Leopoldo Marechal, gran escritor argentino, señaló el sentido profundo de la idea “salir por arriba”, ante un laberinto en el que uno se pueda enredar. Esa idea parte del supuesto que hay cuestiones que no tienen solución dentro de la lógica que las generó. Eso significa mirar el problema desde otro lugar, con otra distancia de los hechos que lo originaron.
Cristina Fernández de Kirchner terminó de construir en sus dos gobiernos la obra iniciada por Néstor Kirchner. Lo hizo con la misma vocación de poder y necesidad de dinero –sin límites en la forma de alcanzarlo y mantenerlo- con la que sellaron sus aspiraciones.
Ante las múltiples acusaciones planteadas y la primera sentencia negativa, a Cristina le quedaban dos caminos a recorrer. Salir de ese berenjenal, renunciando a esa profunda vocación de poder, poniéndose por fuera de su disputa mediante esta especie de abdicación, para otros lo hace porque “las uvas están verdes”. Para ello proclama que reniega del poder que en el futuro le podría corresponder.
Ese fue el camino elegido, claro que había otros, pero ellos suponían cuestionar su lógica del poder, su propia forma de construcción. Desde esa autocrítica era posible convocar al pueblo reconociendo las limitaciones propias. Esos errores son los que permitieron darle continuidad a la lógica del saqueo mediante el extractivismo y fortalecer la concentración económica favoreciendo a los grupos de poder y permitiendo que se profundicen esas políticas mediante el ajuste del actual gobierno.
Da la impresión que Cristina arma su mensaje saliendo por arriba mediante una respuesta no tradicional. Para llevarla adelante debería superar dos problemas: Uno, que tenga la voluntad –de la cual hasta ahora careció- para cambiar su política. Lo segundo es que esté dispuesta a recorrer ese camino y sostener su decisión sin ceder a la tentación de su propia naturaleza reflejada en la fábula del escorpión que picó a la rana que lo transportaba a una mejor condición cruzando el río y esta respuesta termine siendo la base e inicio de la operación “Clamor”.
Lo cierto es que estos hechos se dan en medio de un desquicio socio económico e institucional muy grave.
A lo aportado respecto al tema económico cabe agregar un par de datos concluyentes, sobre los cuales Cristina no podrá alegar ignorancia y que complican seriamente el futuro electoral del peronismo. Todos los datos existentes aseguran que trabajadores privados, públicos e informales, llevan meses perdiendo ingresos, a un ritmo constante y creciente. Los informales son los que más perdieron, sin olvidar que este último año el trabajo informal pasó del 31,5% al 37,8%, el peor indicador de los últimos 15 años.
A estos datos hay que agregar la reciente provocación de retrasar el pago de salarios sociales alegando incompatibilidades. La irresponsabilidad llega al extremo de personas eliminadas por “fallecimiento”, pero que –por suerte- están vivitas y coleando. Ante estos datos mueren palabras y buenas intenciones.
En nombre de la “democracia”
Si lo expresado es grave no le va en zaga lo que está pasando a nivel institucional. Oficialismo y oposición están metidos en un sordo enfrentamiento, en todos los casos simulando defender lo que llaman “democracia”. Este juego puede terminar de modos inesperados, si el pueblo organizado supera los dolores y miedos actuales y entra en escena.
Todo ello en medio de la novedad que nos entrega Perú, con un nuevo Golpe de Estado, con una presencia militar que lo acerca a los tradicionales que Nuestra América conociera hace algunas décadas atrás. Desde otro punto de vista refleja, hasta el hartazgo, el límite de reformistas y progresistas que creen que sus palabras cambian la realidad, desconfiando de la lucha y organización de los pueblos. Por eso, cuando llegan al gobierno, las desechan cavando su propia fosa.
A esta crisis del peronismo, que afecta su sentido histórico y su razón de ser, se le agrega el aporte de los principales personeros del sistema al desquicio institucional vigente.
Por momento, da la impresión, que las instituciones no existen. Múltiples hechos permiten verificar como ellas no merecen el menor respeto. Esa es otra muestra más de la profundidad de la crisis que estamos atravesando y que no tiene salida dentro de los moldes del actual sistema económico e institucional.
Ni siquiera el gigantesco peso de los sectores más concentrados del poder, veteranos representantes del tradicional poder oligárquico, herederos de ese poder o advenedizos al mismo, pueden obviar esta perspectiva.
En estos días trascendió una vergonzosa reunión, al borde del paradisíaco Lago Escondido, del magnate estadounidense Joe Lewis. Allí confluyeron, aunque ahora tratan de confabularse para ocultarlo, jueces, funcionarios del jefe de gobierno de la capital, el neoliberal Horacio Larreta, junto a delegados del Grupo Clarín y otros representantes de la flor y nata del poder constituido.
A pesar de todo el poder que tienen, sabedores que sus debates no podían transparentarse, decidieron conspirar. Nada bueno puede esperarse de esas conspiraciones. Saben de las debilidades que padecen y que cuando pueblo pueda elevar sus miras, es muy probable, que sus imperios se vayan desvaneciendo.
El cruce entre las debilidades del sistema y la situación que padece el pueblo permite afirmarnos en la perspectiva de algo imprevisible se puede estar iniciando en el recodo de ese choque que se está profundizando.
Allí puede estar el comienzo de una auténtica rebeldía. Ella no está en los gritos destemplados del ultraderechista Javier Milei, sino en esa paciente acumulación que el pueblo trabajador viene realizando guiado por una creciente movilización en defensa de sus reivindicaciones; el despliegue del trabajo productivo, asegurando subsistencia y acumulando poder; por último, practicando la solidaridad del pueblo con el pueblo.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)