Recomiendo:
4

De cinismos, hipocresías y conservadurismo

Fuentes: Rebelión

El ejercicio de lo que llaman “política”, requiere, cuando menos en México, aunque también es una constante de los políticos latinoamericanos, de buenas dosis de cinismo e hipocresía.

Desde hace décadas este supuesto ejercicio no tiene nada que ver con ideologías, colores, ideas, partidos o cualquier otra característica que requiera un mínimo de congruencia, quizá decencia o cuando menos algo de rubor.

Y estas formas de conducirse en el espacio de la política para disputar poder político y económico, disfrazado de postulaciones a puestos de elección popular, tiene como gran colofón la constitución de una poderosa partidocracia, que amalgama, a fin de cuentas, toda la escala de matices que tienen como único fin, a pesar de que muchos de los actores ni siquiera lo saben, el de salvar, mantener, hacer que prevalezca el sistema de explotación vigente, el sistema capitalista.

En el México del siglo XX, una vez qué pasó el ciclón del movimiento social armado, al que casi todos insisten en llamar “revolución”, los cínicos, hipócritas y conservadores pronto se dieron cuenta de la importancia y necesidad de mantener el sistema de producción que había surgido, renovado, moderno, pero que requería unidad, conducción interna, un gerencialismo que permitiera interactuar con los monopolios y las empresas trasnacionales que ya operaban desde antes del estallido social.

Los cínicos, hipócritas y ahora también los conservadores, encontraron un mecanismo para lograr el control de todo el proceso a favor de los intereses del capital: la constitución de un partido político que tuviera la capacidad de integrar a los movimientos sociales que habían convergido en el movimiento social, que de hecho fueron los actores principales, para conducirlos hacía el reforzamiento del sistema de producción que tiene cómo principal objetivo la apropiación privada de la producción social.

Durante dos décadas “el sistema político” mexicano desarrolló una cultura que permeó a todos los sectores. La corrupción, parte integrante y factor fundamental del sistema de producción capitalista, tuvo cómo joya de la corona al sistema de partidos. Es decir, el propio sistema que los gobiernos “de la revolución” crearon, pronto tuvo que fomentar, desarrollar, incluso crear, una oposición política que necesariamente requería para un desarrollo “más estable”.

Cómo rápidamente el PRI, partido que amalgamó a todos los sectores sociales y que en un momento accedió a formas de “frente popular”, se asumió con una supuesta ideología revolucionaria, y cómo la izquierda mexicana de la época se subsumió en esa amalgama, desarrollando no una estrategia de clase contra clase, sino por el contrario, la colaboración de clases fue su faro de conducción.

Así, el sistema permitió el desarrollo de una oposición de derecha, con el claro propósito de asumirse como un gobierno popular que era cuestionado sólo por la derecha. El crecimiento económico, las altas tasas de movilidad, producto de la alta plusvalía que la burguesía asociada o subsidiaria de los monopolios obtenía, permitió que el sistema y su partido condujera sin mayores problemas el desarrollo del capitalismo mexicano, integrándolo rápidamente a la globalidad monopólica.

Sin embargo, arrastrado por las crisis cíclicas del sistema de producción depredador y corruptor, la economía mexicana, pegada al devenir del capital monopolista, pronto dejó de crecer con las altas tasas que generó en los años 50 y 60 del siglo pasado. Al entrar en crisis la economía, el sistema político comenzó a deteriorarse.

A fines de los años setenta, la lucha de clases desborda los estrechos límites que le impuso la colaboración de clases. El Partido Comunista, el mayor agrupamiento de la izquierda, abandona la estrategia de la revolución interrumpida y adopta, cuando menos en su programa, una propuesta de lucha por el socialismo. La izquierda mexicana comienza a hacer oposición al sistema de partidos organizado por la burguesía y los monopolios.

La crisis económica impedía a la burguesía actuar unida contra el movimiento social que se expresaba en huelgas, sindicatos independientes partidos políticos, movimientos campesinos al margen de las grandes centrales controladas por el PRI, de un movimiento urbano-popular dirigido por la izquierda, en fin, durante un breve período de tiempo la izquierda mexicana desarrolló una estrategia de clase contra clase.

El sistema político, sin embargo, se adaptó rápidamente a los nuevos tiempos. La estrategia no fue la de reprimir masivamente al movimiento social, como lo hizo con los movimientos de médicos, ferrocarrileros, campesinos o estudiantes. Ahora se “diversificó”. La represión siguió siendo utilizada, ahora selectivamente, se asesinaba o desaparecía a dirigentes sociales o políticos. Pero también el sistema “integró” a los partidos de izquierda y derecha al sistema de partidos, construyendo la partidocracia cómo forma de hacer política en México.

La izquierda comenzó a acceder a puestos de elección popular, a gobernar comunidades, municipios, incluso entidades completas. Pronto se abandonó la estrategia de clase contra clase, se abandonó la relación con los movimientos sociales y la “lucha” se centró por obtener cargos y puestos de elección. La izquierda se desvirtúo, entró en el colaboracionismo y abordó la esfera del cinismo y la hipocresía.

A la derecha la rebasó el “movimiento ciudadano”. “Los ciudadanos” ocuparon el papel político que los partidos de derecha asumían históricamente. “Ciudadanos” pequeños y medianos empresarios, profesionistas, etc., que desde luego no tenía ningún interés en cambiar el sistema vigente, por el contrario, reforzarlo, de alguna manera galvanizarlo de cualquier atisbo de cambio social que perjudicara sus intereses.

Este nuevo movimiento ciudadano tiene una gran dosis de hipocresía, ya que asegura representar a la mayoría, se dice incorruptible, se asume como la encarnación de la transparencia, pero cuando está en el poder o en las plataformas de toma de decisiones (cámaras federales o locales) se sirve con la cuchara grande y sólo gobierna de acuerdo con sus intereses de clase, que no son los de la mayoría trabajadora del país.

Una vez que se integró en definitiva el nuevo sistema político, la ideología, los colores, la defensa de los intereses de la mayoría trabajadora, se hicieron a un lado. Ahora sólo prevalece el interés por obtener un puesto un cargo, una “chamba”, y para esto poco importa el partido o la plataforma. Lo que importa es tener poder. Sí un día un político aparece como miembros de una organización de derecha, cuasi fascista y al otro día se “afilia” al partido que dice defender a los pobres y que roba postulados de la izquierda desvirtuándolos y desfigurándolos al extremo, no importa, es la nueva tendencia.

Con la crisis económica se generó un resquebrajamiento del sistema político. Sin embargo, la oposición de izquierda devenida en socialdemócrata, dejó pasar la oportunidad de profundizar esa crisis. Por el contrario, cínica e hipócritamente contribuyó a su reestructuración. El período neoliberal se constituyó en una gran laboratorio social, económico y político.

La derecha, la burguesía y los monopolios han sacado las lecturas correctas. Para contener al movimiento social que amenazaba en desbordar los límites del sistema, recurrieron a la colaboración, abrieron las cajas, las tesorerías, los presupuestos, los puestos de elección, abrieron sin control las llaves de la corrupción.

Y ahora están ensayando, al parecer con éxito, la reestructuración de un espantajo de “frente popular”, fomentando la amalgama de una burda colaboración de clases a través de un frente político que siguen llamando “partido”, al que alimentan con cínicos, hipócritas y conservadores.

Los monopolios y sus socios mexicanos fomentan esta nueva reestructuración del sistema político, ya que les está permitiendo desarrollar una amplia y profunda reingeniería del sistema de producción, sin sindicatos molestos, sin organización popular, sin oposición política, pero sobre todo sin un frente revolucionario que exacerbe la lucha de clases y se plantee el socialismo.

Desde el poder político se critica al modo capitalista de producción y sus nefastas consecuencias, como la corrupción y la inseguridad pública. Pero no se explica el porque genera estos males, como no está en su horizonte destruirlo sólo le alcanza a repudiarlo lisa y llanamente como malo. Esta perversidad, sin ideología, sólo engaña a la mayoría trabajadora y la desmoviliza.

Las “propuestas” que AMLO realizó recientemente en el Consejo de Seguridad de la ONU, se ubican en el terreno de la utopía. Desconocen las causas reales que generan pobreza, marginación, hambre, corrupción e inseguridad pública. Si bien los socialistas utópicos del siglo XIX se planteaban construir una nueva sociedad más igualitaria, más justa, pero sin destruir el sistema capitalista, ahora, perversamente se engaña, se tergiversa, se miente.

Quizá sería oportuno recordar lo que escribió Federico Engels en “Del socialismo utópico al socialismo científico” acerca de esos y estos políticos reformadores: “… Tratábase por eso de descubrir un sistema nuevo y más perfecto de orden social, para implantarlo en la sociedad desde fuera por medio de la propaganda y de ser posible, con el ejemplo mediante experimentos que sirviesen de modelo. Estos nuevos sistemas sociales nacían condenados a moverse en el reino de la utopía, cuanto más detallados y minuciosos fueran, más tenían que degenerar en puras fantasías”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.