El próximo 12 de octubre se conmemora un año más de la llegada de Cristóbal Colón a tierras de América y en muchos países latinoamericanos es festejado como el día de la raza o de la hispanidad, en conmemoración a lo que se quiso entender como «el encuentro de dos mundos», pero que dio como […]
El próximo 12 de octubre se conmemora un año más de la llegada de Cristóbal Colón a tierras de América y en muchos países latinoamericanos es festejado como el día de la raza o de la hispanidad, en conmemoración a lo que se quiso entender como «el encuentro de dos mundos», pero que dio como resultado la colonización de nuestro Continente. En Bolivia se conmemora como el día de la descolonización.
Ese hecho histórico de tantas y tan profundas connotaciones, hoy (como resultado de una coyuntura histórica marcada por el proceso de transformación y cambio, así como de una correlación de fuerzas más favorable para el pueblo y los sectores populares), ha dejado de ser para los bolivianos una fecha únicamente destinada a la conmemoración, la resistencia y la interpelación, para pasar a ser un desafío y una tarea por emprender, precisamente con el objetivo de lograr la descolonización.
No se puede negar que con ese propósito, se han puesto en marcha diverso tipo de iniciativas y acciones para luchar contra este resabio que se expresa por medio de innumerables prácticas individuales, institucionales, organizativas y estatales. Se trata de una lucha contra el señorialismo, el prebendalismo, el machismo patriarcal, el patrimonialismo, el caudillismo, etc. Es decir, de una lucha para romper con prácticas tradicionales heredadas, para deshacerse y desembarazarse de aquellos simbolismos que corresponden a estructuras y conductas que el sistema reproduce, a pesar de su agotamiento y crisis. Es más, inclusive debería suponer una lucha frontal contra la ausencia de ética en la política de algunas personas y organizaciones sociales que, a título de «astucia criolla» y la apropiación de una gestualidad política que les permite «adecuarse» al proceso y echar la culpa de todo lo que ocurre al «enemigo de derecha», o de emprender acciones de copamiento del aparato público para repetir y reproducir con fruición y gran entusiasmo las mismas prácticas coloniales del pasado y el neoliberalismo que supuestamente combaten, inclusive terminan justificando sus maniobras como «tácticas envolventes» u otro tipo de argumentos que pretenden aparecer como innovadores o de transformación.
Sin embargo, la preocupación central de este artículo va más allá. Evidentemente no se pueden descuidar las tareas que hacen al desmontaje del colonialismo interno, a la lucha contra el racismo y toda forma de discriminación, a trabajar en la educación y la construcción de nuevas prácticas y de una nueva forma de encarar y pensar el futuro de Bolivia, a la recuperación de aquellas prácticas y manifestaciones culturales e identitarias que nos permitirán construir la interculturalidad, la igualdad y el respeto por la diversidad y la diferencia. En fin, a deconstruir y reconstruir la identidad nacional y la nueva forma del ser boliviano. Pero ello no es suficiente, aun siendo encomiable puede resultar estéril.
Veamos los argumentos al respecto. No basta superar la opresión clasista y étnico-cultural que se traduce en el colonialismo interno y da cuenta de las desigualdades y la explotación que aún sufren las mayorías populares dentro del país; debe emprenderse la lucha contra la opresión imperialista, debe encararse la lucha por la liberación nacional y la soberanía económica y política del Estado y la sociedad. Es decir, debe ponerse en práctica el ideario antiimperialista para liberarnos de la condición semicolonial impuesta por los intereses transnacionales y el imperialismo.
Al respecto y haciendo un breve paréntesis, ello tampoco se traduce en el uso de la agresividad discursiva o la descalificación y el rechazo verbal que puede terminar (como ya lo hizo en el pasado) y al cabo de unos pocos años de «paciencia» imperialista, aceptando, bajando la cerviz y recibiendo nuevas «donaciones» que terminan por doblegar los discursos encendidos y sometiendo la «voluntad política» por un plato de lentejas. USAID acaba de anunciar en el Chapare que junto a las computadoras «de última generación» (vaya simbolismo!!), pronto se entregará algunos aviones y helicópteros… que también implican un contenido y mensaje muy claros. El antiimperialismo discursivo, muchas veces de carácter entreguista y cipayo, como el que terminó traicionando la revolución de 1952, o el que planteaba la derecha falangista en el periodo de la contrarrevolución restauradora de Barrientos en los años 60, ya deben constituir una lección histórica y un precedente funesto que no deberíamos estar dispuestos a repetir.
Ahora bien, retomando el hilo del razonamiento, no es posible separar el proceso de descolonización nacional de la lucha contra el imperialismo, porque al hacerlo no solo se truncarían los logros para alcanzar la igualdad entre todos los bolivianos y superar las condiciones de explotación y sometimiento étnicocultural y clasista, sino que se condenaría al Estado plurinacional y al conjunto de la sociedad boliviana, a permanecer en condición de semicolonia, resignando su libertad, su soberanía y su independencia nacionales, en favor de los intereses capitalistas y el modelo de desarrollo occidental que se encuentra en crisis.
Por esta razón, la descolonización y el antiimperialismo son impensables sin una propuesta y un proyecto alternativos al sistema capitalista y neoliberal imperantes. No es posible hablar de liberación nacional y recuperar la soberanía económica y política, sino nos planteamos la construcción de un modelo alternativo al capitalismo salvaje, el extractivismo y la condición de productores de materias primas. Es decir, sino echamos a andar ya el paradigma del Vivir Bien en armonía con la naturaleza y la construcción del socialismo comunitario.
Habrá resultado un esfuerzo descomunal equiparable al parto de los montes si, a título de superar las desigualdades y lograr el desarrollo, fortalecer la economía, luchar contra la pobreza y el hambre pero sin afectar las causas originadas en la explotación desmedida de la naturaleza y la fuerza de trabajo, y adoptando el modelo occidental capitalista de desarrollo; terminamos embargando el futuro de igualdad, libertad, independencia y soberanía nacionales que reza nuestra Constitución Política del Estado.
Una opción de este tipo, no solo implicaría traicionar al mandato popular y renegar a los objetivos planteados por el proceso de transformación y cambio, sino que entrañaría adoptar una nueva contradicción entre el discurso anticapitalista y antiimperialista que se utiliza, al mismo tiempo de impulsar en la práctica el modelo de desarrollo que se basa en la idea de impulsar el crecimiento económico, pero sobre la base del extractivismo y la explotación de los recursos naturales, el impulso a las inversiones que nos harán cada vez más dependientes de los intereses transnacionales y la construcción de mega obras que favorecerán a las empresas capitalistas que se dice combatir, pero que además contribuirán a someter la soberanía nacional.
Sin embargo aquello no es lo peor, y a pesar de la gravedad que implicaría posponer indefinidamente o traicionar el mandato antiimperialista y descolonizador que se han marcado como objetivos del proceso de cambio y transformación; encarar una opción del tipo mencionado anteriormente, donde lo que importa es expandir la economía del consumo y la explotación extractivista de los recursos naturales, importaría favorecer el proceso de extinción y genocidio de los pueblos y las culturas originarias que todavía persisten y continúan utilizando el sistema de intercambio, la solidaridad, la reciprocidad y la complementariedad, que al mismo tiempo de constituir la base fundamental de su economía y del modo de relacionarse e interactuar socialmente, también (y principalmente) son la base del paradigma alternativo del Vivir Bien en armonía con la naturaleza. Es decir, implicaría favorecer la destrucción y el exterminio del instrumento fundamental de la lucha contra el imperialismo y de la propuesta de alternativa civilizatoria al capitalismo salvaje y el neoliberalismo, que los pueblos oprimidos y dependientes todavía disponen.
Un razonamiento final antes de terminar. Encarar las tareas de la descolonización bajo la perspectiva de la liberación nacional (y no solo como descolonización interna), tiene dos virtudes importantes. Primero, que contribuye a otorgar un sentimiento y una conciencia de liberación a las clases y sectores populares, lo que les otorga la fuerza y el impulso necesario para profundizar los cambios y transformaciones, y emprender tareas de esa envergadura. De esa forma, no solo se favorecen condiciones para avanzar en el proceso de cambio, sino que al contar y compartir un mismo objetivo e identificar un enemigo común, las clases populares se unen y movilizan aliadas. Al asumir en carne propia la explotación, el dominio y el sometimiento que ejerce el imperialismo y los intereses transnacionales, los sectores populares tienden a aliarse y emprender una lucha conjunta. En otras palabras, cuando los procesos revolucionarios o sus dirigentes dejan pasar la oportunidad, o lo que es peor, alientan el faccionalismo de las clases para promover o consentir que los sectores sociales actúen por su cuenta, con liderazgos e intereses corporativos y egoístas que pugnan únicamente por resolver sus problemas más inmediatos y sectoriales; entonces no solo se pierde la ocasión de profundizar las transformaciones, sino que se convierten en artífices de la división, el conflicto, el enfrentamiento y la confrontación por intereses mezquinos y excluyentes. Aunque evidentemente no se puede negar la justeza de sus demandas, resulta claro que se ha perdido el horizonte de transformaciones mayores, para reducir el proceso a un escenario de apaga incendios de conflictos y demandas que, dependiendo de su violencia y radicalidad, inclusive pueden poner en jaque la gobernabilidad y la estabilidad democrática. Segundo, al encarar de manera simultánea la resolución de las contradicciones internas y las tareas de liberación nacional, no solo se evita el riesgo de que las (nuevas) clases dominantes tiendan a realizarse plenamente y organizar la sociedad de acuerdo a sus intereses y, por tanto, mantener la condición dependiente y semicolonial del país frente al imperialismo y los intereses transnacionales; sino que se contribuye a establecer condiciones para que los sectores populares y las organizaciones revolucionarias avancen más allá, hacia el cumplimiento de la liberación nacional y el establecimiento de una sociedad socialista. Por esta razón se dice que los países dependientes y semicoloniales para liberarse deben cumplir simultáneamente la tarea de vencer y superar el dominio burgués nacional, y al mismo tiempo encarar la lucha por la liberación nacional contra el imperialismo y la descolonización.
Estas son las razones y el fundamento principal que sostienen la necesidad de no desvincular las tareas de la descolonización con la lucha contra el imperialismo, pero a condición de que ellas, al mismo tiempo y juntas, articulen la construcción y puesta en marcha del paradigma del Vivir Bien en armonía con la naturaleza, como instrumento de liberación nacional y construcción del socialismo comunitario. A pesar del riesgo de la redundancia, la descolonización interna es un desafío irrenunciable, pero será inútil y estéril si paralelamente no se aborda la lucha por la liberación nacional con base en los principios del Vivir Bien, que constituye al paradigma alternativo al capitalismo y el neoliberalismo. Lamentablemente las señales gubernamentales sobre estos temas no han seguido precisamente esta lógica y enfoque, y quizás sirva la oportunidad de una nueva conmemoración del 12 de octubre, para repensar su pertinencia y utilidad en la conducción del proceso.
Arturo D. Villanueva Imaña. Sociólogo, boliviano. Cochabamba – Bolivia.
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