Suscribo todo lo que ha dicho Santiago Alba excepto una palabra: «exactamente». La relación de fuerzas en el ciberespacio no es exactamente la misma que en otros territorios de la comunicación y la cultura, y nosotros mismos somos una prueba de ello: en los grandes medios pueden silenciarnos por completo, condenarnos a la invisibilidad; pero […]
Suscribo todo lo que ha dicho Santiago Alba excepto una palabra: «exactamente». La relación de fuerzas en el ciberespacio no es exactamente la misma que en otros territorios de la comunicación y la cultura, y nosotros mismos somos una prueba de ello: en los grandes medios pueden silenciarnos por completo, condenarnos a la invisibilidad; pero en la Red, no (de hecho, y aunque cueste creerlo, tenemos más presencia en Internet que algunos grandes protagonistas de la cultura oficial). Como advierte Santiago, los llamados medios alternativos están lejos de amenazar la supremacía de los grandes medios de comunicación institucionales; pero al menos han abierto una grieta en su monopolio, y en muy poco tiempo. Algunos periódicos digitales como Rebelión o Kaos en la Red tienen ya un número de lectores (entre 50 mil y cien mil) similar al de Público, el quinto diario español de ámbito estatal.
Los poderes establecidos intentan adueñarse del ciberespacio como intentaron controlar el «liberespacio», es decir, el mundo de los libros. Pero, del mismo modo que la imprenta -al posibilitar la producción masiva de libros- hizo inviable su control total, la misma desmesura del ciberespacio impide su plena colonización. La imprenta hizo posible la revolución humanista del Renacimiento (a pesar de la feroz oposición de la iglesia), el telégrafo hizo posible la Revolución Rusa e Internet -junto con las nuevas y accesibles técnicas de creación, reproducción y difusión de textos, imágenes y sonidos- está propiciando una nueva revolución cuyas consecuencias solo podemos vislumbrar.
La proliferación en la Red de formas y formatos característicos de la cultura de masas, que por su propia naturaleza resultan alienantes, es un peligro real; pero, a este respecto, hay que distinguir entre colonización cultural y apropiación cultural. Una cosa es imitar de forma acrítica modelos impuestos por la cultura hegemónica, y otra muy distinta apropiarse de esos modelos para ponerlos al servicio de otro discurso, incluso, para volverlos en contra del propio sistema que los generó. Sin olvidar nunca que hay formas y formatos que en sí mismos tienden a fragmentar, banalizar y deteriorar los mensajes (por ejemplo, el videoclip, el spot, el gag, el eslogan, el chiste y otras formas de contracción y aceleración). Usar las armas del enemigo siempre es peligroso, pues nos pueden estallar en las manos; pero a veces es conveniente, incluso, necesario.