Los hechos de República Cromagnon han dejado su marca, profunda y oscura como pocas. Como ocurre habitualmente en estos casos, los medios de cmunicación comenzaron de inmediato a ensayar explicaciones y a buscar responsables. Como tambien suele pasar, las causalidades analizadas son menos complejas y precisas que lo que un examen riguroso exige. Ya en […]
Los hechos de República Cromagnon han dejado su marca, profunda y oscura como pocas. Como ocurre habitualmente en estos casos, los medios de cmunicación comenzaron de inmediato a ensayar explicaciones y a buscar responsables. Como tambien suele pasar, las causalidades analizadas son menos complejas y precisas que lo que un examen riguroso exige.
Ya en el mes de mayo un informe de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires advertía sobre las graves deficiencias en la habilitación de los boliches bailables y la posibilidad de un siniestro como el que efectivamente sucedió. Sin embargo, como ese mismo informe profetizaba, sólo después del desastre comienzan a anunciarse medidas para remediar la situación.
Es sabido que en las sociedades capitalistas el afán de lucro de los empresarios es el motor fundamental de la actividad económica. Y al menos debería saberse que es inútil esperar que espontáneas consideraciones éticas circunscriban la búsqueda de ganancias a límites compatibles con alguna noción válida de ‘bien común’. Justamente la mercantilización universal, incluyendo a la salud y la vida humanas, está en la esencia del capitalismo. Hasta la reducción a esclavitud, incluso el asesinato masivo, han encontrado y encuentran una y otra vez organizadores entusiastas cuando resultan rentables; salvo que la rebeldía social o algún tipo de regulación pública (a menudo adoptada después de que ocurre la protesta) los impida.
Cobrar entradas para hacinar jóvenes entusiastas en galpones precarios, es una de las muchísimas formas ‘legales’ de hacer ganancias a costa del peligro, el sufrimiento o la superexplotación del prójimo. Se viene practicando desde hace mucho, y la autoridad estatal, en ninguna de sus formas, ha tratado seriamente de impedirlo. Hoy, el ‘día después’, renuncian jefes de inspectores y secretarios de Seguridad. Los típicos ‘fusibles’ cuyo salto permite que el todo pueda recomponerse más o menos como antes. Es probable que, dado lo terrible de lo sucedido, las medidas de seguridad en los ámbitos bailables y de recitales mejoren. Pero, a no dudarlo, mientras no se rompa esa lógica de reacomodo a posteriori, quedarán en pie los múltiples modos de convertir en empresa lucrativa el riesgo laboral sin prevención, el trabajo prolongado en jornadas inhumanas, el uso de equipamiento, maquinarias y vehículos peligrosos sin las revisiones ni las reparaciones requeridas. Tratando de corregir
su estólida reacción inicial, un acuerdo entre diversos niveles de gobierno, alumbra una ‘solución’: Juan José Alvarez es nombrado secretario general de la Ciudad de Buenos Aires. ¡Albricias’ El que fue el hombre de Ruckauf en la provincia y de Duhalde en la nación para ese puesto, el que estaba a cargo de la ‘seguridad’ al momento del asesinato de Kosteki y Santillán, elevado al rango del ‘experto’ que impedirá nuevos ‘Cromagnones’. El patetismo habitual, el cotidiano impulso a reírnos del ridículo si la ira no ahogara la risa.
En la Argentina, el Estado no ha roto con la impronta de la década llamada ‘menemista’. En lugar de ‘desaparecer’, como suele afirmarse ligeramente, sus ‘ausencias’ son selectivas, en función de que asume que su misión fundamental es facilitar y agilizar la obtención de ganancias por los capitalistas. Respuestas, lo más rápidas y eficientes que sea posible, para las demandas del capital. Para el resto de la sociedad, sólo la atención compatible con el cabal cumplimiento de aquel objetivo fundamental, y en la medida indispensable para facilitar la legitimación por vía electoral.. No se ha quebrado ese modo de funcionamiento, por más que aquí y allá se propongan ajustes parciales, que más temprano que tarde son absorbidos por la ‘maquinaria’ La incapacidad no sólo abarca el cambio de prácticas, sino hasta la renovación del personal, como lo ejemplifica el de Alvarez, entre otros muchos nombramientos de orientación similar.
Ello se verifica aun en casos como éste, en que ninguna corporación multinacional ni gran grupo económico aparece involucrado: Omar Chabán no es más que un personaje menor, cuya astucia y relaciones le permitieron fungir como un exitoso empresario de espectáculos , en una escala apenas mediana. No necesitó manejar millones de dólares ni poseer un gran poder de lobby para jugar con la vida y la muerte durante mucho tiempo. Hoy desde ámbitos de poder se lo trata de convertir en responsable principal, sino único, buscando que las culpabilidades otensibles fluyan siempre por debajo de las responsabilidades de fondo, para que éstas queden a salvo.
Cabe preguntarse el porqué de todo esto. Entre muchas razones, una: Los que ocupan los diversos niveles de gobierno son los mismos que atravesaron la década de los 90′, como actores protagónicos o cómplices, desde un oficialismo luego arrepentido o en la ‘oposición de Su Majestad’. Son los que se ‘diferenciaban’ del riojano, pero hicieron lo indecible para lograra la privatización de YPF; o los que se rebelaron en su momento contra el Pacto de Olivos, para convertir poco después la ‘Convertibilidad’ en su bandera. A la hora del incendio salen rápido a echarle la culpa a los bomberos o a satanizar al meneado Chabán O emprenden viaje hacia El Calafate, para discutir de ‘alta política’ mientras los cadáveres se apilan en la morgue…
Quizás porque se comprende esto, siquiera de un modo difuso, aquel grito ¡Que se vayan todos¡, hizo su inopinada reaparición en las protestas desatadas por el dolor de la tragedia. Ese ‘todos’ apunta a los protagonistas de la década de los 90′ que siguen encaramandos en el poder. Con máss certeza que la de sesudos analistas políticos, con la lucidez que a veces confiere el dolor, quienes gritaron su rabia en las calles después de la madrugada del 31, nos recordaron que diciembre de 2001 sigue perteneciendo a nuestro presente. Sería deseable que junto a los políticos siempre iguales a sí mismos, el ‘dedo’ popular también señalara a la sustantiva impiedad del capitalismo, para que el 19 y el 20 empiecen a incorporarse también a nuestro futuro.