos de formación y educación, que ya no encuentran ni en el ámbito de la propia familia ni en el sistema educativo. Lugares comunes pero a la vez disruptivos. Apelan a la libertad como paradigma de un concepto que se acerca mucho más a un mero formalismo (kantiano), que a una encarnación en la vida cotidiana. Una suspensión permanente de la política para frivolizarla en un combate cuerpo a cuerpo entre fake news y operaciones mediáticas, en búsqueda de personajes de cotillón que degraden y bloqueen el debate público de ideas y proyectos. Hace años que la política dejó de ser un terreno del bien común, para transformarse en mera especulación publicitaria y de manual de autoayuda. Las consecuencias son las vividas en las elecciones últimas: descontento y un voto bronca que ni oficialismo ni oposición puede alzar como victoria.
En este sentido, Cristina Fernández tiene razón al expresar el hartazgo de dicha degradación de la política. Una manifestación clara de repudio a las operaciones mediáticas de parte del propio Vocero de Alberto Fernández, Juan Pablo Biondi, que significa una disputa interna que pone en vilo al pueblo argentino en su conjunto, en un contexto donde los salarios y las jubilaciones siguen en caída libre frente a la inflación. Biondi, el vocero sin voz, que hoy presentó su renuncia, es el reflejo de la nuevas formas de la política chic, que priorizan el manual de buenos modales y que poco tienen que ver con la realidad de cada persona que hoy mismo se levantó a las seis de la mañana para llegar al trabajo diario y ver como se licua su salario de mes a mes. Estas formas de la política que encontraron al gran mentor Durán Barba durante la presidencia de Mauricio Macri y que instaló un nuevo modelo de gestión del poder, basada en una razón cínica que llevó a un endeudamiento descomunal que compromete varias generaciones, además de los territorios.
El tema está en el sentido de los medios de comunicación y la propiedad de los mismos. El problema de fondo aun tiene que ver con las asimetrías que plantean la concentración en el control de la información y las comunicaciones. Las operaciones mediáticas existen por la falta de políticas de comunicación que permitan regulaciones que favorezcan la participación y que las múltiples voces puedan acceder a los medios de comunicación. Hace más de una década en Argentina se sancionó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que fuera impulsada por la propia presidencia de Cristina Fernández, pero fue su propio gobierno el que clausuró los Foros de Reglamentación de la ley y cerró todo diálogo a la hora de la aplicación de la misma con Martín Sabatella a la cabeza. Sin embargo, a pesar de la crisis del negocio de los medios de comunicación, sigue a la fecha la concentración y el control de los mismos en las mismas manos que hace décadas y la aguja no varía, porque además de la falta de regulación de los medios analógicos y digitales, hay un vacío histórico en la regulación de la pauta publicitaria del estado.
Se pueden cambiar todos los Ministros. Pueden abandonar las operaciones mediáticas y los jueguitos con las fake news; sin embargo, la aguja solo variará cuando la política esté en un sentido del Buen Vivir, del Bien Común. Cada días millones de personas se forman a través de los medios de difusión, como advirtieron décadas atrás intelectuales tan desiguales como Paulo Freire o Gianni Vattimo. Dichos medios de comunicación tienen dueños claros y los contenidos de sus medios responden a intereses que lejos están a lo que el NOMIC expresaba como bases en aquellos momentos: lograr un equilibrio en el acceso a la información y las comunicaciones como a la distribución de la información, lograr un equilibrio, también, en el flujo de los contenidos audiovisuales y garantizar la diversidad cultural para favorecer una cultura para la paz. Lejos estamos de esto y mucho más cerca de una lógica belicista de dos supuestos extremos que han compartido algo en común: el reparto discrecional de la pauta publicitaria del estado y la consolidación de redes de poder mediática que manipulan y reproducen matrices de colonialidad, mientras naturalizan el extractivismo como el paradigma de salvataje: más megaminería, más countries, más soja, mega-factorías porcinas, más fracking y la lista sigue. Extractivismo que se naturaliza a través de la educación y los medios comunicación o difusión. Dimensiones centrales que ponía en debate el NOMIC y que fueron clausuradas por los intereses del capitalismo global. La educación y la comunicación para el libre flujo de capitales y de mercancías, una ecuación que ha asegurado 4 décadas después la concentración de la riqueza y un desequilibrio socio-ambiental a escala global nunca vistas.
Mientras tanto, Pedro y María como cada día se toman el micro aun de madrugada para que el largo viaje hasta su trabajo encuentre una compañía en el auricular que vocifera la noticia de turno. Noticias que hablan de pseudo-peleas y números que encubren el latido del pueblo. Noticias que silencian que hace 15 años desapareció Jorge Julio López por segunda vez, la primera durante la última dictadura cívico-ecleciástico-militar, la segunda en democracia.