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Una lectura geográfico-política de las elecciones del pasado 6 de diciembre.

De «las dos Bolivias» a la construcción nacional plebeya del MAS

Fuentes: Rebelión

Estas elecciones presidenciales y legislativas en Bolivia han sido históricas. Pero no por haber obtenido Evo Morales un 63% de votación; este porcentaje es superior en sólo dos puntos al apoyo popular a la Constitución en el referéndum del pasado Enero, y cinco puntos inferior al que recibió el Presidente en el referéndum revocatorio de […]

Estas elecciones presidenciales y legislativas en Bolivia han sido históricas. Pero no por haber obtenido Evo Morales un 63% de votación; este porcentaje es superior en sólo dos puntos al apoyo popular a la Constitución en el referéndum del pasado Enero, y cinco puntos inferior al que recibió el Presidente en el referéndum revocatorio de Agosto de 2008. Lo han sido porque marcan un punto de difícil retorno en la construcción nacional capitaneada por el Movimiento Al Socialismo.

La reelección del binomio Evo Morales – Álvaro García Linera estaba asegurada e incluso los medios de comunicación privados la daban por sentada. Los bonos como forma de redistribución de las rentas hidrocarburíferas recuperadas por el Estado, la inclusión política, ciudadana y simbólica de las mayorías indígenas en cuanto tales, o la refundación política y ética del Estado boliviano en marcha, aseguraba ya un masivo respaldo electoral. La crisis ideológica y de falta de dirigentes en la oposición, que le impidió incluso concurrir unida en un frente único «anti-Evo», no dejaba lugar a dudas sobre a quien correspondería la victoria el pasado 6 de diciembre.

La mayor parte de los análisis han destacado que el próximo Ejecutivo a conformarse el 22 de enero en Bolivia tendrá un legislativo amistoso. El MAS ha obtenido un resultado abrumador en la Asamblea Legislativa Plurinacional, lo que le permite tener dos tercios en las dos cámaras reunidas, e incluso reunir por sí mismo el quórum necesario para sesionar. El mandato popular, claramente, le ha puesto fin a la estrategia opositora de obstaculización que, atrincherada en el senado donde tenía mayoría, apostaba al colapso institucional, paralizando leyes como la «Marcelo Quiroga Santa Cruz» contra la corrupción, o el seguro universal de salud. Precisamente la variación en los equilibrios en el Senado, que pasa a quedar bajo el control del MAS, es la mejor ilustración del cambio en el proceso político boliviano. En tanto que cámara territorial, el Senado fue el ámbito natural donde se reflejó el conflicto regional, y hoy es una foto fija de la hegemonía nacional oficialista.

La derrota de la verdadera oposición.

La realidad es que el Gobierno del MAS nunca se enfrentó con una oposición nacional. Aún sacudidos por el derrumbamiento del régimen neoliberal y la reconfiguración de la esfera de lo político, las élites políticas tradicionales, entrelazadas en una maraña de apellidos y siglas que se entrecruzan con facilidad, llevan años hablándole a un país ya desaparecido: la República de propietarios, la nación del mestizaje que se cree ciega al color.

En torno a la crisis estatal boliviana y su desborde por las insurrecciones multitudinarias del Ciclo Rebelde (2000-2005), la irrupción de los sectores subalternos -campesinos y comunarios, clase media indígena y mestiza, gremiales y proletariado informal urbano- reconfiguró la esfera de lo político. Fue este un proceso de ampliación social, de facto, de lo boliviano, de «asalto plebeyo» al Estado republicano, colonial y liberal. La llegada del Movimiento Al Socialismo a la Presidencia al final del año 2005 fue la plasmación política de la fuerza social del bloque histórico «indígena y popular» sin el cual ya no era posible imaginar el país.

 

Desde entonces, la reacción de las clases dominantes se territorializó. Esto significa que fijaron sus aspiraciones políticas a medio plazo en las regiones orientales del país. Sosteniendo un cierto discurso de la inviabilidad de Bolivia, las élites conservadoras renunciaron a librar la batalla por la hegemonía nacional: la nueva Bolivia, la de las mayorías indígenas y populares, en la que lo blanco-castellanohablante-urbano-individual es ya sólo una de las formas civilizatorias presentes, la tumultuosa y conflictiva, les resultaba irreconocible y sobretodo ingobernable. La «Media Luna» fue una hábil construcción cultural e ideológica que agrupaba a las regiones del oriente y sur en una suerte de «otra Bolivia», un país imaginado dentro del país común, un país caracterizado por la prosperidad, el respeto a la propiedad privada, la apertura a los mercados internacionales, la hospitalidad de sus gentes y su superioridad cultural, racial y hasta físico-sexual.

 

Las reivindicaciones de elección directa de los Prefectos de los departamentos, de mayor afluencia de recursos y finalmente plena administración de los mismos en las regiones del Oriente y el Sur del país, se convirtieron en las banderas de resistencia al Gobierno de La Paz. Más que la secesión, el empresariado del oriente buscó la desconexión del resto del país, considerado una rémora para su prosperidad y paz social, al menos mientras gobernara Evo Morales. Los estatutos ilegales aprobados por las prefecturas hace un año y medio apuntaban claramente en esta dirección

 

De esta forma la consigna de la «autonomía» consiguió articular en torno a la oligarquía agroexportadora, financiera y comercial un bloque de masas opuesto a la reforma estatal conducida por el MAS y apoyada por los movimientos sociales.

 

Esta pugna estuvo a punto de hacer descarrilar el proceso constituyente en una espiral de desestabilización y enfrentamiento. Septiembre del 2008 supuso el punto álgido de esta estrategia, pero también la ulterior derrota de la derecha regionalizada, que no pudo contar con el ejército ni la comunidad internacional de su lado, y terminó sitiada por la acción del gobierno central y la movilización popular.

Las elecciones del 6 de diciembre han sido la confirmación de un cambio significativo en la correlación de fuerzas a favor del Gobierno de Evo Morales. Si hasta ahora su principal oposición había sido esta Media Luna que llegó a reunir hasta cinco departamentos en pugna con La Paz, en las recientes elecciones dos de ellos (Tarija y Chuquisaca) han votado mayoritariamente a favor de Evo, en otro (Pando) la oposición ha arañado una victoria altamente simbólica pero a muy poca distancia del MAS, y en los dos restantes (Beni y Santa Cruz) el MAS ha pasado de ser un partido minoritario y «maldito» a sobrepasar el 30% de la votación popular. La diferencia es que, en los feudos masistas como los departamentos de Oruro y La Paz, la oposición obtiene a penas representación y porcentajes marginales. De nuevo el Senado, como cámara territorial, ofrece la mejor ilustración: el MAS araña hasta dos de los cuatro senadores en juego en los departamentos supuestamente opositores, mientras que se hace con los cuatro en disputa en los departamentos altiplánicos.

 

Resulta por tanto difícil para la derecha reeditar el discurso de los «dos países», puesto que el «suyo» aparece perforado por los buenos resultados del MAS. El mapa que las elecciones últimas dibujan es, en cambio, el de una fuerza política que domina el territorio nacional, con algunas resistencias localizadas. De los dos países enfrentados se ha pasado al único país posible. La construcción nacional impulsada por el MAS, que también ha incluido elementos del autonomismo de las élites orientales, parece haber resuelto parcialmente la pugna regional. Ya nadie puede defender sin complicaciones que el actual sea el gobierno de los occidentales o «collas» frente a un bloque monolítico oriental o «camba» firmemente opositor.

 

El clivaje campo/ciudad.

Tampoco parece haber sobrevivido a estas elecciones la fractura campo-ciudad que sí fue mucho más palpable, por ejemplo, en los referendos revocatorios o constitucional. Con una estrategia discutida y resistida por sus bases y los movimientos sociales, la dirigencia del Movimiento Al Socialismo llenó los primeros puestos de las listas electorales de «independientes» o candidatos blancos y urbanos, en un claro guiño a un sector que se le resistía hasta ahora. Dando por segura su inmensa base electoral campesina y de los sectores populares urbanos, el partido en el gobierno se lanzó a la conquista de ese nicho amplio y de límites difusos que en Bolivia se llama «clase media», y que abarca desde trabajadores del sector servicios o pequeños propietarios empobrecidos, hasta profesionales liberales de considerable poder adquisitivo.

La estrategia, a tenor de los resultados, ha sido exitosa. El MAS ha ganado de forma aplastante en las zonas rurales con cerca del 75% de los votos, pero ha superado ampliamente el 50% del voto urbano, con victorias abrumadoras en El Alto o derrotas dignas en Trinidad, Santa Cruz o Cobija. De nuevo la diferencia con elecciones anteriores es cualitativa: tampoco es sostenible ya que el MAS sea en exclusiva el gobierno de los campesinos. Aunque la diferencia de votos entre el campo y la ciudad sigue siendo significativa, no es ya una brecha sobre la que sustentar ningún proyecto de oposición.

 

 

El MAS como el partido de la construcción nacional y sus desafíos en el futuro.

En un contexto de refundación estatal y de redefinición de la nación boliviana, el Movimiento Al Socialismo ha construido hegemonía porque es el único capaz de presentar un proyecto de país, con los grupos subalternos como núcleo cuyos intereses negocian, seducen, abarcan e incluyen a los de otros muchos sectores sociales.

 

La propuesta de construcción nacional del MAS se pretende única y abierta a todos los bolivianos: un país soberano, industrializado y productivo gracias al papel del estado como conductor económico y relocalizador del excedente, plurinacional y con inclusión indígena, descentralizado y con autonomías. Este horizonte incorpora elementos de muy larga tradición en la vida política boliviana, como el nacionalismo desarrollista, y los funde con otros de radical novedad, como la voluntad incluyente del esfuerzo descolonizador.

 

La propuesta nacional del MAS tiene especial importancia en un país históricamente sometido a tensiones centrífugas, desarticulaciones y fragmentaciones, con una débil inserción estatal en el territorio. Esta propuesta ha obtenido una contundente victoria en las pasadas elecciones, y el atrincheramiento de la derecha en ciertas regiones o sus alusiones a «un pasado de unidad» que sólo las élites perciben como dorado, contribuyen especialmente a la construcción y refuerzo por parte del MAS de aquello que Gramsci llamaba una «voluntad colectiva nacional-popular». Sobre ella se sostiene un Gobierno que ha salido reforzado de estas elecciones, y que ahora no tiene trabas, pero tampoco excusas, para desarrollar las transformaciones políticas y económicas que las mayorías empobrecidas del país le han encomendado.

Para el desempeño de su cometido histórico, el Movimiento Al Socialismo va a tener que afrontar al menos dos retos en el futuro inmediato:

 

Por una parte, en la medida en que el MAS se torna «partido de estado», se convierte en mecanismo de ascenso social y además subsume la mayor parte de las contradicciones nacionales en su seno. Estas tendencias podrían apuntar a que, con la oposición derrotada pero con débiles estructuras internas, las batallas políticas se van a librar al interior del oficialismo. No se tratará tanto de pugnas entre corrientes como de la capacidad de concretar su proyecto de estado por encima de las inercias propias de la política boliviana, de la concepción patrimonialista de las instituciones, y de las incertidumbres comunes a todos los procesos políticos de izquierdas que viran del posneoliberalismo a un terreno aún no conocido o no explicitado.

Por otra, el próximo abril tendrán lugar las elecciones municipales y a gobernadores departamentales. A ellas han apostado los mejores cuadros de las élites regionales opositoras. Todo apunta a que será una batalla que los sectores conservadores tendrán que librar a la defensiva, y en la que demostrarán hasta qué punto conservan capacidad de oposición. En cualquier caso las instituciones del nivel autonómico departamental, en particular, podrían convertirse en fortines de resistencia al MAS y, lo que es más importante, unos buenos resultados electorales permitirían a la derecha resucitar el discurso de las dos legitimidades territoriales y volver a resituar la pugna hegemónica en el país en clave regional.

 

La Paz, 11 de diciembre de 2009



[1] Investigador en la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Fundación CEPS. e-mail: [email protected]