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Sobre la polémica por el “antisemitismo” de Alfredo Jalife-Rahme

Criticar al asesino: la receta para ser «objetivo»

Fuentes: Rebelión

Un crítico no hace daño al sistema. Solamente le hace daño al sistema el que va al cambio. Y si eso lo hace eficientemente, porque si lo hace nada más de buena intención o si lo hace con métodos no adecuados, pues será una buena intención frustrada… Tomás Mojarro, ¡Mis valedores! Al poder popular Como […]

Un crítico no hace daño al sistema. Solamente le hace daño al sistema el que va al cambio. Y si eso lo hace eficientemente, porque si lo hace nada más de buena intención o si lo hace con métodos no adecuados, pues será una buena intención frustrada…
Tomás Mojarro, ¡Mis valedores! Al poder popular

Como tantas otras veces ha sucedido en el mundo, quien escribe duramente contra el estado de Israel es objeto, tarde o temprano, de la acusación de ser antisemita. El analista Alfredo Jalife-Rahme que escribe en el diario mexicano La Jornada una columna llamada Bajo la Lupa, no sólo no es la excepción, sino que tampoco es la primera vez que se le formula tal acusación. A raíz de un desplegado en su contra, aparecido en el diario citado el 19 de diciembre con el título «Contra el antisemitismo» y firmado por diversos intelectuales, nuevamente se ha desatado una ácida polémica en donde han participado defensores del desplegado, críticos del mismo e incluso lectores del diario.

En dicha polémica, como siempre sucede, se han visto opiniones que tratan de ser racionales, otras donde se aprovecha algún desliz declarativo de poca monta para armar toda una descalificación y tampoco podían faltar las afirmaciones que sólo se dejan llevar por la víscera -como la de una lectora del diario-. No pretendo participar directamente en la polémica, dado que Jalife-Rahme es el más indicado para responder, si así lo considera pertinente, a los cuestionamientos y descalificaciones que le han dedicado. Sin embargo, hay un aspecto brotado de la polémica sobre el cual me parece necesario escarbar, porque desde mi punto de vista se esconde ahí una de las clásicas trampas de criterio que nos endilga el discurso del poder a través de sus servidores.

Uno de los firmantes del desplegado del 19 de diciembre es Arnoldo Kraus, también colaborador de La Jornada, y en su artículo del día 24 de diciembre abundó sobre la polémica en los siguientes términos:

«He insistido en que sin la creación de un Estado palestino independiente no habrá paz en Israel ni en los países vecinos. En ese renglón he repetido que la irrespirable realidad del pueblo palestino tiene tres razones fundamentales: sus propios gobiernos que han robado sin cesar, el Estado de Israel, que no ha facilitado la creación de un Estado palestino, y los gobiernos árabes que los han expoliado y asesinado. Todos los han humillado.» (…)

«En La Jornada he escrito lo que pienso. Se equivoca Jalife-Rahme cuando dice que soy «… defensor a ultranza de ese Israel, al que no se le debe tocar». Al contrario. En estas páginas he criticado algunas políticas israelíes. (…)

Si bien es cierto que algunas de las acciones de Israel son criticables, el antisemitismo, al igual que otras formas de exclusión, sí lo es. El autor de Bajo la Lupa debe gozar cuando descubre que algunos de sus clientes tienen varios apellidos judíos (…) La ética es incansable. Bregar contra el fanatismo es una de sus tareas.

El artículo termina con esta aclaración:

Contra el antisemitismo es el título de un desplegado publicado en este periódico el 19 de diciembre. En el texto se alude a la actitud de Jalife-Rahme, quien, con tenacidad culpa a la «banca israelí-anglosajona» y a todo lo que sea israelí, de buena parte de los problemas del mundo. Jalife-Rahme ignora que el desplegado fue firmado, entre otros, por librepensadores como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Marta Lamas, Ruy Pérez Tamayo, Margo Glantz, Manuel Felguérez, Garciadiego, Javier, René Drucker Colín, Vicente Rojo, Juan Villoro y Rodolfo Stavenhagen

Aclarando de antemano que desconozco si Kraus escribe lo anterior de buena fe o como intelectual del sistema, percibo en su postura un elemento usual en las plumas no comprometidas: UNA FALSA EQUIDAD.

Afirmando estar en favor de la causa palestina, presenta tres factores que contribuyen al sufrimiento de este pueblo, pero las presenta como iguales, cuando realmente no tienen el mismo peso. Los largos años de asesinatos a placer, de invasiones de tierras, de estrangulamiento de los territorios palestinos al grado de hacerles vivir casi en la edad de piedra, como declaró recientemente la organización humanitaria noruega People’s Aid (La Jornada, 05 de diciembre), resultan tener el mismo peso que los robos de los gobiernos palestinos y los gobiernos árabes que -dice Kraus- los han asesinado. ¿Son éstos últimos los más asesinos? ¿E Israel? Kraus se limita a decir que su responsabilidad es no facilitar la creación de un estado palestino. Nada de su política de abierto exterminio, ni del hecho de que han ignorado el derecho internacional y desoído resoluciones internacionales. Es la clásica maniobra de la dilución. El principal culpable se pierde entre otros factores.

Y luego viene la fórmula básica de esta postura de falta imparcialidad: criticar al asesino. Afirma que no defiende a Israel porque lo ha criticado. ¿Se debe criticar a un carnicero, a alguien que groseramente ignora las resoluciones basadas en el derecho internacional? ¿Se trata de criticar o de señalar haciendo una clara y enérgica condena? Quien conoce así sea medianamente los hechos de la política israelí no puede considerar comprometidas y certeras las afirmaciones de Kraus de que ALGUNAS de las acciones de Israel son «criticables». ¿Eso es todo lo que cabe decir de un genocida? ¿Que algunas de sus acciones son «criticables»?

Quien sustente tal postura, ¿estaría de acuerdo entonces con la afirmación de que ALGUNAS de las acciones de los nazis contra los judíos, o de Suharto contra los campesinos comunistas indonesios fueron «criticables»? Y lo peor de todo es que los intelectuales orgánicos nos han enseñado a llamar a eso «imparcialidad».

Parafraseando a Noam Chomsky en su célebre entrevista-polémica con Andrew Marr, a veces la historia amablemente nos monta experimentos comparativos. Apenas unos pocos días después de iniciada esta polémica, Israel lanzó otra asesina ofensiva contra Gaza, que en los primeros dos días ya rozaba una «producción» de casi 300 víctimas. De inmediato los «librepensadores» se apresuraron a lavar su imagen escribiendo al respecto. El 29 de diciembre aparecieron en la sección de cartas de La Jornada sendas misivas de Monsiváis y Kraus. El comunicado íntegro el primero es el siguiente:

    Se ha probado reiteradamente el absurdo de identificar a todo el pueblo judío con las políticas represivas del Estado israelí (eso es antisemitismo), como son estúpidas de modo criminal las afirmaciones de los Huntington, Bush y Cheney de este planeta que califican de «terrorista» a todo el mundo islámico. Es también evidente y de modo trágico la actitud devastadora de los dirigentes israelíes en lo tocante a los derechos palestinos. El sitio de Gaza, con sus ya incontables resultados dramáticos en lo que se refiere a los pobladores, los niños en especial, llega a un límite bárbaro con los bombardeos del 27 de diciembre, continuados el 28. Desde una perspectiva civilizada, nadie acepta las agresiones terroristas a Israel, pero la ofensiva de ahora, la peor en 60 años, con un primer conteo de 282 muertos y centenas de heridos, es un crimen abominable sin justificación posible. «La incursión se produjo a la hora en que los niños salían de los colegios», afirman las agencias internacionales y, para redondear los hechos, el gobierno del cínico criminal de guerra George Bush le pidió al presidente de Israel, Ehud Olmert, que intentase salvaguardar las vidas de los civiles, un epitafio patético a cargo del peor gobierno estadunidense. (El gobierno mexicano habla del «exceso de fuerza», eufemismo que allí queda a disposición de los fabulistas.) No basta la exigencia del cese de fuego, se requiere también de la comunidad internacional, tan débilmente representada por la ONU, la defensa de los derechos humanos de los palestinos, y el apoyo para la creación de su Estado.

Sí, suena muy ético, pero como siempre, el escritor es hábil con el lenguaje. Empieza con una indirecta hacia Jalife-Rahme respecto a su «antisemitismo», sin que él ni nadie se haya lanzado a demostrar fehacientemente que los escritos de éste identifican a todo el pueblo judío con el gobierno de Israel (de hecho, yo considero que no es así). Pero nótese que de Israel sólo habla de «políticas represivas» o de «actitudes devastadoras», y sólo usa el término «terrorismo» para las agresiones de los extremistas palestinos. La mención al terrorismo de Estado de Israel no es mencionada, y los epítetos más fuertes son para los funcionarios del gobierno de Estados Unidos, acción ya tan usual en el mundo que llevarla a cabo no es ninguna evidencia de compromiso. Señala, eso sí, que se trata de un «crimen abominable», pero sólo se pronuncia así cuando viene la agresión mayor. Lo mismo hizo en 2000 con la huelga universitaria: primero colaboró con sus escritos a construirle al Consejo General de Huelga la imagen de intransigencia que dio pretexto al gobierno para la represión, y cuando ésta llegó, se apresuró a publicar un texto criticando la acción. El intelectual comprometido trabaja todos los días en la misma sintonía y no sólo cuando la ocasión extrema le exige cuidar su imagen.

Pero el principal engaño de Monsiváis, el de siempre en «librepensadores» como él, está en la palabra mágica: EXIGENCIA. Es el complemento perfecto del discurso de «criticar» al genocida: después de ello se le exige que se comporte con ética. Pero resulta que la crítica y la consecuente exigencia sólo se hacen con aliados, con gente que se mueve a valores y buena fe. A un asesino no se le critica ni se le exige: se le enfrenta con la estrategia adecuada. El discurso de la crítica y la exigencia es venenoso porque nos borra la conciencia de enemigo; no nos permite identificar al sistema de poder que se opone a la justicia y que no se detendrá ante nada, mucho menos ante reproches éticos. Monsiváis dice que hay que exigir y además que la comunidad internacional participe. ¿CÓMO? ¿Suscribiría este señor un boicot a Israel?

Así son estos intelectuales: critican e invitan a exigir, pero jamás avanzan hasta la estrategia, a la acción adecuada. En ello reside que sigan siendo consentidos del sistema: los dejan criticar a pasto, pues con ello no hacen daño alguno y sí dan la impresión de que están del lado de la justicia…al tiempo que nos inoculan formas equivocadas de lucha.

Y sobre la misiva de Arnoldo Kraus, pues véase:

Me temo que nunca acabará la violencia entre Israel y el pueblo palestino. Son demasiados los fanáticos en ambos bandos. Es impenetrable la sordera e imparable el odio. Los cohetes que lanzó Hamas contra territorio israelí recién suspendida la tregua no justifican el brutal bombardeo contra Gaza. Me apena y repruebo la acción del ejército israelí. Me enferman las fotografías: las muertes de inocentes retratan la muerte de la razón. El uso de la violencia nunca ha servido para contrarrestar otras violencias. Me duele la muerte de tantos inocentes.

Aquí el intelectual no se mueve un ápice de la línea del texto citado anteriormente. A esta carnicería perpetrada por un solo lado responde diciendo que los dos tienen la culpa: que hay fanáticos en ambos lados, sin aclarar que sólo uno de los lados fanáticos tiene un enorme equipamiento militar, un enorme apoyo económico de Washington -lo admitan o no, lo llamen antisemitismo o no-, y una garantizada impunidad ante la comunidad internacional. Además, para él todo es cuestión de odio y no de una política colonial estructural. Sí, rechaza la violencia de Israel, pero tiene buen cuidado de decir que ésta se deriva de una violencia anterior; sin embargo, resulta que los ataques terroristas palestinos NO son la violencia-causa, como él insinúa, sino que constituyen la respuesta hacia quien invadió desde hace décadas y asesina todos los días. Cualquier nación ocupada así reacciona siempre de la misma forma. Pero al dejar eso de lado Kraus -a querer o no- avala el ilegal e ilegítimo despojo del que han sido objeto los palestinos desde hace medio siglo. Desde luego, los ataques terroristas del lado palestino hacia civiles son también crímenes bárbaros y condenables, pero es claro que cualquier intento de señalar su origen para comprenderlos es de inmediato -por ignorancia o mala fe- presentado como una defensa de los mismos, y quien lo hace es linchado con los dos epítetos usuales: defensor de terroristas y antisemita.

Y desde luego, no se trata sólo de que Kraus «repruebe» la acción del ejército israelí, ni de decir que le duelen las muertes: SE TRATA DE CONDENAR ENÉRGICAMENTE Y DE PROPONER UNA ACCIÓN CONTRA QUIEN HA DADO MUESTRAS SOBRADAS DE QUE LE IMPORTAN UN BLEDO LAS REPROBACIONES Y LAS LAMENTACIONES. Las palabras no cambian la historia.

Suponiendo de Kraus hable de buena fe, me parece evidente que sus afectos no le permiten comprometerse definitivamente con la víctima principal. Por eso su tibia protesta queda a un nivel similar a la enérgica pero sesgada protesta de Monsiváis.

Ser objetivo e imparcial no significa necesariamente quedarse en medio sin tomar partido; significa ver las cosas como son, y si de ello se deriva que reconozcamos que uno tiene la razón, que debemos tomar partido por él, que así sea. Algo que los grandes pensadores han dicho desde hace mucho tiempo es que no puede haber un trato similar a desiguales. No podemos tratar al verdugo y a la víctima en la misma proporción. Ésa es la postura de los intelectuales no comprometidos, que de esa forma en realidad protegen al poderoso al sólo criticarlo, mientras que su crítica hacia el débil sí es dañina, pues contribuye a su linchamiento político. Es desde hace mucho la línea de «librepensadores», como Monsiváis. A él se le puede aplicar la misma fórmula que René Avilés empleó para Octavio Paz: «más útil mientras más fingía oponérseles».

Sería interesante ver cuántos de estos «libres pensadores» suscribirían un desplegado donde se condene abiertamente el carácter genocida de Israel, su nulo derecho a colonizar tierras palestinas, arruinar su economía, golpear, humillar y asesinar a sus habitantes a placer, usar cualquier pretexto para bombardear áreas civiles e ignorar cualquier demanda de la comunidad internacional; y también se invite a iniciar una acción permanente y organizada para obligar al agresor a contenerse. Entonces quizá de pronto, de la nada, les surgirían dificultades para seguir publicando libros y artículos y los espacios en televisión y otros medios de repente se les cerrarían.

¿Por qué digo esto? ¿Estoy yo también inventando conspiraciones?

El respetado periodista Robert Fisk (¿otro antisemita?) escribió un ilustrativo artículo que apareció en La Jornada el 19 de julio de 2002, con el título Una extraña libertad (http://www.jornada.unam.mx/2002/07/19/048n1con.php?origen=index.html) donde documenta el bestial acoso que sufre en Estados Unidos todo aquél que se atreve siquiera a dar espacio a quienes denuncian los crímenes del gobierno de Israel. ¿Podemos ser tan ingenuos como para pensar que eso sólo sucede allá?

Lo que menos importa es si las mafias involucradas en esto están formadas íntegramente o no por judíos. No es eso lo que considero básico, así que pueden ahorrarse la molestia de tacharme de «antisemita». Judíos o no, es claro que existe un grupo de poder bien organizado que está en guerra permanente contra quienes denuncian las atrocidades de Israel, que aplica un permanente terrorismo para intimidar a las plumas que se atreven. Yo en lo personal no descarto la posibilidad de que el desplegado del pasado 19 de diciembre, cuyo responsable según Jalife-Rahme es un tal Alejandro Frank Hoeflich -quien lleva ya buen tiempo atacándolo por la misma razón- sea parte de esta estrategia. Y el hecho de que varios «librespensadores» lo hayan firmado no necesariamente significa que sea plural, dado que la libertad de los intelectuales de prestigio siempre es una «libertad limitada»… mientras se ajusten a las normas, mientras no denuncien airadamente ni propongan acciones efectivas y sólo critiquen, tendrán toda la libertad para pensar y escribir lo que deseen. Así es como funciona esto…y es algo ya bien sabido.

Si queremos ser calificados de «objetivos» por los intelectuales que disfrutan de espacios permanentes, entonces deberemos conformarnos con «criticar» a los carniceros…y decir que, finalmente, sus víctimas tienen parte de la culpa…

O podemos seguir siendo combatientes, anónimos o no, y buscar nuestro propio camino a la justicia; uno que nos parezca correcto, aunque sea más empedrado, con menos elogios y menos espacios acojinados.