El jueves 30 en la noche y mientras aun se podía sentir el olor a carne chamuscada de los seis bolivianos muertos en un incendio, el jefe de Gobierno, Jorge Telerman, se apuro a decir «ahí dentro, había trabajo esclavo» ante las cámaras, frente a las cenizas y el griterío de los familiares horrorizados cambió […]
El jueves 30 en la noche y mientras aun se podía sentir el olor a carne chamuscada de los seis bolivianos muertos en un incendio, el jefe de Gobierno, Jorge Telerman, se apuro a decir «ahí dentro, había trabajo esclavo» ante las cámaras, frente a las cenizas y el griterío de los familiares horrorizados cambió la historia de los hechos. Las victimas se volvieron culpables.
La pregunta no sólo es de qué manera sucedieron los hechos, sino por qué sucedieron. Hace unos años (enero de 1998) el presidente Menem denunciaba ante los medios de comunicación que los extranjeros le estaban quitando el empleo a los argentinos. Y mientras rifaba las empresas del estado abogaba por la defensa del trabajo nacional. Aquel triste doble discurso al que se acostumbró la sociedad argentina, aun la persigue y atormenta. Las palabras del presidente que desataron una vergonzosa cacería de brujas. La policía federal tuvo nuevamente oportunidad, como en los 70, de allanar casas de subversivos, en este caso de indocumentados, a media noche, con perros y helicópteros y pudo con la ayuda de los medios, filmar las vergüenzas de los inmigrantes bolivianos para solaz de una teleaudiencia que le gusta verse lejos del infierno. El trabajo esclavo existe desde la fundación de la Argentina, no la inventaron los bolivianos. En la actualidad es uno de los rostros de la economía de libre mercado, los vendedores callejeros en las calles de Buenos Aires, y toda una larga lista de injusticias sociales; hablan sin desparpajo del momento financiero del país, que algunos dicen bueno. Si el gobierno de la Argentina facilitara la legalización de los indocumentados esta seria una manera de desalentar la explotación laboral; pero no tendría con que chantajear al gobierno boliviano con el precio del gas: política internacional le llaman.
El viernes 31 aseveró Telerman «ayer mostró la cara más siniestra y más terrible que es la condición de esclavitud y la reducción a servidumbre, que pasa en estos tiempos y en esta ciudad que aspira a seguir ocupando un lugar importante entre las grandes ciudades del mundo». Está muy bien señor, pero nadie ha pedido la renuncia de la criminalidad económica, que significa la globalización de las miserias.
Los bolivianos trabajan en jornadas de muerte para salvarse de la miseria. Ellos hacen posible que la ropa y algunos comestibles sean más asequibles a los pobres, y aun nadie les ha dicho gracias.
Los medios de comunicación que suelen tergiversar la información hasta el cinismo, para aliviar a la ciudad, a la sociedad de la responsabilidad que le toca sostuvieron: «la casa está en orden, podemos dormir en paz»; unos niños bolivianos se achicharraron pero no fue nuestra culpa, buenas noches.