La expresidenta presentó su coalición electoral en la cancha de Arsenal. El populismo en los tiempos de Macri. Nueva narrativa y viejas estructuras. Cristina Fernández presentó la coalición Unidad Ciudadana que competirá en las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires. El montaje milimétricamente guionado del evento que se realizó en el estadio «Julio […]
La expresidenta presentó su coalición electoral en la cancha de Arsenal. El populismo en los tiempos de Macri. Nueva narrativa y viejas estructuras.
Cristina Fernández presentó la coalición Unidad Ciudadana que competirá en las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires.
El montaje milimétricamente guionado del evento que se realizó en el estadio «Julio Humberto Grondona» del club Arsenal de Sarandí, tuvo todos los condimentos estéticos de un modelo duranbarbista con rostro humano, a tono con el clima «pospolítico» de la era Cambiemos.
Ni en el merchandising del estadio ni en el corto discurso de la expresidenta hubo referencias partidarias, ni símbolo alguno de la liturgia tradicional que siempre adornó los actos kirchneristas o peronistas. Tampoco confirmó (ni negó) su eventual candidatura.
Los cincuenta intendentes peronistas (y pejotistas) que conforman la columna vertebral de la alianza electoral, fueron cuidadosamente ocultados en el acto de formato ciudadano. Tampoco hubo referencias al PJ (incluso despotricó contra los partidos), ni a la dirigencia sindical.
Intendentes, legisladores peronistas y burocracia sindical fueron pilares de la gobernabilidad de Mauricio Macri y de María Eugenia Vidal en este año y medio de administración cambiemista. Una gran parte de los jerarcas sindicales rompieron con el kirchnerismo (como expresión distorsionada del enfrentamiento con el movimiento obrero convencionado) y orbitan entre Florencio Randazzo y Sergio Massa. A los otros, fue mejor camuflarlos entre «la gente».
Cristina ensayó un novedoso relato donde el viejo y difuso populismo cambió por el más liberal y republicano ciudadanismo de buenos modales; la juventud militante y maravillosa de ayer (incluso con aire «setentista»), mutó hacia el elector aislado en la desierta polis pampeana y los unidos y organizados se convirtieron en la amorfa y disgregada sociedad. No hubo malditas corporaciones, ni rabiosa prensa hegemónica, Clarín ya no miente más y la agitada resistencia se transformó en domesticada integración.
Ni siquiera los tradicionales organismos y referentes de los DD.HH. que formaron parte de la narrativa tradicional del kirchnerismo, tuvieron protagonismo en la misa de Avellaneda.
Hacia el final del acto, Cristina hizo subir al escenario a personas que representaban a los sectores damnificados por el plan de Macri y Cambiemos. La presentación contuvo una falacia: parecía que los males y agravios de esos sectores empezaron en 2015, cuando la realidad es que su situación actual es producto de la profundización del deterioro que venían sufriendo en un país con cerca de 30 % de pobres, 34 % de trabajadores «en negro» y más de la mitad que se desempeña en la más plena precariedad laboral. Toda pospolítica merece su «posverdad».
El discurso de Cristina estuvo plagado de denuncias pero fue escaso en propuestas programáticas. Denunció el endeudamiento salvaje, el latigazo tarifario, los recortes en planes sociales o la crisis económica que apuntala la recesión; pero no opuso lineamientos programáticos (ni si quiera alguno de los contenidos en la extensa plataforma que circuló días pasados y que quedará para consumo del núcleo duro).
No hubo referencias a ninguna organización colectiva (lo más parecido fue un organizador de una sociedad de fomento) y mucho menos a la movilización o a la acción callejera, para detener el ajuste de Macri. No mencionó la escandalosa tregua de la dirigencia sindical.
El objetivo quedó promulgado con claridad: «Hay que poner un límite, poner un freno», aseguró Cristina y redujo esa tarea a las próximas elecciones.
Contuvo a quienes querían descargar su bronca contra Macri y evitó referirse a los supuestos «traidores» que sostienen el proyecto de Randazzo. Es entendible, entre los cincuenta «barones» que vienen bancando este proyecto, existen varios que estuvieron en tránsito hacia la «renovación» randazzista.
Regresaron por el mero y oportunista cálculo electoral que podía poner en riesgo su control territorial. Si se fueron algunos traidores no importa, tengo otros.
La no confirmación de su candidatura tiene el objetivo de seguir «rosqueando» hasta el último minuto en pos del eventual retorno de todos o algunos de los «traidores» que se convertirán en ese mismo acto en respetuosos ciudadanos de la unidad.
El relato ciudadano y el estreno de nueva estética esconden una operación similar al kirchnerismo de los orígenes, adaptada a los tiempos de cambio. Sin la potencia de la ocupación del Estado y con varias derrotas a cuestas.
El objetivo fue ampliar su base social y política más allá del núcleo duro. El resultado: una amalgama que no colma las expectativas de los propios y es de dudosa capacidad expansiva hacia los demasiado ajenos.
En términos del discurso concreto: un nuevo intento senil de cambiar la narrativa sobre la base de las viejas estructuras. El cambio que llegó al kirchnerismo: del populismo a «la gente».
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Cristina-y-el-kirchnerismo-del-populismo-a-la-gente
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