El alejamiento de las prácticas tradicionales de la agricultura y la falta de cuidado del ambiente y de la tierra han empujado a la extrema pobreza a cientos de productores de pequeña escala en Bolivia, que hace 20 años generaban excedentes alimenticios. A esta conclusión ha llegado el ingeniero agrónomo Wilfredo Quiroz, especialista en seguimiento […]
El alejamiento de las prácticas tradicionales de la agricultura y la falta de cuidado del ambiente y de la tierra han empujado a la extrema pobreza a cientos de productores de pequeña escala en Bolivia, que hace 20 años generaban excedentes alimenticios.
A esta conclusión ha llegado el ingeniero agrónomo Wilfredo Quiroz, especialista en seguimiento y evaluación del Proyecto de Manejo de Recursos Naturales (Promarena), del Ministerio de Planificación del Desarrollo y que recibe el respaldo del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA).
El programa, que opera con un fondo constituido por 12 millones de dólares del FIDA, 1,1 millones del Estado y otros 1,1 millones de los beneficiarios, tiene como objetivo reducir la pobreza y la inseguridad alimentaria en zonas rurales.
Quiroz cuenta cómo es el trabajo en el Chaco, Valles Altos y zonas semitropicales de los departamentos de La Paz, Chuquisaca, Tarija, donde se atiene a 247.000 campesinos de regiones consideradas «pobres y extremadamente pobres». Posteriormente se sumarán otras de los departamentos de Santa Cruz y Cochabamba, y con ellas se incrementará el número de municipios de 26 a 56, con 900 comunidades beneficiadas.
PREGUNTA: ¿Cuál es la diferencia entre el trabajo de Promarena y otros programas de ayuda a agricultores pobres?
WILFREDO QUIROZ: Respetamos las decisiones de los ‘comunarios’ y ellos dibujan mapas donde describen sus actividades productivas de hace 20 años, muestran el presente y dibujan el futuro.
En el pasado, describen que tenían más alimentos y eran suficientes para alimentarse, vender y almacenar. Aunque carecían de servicios de educación y salud, tenían la cantidad suficiente de alimentos. Para el futuro, imaginan cabañas para la crianza de cerdos, con bebederos, corrales, fuentes de agua y sistemas de riesgo.
P: ¿Cuál es su situación económica respecto del pasado?
WQ: En lugar de mejorar, han empobrecido y su capacidad de producción alimenticia no es la misma de hace 30 años. Antes tenían agua en abundancia, pero ahora hablan de fuentes hídricas secas por la deforestación en las zonas altas donde se cuidaba la tierra y la vegetación era preservada de la cría de ganado.
El pastoreo forzado en las zonas donde nacían las fuentes de agua, la degradación de los suelos, los deslizamientos y el cambio climático terminaron por dañar esa fuente de vida.
P: ¿Y cómo ha cambiado la vida de las familias?
WQ: El daño ambiental afectó la actividad productiva de las familias, disminuyó la cantidad de alimentos y en las regiones más empobrecidas sólo permanecen adultos y niños. Los jóvenes se fueron a las ciudades.
Hace 10 años, datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) indicaban que las familias producían 80 por ciento de sus alimentos. Ahora sólo 60 por ciento.
P: ¿Puede citar alguna costumbre que era practicada antiguamente para preservar las condiciones naturales?
WQ: En la población de Charazani, una región andina localizada a 272 kilómetros al noroeste de La Paz, se protegía una montaña cubierta de pajonales. La materia prima era extraída en determinada época del año únicamente para construir los techos de las viviendas.
Años después los pastores no respetaron esta costumbre, agotaron los pajonales, afectaron las fuentes de agua y obligaron a los pobladores a comprar calaminas (láminas de zinc) para techar sus viviendas.
Otro hábito extinguido es el descanso de la tierra por ocho años, hasta que recupere su fertilidad y vuelva a ser empleada en la agricultura.
P: ¿Y cómo afecta la deficiente red vial en las zonas pobres?
WQ: A diferencia de las cálidas llanuras del oriental departamento de Santa Cruz, donde las redes viales son transitables, en la zona andina las poblaciones están dispersas y hay comunidades sin conexión por carreteras.
El campesino debe llevar su producto en los hombros durante caminatas de hasta 10 horas y, aunque el costo se reduzca, la distancia y la falta de caminos incrementa el precio final y lo excluye de los grandes mercados.
P: ¿Existe una fórmula para enfrentar este aislamiento y la ausencia de políticas públicas de efectiva atención a las familias campesinas?
WQ: No hay políticas macro para mejorar las condiciones de vida de los pequeños productores. Las acciones son aisladas y dirigidas a medianos empresarios, y en algunos casos se eligen las subvenciones para apoyar a los campesinos de bajos ingresos.
Promarena deja a elección de los beneficiarios los proyectos relacionados al cuidado de suelos, ganadería, cuidado de la vegetación y de fuentes del agua, con una idea de preservación de los recursos naturales y creación de negocios.
El modelo de apoyo proporciona asesoría técnica para el desarrollo de los proyectos y luego convoca a las comunidades a exponerlos en un concurso que otorga un premio en dinero que es simbólico, porque el valor de la obra es muy grande.
Esa experiencia se vivió con la recuperación de las terrazas agrícolas pre coloniales a la que se unieron muchas familias, recuperaron áreas de producción y tras recibir un premio, obtuvieron el reconocimiento de sus comunidades y municipios.
En el proyecto, se aprende de la experiencia de la población, se valida y luego se amplifica el conocimiento. Esa libertad de los beneficiarios hace diferente al modelo de las tradicionales transferencias de tecnología.
http://periodismohumano.com/sociedad/dano-ambiental-causa-hambre.html