Ahora que nos aprestamos a la Constituyente, deberíamos revisar un privilegio que ha impedido el desarrollo de las culturas locales: el excesivo centralismo de los organismos de la cultura oficial. Hace medio siglo, el ministerio de Educación incluía las Bellas Artes. A principios de los 70s, la visión histórica de doña Julia Elena Fortín consiguió […]
Ahora que nos aprestamos a la Constituyente, deberíamos revisar un privilegio que ha impedido el desarrollo de las culturas locales: el excesivo centralismo de los organismos de la cultura oficial.
Hace medio siglo, el ministerio de Educación incluía las Bellas Artes. A principios de los 70s, la visión histórica de doña Julia Elena Fortín consiguió fundir una serie de instituciones culturales como el Conservatorio Nacional de Música, el Ballet Oficial, el Instituto Nacional de Arqueología y el Instituto de Bellas Artes, entre otros, en el Instituto Boliviano de Cultura. Fue una época importante por el interés del Estado en financiar proyectos culturales entre los cuales sobresalió la Biblioteca del Sesquicentenario de la República, algo más de un centenar de títulos de grandes escritores bolivianos difundidos en toda la República.
Sin embargo, con el crecimiento de las culturas locales, el centralismo se constituyó en un escollo que concentró el presupuesto de la cultura oficial en la Sede del Gobierno. Había que vivir obligatoriamente en La Paz para acceder a los beneficios culturales del Estado, que no sólo se limitaban a ese Departamento, sino que ni siquiera abarcaban los centros urbanos más poblados, pues hasta hoy su vigencia se circunscribe al centro de la ciudad de La Paz.
Han pasado décadas desde ese intento y ha llegado la hora de las culturas locales, que son las muestras más genuinas de la diversidad cultural boliviana. La Constituyente debería instituir un Fondo para el Desarrollo de las Culturas Locales, que convoque cada año a la presentación de proyectos de cultura y comunicación que una vez seleccionados tengan desembolso inmediato. Los sujetos de estas asignaciones pueden ser los municipios, las mancomunidades municipales y otras organizaciones de la sociedad civil.
Las culturas locales no se circunscriben al agro: están vivas y presentes en las sociedades urbanas. Son las diversas manifestaciones culturales de grupos por lo general minoritarios que quieren de ese modo preservar su identidad. El Estado debería tener soluciones para ellos y adjudicar financiamiento a los mejores proyectos que genere este sector.
Pero las culturas locales rurales son las que concentran la mayor diversidad cultural de nuestro país, y por eso deben merecer el máximo interés. En este sector, el trabajo cultural es sobre todo económico: las comunidades viven del fruto de sus telares, de la alfarería, del bordado de trajes folklóricos, de los trajes de los miembros de las fraternidades. Son una potencia económica que merece la atención prioritaria del gobierno en el campo de la cultura.
Ignorar estos y otros segmentos de población que desarrollan aun sin medios las culturas locales, sería una injusticia del gobierno central que bien puede captar recursos para crear el Fondo para el desarrollo de las Culturas Locales, donde se concentre la cooperación internacional para financiar los proyectos más sólidos y exitosos.