«Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros/ pero todos los miembros del cuerpo siendo muchos/ son un solo cuerpo», dice Juan Gelman en un poema extraordinario. Y después se pregunta qué pasaría «si el pie dijera ‘porque no soy mano/ no soy del cuerpo’/ o la oreja ‘como no soy ojo no […]
«Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros/ pero todos los miembros del cuerpo siendo muchos/ son un solo cuerpo», dice Juan Gelman en un poema extraordinario. Y después se pregunta qué pasaría «si el pie dijera ‘porque no soy mano/ no soy del cuerpo’/ o la oreja ‘como no soy ojo no soy del cuerpo'»; bueno, lo mismo me pregunto yo ahora ante los dichos del ministro Roberto Lavagna. Para él, la economía es una ciencia ajena a la política. Caramba. ¿Habrá leído a Gelman alguna vez, que escribió ese poema que se llama «Gracias» hace casi treinta años?
Sin embargo, ministro, la economía es política, en tanto lo que siempre están en juego son intereses. Intereses concretos y puntuales, crudas necesidades, puros privilegios. Abreviar la economía a una simple relación entre variables macronuméricas, a un indescifrable cálculo semiótico, es actuar de acuerdo a determinadas intenciones o intereses. En otras palabras: la economía es una perfecta exteriorización de la lucha de clases, que transcribe palmo a palmo su estado, situación y correlación de fuerzas. Esa lucha es política y se da entre clases sociales contrapuestas, enfrentadas, precisamente, por sus intereses económicos adversos. Una clase social -la burguesía- quiere explotar a la otra -la obrera-, porque la mano de obra asalariada de los trabajadores produce las riquezas de esa clase social. Y esa otra clase -los trabajadores- intentará liberarse de la explotación. Siempre. De mil maneras diferentes, con más o menos conciencia de esa situación, pero siempre ocurrirá así. Es una condición objetiva del capitalismo.
Entonces, lo que está en juego en la confrontación mediática acerca del aumento de salarios y la inflación, que tiene correlato en los discursos del ministro y en el aumento de la conflictividad sindical, es qué interés será privilegiado. Si el de los empresarios o el de los trabajadores. No aumentar los salarios con el cuento de la variable inflación, es obrar a favor de los intereses empresarios. Decir, como dijo Roberto Lavagna, que el Rodrigazo se produjo por los aumentos de salarios es, aparte de un absurdo histórico, ser funcional al modelo económico que se instauró en la Argentina a partir de aquel plan antipopular y que prosiguió con la dictadura militar y con los tibios gobiernos civiles que continuaron luego, beneficiando puntualmente a un sector de la sociedad: la burguesía nacional vendida por dos pesos al imperialismo y las transnacionales. De ahí a decir que la sangrienta represión de la dictadura fue promovida por los trabajadores que luchaban por su salario, hay un solo paso, que ni Neustad se hubiera animado a sugerir. Como la teoría de los dos demonios pero aún más perversa.
Aumentar treinta pesos a los jubilados que ganan tres billetes de cien por mes, no genera aumento en los precios. Faltaba más. La inflación la provocan los mega empresarios formadores de precios, que no tienen competencia en sus rubros ni suficiente control estatal. Los monopolios ya obtuvieron formidables ganancias durante el menemismo y todos los años previos, como para seguir azuzando el cuco inflacionario y no achicar sus utilidades subiendo el salario.
Ahora bien y puertas adentro de la clase obrera, no debe obviarse tampoco que los aumentos de salario no tienen por qué ser revolucionarios. Lo serán si se encuentran en una lucha con perspectivas realmente transformadoras. Hugo Moyano reclamando aumento de sueldos y enfrentándose públicamente con el ministro de economía, no es Lenin, exactamente. El salario es lo que pagan los burgueses para que la mano de obra pueda mantenerse y seguir produciendo las riquezas de los patrones. Ni más ni menos que eso. No es un regalo de la clase patronal; no es un lujo de los trabajadores. Pagar salario es una necesidad de los explotadores, que cuando la creen superflua o desventajosa la suprimen sin miramientos, despidiendo obreros o cerrando las fábricas para dedicarse a la especulación financiera, por caso, o a la importación. En momentos de grandes conflictos político-sociales; en tiempos de profundas crisis para la clase social que mantiene para sí el poder político; cuando esa clase social ve amenazada su hegemonía, una buena política distributiva bien puede asegurar la resolución capitalista de esa crisis. Y lo que deben lograr los trabajadores es, precisamente, la superación revolucionaria de las grietas que se abren todos los días en la dominación burguesa. Esa superación se obtendrá con lucha, con lucha por el salario ahora, sí, pero por otra sociedad en el siguiente paso. Aumentar salario pero pagar la deuda externa es más capitalismo. Subir las jubilaciones pero no volver atrás en el sistema de AFJP’s es más capitalismo. Más capitalismo aunque sea nacional, con escarapela y pito y cadena.