1. El petróleo es de la «nación», así lo establece la constitución. La constitución, la «nación» y el petróleo, le pertenecen a la clase dominante, y sirven para mantener el orden y las ganancias del estado y del capital. (para aclarar, brevemente, yo no escribo estado con mayúsculas, me parece una innecesaria muestra de servidumbre […]
1. El petróleo es de la «nación», así lo establece la constitución. La constitución, la «nación» y el petróleo, le pertenecen a la clase dominante, y sirven para mantener el orden y las ganancias del estado y del capital. (para aclarar, brevemente, yo no escribo estado con mayúsculas, me parece una innecesaria muestra de servidumbre y obediencia, y para simplificar, utilizo el concepto de estado-capital, que constituyen, según lo que creo y lo que he explicado en otros momentos, un mismo enemigo, una misma relación histórica de muerte. Esta aclaración es porque hace poco me dijeron que eso de estado-capital parecía que me refería a un estado de la república que era la capital del país, y no, no es así.) El Petróleo, como cualquier otro producto de la naturaleza y del trabajo, debería ser un bien común, sobre el cuál todos deberíamos tener el poder de decidir, para el disfrute en común de la humanidad y de la naturaleza, Pero como cualquier otro bien común dominado por las relaciones del estado-capital, el petróleo que yace en las entrañas de la tierra, que ha sido extraído y sus productos derivados, constituyen mercancías fundamentales para la ganancia y las industrias capitalistas del mundo entero en general, y en este caso particular, para la legitimidad del estado mexicano y el control que puede ejercer sobre la población.
2. Pemex ha sido históricamente uno de los pilares más grandes y robustos de la legitimidad del estado y del capital en México. Durante la nacionalización de la industria petrolera, la figura presidencial quedó reforzada históricamente a partir del decreto de expropiación que sentó las ilusiones de un supuesto «nacionalismo» en el que el gobierno mexicano es capaz de elevarse por encima de la lucha de clases y gobernar para todo el pueblo, en función de un supuesto interés «nacional». Esta cualidad, que caracterizó al estado como una especie de César, de Bonaparte, de Tlatoani, hizo posible que el lema de «Pan y circo» se hiciera realidad y se completará con el pan. Hoy, por ejemplo, solo hay circo. La realidad fue que sin la gran lucha y presión de la naciente y gigante clase obrera organizada de México, nunca hubiera habido nacionalización, ni nacionalismo, y todos hubieran visto al Tlatoani-presidente desnudo, como en realidad era. Pero la otra parte de la historia del nacimiento de Pemex es la que no les gusta contar, la de la brutal represión policial-militar en contra de los trabajadores petroleros y sus organizaciones autónomas, para someterlos y atarlos con las cadenas del PRI, del burocratismo, y del, aquél entonces, recién inaugurado charrismo sindical. Sin esto, (la violencia y la dominación de clase, que se profundizó y se extendió a todos los sectores del proletariado) sencillamente el proyecto de «desarrollo nacional» (de la burguesía y del capitalismo) sostenido en Pemex, no hubiera resultado en un botín tan jugoso como lo ha sido durante todos estos años.
3. Los ingresos de la renta petrolera son la principal ubre de la cual el gobierno mama dinero, dinero sobre todo para los funcionarios, para los partidos políticos burgueses, para los subsidios, que se destinan principalmente a las grandes empresas (como las jalicienses que se enriquecen del trabajo esclavo, o como las sinaloenses, propiedad de los grandes señores de la mafia), para los programas sociales, destinados al corporativismo y al clientelismo, que históricamente aprovecha mejor el PRI, y también, para pagarle a los empleados del gobierno. La población proletaria y popular no puede decidir ni disfrutar nada, de ninguna forma, de la renta de Pemex. En cambio, la clase burguesa y oligárquica, nacional e internacional (que representan la misma relación de muerte del estado-capital, y son en igual medida nuestros enemigos de clase), no solo decide sobre y goza del petróleo y de la renta petrolera, ordeñando legal o ilegalmente, los ductos, la venta de barriles de crudo en el mercado negro, la corrupción, y los contratos con las más obscuras corporaciones transnacionales petroleras y energéticas con nombres en inglés (Halliburton, por ejemplo) que asesinan y hacen guerras en el mundo árabe, sino que se nutre, crece y se sostiene, en todas sus industrias, sean productivas (sic) (las grandes fábricas que producen pendejadas), destructivas/extractivas (las grandes máquinas que devoran los bosques, las montañas, los mares…), de circulación y de transporte de mercancías (los trailers y vehículos que transportarán las mercancías a las fábricas de distribución y centros de consumo) y en especial, las industrias del desperdicio y de la basura que transforman el mundo a su imagen y semejanza.
4. El proletariado, también tiene una relación importante con Pemex, en la que sale perdiendo. Los trabajadores petroleros, por su parte, a pesar de conservar un contrato colectivo de trabajo, que representa uno de los últimos remanentes del llamado «desarrollo nacional», que reconocía determinados derechos laborales (el de huelga no, por supuesto) y proveía un salario que pudiera garantizar la adhesión al régimen de los trabajadores de los sectores centrales de la economía (con 7 pesos la hora es mucho más difícil asegurarse de una base trabajadora que legitime al gobierno), hasta la fecha se encuentran sometidos a la dirección charra y burocrática de su sindicato, encabezada por el asqueroso personaje priista Romero Deschamps, quién expresa los valores de la (contra)revolución institucional mexicana de «plata o plomo», corrupción, cinismo, cooptación, o violencia y represión para los trabajadores que intentan organizarse de forma autónoma para la lucha de clases y/o recuperar su sindicato nacional de trabajadores petroleros de la república mexicana (SNTPRM), que hoy sirve como botín, bastión y muro de contención en favor de los de arriba. Al otro extremo, las fábricas de distribución conocidas como «gasolineras», concesionadas a la clase burguesa para una mayor acumulación de capital, actúan con total impunidad, no solo a través del despojo de espacios en las ciudades y de la imposición de las mismas en lugares que afectan a la población, sino sobre todo a través de la sobre-explotación a la que someten a sus trabajadoras y trabajadores, quienes reciben un mísero salario de mil pesos a la semana a cambio de extenuantes jornadas laborales, en las que pasan por sus manos miles y miles de pesos. En medio, estamos quienes consumimos regularmente gasolina para alimentar a los coches para ir a trabajar y regresar a consumir, quienes cada mes tenemos que pagar más por la misma cantidad de combustible, gracias a los llamados «gasolinazos», que tienen como objetivo retirar completamente el subsidio al consumo individual de gasolina. Los de abajo, con Pemex, siempre salen perdiendo, y no es por las reformas de hace 20 años, es por el carácter capitalista de la sociedad en México, que siempre ha sido así.
5. Modernizar Pemex es interés de quienes buscan modernizar la explotación y el despojo del proletariado y de la naturaleza de México. Como parte de las llamadas «reformas estructurales», los de arriba plantean la necesidad de avanzar en la privatización de Pemex y de la extracción del petróleo, que como sabemos, poco a poco el gran capital transnacional ya lleva un tramo recorrido. La privatización se disfraza con argumentos chafas de modernización, diciendo que el estado mexicano conservará la dirección económica sobre esta empresa, siendo que ya sabemos que el estado mexicano también se encuentra en manos privadas. Lo central que está en juego en esta reforma, es la posibilidad de hacer crecer jugosamente las ganancias del estado-capital a través de la explotación de los yacimientos de petróleo en aguas profundas, y a través de la explotación de las enormes reservas de gas natural al norte del país, que convertirían a Pemex en la empresa más grande del mundo. Para lograr ambas actividades extractivas, es necesario el uso de avanzada tecnología que un país subdesarrollado y colonial como México, no cuenta. La falsa discusión planteada por los políticos burgueses es si ésta tecnología pasará a formar parte del estúpido orgullo nacionalista o se quedará en las manos del gran capital transnacional. Es falsa porque bien la privatización puede avanzar y aún así Pemex puede ser propietaria de las avanzadas máquinas de perforaciones y extracción, bien puede suceder una cosa o la otra, y en lo esencial, nada cambiaría. Ni en manos del estado ni en manos del capital (que como decíamos, son la misma relación de muerte) el proletariado y los pueblos se beneficiarán de las enormes ganancias de Pemex, y en cambio, lo que recibiremos todos será una terrible devastación de la naturaleza ocasionada por esta modernización. Como aprendimos con el derrame petrolero de Brittish Petroleum en el golfo de México, o con el «fracking» en EEUUA (práctica sumamente tóxica con la cual se extrae el gas natural del subsuelo, detonando e inyectando miles de químicos que envenenan la tierra y el agua), es la clase dominante y su interés de muerte quienes quieren seguir alimentando con combustible a la máquina que todo lo destruye. Los de abajo, con su interés de vida, nada tienen que ver con estos irracionales riesgos de destruir la naturaleza para extraer ganancia, justo lo contrario: es necesario detener la «modernización» y parar de golpe la barbarie industrial, si no, el cambio climático y las crisis ambientales nos llevarán a un callejón sin salida en cuestión de años.
6. Las soluciones que promueven los principales políticos burgueses contrarios a la contrarreforma energética son básicamente que Pemex siga igual, con la demagógica acotación de que «solo que sin corrupción». La corrupción no es una cuestión de moral, no es un accidente ni un error. El estado y el capital son relaciones sociales esencialmente corruptas, que corrompen, no basta con buenas intenciones. En el mundo entero no hay estado ni empresa capitalista alguna (mucho menos del tamaño de Pemex) que se encuentre a salvo de la corrupción. ¿Creen de verdad esos políticos burgueses que en México harán la excepción? No se la creen ni ellos mismos. La realidad es que querer conservar Pemex tal como existe en la actualidad, o retroceder el tiempo para regresar a la antigua Pemex, no es un horizonte de lucha, sino el interés de conservar el orden del estado-capital en México. Los llamados a la movilización por parte de estos políticos burgueses, que tienen nombre y apellido, AMLO, Martí Batres, Jesús Zambrano, PRD-PT-MC-Morena, son mera simulación a la que están tan acostumbrados, que tiene como objetivo, básicamente cuatro cosas, 1. tratar de recuperar un poco de legitimidad al presentarse como una oposición simulada con miras a las elecciones locales. 2. legitimar el sistema de partidos ante la ausencia de una «oposición» con la firma del pacto por México. 3. legitimar la privatización de Pemex y la contrarreforma energética, que previsiblemente se realizará al estilo de «solo la puntita» (privatizar tantito, dirán…) y es posible que hasta digan que la resistencia fue un éxito. Y 4. contener y mediatizar las movilizaciones populares para que queden en marchas impotentes y pacíficas. Nos piden que hagamos frente con ellos, lo que es sinónimo de que nos sumemos sin chistar a sus iniciativas y olvidemos nuestras propias iniciativas. El frente único contra las reformas estructurales y el PRI-gobierno, es también un frente en contra del PRD-PT-MC.
7. Defender Pemex, en este contexto, no puede limitarse a detener la reforma energética, aunque implique esto último. Echar abajo las reformas estructurales equivale a derrocar el PRI-gobierno restaurado con todos sus lacayos (PAN. PRD, etcétera, etc.). La expropiación petrolera del siglo XX la hizo el estado en función del desarrollo capitalista, nuestra expropiación petrolera, la de los de abajo, debe ser en función de recuperar el trabajo y la naturaleza como bienes comunes, no más como mercancías, en función de la autonomía, la autogestión y el poder popular. Las marchas son necesarias, aunque para lograr este objetivo, son absolutamente limitadas si se plantean de forma abstracta en términos de exigirle al gobierno. Las movilizaciones populares, sin embargo, si se plantean tácticamente, en función de desarticular y dañar la producción, la circulación y el consumo de mercancías, como los bloqueos carreteros, de avenidas, de ciudades, de centros comerciales, etcétera, etc, son mucho más efectivas en impulsar los intereses de los de abajo, tanto en términos de presión al gobierno, como en el desarrollo de una fuerza política propia y revolucionaria. La huelga y la autogestión obrera en las fábricas de Pemex y en las gasolineras vendrían a ser los métodos más avanzados, para los cuales, sin embargo, no estamos preparados como clase (proletaria y de los pueblos), lo que no significa que no podamos intentarlo. Las regiones petroleras no están al alcance para la gran mayoría de la población, sin embargo, prácticamente todos tenemos cerca una gasolinera, todos podemos actuar, de una manera u otra, en defensa de los bienes comunes, de nuestro trabajo, de nuestra naturaleza.
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