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Dar al Peje lo que es del Peje

Fuentes: Rebelión

Ésta es una exhortación piadosa porque no es nada seguro de que la oligarquía, que se siente diosa y toma por lo tanto lo que de Dios y, además, todo lo ajeno, le ceda el Gobierno al Peje. En efecto, si bien es cierto que un ala de la clase dominante piensa que lo mejor […]

Ésta es una exhortación piadosa porque no es nada seguro de que la oligarquía, que se siente diosa y toma por lo tanto lo que de Dios y, además, todo lo ajeno, le ceda el Gobierno al Peje. En efecto, si bien es cierto que un ala de la clase dominante piensa que lo mejor para ella -no para los mexicanos- sería un Gobierno «amoroso» capaz de domar al temible tigre de la movilización popular, el fraude sigue estando en el aire y, con él, la seguridad de que habrá más represión. Es mejor, por consiguiente, no confiar en el poder mágico de un boletín de voto y, en cambio, depender de lo que uno mismo esté dispuesto a hacer junto con sus compañeros y con todos los demócratas y explotados de México para que esa oligarquía largue el botín del Gobierno y para que un eventual «Pejegobierno» tenga un poco de poder y no dependa de sus apadrinadores de la derecha.

Porque llegar al Gobierno (sobre todo si por una opción contemporizadora de un sector de la clase dominante) no otorga más que la sombra del poder, que sigue estando en manos de sus dueños, las transnacionales y el gran capital nacional entrelazado con ellas. El poder se disputa y sólo se gana cambiando la relación de fuerzas entre las clases, con la lucha y en las calles y el territorio y, al mismo tiempo, se construye durante ese combate. Las elecciones son sólo un termómetro que mide la temperatura de la sociedad. Un éxito electoral, cuando mucho, puede demostrar a los votantes del vencedor la magnitud del apoyo que éste ha recibido y elevar su moral, lo cual no es poco pero de ninguna manera es suficiente para disputar el poder y realizar reformas serias en la economía o en el Estado. Un termómetro no es un arma ni sirve para disputar nada y no puede combatir la enfermedad de México, que se llama dependencia semicolonial y capitalismo atrasado.

MORENA no es un partido sino una estructura vaga, informe y verticalista. No tiene ni ideología propia ni estructura propia de partido ni un funcionamiento interno democrático. Es un conglomerado de intereses y en él no predominan los sectores plebeyos (obreros, populares, campesinos, indígenas) ni los intelectuales socializantes sino los Romo, los Moctezuma y la alianza «amorosa» con el PES, que se opone ardientemente a las mujeres en lucha contra el machismo y el patriarcado. MORENA se plantea como futuro inmediato un Gobierno cauto y sin movilizaciones para aplicar un programa similar al de Echeverría -que fracasó hace cincuenta años- pero más moderado sin tener en cuenta el reciente derrumbe de los «progresismos» latinoamericanos. Sin embargo, millones de personas votarán por ese Movimiento tomándose en serio lo de Renovación Nacional. Con la esperanza de evitar lo peor mucha gente honesta y combativa quiere así convertir una formación política electoral y electoralista en un instrumento de transformación social. Esa contradicción es insostenible.

Porque es seguro que si le entregan el Gobierno a MORENA si logra la mayoría absoluta de los votos el 2 de julio comenzará una breve espera de los seguidores de AMLO que, aunque pedirán de inmediato algunas medidas importantes, le darán un poco de tiempo a su presidente para que, cual nuevo Hércules, empiece a limpiar los establos de Augías, pero también empezará un período durante el cual la oligarquía medirá al nuevo Gobierno y verá si AMLO mantiene las riendas en su mano y si es capaz de domar al potro de las reivindicaciones populares.

Pero esa espera será corta. Los sectores populares pronto desatarán el paquete, verán qué es lo que éste realmente contiene, comprobarán que sus voces no llegan a Los Pinos y podrán medir a su vez las opiniones de los personajes y sectores reaccionarios que los votantes trabajadores de MORENA quieren desplazar del Gobierno y del poder. Entonces se reproducirá la situación actual pero en condiciones aún peores porque una parte del electorado de MORENA podría desmoralizarse perdiendo su potencial capacidad de protesta y caer en un apoliticismo anárquico o en la pasividad resignada y la oligarquía, por su parte, comprobaría la debilidad del nuevo Francisco I. Madero y podría comenzar a organizar soluciones huertistas acicateada por la crisis que en México y en el mundo provocarán las medidas del fascista Donald Trump.

Para imponer que AMLO pueda asumir el Gobierno y rechazar todo fraude, hay que empezar a aplicar desde el 2 de julio mismo y sin esperar nada ni a nadie algunas de las medidas más urgentes para reanimar la economía y acabar y con la miseria y la pobreza indignas que padecen la mayoría de los mexicanos. Para cortar de raíz cualquier asomo de claudicación de un aparato político que ha sido elegido para eso y para poder resistir los intentos golpistas contra el Gobierno de AMLO, es necesario un frente entre los militantes más combativos de MORENA y los anticapitalistas que apoyaron la candidatura de Marichuy y también un avance político del Concejo Indígena de Gobierno y del neozapatismo pues las soluciones regionales o sectoriales (como los derechos de los pueblos indígenas) sólo serán posibles imponiendo un cambio general en la relación de fuerzas entre la reacción capitalista y sus víctimas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.