La primera línea de fuego en la guerra política de la derecha en México es un distractor que oculte lo que desde arriba mueven las fuerzas conservadoras, en ese frente están los legisladores de los partidos PAN, PRI y PRD.
Resulta a veces inexplicable la sobrecarga de estridencias de la bancada de los partidos de oposición en el Congreso, tanto en la Cámara de Senadores como de Diputados, donde tienen sus alfiles listos para contraatacar cualquier disposición del gobierno. Son lugares donde se gasta pólvora en infiernitos, pero que llaman la atención de propios y extraños. Creen despistar al enemigo.
La segunda línea de esta guerra declarada unilateralmente, son los analistas, comentaristas, opinadores, otrora intelectuales orgánicos del pasado, que tratan de apoyar a la primera línea de ataque, a través de los medios, que continúan con la doble tarea de atacar y distraer. Dispersar la congruencia que todo gobierno debe guardar. Recordemos que toda artillería tiene una boca de fuego. Ahí se lanzan anzuelos, nados sincronizados, fake news, rumores, chistes y memes.
Del lado donde sólo se dirige la batalla están los de alto rango que son los empresarios, que a su vez tienen a sus generales no sólo ocultos sino que pelean de incógnitas.
En la tercera línea de fuego aparecen personajes como Héctor Aguilar Camín, –identificado con los regímenes del pasado y una derecha que se autodenominó progresista–, quien lanza un artículo de fondo, respecto al discurso del secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, en el 111 Aniversario de la Revolución Mexicana, donde convoca a la sociedad a unirse a la transformación que gobierna en este momento, como si pensara que las fuerzas armadas son un órgano autónomo del Poder Ejecutivo y no su dependencia; es decir, con un representante del Jefe del Ejecutivo, a la cabeza de los militares. La crítica a esa alocución muestra un contenido que había mantenido oculto la derecha, pero no por ello era imperceptible.
Suponer o cuestionar que debe existir autonomía entre la milicia y el poder civil, convoca a un enfrentamiento. Tal vez a una competencia de poderes, que fue el móvil de algunos generales golpistas de américa Latina de los 70 a los 90. El mundo ha cambiado y la derecha no se ha dado cuenta por su obsesión de reconstruir el pasado resurgiendo de las cenizas, de lo que ni ruinas hay.
Ahí, el escribano, duda que el secretario de la Defensa represente al resto de los militares, busca una escisión en las fuerzas armadas o, por lo menos, difunde esa sospecha, con más de una interpretación. Aunque se sabe que hay un grupo de generales retirados que comulgan con la idea de descarrilar la 4T; sin embargo, la simple insinuación de que no haya consenso al interior del Ejército es una declaración pública contra la democracia, en busca de proselitismo militar con miras a un golpe de Estado, muchas veces deseado y pocas veces anunciado.
Como en todo el mundo, en México hay militares producto de un gobierno elegido en las urnas, encaminado a contribuir a diseñar su propia democracia, que siempre es perfectible, también hay militares de las dictaduras que sistemáticamente han sido apoyados por las derechas de todo el planeta.
Quienes denuncian el peligro del comunismo son los que advierten sobre el militarismo, la historia de la militarización en Latinoamérica, y buena parte del mundo, es una expresión represiva del capitalismo; sin embargo, la búsqueda de resquicios por donde pueda penetrar la duda sobre la cohesión del ejército mexicano propiciaría la amenaza de un golpe de Estado militar de derecha. La convicción democrática de cualquier ejército se muestra supeditándose a un poder civil.
Cualquier golpe militar exige de apoyo externo, no sólo económico o político, y la derecha mexicana lo tiene en varios países, donde muestran su preocupación por nuestro gobierno. En el exterior se habla de la remilitarización de Latinoamérica ante los triunfos electorales de partidos que no son de derecha.
Desde esa perspectiva conservadora quieren vincular estrechamente al Jefe del Ejecutivo con el Ejército, más allá de las leyes, y, también separarlos para medir fuerzas y mostrar aparentes diferencias, o discordias inventadas. No siempre cuando el Ejército gana espacios políticos se militariza un país, simplemente aumenta sus tareas, no sus atribuciones, porque también se puede militarizar sin triunfos políticos de por medios, y es ahí donde la derecha quiere tener el mando.
Es en este escenario de guerra, donde se desarrolla un discurso con violencia verbal que suele anteceder a la violencia física, propia de una oposición más cercana al golpismo que a la democracia, arroja antihéroes en sus filas por falta de estrategias adecuadas, caracterizada por una desesperación que les impide ser cautelosos, y así sueltan sus proyectos como si fueran petardos, demostrando, una vez más que las urnas no son campos de batalla para la derecha.
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