La aguda polarización existente en el país se debe, además de la opresión imperialista, a los resabios del colonialismo interno que, paradójicamente, se acentuó con la fundación de la República, al mantener el tributo indigenal, convertir a las comunidades en latifundios y en semi esclavos a los comunarios. Las protestas fueron respondidas con masacres y […]
La aguda polarización existente en el país se debe, además de la opresión imperialista, a los resabios del colonialismo interno que, paradójicamente, se acentuó con la fundación de la República, al mantener el tributo indigenal, convertir a las comunidades en latifundios y en semi esclavos a los comunarios. Las protestas fueron respondidas con masacres y los acuerdos políticos con traiciones, como la que protagonizó Pando contra Willca, en la guerra federal de 1899.
Diez oligarcas firmaron el «pacto de caballeros», en los años veinte, para rotar entre las mejores embajadas y el cargo de Canciller. Una barrera étnica separó al Colegio Militar de la Escuela de Sargentos. Era impensable, y lo es todavía, que un quechua, aymara o guaraní presida la Cámara de Industrias, la Asociación de Bancos o de Minería. Encontrar indígenas en las páginas sociales es más difícil que hallar plantas tropicales en el Himalaya.
La Revolución del 52 conquistó el voto universal, es decir la igualdad ciudadana, lo que coaguló en parte las aberraciones citadas, pero el desprecio por el indio, que aún brota de muchas señoras linajudas, se mantiene latente. Después del 52, hubo otros avances, como la relevante participación política de Remedios Loza (CONDEPA), Víctor Hugo Cárdenas (Katarismo) y Felipe Quispe (Partido Indio), los que prepararon el advenimiento de Evo Morales, en quien los sectores indígenas se vieron plenamente representados. Pero los remezones sociales tardan en estabilizarse.
El darwinismo social abonó el terreno para que grandes ONGs impusieran el perverso censo del 2001, en el que la población fue inducida a declararse quechua, aymara, guaraní, chiquitana, mojeña u otros, suprimiéndose la posibilidad de identificarse como mestizo. Los autores de la encuesta reconocieron que no cruzaron las variables con otras respuestas, como el conocimiento de idiomas nativos, por ejemplo. Cuando lo hicieron entre los delegados a la Asamblea Constituyente, el resultado fue que el 94 % de estos se declaró mestizo.
Pero el objetivo buscado por el Convenio 169 de la OIT había sido conseguido. El entramado social indo mestizo, dolorosamente construido, con más sombras que luces, fue gravemente dañado. Bolivia fue exhibida como país de mayoría indigenista, enfrentada a las capas medias. Sobre esa base, se mezclaron legítimas reivindicaciones ancestrales, como el rescate de idiomas, culturas, cultos, creencias, conocimientos medicinales y acceso equitativo a funciones públicas, con demandas de supuestas 36 naciones que abarcan desde la libre determinación, el manejo exclusivo de recursos naturales no renovables, como el agua, hasta la vigencia de autonomías y sistemas judiciales independientes, que in viabilizan a cualquier Estado nacional.
La nueva Constitución establece en su artículo primero que Bolivia es plurinacional, pero también, de manera simultánea, intercultural. Si en la Ley Marco de Autonomías que ha comenzado a debatirse se prioriza lo plurinacional, continuará la marcha hacia el caos incontenible. Si se prioriza lo intercultural se habrá abierto la posibilidad de reestablecer la convivencia entre pueblos indígenas y capas medias, la que generó múltiples mestizajes, los que necesitan articularse alrededor de Bolivia, la única nación que tenemos, razón por la que debe ser remodelada por todos y para todos.
En los últimos meses, sectores influyentes del MAS, Evo Morales y Álvaro García Linera han moderado su lenguaje indigenista, ya que, al parecer, advirtieron los riesgos de disgregación nacional. Si esta percepción es correcta, será posible transitar de lo plurinacional a lo intercultural. Esta es la única posibilidad de que el país siga existiendo.
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