El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en su Informe por los primeros 100 días de Gobierno (11/03/2018), subrayó: «En materia económica, estamos aplicando la fórmula de acabar con la corrupción y con la impunidad para liberar fondos que puedan ser destinados al desarrollo y al bienestar del pueblo. En eso consiste nuestro plan económico […]
El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en su Informe por los primeros 100 días de Gobierno (11/03/2018), subrayó: «En materia económica, estamos aplicando la fórmula de acabar con la corrupción y con la impunidad para liberar fondos que puedan ser destinados al desarrollo y al bienestar del pueblo. En eso consiste nuestro plan económico en esencia. En acabar con la corrupción, con los privilegios, y liberar fondos de esta forma para el desarrollo… [además, jlr] El plan de austeridad nos permitirá liberar fondos para el desarrollo…».
«Austeridad Republicana» y «Estado de bienestar» es una contradicción en los términos. En los marcos de la austeridad, no es alcanzable el bienestar social generalizado. Como directrices de ésta, el combate a la corrupción y el ataque a los privilegios anidados en las altas esferas de la función pública, si bien necesarios y si se quiere, hasta encomiables, no son suficientes para financiar desarrollo ni para revertir desigualdades. El otro eje en que impacta la nueva política de austeridad se encuentra en las funciones sociales del Estado, profundamente deterioradas por los planes de ajuste y estabilización en décadas de neoliberalismo. De este eje, ya se observan sus efectos en grandes contingentes de trabajadores del servicio del Estado, a los que se les golpean sus derechos laborales y condiciones de vida: despidos masivos (se pretenden despidos de más de 200 mil trabajadores), recortes salariales, contratos eventuales, inestabilidad laboral, falta de seguridad social, etc. Su principal efecto sobre la sociedad podría ser la dramática reproducción del hiato social que el diluvio neoliberal abrió: deterioro de los servicios públicos (educación, salud, agua, cultura, preservación del medio ambiente, etc.), riesgos de parálisis, desaparición y deterioro de programas sociales, exclusión, individualización y más penuria social. Precisamente cuando la sociedad precisa de un Estado amplio, fuerte, la tendencia es su contraria. Por más que se repita, un Estado austero no puede ser eje de «desarrollo».
Neodesarrollismo: Un modelo económico-social con hegemonía neoliberal
¿Cuál es la raíz de la austeridad? ¿Qué obliga al Estado a sustentar su «plan económico» en la austeridad republicana?
Muy a pesar de que el jefe de Estado en México haya decretado «el fin de la época neoliberal» [1] en el país, y con todo y lo relevante que sea un discurso crítico del neoliberalismo desde el poder Ejecutivo, sostenemos que -al menos hasta ahora- existe un predominio hegemónico neoliberal en el «modelo de desarrollo económico y ordenamiento político» que abandera AMLO. Así, la raíz estructural de la «austeridad republicana» se encuentra en la primacía neoliberal en la política económica monetaria, fiscal y hacendaria.
El modelo neodesarrollista que inicia en México es un modelo de «desarrollo económico» y «convivencia entre sectores sociales» relativamente permisible dentro de un marco de políticas económicas neoliberales hegemónicas (monetaria/fiscal/hacendaria/
Comprender con rigor el neodesarrollismo implica superar un análisis dicotómico y lineal. Pues este mantiene un complejo movimiento de relaciones de «política social», «bienestar» y «desarrollo» en coexistencia con la política económica neoliberal (monetaria, fiscal, hacendaria), cuya hegemonía reside en estas últimas. La complejidad de esta coexistencia no está exenta de tensiones y contradicciones entre las clases sociales y fuerzas políticas que la sustentan, así como no excluye la posibilidad de relativas alianzas. Por ejemplo, esto permite explicar las tensiones que el poder ejecutivo gobierno guarda con la oligarquía local y extranjera al tiempo que permite entender las relaciones y empalmes entre éstos.
El neodesarrollismo supone la rectoría del Estado respecto a la economía y una acotada influencia de la política social en el gasto de gobierno (que no es menor, por ejemplo, la insistencia sobre los actuales programas sociales, el respaldo estatal a Pemex y CFE, precios de garantía, etc.). La celebración en la cúpula empresarial y financiera del «presupuesto equilibrado» presentado por el ex consultor del Banco Mundial, y hoy secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, es prueba fiel de este acotamiento del poder financiero sobre la política social. Y ante los márgenes de maniobra en los que podría decirse que busca desplazarse la «cuarta transformación» del gobierno actual, se imponen las presiones del capital financiero internacional mediante una especie de militarización económica a través de las Calificadoras, lo cual no es sino una amenaza «terrorista» permanente. Como una muestra más de su carácter apátrida y dependiente, la oligarquía mexicana se ampara en dichas presiones y amenazas internacionales. Claudio X. González Laporte, ex asesor de inversión extranjera en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, ex presidente del Consejo Mexicano de Negocios, y uno de los máximos representantes de la lumpenburguesía mexicana, señaló: «aunque el presidente electo cuente con mayoría en el Congreso de la Unión, será distinto al Partido Revolucionario Institucional (PRI) hegemónico del pasado, porque ahora hay organismos internacionales, firmas calificadoras e instituciones que observan que se cuide y preserve la estabilidad macroeconómica». (El Universal, 20/08/2018)
La confrontación al capital no es sencilla, como tampoco lo es el no confrontarlo. Se exige una lectura rigurosa del enemigo de clase para definir las estrategias de lucha. Los países dependientes y periféricos, están integrados al sistema capitalista internacional. En las relaciones económicas internacionales, las modificaciones a las relaciones económicas en los países dependientes mantienen el mandato de reproducir relaciones económicas que lleven a mantener y perpetuar el atraso y la debilidad de nuestros países. En nuestros tiempos, el capital financiero guarda un poder destructivo descomunal, imaginado con los límites de la época por Lenin. Mediante la fuga de capitales, la devaluación de la moneda, el saqueo de las reservas internacionales, la inflación, etc., el poder del capital podría decirse que se presenta casi al instante, como un relámpago. Como lo experimentamos con el antiimperialismo de Venezuela, confrontar la Reforma energética en México, abriría el camino hacia los ataques de estrangulamiento de la economía por parte del trumpismo.
No obstante, defender la democracia y la soberanía es una de las primeras banderas de las clases trabajadoras y de los movimientos populares de los países dominados en la lucha por su emancipación. Más allá de las ideas falsarias de la oligarquía local sobre un supuesto «poder absoluto» o «presidencia imperial» concentradora de la toma de decisiones en el Ejecutivo en México, lo dominante es el imperialismo y la hegemonía financiera, más aun, en el contexto del unipolarismo trumpista y la guerra geopolítica global por la hegemonía mundial. En este contexto, confrontar la hegemonía neoliberal no puede ser fácil. Quizá sea eso lo que ha llevado a AMLO a comprometerse desde la campaña electoral con la hegemonía neoliberal (monetaria, fiscal, hacendaria, comercial) lo cual fue expresamente plasmado en su Carta a los inversionistas nacionales y extranjeros en abril de 2018.
En este sentido, en su Informe de los primeros 100 días de Gobierno, el Ejecutivo mexicano ratificó: «No tendremos necesidad de alterar, ni lo haríamos bajo ninguna circunstancia, los equilibrios macroeconómicos. Nunca gastaríamos más de lo que ingresa a la hacienda pública».
Neodesarrollismo y empalme empresarial: ¿Una transformación sin cuestionamientos al capital?
La política redistributiva del neodesarrollismo no cuestiona las principales bases de acumulación y concentración del capital [2] . La fórmula del empresario Alfonso Romo, Jefe de la Oficina de la Presidencia, «crecer para repartir», y que AMLO al repetirla parece acreditar, supone el olvido de la dramática historia de asimetrías entre la exorbitante acumulación de riqueza de grupos oligárquicos y el despojo y exclusión de las mayorías. Olvido que renuncia a partir de la riqueza acumulada y concentrada para su redistribución (impuestos para quienes más tienen), orientándose en una hipotética riqueza del mañana. En el Informe citado, el presidente Andrés Manuel López Obrador lo ha vuelto a señalar: «No habrá aumentos de impuestos, ni nuevos impuestos».
Como hemos mencionado, de la exigua inversión pública orientada al crecimiento, una parte recae en la austeridad con sus impactos señalados, y la otra parte pretende reposar en el combate a la corrupción y a los privilegios de la alta burocracia. No hay cuestionamiento al capital más allá de intentos vanos de moralización. No obstante, cuando a la empresa privada se le llena de elogios por su supuesto «ánimo de integración» y se le asume públicamente como «fundamental» para el crecimiento y desarrollo, el capital responde con extorsión: invertimos, siempre y cuando, prevalezcan la «paz laboral», licitaciones energéticas, «órganos autónomos», Estado de Derecho, certidumbre jurídica… el legado de intereses consolidados en el periodo de neoliberalismo extremo.
Al aceptar imperativos de la política económica hegemónica (monetaria, fiscal y hacendaria), el gobierno es forzado a la «austeridad republicana» como fuente de recursos para «financiar el desarrollo». Su deriva que inicia es temeraria. Veamos.
Ante nuevos escenarios adversos a la economía internacional y nacional (crecimiento magro, expectativas «pesimistas», dificultades heredadas de Pemex, etc.,) el gobierno apresuradamente se descubre con recursos «insuficientes» para sus requerimientos. Al no cuestionar los principios sacrosantos (equilibrio fiscal, superávit primario, proscripción de reforma hacendaria), lo que permitiría el empuje, el arrastre de la mayor inversión, el gasto público y un crecimiento sostenido, el Estado -entre la sonrisa de Romo- deriva en su postración: «el sector público no puede solo» (AMLO), se requiere hacer de México un «paraíso de la inversión» (Romo). Y así, el Estado viene exhortando a los grandes capitales (nacionales y extranjeros) -a los cuales aún deberá «conquistar su confianza»- a colocarse como el motor de la economía. [3]
El signo es de gran calado. El profundo pensamiento crítico sobre las relaciones del gran capital nacional-internacional como atadura infranqueable para el desarrollo, es vaporizado por una perspectiva sobre estas relaciones que las asume como «necesarias» al propio desarrollo.
De este modo, en los primeros meses del gobierno ha venido registrándose un empalme entre el Estado y poderosos organismos empresariales. Más propiamente, se presenta a partir de la reunión del titular del Ejecutivo con el Consejo Mexicano de Negocios, la instalación del Consejo de Fomento a la Inversión, el Empleo y el Crecimiento Económico, así como el encuentro de AMLO con el nuevo presidente del Consejo Coordinador Empresarial.
Con la instalación del Consejo referido, coordinado por el propio Alfonso Romo, se asientan relevantes bases de articulación entre un gobierno neodesarrollista y poderosos sectores empresariales, que en su debilitamiento partidista-electoral de las elecciones del primero de julio, se han visto obligados a saltar directamente a la acción de acompañar «de la mano» al nuevo gobierno con la pretensión de tutelar la tan anunciada «transformación».
En este sentido, aun sin consumarse del todo, observamos que la operatividad práctica del Estado -éste no se reduce a las diarias conferencias matutinas de la presidencia-, viene fortaleciendo sus inspiraciones en el «mantra» neoliberal tan promovido en otros tiempos. «Estabilidad y confianza» para atraer inversiones y con ello el logro de las metas propuestas. Ello apunta a una vieja matriz discursiva, que dicho sea de paso, el país aún no se repone de sus nocivos efectos.
Asimismo, dentro de este empalme, observamos que el «gobierno de reconciliación» asume de modo lineal un supuesto «círculo virtuoso» generado a partir de un encadenamiento entre inversión-empleo-crecimiento-
Dentro de esta base de articulación entre el gobierno neodesarrollista y grandes sectores empresariales se encuentra la expansión de proyectos vinculados en muchos casos a iniciativas e intereses codiciados en el «viejo régimen» (Megaproyectos, gasoductos, Corredor Transístmico, Tren «maya», Zonas Económicas Especiales), los cuales benefician más a los grandes capitales que participarán en ellos, que a las clases populares que experimentarán la profundización de las relaciones de superexplotación del trabajo, despojo territorial y devastación ambiental, lo que robustecerá los obstáculos a la ruptura del diluvio oligárquico neoliberal.
Uno de los rasgos de los gobiernos neodesarrollistas de nuestros tiempos es su empalme con el núcleo empresarial, lo que se enlaza al viejo mito desarrollista consistente en el cargo que debe asumir la «burguesía nacional». Quizá eso explique la relación AMLO-Romo y el papel de éste último en el diseño del proyecto de nación. Un ejemplo de este tipo de goznes, -que como hemos señalado, para nada está exento de contradicciones-, es Lula, el «gran conciliador» que sin reformas estructurales (económicas, políticas) emprendió políticas redistributivas y salariales como ningún otro presidente en la historia de su país, abatiendo la pobreza en una gran proporción, y quien se coaligó con el empresario industrial José Alencar Gomes da Silva como su vicepresidente. De modo permanente, el modelo económico de los gobiernos del PT colocó por delante a las grandes fracciones empresariales (financieras, agronegocio, industriales, constructoras), haciéndolas crecer al punto de elevarlas a «campeonas nacionales». El dramático costo de ello, impunemente lo está pagando no sólo el expresidente brasileño, sino su pueblo, a través del golpe «blando» y los desdoblamientos de un estado de excepción de nuevo tipo.
La historia nos ha mostrado en épocas distintas de qué están hechas las oligarquías latinoamericanas, invertebradas, dependientes, carentes de conciencia nacional. El experimento del nuevo desarrollismo que inicia en México no puede incurrir en los graves equívocos del pasado.
Las clases trabajadoras y el poder popular deberán luchar por las reformas que el modelo no puede ofrecer y a su vez frenar los megaproyectos de muerte que el capital siempre ha albergado, y que ahora, al aceptar la subordinación a la hegemonía neoliberal, el Estado neodesarrollista está forzado a impulsar.
Notas:
[1] AMLO señaló: «Quedan abolidos el modelo neoliberal y su política de pillaje antipopular y entreguista». «Ahora tenemos la responsabilidad de construir una nueva política posneoliberal y convertirla en un modelo viable de desarrollo económico, ordenamiento político y convivencia entre sectores sociales». Alonso Urrutia y Dora Villanueva, «Abolidos, el modelo neoliberal y su política de pillaje, asegura AMLO», La Jornada, 18/03/2019, https://www.jornada.com.mx/
[2] Ver nuestro trabajo: «El nuevo desarrollismo progresista en México: ¿Una transformación histórica sin cuestionamientos al capital?, /19/05/2018, https://www.lahaine.org/mundo.
[3] Así, nos señala un feliz Alfonso Romo, «El Presidente no quiere déficit y no quiere tener desbalances fiscales, esto quiere decir que el sector privado se va a convertir en el motor de la economía, entonces para allá vamos». Juan Luis Ramos, «Reactivará estado rondas petroleras en seis meses», El Sol de México, 8/03/2019, https://www.elsoldemexico.com.
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