No soy boliviano, pero sé lo suficiente de esa patria para opinar. En ella, en este momento, hay un festival de racismos. Lo estimulan quienes -desde dentro y fuera- anhelan la fragmentación de esa república. De la arcaica fobia hacia lo indígena se va ahora -como obedeciendo al péndulo- a una idolatría. El camuflaje es […]
No soy boliviano, pero sé lo suficiente de esa patria para opinar. En ella, en este momento, hay un festival de racismos. Lo estimulan quienes -desde dentro y fuera- anhelan la fragmentación de esa república. De la arcaica fobia hacia lo indígena se va ahora -como obedeciendo al péndulo- a una idolatría. El camuflaje es la interetnicidad, la pluriculturalidad y el polilingüismo. En el fondo se termina con la fragmentación tras la antesala de la autonomía. A los que sólo los satisface la vitrina europea se les invita a contemplar España. Ante esa trampa se insiste: Chiapas y Arauco no son problemas etnográficos, sino sociológicos. Reconstruir el imperio maya -que ya encontraron momificado los conquistadores- y armar una república mapuche son quimeras suicidas que México y Chile no pueden aceptar.
Bolivia padece un pentaracismo que amenaza centrifugarla. Izquierda y derecha -«unidas jamás serán vencidas»- bregan por el montaje de pequeñas repúblicas. Los blancones cruceños quieren su Estado. Paralelamente galopan en pos de la misma meta aymarás, quechuas, guaraniés y tribus amazónicas a las cuales por efecto de la locura se les confiere el rango de «naciones». Es otra versión del «respeto a la diversidad» con que nos bombardean aquí los «progres». Al medio, desconcertados, casi sin piso y colgando apenas del techo, quedan los mestizos, es decir, el nervio central de la patria boliviana. Dicho de otro modo, los collas -con esa etiqueta se les conoce- están entre la espada y la pared. Sin embargo, son la mayoría del país porque no sólo se alcanza esa condición en lo genético, sino también en lo cultural.
Esos mestizos -en el fondo auténticos bolivianos- no reaccionan con energía ante quienes optan por el separatismo y repudian la unidad. La excepción la constituye Andrés Soliz Rada, quien enarbola en la patria de Andrés Santa Cruz Calahumana y Germán Busch Becerra, la bandera de la «mestizofilia» que es el fermento que amalgama en la profundidad de la sangre, la historia y la cultura a Bolivia. Si estamos por la integración de Iberoamérica y aplaudimos el MERCOSUR y el TELESUR no podemos, entrampados en galimatías pseudoantropológicas, apoyar esos racismos que apuntan a convertirla en un picadillo para satisfacer los apetitos de sociólogos a la violeta, caudillejos iluminados y ávidos gerentes de trasnacionales. Agréguese: el componente mestizo es lo que vincula a la bolivianidad con nuestro «mundo ancho y ajeno».
* Prof. Pedro Godoy P. Centro de Estudios Chilenos CEDECH. [email protected]