El reciente reporte de Amnistía Internacional (AI), a pesar de los cuestionamientos de las autoridades en cuanto a las fuentes de información, no deja lugar a dudas. La secretaria del organismo, Irene Khan, dejó claro que las pruebas vienen de personas cuyos derechos humanos han sido violentados, que AI tiene una metodología altamente desarrollada para […]
La situación en Oaxaca empeora día a día. El contenido liberador de la palabra, la esencia y las posibilidades de diálogo están gravemente deteriorados y la estabilidad y gobernabilidad, no sólo en ese estado sino en el país entero, se ven profundamente amenazadas.
El tiempo transcurrido desde el comienzo del conflicto sólo ha mostrado situaciones denigrantes y sombrías, cancelación de la razón, confusión, desasosiego e incertidumbre. Todo se desarticula mientras la irritación y la violencia crecen sin posibilidad de un diálogo civilizado y honesto, donde el interés que predomine sea la estabilidad del país y los derechos humanos de los individuos.
Nos sentimos con el referente perdido, bruscamente desarticulados, sin tener a quién apelar, desbancados como sujetos de derecho, vapuleados por el azar, la mentira y la inconsistencia. Nos sentimos en condición marginal, en el margen, en la exclusión.
La intolerancia, definida en esencia como el rechazo brutal e incomprensivo hacia lo diferente, se está diseminando por el país. Su opuesto, la tolerancia, implica el respeto, la aceptación y el aprecio a la diversidad de formas de pensamiento y de simbologías con diferente expresión. Sus raíces emanan del conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento. Sólo mediante la tolerancia puede lograrse la convivencia armónica y el respeto mutuo. Esta se traduce en una actitud activa, de reconocimiento de los derechos del otro.
Pero para lograr este estado, y hablando del otro, debemos entender que en el conflicto actual no sólo tienen que ver aspectos de política, legalidad y justicia. En todo este embrollo subyace un fenómeno por demás intrincado que se refiere a la diferencia entre grupos opuestos. Me refiero no sólo a la oposición entre pobreza y riqueza, derecha o izquierda sino a un aspecto que tiene que ver con diferencias más complejas que conducen a la falta de entendimiento profundo entre los grupos: las diferencias entre lenguaje, y con ello me refiero a las diferentes simbologías de los grupos de población.
El sujeto marginado, carenciado, es portador de una estructura de pensamiento distinta a la del individuo de la ciudad que no ha sufrido estas carencias, esa marginación, que está incluido en las instituciones y que ha sido asimilado por la sociedad y el sistema, y además no lleva a cuestas una sucesión de traumas acumulados sin elaboración, como lo han vivenciado los marginados.
No es tan sólo una simple diferencia de ideología política ni de traducción de un idioma a otro, implica la comprensión profunda de individuos que golpeados por la pobreza transgeneracional, la exclusión y la desesperación, portadores de traumas, pérdidas y carencias, simbolizan, entienden y tratan de interpretar la realidad desde su propia historia, con otra estructura y otro tipo de percepción.
Si en realidad queremos paz y concordia en el país, necesitamos imperiosamente que las autoridades actúen con legalidad y justicia, respetando los derechos humanos y comprendiendo no sólo al pueblo oaxaqueño sino incluyendo a los millones de marginados en el país. ¡Ellos también cuentan! Todos merecemos que se respeten nuestros derechos humanos.