Cuando se cumplen 40 años de continuidad del sistema parlamentario éste muestra fracasos en dos terrenos centrales: Provisión de un mínimo de equidad social; y ampliación de la incidencia del pueblo en la toma de decisiones. Los próximos comicios presidenciales aparecen teñidos por esas frustraciones.
Es difícil comentar hoy la actualidad política argentina sin hacer referencia al índice de pobreza del segundo semestre de 2022 que ha difundido el INDEC hace pocos días. Cerca del 40% de las argentinas y argentinos son pobres. Entre los niños menores de 14 años, son más del 50%.
Con el desastroso porcentaje de incremento de los precios en lo que va del corriente año, el deterioro del poder adquisitivo es constante y creciente. No sólo para quienes están en situación de pobreza sino para amplios sectores que, aunque por encima de esa línea, ven disminuir sus ingresos en términos reales día por día.
Lo que es particularmente desgarrador es que Argentina tuvo un crecimiento económico importante en 2022, por encima del 5%. Y ello no sólo no trajo ninguna mejora en el poder adquisitivo, sino que empeoró las condiciones de vida de la mayoría e incrementó las ganancias de quienes pueden explotar el trabajo ajeno y fijar precios de las mercancías que producen.
Distribución regresiva del ingreso en estado puro. Y ganancias crecientes para las grandes empresas.
Cabe señalar un sesgo preocupante que tiñe la percepción de este angustiante estado de cosas, al menos para una buena parte de la población.
Siendo la inflación la preocupación social más fuerte, a juicio de la casi unanimidad de quienes sondean a “la opinión pública”, las iras no se dirigen a los industriales que fabrican los productos ni a los supermercados que fijan los precios al público. Sólo se señala a las autoridades que no aciertan (o no desean hacerlo) con ninguna medida que al menos modere los constantes incrementos de los bienes y servicios más fundamentales.
La pesadumbre de los cuarenta años.
En el año en que se cumplen los 40 de vigencia continuada de la llamada democracia parlamentaria es muy evidente que esa permanencia institucional no sólo no ha significado mejoras en términos de equidad social, sino que ha empeorado la situación de buena parte de la población.
Lo que se corrobora aún más si se dirige la mirada a la precarización laboral y a otros indicadores que hablan no sólo de empobrecimiento, sino de estrechamiento general de las oportunidades para las mayorías populares.
En esas circunstancias, nada puede extrañar que sustancial parte de la ciudadanía se sienta alienada de la política en general y de las instituciones democráticas en particular. Y que surjan distintos gestos de desapego hacia las instituciones. Algunos silenciosos, como la marcada abstención electoral en los últimos comicios de medio término.
Otras manifestaciones son mucho más ruidosas. Tal la adhesión a candidatos que proclaman el desprecio al orden democrático, culpan a los políticos de todos los males y predican una “libertad” que no es otra que la de hacer negocios y explotar al prójimo.
El complemento es un discurso de “orden” que predica el uso preeminente de la fuerza para disciplinar a cualquier adversario de la “libertad de mercado” poniéndolo de un modo u otro en conflicto con la ley.
Frente a esos planteos que exceden el tinte conservador para desplazarse en sentido reaccionario, la coalición oficialista queda abocada al fracaso y el desprestigio. O a la tramposa diferenciación respecto del gobierno, con fuertes críticas a las que se compatibiliza con el mantenimiento de espacios decisivos de poder en la misma gestión.
Para mayor complejidad, los sectores afines a Cristina Fernández de Kirchner, asustados por la crítica evolución de la economía, despliegan en simultáneo los ataques al presidente Alberto Fernández con la defensa de la gestión del ministro Sergio Massa. Ni aún el desastroso índice de inflación de febrero, del 6,6% los llevó a apartarse de esa posición.
La historia de crisis hiperinflacionarias del país y el desplazamiento forzoso de un presidente (Raúl Alfonsín) por esa causa, despierta el temor al desastre. Acentuado por la demostrada carencia de propuestas alternativas.
El pago de la deuda y el sometimiento de la política económica a los dictados hacia el ajuste impuesto por el Fondo Monetario Internacional, son tomados como verdades reveladas, realidades a acatar sin ponerlas en un debate serio.
Elecciones, renuncias y “consensos moderados” en perspectiva.
Esas angustiantes condiciones inciden en el juego político electoral. Avanza la creencia de que la derrota del oficialismo es casi segura, cualesquiera sean sus postulantes y el diseño de su discurso hacia las elecciones.
La oposición de derecha ve su triunfo como cierto, los potenciales candidatos de ese espacio se han multiplicado hasta bordear la decena. Se acerca la fecha de confeccionar y presentar las listas y con ella la demanda de “ordenar la propuesta”, lo que implica la disminución del número de postulantes.
En el Frente de Todos se expande la certidumbre de la derrota, lo que no obsta a que asimismo sean varios los que se proponen para la fórmula presidencial, sea en el primero o en el segundo lugar.
En materia de prospectos presidenciales la nota destacada la proporciona la flamante renuncia a una nueva presentación de un expresidente. Y la reiterada declinación de cualquier candidatura por la actual vicepresidenta.
Cristina Fernández de Kirchner persiste en su consideración de que se encuentra proscripta y por lo tanto no se postulará para ningún cargo electivo. Se suceden de todos modos las concentraciones más o menos masivas para instar la “ruptura de la proscripción”. Y la consiguiente postulación de la actual vicepresidenta.
Las que coexisten con la casi desesperada búsqueda de posibles postulantes a “perder con dignidad” o incluso a una victoria, más improbable a medida que se ahonda la crisis económica y el empobrecimiento generalizado. La intemperie de un kirchnerismo sin Cristina candidata no es deseada por casi nadie.
Mauricio Macri, como dijimos, ha anunciado hace pocos días que no se presentará para la presidencia de la Nación. Los miembros de su coalición, los grandes medios de comunicación y la “comunidad empresaria” enaltecieron su “renunciamiento” como un gesto de estadista…y se abstuvieron de pedirle que reconsiderara su decisión.
Se vislumbra así un escenario político en el que los dos liderazgos opuestos de la llamada “grieta”; sin alejarse de la política, se abstienen de empeñar sus nombres en la contienda electoral.
Para algunos análisis, esto es de por sí auspicioso. Si los protagonistas mayores del antagonismo no están en la disputa, podría ser la hora de los “moderados”. En dirección a un “juego” político más parecido al de Uruguay, o al de Chile antes de la rebelión popular, que al que atraviesa Argentina en las últimas décadas.
Sería un espacio más “consensuado”, con menos prestigio y eco para planteamientos radicalizados y mayor disponibilidad a la negociación. Todo sobre un fondo de “racionalidad”, “tolerancia”, “vocación por el bien común” y otras generalidades caras al liberalismo político.
Y sobre todo, a “el buen clima de negocios”, “la seguridad jurídica para las empresas” y la realización de “las reformas indispensables”, tan predicadas por el poder económico cada vez más concentrado. Y deseoso de ampliar el consenso hacia la plena realización de sus intereses materiales. Y de la edificación del diseño político más cómodo para alcanzarla.
Esa apuesta “moderada” podría concretarse a través de un triunfo más o menos amplio de Horacio Rodríguez Larreta en los comicios presidenciales. En consecuencia con su posición “dialoguista”, el actual jefe de gobierno puede convocar al peronismo no kirchnerista (y a los flamantes “deskirchnerizados” que la derrota engendre) para acordar “políticas de Estado”.
Acuerdo que lleve entre sus puntos centrales el establecimiento de una “agenda” a gusto y placer de los organismos financieros internacionales y del empresariado más concentrado.
También una mesa que incluya a la dirigencia sindical, el grueso de los gobernadores de provincia y a la dirigencia formal del Partido Justicialista sería el lugar de la búsqueda exitosa de un consenso disciplinador.
Que atara al conjunto del sistema de partidos y a organizaciones sociales afines al poder a una política privatizadora, de reformas laborales enfiladas contra lxs trabajadores, de reformas tributaria, previsional y del Estado de signo regresivo.
Todo para beneficio del gran capital, con bendición mayoritaria del peronismo. Se pudo hacer en la década de 1990 con un gobierno del PJ y aliados. Puede ser factible en la de 2020 por medio de una coalición neoliberal con “socios”, explícitos o vergonzantes, provenientes del peronismo.
¿Acuerdo o polarización?
Con la foto de hoy de la realidad política, el horizonte “consensualista”, de orden y disciplina asumidos de modo más o menos pacífico, no parece ser el más factible. No tardaría en notarse que es nefasto para las grandes mayorías en similar medida a propuestas más radicalizadas.
La perspectiva de una derecha pura y dura, ultraliberal en economía y punitivista en el terreno social tiene por el momento las acciones en alza, tanto desde la principal coalición opositora como a partir de la fuerza “libertaria” acaudillada por Javier Milei.
Sin eximir al aporte del propio Frente de Todos, que mantiene a sus propios “manos duras” al frente de carteras de Seguridad nacionales y provinciales. Y con los disimulos del caso, sustenta a economistas “promercado” en las segundas filas del ministerio de Economía nacional.
En medio del descreimiento generalizado hacia los políticos, se tornan agradables los discursos que prometen quitarles todos sus privilegios y torpedear a un aparato estatal al que se tilda de enorme e inservible.
Esto último tiene su mejor audiencia en ciertos sectores medios bien dispuestos a creer que son el Estado y los políticos los que les impiden recibir la justa recompensa a sus habilidades y laboriosidad en el libre juego del mercado.
Más mercado y menos Estado es lo que desean. Una ecuación que pretenden ver resuelta de la manera más veloz y radical posible, tal como la que sostiene Milei y en grado apenas menor, Patricia Bullrich.
Las mismas propuestas no dejan de atraer a algunos ámbitos empobrecidos, cautivados sobre todo por la perspectiva de “romper todo” y terminar con “la casta política”.
No desde abajo, sino de la mano de un líder de tinte mesiánico que promete el acceso al gobierno para terminar con todos los gobiernos. Y convertir a todos los aspectos de la vida humana en mercancía, sin la exclusión de lxs niñxs y los órganos corporales vitales.
O conducidos por una lideresa cada vez más identificada con la “mano de hierro” y el “orden” a como dé lugar. Esto último a partir de su especialidad, la “seguridad”. Y extendiéndolo a los principales aspectos de las políticas económicas y sociales.
¿Y ahora qué?
La muerte de una niña de tres meses de edad, en el desamparo de la calle, a pocos metros de la Casa Rosada y el Ministerio de Economía es un símbolo potente de la actualidad argentina.
En un plano bien diferente, el apaleamiento hoy del “manodurista” ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, por un grupo de choferes enfurecidos por el asesinato en ocasión de robo de un compañero, es también un signo notorio de los tiempos que corren. Cuando los reaccionarios mentirosos quedan en evidencia, no están exentos de las consecuencias.
No son momentos, pareciera, para llamar a la paciencia y la tranquilidad, hay demasiados motivos para no conservar ni la una ni la otra. Tal vez la disyuntiva se dé en torno a cómo encauzar una ira inevitable. Es deleznable la perspectiva si prevalecen los partidarios del disciplinamiento violento del conjunto social. Y de otorgar aún más poder a quienes ya lo tienen.
Se trata, nos parece, de desplegar la movilización popular. La protesta social que no apunte sólo a una parte subordinada de los culpables, sino al conjunto de las clases dominantes que oprimen a la sociedad argentina. Y que avance en la conciencia de que asistimos al resquebrajamiento galopante del conjunto del sistema de dominación.
Y no sólo a los abusos de una elite de políticos profesionales ineptos, indiferentes o corruptos. A los que por supuesto hay asimismo que repudiar. No es sólo la inflación, ni la “inseguridad”, ni los políticos incapaces. Es el capitalismo. Si no se va contra los “dueños del país”, ellos vendrán por nosotros.
Las elecciones están cerca en términos cronológicos. Pero lejanas, si se las mide por un padecimiento social que crece en profundidad y en la urgencia de soluciones.
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