Existen circunstancias en la vida cuando las personas se tocan con situaciones que provocan sentimientos indeseables o que (si dependiese de ellos), quisieran evitar. Decepción, vergüenza, lástima están entre ellos, y es lamentablemente la sensación que queda cuando (en algunas ocasiones, porque el periodismo y la comunicación independiente y crítica ha sido acallada, adquirida, o […]
Existen circunstancias en la vida cuando las personas se tocan con situaciones que provocan sentimientos indeseables o que (si dependiese de ellos), quisieran evitar. Decepción, vergüenza, lástima están entre ellos, y es lamentablemente la sensación que queda cuando (en algunas ocasiones, porque el periodismo y la comunicación independiente y crítica ha sido acallada, adquirida, o sencillamente prefiere subirse al caballo del corregidor), uno se convierte en mudo testigo de entrevistas o programas donde autoridades nacionales son interpeladas y cuestionadas.
En esas ocasiones se percibe autoridades que, a pesar de haberse preparado (inclusive con respaldo documental), solo atinan a reaccionar defensivamente, a justificar e intentar explicar aquello que es obvio, pero que por alguna razón extraña quieren mostrar como diferente y, sobre todo, positivo.
Y ello sucede cuando tratan de explicar por ejemplo:
a) qué proceso de transformación democrático cultural se postula, cuando lo que se busca es conservar el poder a como dé lugar;
b) cómo debemos entender el vivir bien en armonía con la naturaleza, cuando se produce la decisión inconsulta de instalar un centro de energía nuclear a un costo de dos mil millones de dólares;
c) cómo explicar la soberanía nacional, la descolonización y la lucha contra el imperialismo, cuando el propio Presidente ofrece los recursos naturales y el país, para atraer inversiones extranjeras que permitan exacerbar el extractivismo y la explotación salvaje de nuestros recursos naturales; o,
d) cómo se traduce en la práctica la defensa y protección de los derechos constitucionales de los pueblos indígenas, cuando territorios y áreas protegidas donde ellos viven son convertidos en zonas de exploración y explotación hidrocarburífera y minera, las comunidades y pueblos como Takovo Mora o el TIPNIS son brutalmente reprimidos por defender sus derechos y, además, se emiten disposiciones y normas dirigidas a omitir y anular el derecho a la consulta y participación, que es tan fundamental para la vida y la cultura indígenas (¿?).
Entonces se comprende que se ha producido una mutación; que se ha perdido la iniciativa, el discurso y la propuesta, y se ha pasado a la defensiva, la explicación y la justificación; en fin, que se ha perdido el liderazgo, el protagonismo, la capacidad creativa y se ha instalado una condición pasiva, de respuesta. Es decir, se ha producido un agotamiento del discurso y ello constituye una derrota, una autoderrota política.
Derrota política, porque han perdido la iniciativa, no proponen otra cosa que retomar las antiguas banderas del capitalismo y, lo que es peor, del neoliberalismo, al impulsar el desarrollismo progresista basado en un extractivismo salvaje de los recursos naturales y la fuerza de trabajo.
Derrota política, porque a pesar del intento por balbucear las ideas y propuestas constitucionales abandonadas y traicionadas, sus propias prácticas gubernamentales los desdicen y delatan, hasta el punto de promover normas, medidas, políticas públicas e iniciativas gubernamentales inconstitucionales e ilegales.
Derrota política, porque a falta de ideas, propuestas y nuevas tareas y proyectos que contribuyan a profundizar el proceso, se limitan a ofrecer «estabilidad», continuismo y repetición de más de lo mismo (que no es otra cosa que la exacerbación de un desarrollismo extractivista, antinacional y entreguista), que permanentemente han sido las banderas de la derecha reaccionaria que no tenía un proyecto de país y se limitaba a imitar, reproducir y poner en práctica el modelo (de un supuesto desarrollo para alcanzar el progreso), impuesto por los organismos internacionales y los intereses corporativos transnacionales.
Derrota política, porque en vez de poner en consulta nacional los graves problemas estructurales no resueltos hasta ahora (como la justicia, la seguridad ciudadana, la transformación y diversificación energética, tecnológica, productiva e industrial, etc.), se remiten a priorizar la conservación del poder (para las nuevas y antiguas castas dominantes y reaccionarias).
Derrota política, porque con la inseguridad e incertidumbre que surgen de la intuición que ya les dice que perderán en el referéndum (y entre otras decisiones e iniciativas no menos desesperadas para apuntalar el continuismo), no tienen reparos en hacer gritar y repetir inclusive a niños, cuando utilizan y manipulan la entrega de obras en diversos lugares del país, para hacer corear el sí a una reeeeelección inconstitucional. Parece como si ignoraran que los procesos que no avanzan; se estancan, retroceden y terminan anulándose a sí mismos.
Arturo D. Villanueva Imaña, Sociólogo, boliviano.
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