Perplejidad es la reacción que ha causado conocer los datos finales del censo nacional del año 2012, en lo que respecta a la autoidentificación étnico cultural de la población boliviana. Inmediatamente se ha hecho explícita una inquietud (inclusive presidencial que expresaba sorpresa y duda) relacionada con lo que se denomina como el sujeto social hegemónico […]
Perplejidad es la reacción que ha causado conocer los datos finales del censo nacional del año 2012, en lo que respecta a la autoidentificación étnico cultural de la población boliviana.
Inmediatamente se ha hecho explícita una inquietud (inclusive presidencial que expresaba sorpresa y duda) relacionada con lo que se denomina como el sujeto social hegemónico y la centralidad y protagonismo que tiene (o se espera que debería tener lo indígena-originario-campesino) en el proceso de cambio y transformación democrático cultural del país.
La inquietud no es menor, porque los datos censales muestran que entre 2001 y 2012 se ha reducido de 62% a 41% la población autoidentificada étnica y culturalmente (algo más de 336 mil personas). Y es que detrás de la perplejidad expresada frente a los datos censales, se plantea en realidad un asunto central: si la mutación indentitaria implica también un cambio de conciencia [1] en este sujeto social protagónico de la sociedad nacional.
En caso de que ese cambio de identidad traduzca también un cambio de conciencia, estaríamos hablando de que la reducción de la población que se autoidentificaba como IOC, no es un mero cambio demográfico, sino que incidiría en la correlación de fuerzas y hasta en el imaginario social que se ha formado en la sociedad, otorgándole un protagonismo y una centralidad que no solo es reconocida en la propia Constitución Política del Estado, sino en la cotidianidad y la marcha del propio proceso de cambio y transformación democrático cultural.
Con la limitante de que los datos censales proporcionados son aún incompletos y no desagregados, el artículo que sigue a continuación busca abordar las consecuencias e implicaciones que surgen como resultado de ese cambio y reducción en la identidad indígena-originario-campesina (IOC) de la población nacional boliviana.
Lo que hace la «diferencia» respecto de los datos proporcionados
Las principales y más extendidas reacciones (y en muchos casos rechazo y exigencia de anulación) sobre los datos y el proceso censal, han estado relacionadas con la reducción y diferencia que existe entre la cantidad total de población anunciada en forma preliminar, con los datos finales contabilizados que se proporcionaron a fines del mes de julio, cuando se informó que la población nacional había bajado algo más de 360 mil personas.
La susceptibilidad de varios sectores ciudadanos no es para menos, porque la diferencia y reducción entre los datos preliminares y finales está estrechamente relacionada a la composición y distribución de escaños parlamentarios, el acceso a los recursos de coparticipación y por impuestos a los hidrocarburos (IDH), e inclusive afecta la planificación del desarrollo que está íntimamente asociada al crecimiento, la localización y el tamaño de la población en cada uno de los municipios y departamentos. Además, a ello se suma que en la fase preparatoria y durante la realización del censo nacional se produjo la renuncia de 2 directores nacionales del INE, así como diversas anomalías, errores y omisiones de carácter técnico y operativo, que al margen de alimentar dicha susceptibilidad social, también incidieron en el proceso y afectaron la realización del mismo.
Sin embargo, existe una «diferencia» que vale la pena resaltar. Sucede que la susceptibilidad originada en la forma cómo se llevó a cabo el proceso censal y la manera cómo se anunciaron los resultados, respecto de lo que sucede con la identidad indígena-originario-campesina, es que en este segundo caso no se trata de una diferencia entre datos preliminares y finales, o un asunto atribuible a problemas técnicos del proceso censal; lo que ha sucedido es una reducción y disminución efectiva de población, que ha significado el paso de constituir una mayoría social predominantemente indígena-originario-campesina, a representar una minoría étnico cultural.
Este fenómeno que en forma por demás oportunista ha sido aprovechada para volver a actualizar aquel falso debate sobre el mestizaje (que no viene al caso), y poner en tela de juicio el carácter del Estado Plurinacional (que tampoco corresponde); en realidad implica una fuerte interpelación a la detentación y el protagonismo del proyecto político que el proceso de cambio y transformación ha puesto en marcha. Se afirma esto, porque lo indígena-originario-campesino no solo forma parte del imaginario de la sociedad y constituye uno de los más importantes componentes de la identidad nacional, sino porque material y físicamente su presencia es innegable.
Las explicaciones adelantadas
Una de las explicaciones más recurrentes que se ha dado a la significativa reducción de la población IOC entre el año 2001 y el 2012, es que se ha producido un proceso de descampesinización asociado a la creciente urbanización y concentración poblacional en centros metropolitanos que han acentuado la desruralización del país. Sin embargo, este fenómeno que da cuenta del cambio rural-urbano y que puede ser objetivamente verificado cuando se constata el crecimiento poblacional de las principales capitales urbanas y el crecimiento importante de las poblaciones intermedias (aun a pesar de que en muchos casos se ha disminuido la cantidad de población originalmente anunciada en los datos preliminares), no explica ni permite entender aquellas otras implicaciones de la mutación identitaria que se ha producido en el Censo de población, con relación a la centralidad y el protagonismo indígena-originario-campesino y el sujeto social hegemónico del proceso.
Lo que los datos no permiten vislumbrar con toda claridad, es que si lo que ha sucedido con esta mutación identitaria también implica un cambio en los intereses sociales, económicos y políticos, así como la adopción de una nueva visión de sociedad en la población que ha dejado de identificarse como IOC. Esta inquietud no es ociosa ni políticamente impertinente, porque al producirse dicho abandono y adoptarse nuevas o diferentes visiones e intereses, también se afectan las proyecciones del propio proceso de cambio y transformación, porque se habrá cambiado la lógica y el tipo de intereses predominantes previamente.
A nuestro modesto entender, la decisión de no identificarse como indígena-originario-campesinos (que ha dado lugar a una drástica reducción de esta población), puede ser entendida como la pérdida, la no asimilación, o inclusive el rechazo de los principios, valores y prácticas constitutivas de lo indígena-originario-campesino, para adoptar y apropiarse de otro tipo de intereses y valores que, en este caso, no pueden ser otras que las contenidas e irradiadas por las capitales urbanas y los centros metropolitanos a los que se han trasladado las poblaciones rurales.
La urbanización de la población rural que ha salido de sus comunidades, ha contraído el aprendizaje y la asimilación de una educación diferente, nuevos intereses, diferentes valores y otras prácticas. Es decir, ha provocado un cambio de identidad, pero también de conciencia y de intereses.
Por ello se explica que la reducción se haya producido precisamente en aquella población IOC que se encuentra más vinculada a los centros urbanos y las ciudades intermedias, como es el caso de quechuas, aymaras, guaraníes, mojeños y chiquitanos; puesto que en el caso de los demás pueblos IOC, más bien se ha producido un crecimiento significativo de su población autoidentificada como IOC. Las ciudades no son únicamente una nueva locación; también son un nuevo centro de aprendizaje y una nueva forma de ser que corresponde a su antípoda; es decir a la sociedad occidental, capitalista y monocultural.
Una explicación alternativa (pero que bien puede ser complementaria a la mencionada anteriormente), es que el cambio de identidad que ha provocado la reducción total de la población IOC hasta convertirla en una minoría, es que la decisión haya estado asociada al impulso o deseo de reivindicar o subrayar su sentido de pertenencia a la bolivianidad (antes que a sus propias identidades colectivas), en vista de que el nuevo Estado plurinacional ha dado pasos inequívocos para superar el carácter excluyente y monocultural que caracterizaba a los estados neoliberal y republicano del pasado.
No debería pasarse por alto que a diferencia de lo que ocurrió en el censo nacional de población del año 2001, cuando más del 60% de la población se identificó como indígena, se presenta en un contexto nacional adverso, donde los pueblos indígenas se encontraban en pie de lucha para visibilizar y obtener el reconocimiento de su identidad que había sido ocultada y excluida históricamente.
Es decir, la decisión de marcar y resaltar su pertenencia a un pueblo indígena originario en un contexto y una sociedad excluyentes, se produjo por la necesidad de evidenciar su presencia ante el desconocimiento histórico sufrido, y estuvo vinculada a las luchas emprendidas desde finales de los años 80. En esos años, los pueblos indígena-originario-campesinos se encontraban reclamando sus derechos territoriales, a la dignidad y al reconocimiento de su identidad colectiva, que culminaron en la reforma constitucional de 1994 (en pleno auge neoliberal), cuando el artículo primero de dicha Constitución definía al país como multiétnico y pluricultural. De esa forma se abren condiciones para dar paso a lo que se ha denominado como la emergencia indígena-originario-campesina que, no es casual, también se hace patente en el censo de 2001, cuando más del 60% de la población se autoidentifica étnica y culturalmente.
La paradoja del silencio y la centralidad de lo indigena-originario-campesino
A diferencia de lo que ocurre con diversos sectores sociales, instituciones y hasta gobiernos municipales y departamentales que han hecho conocer su criterio respecto de lo sucedido con los datos del Censo nacional de población; en el caso de la reducción de la identidad indígena-originario-campesina, llama mucho la atención (salvo algunos casos aislados como la Asamblea del Pueblo Guaraní y un sector de CONAMAQ), el silencio de los dirigentes y sus organizaciones representativas en este asunto tan trascendental.
Este silencio contrasta con la sistemática y periódica exteriorización de su presencia y protagonismo en diverso tipo de actos, manifestaciones y eventos, donde se hace patente su centralidad social y discursiva, así como la apropiación e influencia que ejercen sobre el proceso y los actos de la gestión gubernamental, cuyos resultados y avances son reclamados como propios. Parecería como si públicamente reivindicaran, reclamaran y se apropiaran de la gestión y el sello que otorgan e irradian al proceso, pero que en privado hayan decidido negar y cambiar su propia identidad indígena-originario-campesina.
Esta extraña paradoja resalta, porque en el imaginario social la identidad indígena-originario-campesina está asociada a la detentación de una parte esencial del proceso de transformación y cambio, que tiene que ver con el socialismo comunitario, el paradigma alternativo al capitalismo del Suma Qamaña (Vivir Bien) y la construcción de una relación armoniosa con la naturaleza, que se basan en las prácticas y principios culturales de los pueblos indígena originario campesinos. De ahí que, al producirse la mutación identitaria, se pone en duda la centralidad y protagonismo de lo IOC en la sociedad.
No debe olvidarse que la condición indígena-originario-campesina ejerce en este caso el mismo efecto de expansión, irradiación y hegemonía que en el pasado impregnaba el proletariado minero y fabril (representados en la COB y la FSTMB), cuando el imaginario de la sociedad los había asociado y entendido como una vanguardia y dirección política e ideológica, sobre todo en aquellas coyunturas de crisis y conflicto nacional. El proletariado minero y fabril no era (entendido) únicamente una clase social, un sector poblacional, o un sujeto político; constituía también una idea y una visión de sociedad diferente y opuesta a la que imponía condiciones de sometimiento y explotación.
Por eso se puede afirmar (utilizando el concepto de irradiación de la clase de René Zavaleta), que esta idea de expansión, irradiación y hegemonía de lo indígena-originario-campesino, que emerge de la centralidad y protagonismo que ejerce en el escenario nacional, esté asociado a la influencia, a la forma de imprimir un sello y desarrollar una forma de ser que impregna al conjunto social y geográfico que lo rodea, otorgando una marca especial y propia que es internalizada por la sociedad. Es decir, creando un imaginario. Por esta razón se puede hablar de la constitución de un sujeto social hegemónico que irradia su forma de ser, su visión y su proyecto, al conjunto de la sociedad.
Ahora bien, aunque la experiencia histórica nacional muestra que el número y la cantidad de población (salvo el peso electoral que pueda tener a la hora de los comicios democráticos), no es determinante en la esfera política para abanderar, dirigir y construir un proyecto nacional hegemónico [2]; en este caso adquiere relevancia, porque la reducción poblacional originada en la mutación identitaria no solo ha significado convertirse en una minoría étnico-cultural, sino que trasluce la adopción de nuevos intereses y valores sociales que pueden traducirse en una nueva y diferente visión de sociedad y forma de vida que alteraría el proyecto detentado por lo IOC.
En consideración a estos cambios producidos en la composición y la cantidad demográfica, y asumiendo una centralidad y protagonismo (desportillado y reducido) del sujeto indígena-originario-campesino; solo falta esperar el curso de los acontecimientos y la forma cómo efectivamente se resuelvan las tensiones originadas en la reducción y la mutación identitaria de lo IOC, para establecer el rumbo que tomará el proceso en marcha.
Notas:
[1] Es importante destacar que conciencia (política y cultural) se entiende como una cualidad (individual o colectiva), que abarca y trasciende los intereses de clase y una visión de sociedad propia que emerge del tipo de relaciones y la ubicación que se establece respecto de los medios de producción y la forma de trabajo, para incluir valores, prácticas y principios culturales y étnicos que entrañan una cosmovisión diferente a la establecida o imperante. Es decir, no solo es conciencia de clase, sino también étnica y cultural.
[2] Revisar por ejemplo el peso específico y el rol ejercido por aquella «minoría» (poblacional pero cualitativa y estratégicamente importantes) de mineros y obreros asalariados representados en la COB y la FSTMB, en los acontecimientos de la revolución de 1952, o la conformación de la Asamblea Popular y las luchas por la apertura democrática de los años 80, etc.
Arturo D. Villanueva Imaña. Sociólogo. Cochabamba (Bolivia).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.