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Dalton Trumbo: el largo tiempo del sapo

Fuentes: Viento Sur

Dalton Trumbo, El tiempo del sapo. Un estudio sobre la Inquisición en América (traducción de Breixo Viejo Viñas), Artefakte, Barcelona, 2012

 La joven editorial Artefakte ha tenido la audacia de traducir y publicar recientemente un título que era difícil de encontrar en lengua original: El tiempo del sapo (The Time of the Toad, 1949) de Dalton Trumbo. Se trata, más que de un texto biográfico -aunque también lo es- de un alegato político por la libertad y, en concreto, en favor de la libertad de expresión. El tiempo del sapo se refiere a un período histórico preciso, el de la caza de brujas protagonizada por la comisión Mc Carthy contra la izquierda americana y, en el caso que afecta más directamente a Trumbo, a la que se encontraba ampliamente representada en la industria cinematográfica, el «Hollywood rojo». Dalton Trumbo era guionista de cine, autor de guiones de películas célebres como Éxodo o Espartaco, director también, en los años 70 de la impresionante película antimilitarista que es Johnny cogió su fusil. En 1948, comparece ante la comisión que lo interroga sobre su afiliación sindical y lo somete a la pregunta habitual: «Es o ha sido usted miembro del partidocomunista o de alguna de sus organizaciones?» Trumbo se niega a responder. Su negativa se basa en el derecho a la confidencialidad de las afiliaciones políticas y sindicales y de la libertad de conciencia así el derecho de asociación que reconocen la constitución y las leyes norteamericanas. Esta negativa a responder le costará muy cara. Después de un largo proceso con diversas apelaciones acaba condenado a un año de cárcel, a una multa y a la inhabilitación profesional como guionista cinematográfico. Tras salir de la cárcel le esperan años de exclusión y penalidades materiales, pero valiéndose de diversos ardides para ocultar su identidad, logra volver a trabajar como guionista en producciones que tuvieron gran éxito.

El tiempo del sapo es un largo panfleto político que Trumbo escribe como alegato contra una comisión Mc Carthy que -como se ve en el interrogatorio recogido como apéndice del libro- no le ha dejado ninguna posibilidad de defenderse de unas acusaciones anticonstitucionales y antijurídicas, propias de un proceso político. La línea defensiva de Trumbo es clara. Se inscribe en la línea de lo que el gran abogado francés, Jacques Vergès denominó «defensa de ruptura». De lo que se trata en esta táctica es de desacreditar a un tribunal que se presenta como un órgano imparcial y mostrar que es un instrumento de poder político. No era difícil en el caso particular de la comisión Mc Carthy.  La comisión aparece en el panfleto de Trumbo como una nueva inquisición o un avatar transatlántico de los aparatos represivos del Tercer Reich. No es mera exageración retórica: Trumbo comparará las declaraciones de este tribunal represivo surgido de la democracia americana con las de los órganos y jerarcas del nacionalsocialismo que utilizan expresiones y doctrinas muy próximas. Estamos en los años del comienzo de la guerra fría: el enemigo ha dejado de ser el nazismo y el fascismo; ahora el enemigo por excelencia es el comunismo. A finales de los años 40, la administración norteamericana no tiene ya ningún empacho en colaborar con antiguos o nazis o con los regímenes del Eje que, como el de Franco en España, han sobrevivido al conflicto. Se acabó el antifascismo, se acabó también esa fase de la democracia norteamericana que, con Franklin Delano Roosevelt había intentado dar una base material a los derechos recogidos en la Constitución. La prioridad es ahora contener el comunismo, no actuando sobre sus causas, sino sobre los efectos de estas. La comisión, que supuestamente defiende a los Estados Unidos de las «actividades antinorteamericanas» se ve en el alegato de Trumbo como la más antinortemaericana de las instituciones, la más hostil a las libertades, a la Constitución, incluso al libre mercado en cuanto presiona directamente a las productoras cinematográficas para que no contraten a «comunistas».

Muchos ceden ante la presión de la propia comisión, pero también ante la presión social que esta había desencadenado mediante un contagio del miedo. Se crea una atmósfera de delación generalizada, una atmósfera en la que, para sobrevivir socialmente, muchos prefieren «desayunarse con sapos», «tragar sapos», como en el panfleto de Emile Zola en que se inspira el título de Trumbo. El espíritu de El tiempo del sapo es, por lo demás, muy cercano al del otro gran panfleto de Zola,  J’accuse, en el que el gran novelista arremetió contra otra persecución, esta vez dirigida contra un oficial judío francés, el coronel Dreyfus y, por extensión, contra todos los judíos de Francia. La lógica del antisemitismo es hermana de la del anticomunismo o la del antiterrorismo. De lo que se trata es de perseguir a un grupo de personas, no ya por sus actuaciones supuestamente criminales, sino por lo que son. Tanto el judío, como el comunista o el terrorista son esencialmente peligrosos. El judío lo es, porque independientemente de lo que haga, el discurso antisemita lo verá como un conspirador nato, el comunista porque, en un extremo de idealismo, el anticomunista considera que sus ideas pueden ser peligrosas para el orden establecido, el terrorista, por último por ser la figura criminal más indefinida del mundo, pues ningún acto concreto es terrorista como tal, sino en cuanto ha sido realizado por alguien que el poder señala como «terrorista». Se perfila así una doctrina penal que hace primar la supuesta esencia del sujeto (esencia peligrosa) sobre sus actos y que castiga el hecho de «ser» una determinada cosa. Esta doctrina penal cuyos precedentes se encuentran en la la Inquisición y en el derecho penal «analógico» del Tercer Reich es la que denuncia Trumbo en su panfleto, muy cercano en su inspiración a Las leyes canallas, aquel alegato contra la legislación antiterrorista escrito por Émile Pouget y Léon Blum medio siglo antes.

Los Estados Unidos se han presentado ante el mundo como un modelo de libertad. Dalton Trumbo intentará tomarles la palabra a quienes defienden ese modelo y mostrar que la libertad no puede nunca existir en un sistema cerrado basado en un consenso sin fisuras. Trumbo suscribiría la idea de Rosa Luxemburg de que «la libertad es siempre la del que piensa de otra manera«. Una libertad así implica desde el punto de vista jurídico la más exquisita distinción entre el pensamiento, que debe permanecer libre, y los actos. No puede haber un delito de pensamiento o un delito de esencia, sino que todo delito debe determinarse exclusivamente como un acto y como un acto bien definido según el principio «nullum crimen sine lege» (no hay delito sin ley). Negándose a responder ante la comisión Mc Carthy, Dalton Trumbo realizó un acto de resistencia contra el poder de excepción que es el rostro oscuro de todas las democracias y mostró que el régimen político «normal» de un capitalismùo democrático, nunca está muy lejos de sus formas de excepción.

El tiempo del sapo no se ha acabado: hoy se prolonga en las legislaciones antiterroristas y en sus consecuencias liberticidas, también en el antiislamismo, nuevo avatar del antisemitismo y en otras formas esencialistas de nombrar al enemigo y negar de ese modo la división y el antagonismo internos que caracterizan a nuestras sociedades de clase. Para conquistar una democracia real es necesario deshacerse de ese pesado lastre y abandonar el sueño totalitario de una sociedad sin fisuras ni antagonismos. Como la historia nos ha mostrado, este triste sueño, por desgracia, no es exclusivo del macarthismo ni de las derechas. Incluso una sociedad sin clases será una sociedad dividida y fisurada en la que existirán los que piensen «de otra manera».

Fuente: http://vientosur.info/spip.php?article7741